Lectio VI Domingo de Pascua: 9 de mayo 2021

CONTENIDO:  Lectio divina con el evangelio del VI Domingo de Pascua Ciclo B. 9 de mayo de 2021 (San Juan 15,9-17). 

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•             SEÑAL DE LA CRUZ.

•             INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO:

Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo 
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu 
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.

  • LECTIO

Primer paso de la Lectio Divina:
consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.  

Lectura del Santo Evangelio según san Juan (15,9-17):

“Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»”.

Palabra del Señor

  • MEDITATIO.

Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.   

SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía VII [27], 1-9, BAC Madrid 1958, p. 668-74

La caridad, raíz de todas las virtudes

1. Estando llenas de preceptos todas las alocuciones del Señor, ¿cómo es que, refiriéndose al del amor, cual si se tratara de un mandato único, dice el Señor: El precepto mío es que os améis los unos a los otros, sino porque todo mandato se refiere a sólo el amor y todos los preceptos se reducen a uno solo? Porque a la manera que las ramas de un árbol, por muchas que sean, proceden todas de una sola raíz, así todas las virtudes, aunque sean muchas, nacen de una sola, de la caridad, y no tiene verdor alguno el ramo de la buena obra si no está radicado en la caridad, puesto que cuanto se manda se funda en sólo la caridad. Los preceptos del Señor, por consiguiente, son a la vez muchos y son uno solo: muchos, por la diversidad de las obras, y uno, por la raíz del amor. Ahora bien, de qué modo ha de practicarse este amor, El mismo lo da entender, mandando en muchas sentencias de su Escritura amar a los amigos en Él y a los enemigos por El. Tiene, pues, verdadera caridad quien ama al amigo en Dios y al enemigo por Dios. Hay, empero, algunos que aman a los prójimos, más por afecto de parentesco y de la carne; a los cuales, no obstante, no se oponen las Sagradas Letras; pero una cosa es lo que se hace espontáneamente por razón de la naturaleza y otra cosa es lo que se debe por obediencia a los preceptos del Señor referentes a la caridad. Estos no hay duda que también aman al prójimo; mas, con todo, no logran los grandes premios del amor, porque no explican su amor espiritualmente, sino carnalmente. Por consiguiente, cuando el Señor dice: El, precepto mío es que os améis los unos a los otros, en seguida añadió: como yo os he amado. Como si claramente dijera: Amad para lo que yo os he amado.

2.  En lo cual debemos observar atentamente, hermanos carísimos, que el antiguo enemigo, cuando impele nuestras almas al amor de las cosas temporales, excita contra nosotros a un prójimo más débil para que procure quitarnos esas mismas cosas que nosotros amamos, Y no le importa al enemigo, al hacer esto, el quitar lo terreno, sino el debilitar en nosotros la caridad; pues en seguida montamos en cólera y, por no querer ceder en lo exterior, interiormente nos causamos daño grave; pues por defender bienes pequeños de fuera perdemos bienes mayores del interior, porque, amando lo temporal, perdemos el verdadero amor. Todo el que nos quita lo nuestro es, en efecto, enemigo; pero, cuando comenzamos a odiar al enemigo, de dentro es lo que perdemos. Así que, cuando el enemigo nos haga sufrir algo exteriormente, estemos alerta en el interior contra el ladrón oculto, el cual nunca queda mejor vencido que cuando se ama al que nos daña exteriormente. Una sola y decisiva es, en efecto, la prueba de la caridad: si se ama al mismo que nos es contrario. Por eso la misma Verdad soporta el patíbulo de la cruz y dispensa el amor a sus mismos perseguidores, cuando dice (Lc. 23): Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen. ¿Qué extraño es que los discípulos amen, mientras viven, a los enemigos, si el Maestro ama a los enemigos aun cuando le están dando muerte? El súmmum de este amor lo expresa cuando añade: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. El Señor había venido a morir también por sus enemigos, y, sin embargo, decía que Él había de dar su vida por sus amigos, sin duda para enseñarnos que como, amándolos, podemos ganar a los enemigos, también son amigos los mismos perseguidores.

3. Pero he aquí que nadie nos persigue de muerte; ¿cómo, pues, podemos probar si amamos a los enemigos? Algo hay, sí, que debe hacerse en la paz de la Iglesia, por donde aparezca claro si, al tiempo de la persecución, podremos morir amando. En efecto, el mismo San Juan dice (1 Jn 3,17): Quien tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo es posible que resida en él la caridad de Dios? Por eso también San Juan Bautista dice (Lc. 3, 11): El que tiene dos vestidos dé al que no tiene ninguno. Luego quien en tiempo de paz no da por amor de Dios su vestido, ¿cómo dará su vida en tiempo de persecución? Por tanto, para que en tiempo de perturbación se mantenga invicta la virtud de la caridad, nútrase de misericordia en el tiempo tranquilo, de manera que aprenda a dar a Dios primeramente sus cosas y después a sí mismo.

4. Prosigue: Vosotros sois mis amigos. ¡Oh, cuánta es la misericordia de nuestro Creador! ¡No somos siervos dignos, y nos llama amigos! ¡Cuánta es la dignidad de los hombres! ¡Ser amigos de Dios! Más, ya que habéis oído la gloria de la dignidad, oíd también a costa de qué se gana: Si hiciereis lo que yo os mando. Sois amigos míos si hacéis lo que yo os mando; como si claramente dijera: Gozaos de la dignidad, pero pensad a costa de qué trabajos se llega a tal dignidad. Efectivamente, cuando los hijos de Zebedeo, por mediación de su madre, pretendían los dos primeros puestos, el uno a la diestra de Dios y el otro a la siniestra, oyeron (Mt. 20,22): ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Solicitaban ya un puesto eminente, y la Verdad los llama al camino por donde llegarían a tales preeminencias. Como si dijera: Ya veo que apetecéis un puesto elevado, pero recorred antes la vía del dolor, pues por el cáliz se llega a la grandeza; si vuestra alma apetece lo que agrada, bebed antes lo que mortifica. Así es como, por el trago amargo de la confesión, se llega al goce de la salud. Ya no os llamaré siervos, pues el siervo no es sabedor de lo que hace su amo. Más a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho saber cuántas cosas oí de mi Padre. ¿Cuáles son todas estas cosas que ha oído de su Padre, y que ha querido hacer saber a sus discípulos para hacerlos amigos suyos, sino los gozos de la caridad interior, sino los regocijos de la patria celestial, lo cual fija en nuestras almas mediante las aspiraciones a su amor?; pues cuando amamos las cosas celestiales que hemos oído, ya conocemos lo que amamos, porque el mismo amor es noticia. Había, pues, hecho conocer todas estas cosas a aquellos que, habiendo trocado sus deseos terrenos, ardían en las llamas del amor divino. Bien había contemplado a estos amigos de Dios el profeta cuando decía (Ps. 38,17): Yo veo, Señor, que tú has honrado sobremanera a tus amigos; y amigo (amicus) suena así coma custodio del alma. Por tanto, cuando el Salmista vio que los elegidos de Dios, apartados del amor del mundo, cumplían la voluntad divina, obedeciendo sus mandatos celestiales, admiró a los amigos de Dios, diciendo.: Yo veo, Señor, que tú has honrado sobremanera a tus amigos. Y como si en seguida pretendiéramos que nos diera a conocer la causa de tan grande honor, a continuación añadió: Su imperio ha llegado a ser sumamente poderoso. Vedlos: los elegidos de Dios doman la carne, fortalecen el espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes, menosprecian lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna; además la aman más que a la vida, y a ella llegan por medio de los tormentos; pueden ser llevados a la muerte, pero no pueden ser doblegados; su imperio, pues, ha llegado a ser sumamente poderoso. En el mismo martirio en que su cuerpo sucumbió a la muerte, ved cuánta fue la grandeza de su espíritu; y ¿de dónde esto sino porque su imperio ha llegado a ser sumamente poderoso? Y para que no pienses tal vez que son pocos los que son tan grandes, añadió (v. 18): Póngome a contarlos y veo que son más que las arenas del mar. Contemplad, hermanos, todo el mundo: lleno está de mártires; ya apenas si los que vivimos somos tantos cuantos son los testigos de la verdad. Luego sólo Dios puede contarlos; para nosotros son más que las arenas, porque nosotros no podemos saber cuántos son.

5. Ahora, quién sea el que ha llegado a esta dignidad de ser llamado amigo de Dios, véalo cada uno en sí mismo; mas no atribuya a sus méritos ninguno de los dones que halle tener, no sea que venga a caer en la enemistad. Por eso añade también: No me elegisteis vosotros, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y hagáis fruto. Os he puesto a la corriente de la gracia, os planté para que vayáis voluntariamente y con las obras hagáis fruto. Y he dicho que vayáis voluntariamente, porque querer hacer algo ya es ir con la voluntad. Y cuál fruto sea el que deben hacer se añade: Y vuestro fruto sea duradero. Todo lo que trabajamos por este siglo apenas si dura hasta la muerte, pues la muerte, en interponiéndose, corta el fruto de nuestro trabajo; pero lo que se hace por la vida eterna, aun después de la muerte perdura, y entonces empieza a aparecer cuando comienza a desaparecer el fruto de las obras de la carne. Principia, pues, aquella retribución donde ésta termina. Por tanto, quien ya tiene conocimiento de lo eterno tenga en su alma por viles las ganancias temporales. Así que hagamos frutos tales que perduren, hagamos frutos tales que, cuando la muerte acabe con todo, ellos principien con la muerte. Y que en la muerte principien los frutos de Dios lo atestigua el profeta, que dice (Ps. 126,2): Mientras concede Dios el sueño a sus amados, he aquí que les viene del Señor la herencia. Todo el que duerme en la muerte pierde la herencia; pero, cuando Dios diere a sus amados el sueño, he aquí que les viene del Señor la herencia, porque después que han llegado a la muerte es cuando los elegidos de Dios encuentran la herencia.

6. Prosigue: A fin de que cualquiera cosa que pidiereis al Padre en mi nombre os la conceda. Ved que aquí dice: Cualquiera cosa que pidiereis a mi Padre en mi nombre os la conceda; y en otra parte dice el mismo evangelista (Jn 16,23): Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederá. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre. Si todo lo que pedimos en nombre del Hijo nos lo concede el Padre, ¿cómo es entonces que Pablo rogó por tres veces al Señor y no mereció ser oído, sino que se le dijo (2 Co 12,9): Te basta mi gracia, porque la virtud se perfecciona en la debilidad? ¿Acaso tan egregio predicador no pidió en nombre del Hijo? ¿Por qué, pues, no consiguió lo que pedía? ¿Cómo es entonces verdad que el Padre nos da todo lo que pidiéremos en nombre del Hijo, si el Apóstol pidió en nombre del Hijo que se le quitara el espíritu de Satanás, y, con todo, no consiguió lo que pedía? Pero, como el nombre del Hijo es Jesús, y Jesús significa Salvador o saludable, según esto, pide en nombre del Salvador quien pide lo pertinente a la verdadera salud; más, si se pide lo que no conviene, no se pide al Padre en nombre de Jesús. Por eso, también a los apóstoles, flacos aún, dice el Señor: Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre. Como si claramente les dijera: No habéis pedido en nombre del Salvador los que no sabéis buscar la salud eterna. Por eso no es escuchado Pablo, porque, si se viera libre de la tentación, no le aprovecharía para la salud.

7. He aquí estamos viendo, hermanos carísimos, cuántos sois los que os habéis congregado para la solemnidad del Mártir, los que os arrodilláis, golpeáis vuestros pechos, oráis, confesáis y regáis con lágrimas vuestras mejillas; pero examinad, os ruego, vuestras peticiones: ved si pedís en nombre de Jesús, esto es, si pedís los gozos de la salud eterna. ¡Ay!, que en la casa de Jesús no buscáis a Jesús si en el templo de la eternidad importunáis pidiendo cosas temporales. Vedlo: el uno en su oración pide que se le dé esposa; el otro, una finca; aquél pide vestido, éste alimento… Y cierto es que deben pedirse estas cosas cuando son necesarias, más debemos recordar continuamente la enseñanza que hemos aprendido del mandato de nuestro mismo Redentor (Mt. 6,33): Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. Tampoco es cosa mala pedir estas cosas por Jesús, con tal que no se pidan en exceso. Pero, lo que es más grave aún, hay quien pide la muerte del enemigo, y a quien no puede perseguir con la espada, le persigue con la oración; y el que es maldecido vive todavía, y, sin embargo, el maldiciente ya se ha hecho reo de la muerte de aquél. ¡Dios manda amar al enemigo, y se pide a Dios que mate al enemigo! Luego quien así ora, en sus mismas oraciones pugna contra el Creador.

8. De ahí que, bajo la figura de la Judea, se dice (Ps. 108,7) Su oración sea delito. La oración es delito cuando quien ora pide lo que prohíbe Aquel a quien pide. Por eso, la Verdad dice (Mc. 125): Al poneros a orar, si tenéis algo en contra de alguno, perdonadle, el agravio. Virtud de perdonar que manifestaremos más claramente aduciendo un ejemplo del Antiguo Testamento. En efecto, habiendo incurrido la Judea en culpas que reclaman la justicia de su Creador, el Señor prohíbe a su profeta que ruegue por ella, diciendo (Jr 7,16): No tienes tú que interceder por este pueblo, ni te empeñes en cantar mis alabanzas y rogarme y en Jr 15,1: Aun cuando Moisés y Samuel se me pusieran delante, no se doblaría mi alma a favor de este pueblo. ¿Cómo es que, dejando a un lado sin mencionar a tantos, Padres, sólo trae a cuento a Moisés y a Samuel; cuyo admirable poder de intercesión se pone de manifiesto al decir que ni éstos pueden interceder, que es como si claramente dijera él: Ni siquiera escucho a los que, por el mérito grande de su oración, de ningún modo desprecio ¿Cómo es, repito, que Moisés y Samuel son preferidos a los otros sus iguales, sino porque solamente de estos dos, en toda la serie del Antiguo Testamento; se lee que oraron también por sus enemigos? El uno es apedreado por el pueblo, y, sin embargo; ruega al Señor por los que le apedrean; el otro es despojado de su mando, y, no obstante, al pedirle que rogara, se declara, diciendo (Reg. 12,23): Lejos de mí cometer tal pecado contra el Señor, que yo cese de rogar por vosotros. Aun cuando Moisés y Samuel se me pusieran delante, no se doblegaría mi alma a favor de este pueblo. Como si claramente dijera: Ni siquiera escucho ahora en favor de los amigos a los que sé que, por su gran virtud, ruegan también por sus enemigos. El poder, pues, de la oración está en la grandeza de la caridad, y todos consiguen lo que rectamente piden cuando, al orar, no se halla su alma ofuscada con el odio del enemigo. Además, vencemos al espíritu recalcitrante si oramos también por los enemigos. Los labios, sí, ruegan por nuestros enemigos, pero ojalá que el corazón tenga amor: pues con frecuencia oramos, sí, por nuestros, enemigos, pero esto, más bien que por caridad, lo hacemos, porque está mandado, ya que pedimos que vivan nuestros enemigos, y, no obstante, tememos ser oídos. Mas, como el juez interior atiende a la intención más que a las palabras resulta que nada pide en favor del enemigo quien ruega por él sin caridad.

9. Pero he aquí que el enemigo nos ha ofendido gravemente, nos ha causado daños, ha perjudicado a los que le ayudábamos, ha perseguido a los que le amábamos. Sería cosa de no perdonar eso si no fuera porque nosotros necesitamos que se perdonen, nuestros delitos; pero es el caso que nuestro Abogado ha compuesto la oración a favor nuestro, y el mismo que es abogado es también juez de nuestra causa; y a la petición que compuso agregó una condición, que dice (Mt. 6): Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros per donamos a nuestros deudores. Por lo tanto, como viene por juez el mismo abogado, el mismo que hizo la oración la oye; luego, o sin hacerlo, decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y al decir esto nosotros mismos nos condenamos más, o tal vez suprimimos en la oración esa condición, y entonces nuestro, abogado no reconoce la oración que El compuso y al punto dice para sí: Yo bien sé lo que mandé; ésa no es la misma oración qué yo hice. ¿Qué debemos hacer en consecuencia, hermanos, para amar a nuestros hermanos con afecto de caridad, si no es no mantener maldad alguna en el corazón, para que así Dios omnipotente tenga en cuenta nuestra caridad para con el prójimo y dispense su piedad a nuestras iniquidades? Acordaos de lo que se nos manda: Perdonad y se os perdonará. Ved, pues, qué se nos debe y, qué debemos: así que, perdonemos lo que se nos debe. Pero a esto se resiste el ánimo: quiere cumplir lo que oye, y, sin embargo, se rebela. Estamos ante la tumba de un mártir, de quien sabemos por qué muerte llegó al reino dé los cielos. Nosotros, ya que no demos la vida del cuerpo por Cristo, domemos tan siquiera el corazón: Dios se aplaca con este sacrificio, y en el juicio de su piedad aprueba la victoria de nuestra paz. El contempla la lucha de nuestro corazón, y a los que después remunera, por vencedores, ahora, mientras luchan, los ayuda Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos, de los siglos. Amén.

PREPARACIÓN REMOTA:

Textos

  • ORATIO

La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.

Antífona de entrada (Is 48, 20)
Con gritos de alegría anuncien y proclámenlo hasta los confines de la tierra:
El Señor ha liberado a su pueblo. Alelluia.

Oración colecta

Dios todopoderoso,
concédenos continuar celebrando con intenso fervor
estos días de alegría en honor de Cristo resucitado,
de manera que prolonguemos en nuestra vida
el misterio de fe que recordamos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
Lleguen hasta ti, Señor,
nuestras oraciones junto con estas ofrendas,
para que, purificados por tu gracia,
recibamos el sacramento de tu inmensa bondad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión Jn 14, 15-16
Dice el Señor: Si me aman, cumplirán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito,
para que esté siempre con ustedes. Aleluia.

Oración post comunión
Dios todopoderoso,
que nos haces renacer a la vida eterna
por la resurrección de Cristo,
concede que los sacramentos pascuales
den fruto abundante en nosotros,
e infunde en nuestros corazones
la fuerza de este alimento de salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

  • CONTEMPLATIO

El último momento de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.

«Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando».