Preparación opcional VI Domingo de Pascua: 9 de mayo 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL  V DOMINGO DE PASCUA. 2 de mayo de 2021. Juan 15, 9-17.

-En los Doctores de la Iglesia:

Francisco de Sales

Introducción a la Vida Devota: La devoción se ha de ejercitar de diversas maneras «Os he llamado para que deis fruto» (cf. Jn 15,16)

Parte 1, capítulo 3

En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.

La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?

Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.

Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.

Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar.

– En los santos dominicos:

Santa Catalina de Siena

El Diálogo de la Divina Misericordia n° 63 y 64

Amaos los unos a los otros como Yo los he amado

Dios poda los sarmientos unidos a esa vid, o sea, a sus servidores.

63 (Modo de subir el alma el segundo escalón del santo puente una vez alcanzado el primero.] Acabas de ver en qué excelencia se halla el que ha llegado al amor de amigo. 

Este se ha levantado sobre los pies de la voluntad y alcanzado el secreto del corazón, esto es, subido al segundo de los tres escalones, que se hallan prefigurados en el cuerpo de mi Hijo. 

Te he explicado el significado de las tres potencias, y ahora me voy a servir de ellas para explicar los tres estados del alma. Pero, antes de hablarte del tercero, te quiero enseñar el modo de llegar a ser amigo, lo que hacen los amigos, en qué se advierte la amistad y cómo de ser amigo se pasa a ser hijo, consiguiendo el amor debido al hijo. Te explicaré primero cómo se ha llegado a la amistad. 

Al principio, el alma es imperfecta por hallarse con el temor servil. Por la práctica y la perseverancia llega a amar el deleite y propio provecho, encontrando en mí ambas cosas. Este es el camino que anda el que desea llegar al amor perfecto, es decir, al amor de amigo y de hijo. 

Digo que el amor de hijo es perfecto porque en él recibe la criatura la herencia de mi Padre eterno.  Como el amor de hijo no se da sin amor de amigo, por eso te dije que de amigo había pasado a ser hijo. Pero ¿cómo podéis alcanzarlo? Te lo voy a decir. 

Toda perfección y toda virtud proceden de la caridad. Esta es alimentada por la humildad, que, a su vez, tiene su origen en el conocimiento y desprecio de sí mismo, esto es, de los propios sentidos. Quien esto alcanza ha debido ser perseverante y estar en la celda de conocimiento de sí. Por él reconocerá mi misericordia en la Sangre de mi Hijo, obteniendo mi caridad en beneficio suyo, ejercitándose en extirpar todo afecto malo, temporal o espiritual, por la reclusión en su intimidad. Así lo hicieron Pedro y los otros discípulos. Pedro, después de negar a mi Hijo, lloró. Su llanto era todavía imperfecto, y siguió tal por cuarenta días, es decir, hasta después de la ascensión. Después de que mi Verdad volvió a mí como hombre, Pedro y los otros lo reconocieron y se escondieron en la casa, esperando la venida del Espíritu Santo, tal como mi Verdad se lo había prometido. Se hallaban encerrados por miedo, pues siempre lo tiene el alma hasta que ha alcanzado el amor verdadero. Perseveraron en vigilia, en humilde y continuada oración hasta que tuvieron la abundancia del Espíritu Santo. Entonces, perdido el temor, predicaron a Cristo crucificado. Igualmente, el alma que ha querido y quiere alcanzar la perfección, después de la culpa que sigue al pecado mortal, se eleva, se reconoce a sí misma, y comienza a llorar por temor al castigo. Después se levanta a la consideración de mi misericordia, en la que encuentra deleite y provecho. Esto es aún imperfecto, y por ello, yo, para hacerla llegar a la perfección, después de cuarenta días —es decir, después de estos dos estados—, poco a poco me retiro del alma, no en cuanto a la gracia, sino en cuanto a lo sensible. 

Esto os manifestó mi Verdad cuando dijo a los discípulos: «Marcharé y volveré a vosotros» 

Lo dijo en concreto a los discípulos, y de modo general y común, a todos los presentes y venideros. Dijo: «Marcharé y volveré a vosotros», y lo hizo así, pues volvió a ellos al venir el Espíritu Santo sobre los discípulos. Porque éste no vino solo, sino con mi pode r y la sabiduría de mi Hijo, que es u no conmigo, y con la clemencia del Espíritu Santo, que procede de mí, del Padre, y del Hijo.

 Te digo, pues, que para levantar el alma de la imperfección, la aparto de lo sensible, privándola primeramente del consuelo. Cuando ella se hallaba e n la culpa de pecado, se apartó de mí, y yo le quité el sol de la gracia a causa de su pecado, por haber cerrado ella la puerta del deseo. 

La gracia salió de allí no por defecto del sol, sino por defecto de la criatura, que cerró la puerta del deseo. Al conocerse a sí misma y ver que se halla en oscuridad, abre la ventana, vomita la podredumbre por medio de la santa confesión. Entonces vuelvo al alma por la gracia, y no me aparto de ella con la gracia, sino en lo sensible. Hago esto para obligarla a humillarse y a que intente buscarme de veras y par a probarla con la luz de la fe, a fin de que adquiera la prudencia. Entonces, si ama sin tenerse en cuenta a sí misma, goza con fe viva y tiene aborrecimiento de sí en el tiempo de los trabajos, considerándose indigna de la paz y quietud del espíritu. Esta es la segunda de las tres cosas de  que te hablaba, o sea, del modo de conseguir la perfección y qué es lo que hace cuando se llega a ella. Obra de esta manera: no vuelve la vista atrás porque crea que me aparto de ella, sino que con humildad persevera en sus prácticas y mantiene cerrada la morada del conocimiento de sí misma. Allí espera con fe viva el advenimiento del Espíritu Santo, es decir, a mí, que soy Fuego de Caridad. ¿Cómo espera? No ociosa, sino en vigilia y continuad a y santa oración. Vela n o sólo e n lo corporal, sino en lo espiritual; esto es, que no se cierran los ojos de su entendimiento, sino que ven con la luz de la fe, extirpando con empeño los pensamientos del corazón, mirando al afecto de mi Caridad, reconociendo que no quiero otra cosa que su santificación. Esto os lo ha probado la Sangre de mi Hijo. 

Después de que la mirada del entendimiento se fija en el conocimiento de mí y de sí, ora continuadamente, esto es, con oración de santa y buena voluntad. Es más, medita durante la oración temporal, la que se hace en tiempos establecidos por disposición de la santa Iglesia. 

Esto es lo que hace el alma que ha abandonado la imperfección y conseguido la perfección. Me alejé para que ella la alcanzase; no en cuanto a la gracia, sino en cuanto a los sentidos. Lo hice, por tanto, para que viese y conociese sus defectos; para que, al sentirse privada de consuelo, experimente dolor aflictivo y se sienta débil  y no firme ni perseverante. 

Entonces encuentra la raíz del amor a sí misma, y por eso encuentra razón para reconocerlo y elevarse sobre sí misma, subiendo al tribunal de su conciencia. No da cabida a sentimientos que no se hallen corregidos por el reproche, arrancando la raíz del amor propio con el cuchillo del odio a semejante amor y por amor a la virtud. 

Amando a Dios imperfectamente se ama al prójimo. 

Signos de este amor imperfecto. 

Quiero que sepas que toda perfección y toda imperfección se ponen de manifiesto y se adquieren en mí. Esto se advierte por medio del prójimo. Bien lo conoce la gente sencilla, que muchas veces ama a las criaturas con amor espiritual. Si han recibido el amor genuino sin cortapisas, beben con pureza el amor del prójimo. 

Al modo que la vasija se llena en la fuente y, si no se saca y se bebe de ella, nunca queda vacía, lo mismo, si se bebe en mí, no queda el alma vacía, sino siempre llena. De igual modo, el amor espiritual y temporal al prójimo debe ser bebido en mí sin interés personal. 

Repito que me améis con el amor que Yo os amo. Esto no podréis lograrlo completamente, porque Yo os amo sin ser amado. El amor que me dais es un amor de obligación, no un favor; porque es deber hacerlo, mientras que Yo os amo por mera gracia, no por obligación. De modo que no me podéis amar como os pido. Por este motivo os he puesto como medio al prójimo, para que hagáis con él lo que conmigo no podéis, esto es, amarlo sin contar con su agradecimiento y sin esperar provecho alguno. Lo que a él hagáis lo consideraré como hecho a mí.

 La doctrina del puente.

Esto significó mi Verdad cuando dijo a Pablo, que me perseguía: «Saulo, Saulo, ¿por qué m e persigues?» considerando que Pablo m e perseguía cuando perseguía a mis fieles. 

El amor al prójimo debe, pues, ser puro. Con el amor con que me amáis, debéis amarle a él. 

¿Sabes en qué se conoce que no es perfecto el que me ama con amor espiritual? En que se aflige cuando cree que una criatura que ama no le corresponde con tanto amor como a él le parece que la ama, o que la ve apartarse  de su trato, o que le priva de consuelo, o que ama a otro m á s que a él. En esto y en otras muchas cosas se podrá advertir que el amor a mí y al prójimo es aún imperfecto y bebido en el vaso fuera de la fuente, aun suponiendo que sea u n amor que procede de mí. Como me ama imperfectamente, por eso tiene amor imperfecto el que ama con amor propio espiritual. Todo viene  de que la raíz del amor propio espiritual no ha sido arrancada. 

Por ello, muchas veces permito que tenga tal amor, para que se conozca a sí y su imperfección. Vuelvo después a él con la luz y conocimiento de mi Verdad, de modo que considere una gracia poder matar la propia voluntad por mi causa. Consiguientemente, no cesa de podar la viña de su alma, de arranca r las espinas de los pensamientos y de colocar las piedras de las virtudes en la Sangre de Cristo. Estas las han encontrado al caminar por el puente  de Cristo crucificado, mi Hijo unigénito. Como te dije, si lo recuerdas bien, sobre el puente, o sea, e n la doctrina de mi Verdad, estaban las piedras de las virtudes, fundadas en la eficacia de su Sangre, porque por ellas os he dado la vida por la fuerza de esta Sangre. 

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

2746 

Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez por todas”, permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la “hora de Jesús” sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.

2747 

La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración “sacerdotal” de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su “paso” [pascua] hacia el Padre donde él es “consagrado” enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).

2748 

En esta oración pascual, sacrificial, todo está “recapitulado” en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.

2749 

Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la “hora de Jesús” llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.

2750 

Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él nos enseña: “Padre Nuestro”. La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).

2751 

Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el “conocimiento” indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.

214 

Dios, “El que es”, se reveló a Israel como el que es “rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad” (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). El es la Verdad, porque “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5); él es “Amor”, como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8).

218 

A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).

219 

El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16).

220 

El amor de Dios es “eterno” (Is 54,8). “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará” (Is 54,10). “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para

ti” (Jr 31,3).

221 

Pero S. Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor” (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más ntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

231 

El Dios de nuestra fe se ha revelado como El que es; se ha dado a conocer como “rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6). Su Ser mismo es Verdad y Amor.

257 

“O lux beata Trinitas et principalis Unitas!” (“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!”) (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el “designio benevolente” (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en él” (Ef 1,4-5), es decir, “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29) gracias al “Espíritu de adopción filial” (Rom 8,15). Este designio es una “gracia dada antes de todos los siglos” (2

Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

733 

“Dios es Amor” (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

2331 

“Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen … Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (FC 11).

“Dios creó el hombre a imagen suya…hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). “Creced y multiplicaos” (Gn 1,28); “el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “Hombre” en el día de su creación” (Gn 5,1-2).

2577 

De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando “se mantiene en la brecha” ante Dios (Sal 106, 23) para salvar al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.

1789 

En todos los casos son aplicables las siguientes reglas:

–Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.

–La “regla de oro”: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros” (Mt 7,12; cf. Lc 6,31; Tb 4,15).

–La caridad actúa siempre en el respeto del prójimo y de su conciencia: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia…pecáis contra Cristo” (1 Co 8,12). “Lo bueno es…no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rom 14,21).

1822 

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

1823 

Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a los suyos “hasta el fin” (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).

1824 

Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-10).

1825 

Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm 5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).

El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).

1826 

“Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy…”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma…”si no tengo caridad, nada me aprovecha” (1 Co 13,1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).

1827 

El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

1828 

La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19): O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda…y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus. prol. 3).

1829 

La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión: La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep. Jo. 10,4).

2067 

Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.

Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas…, así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en la otra (S. Agustín, serm. 33,2,2).

2069 

El Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las “diez palabras” remite a cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos tablas se iluminan mutuamente; forman una unida orgánica. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2,10-11). No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, sus criaturas. El Decálogo unifica la vida teologal y la vida social del hombre.

2347 

La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15,15), se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.

La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.

2709 

¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: “no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (vida 8). La contemplación busca al “amado de mi alma” (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.

En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II

El mandamiento fundamental

(Catequesis del Miércoles 13 de octubre de 1999, Roma)

1. En el antiguo Israel el mandamiento fundamental del amor a Dios estaba incluido en la oración que se rezaba diariamente: «El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estos mandamientos que te doy hoy. Se los repetirás a tus hijos y les hablarás siempre de ellos, cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6, 4-7)

En la base de esta exigencia de amar a Dios de modo total se encuentra el amor que Dios mismo tiene al hombre. Del pueblo al que ama con un amor de predilección espera una auténtica respuesta de amor. Es un Dios celoso (cf. Ex 20, 5), que no puede tolerar la idolatría, la cual constituye una continua tentación para su pueblo.

De ahí el mandamiento: «No tendrás otros dioses delante mí» (Ex 20, 3). Israel comprende progresivamente que, por encima de esta relación de profundo respeto y adoración exclusiva, debe tener con respecto al Señor una actitud de hijo e incluso de esposa. En ese sentido se ha de entender y leer el Cantar de los cantares, que transfigura la belleza del amor humano en el diálogo nupcial entre Dios y su pueblo.

El libro del Deuteronomio recuerda dos características esenciales de ese amor. La primera es que el hombre nunca sería capaz de tenerlo, si Dios no le diera la fuerza mediante la «circuncisión del corazón» (cf. Dt 30, 6), que elimina del corazón todo apego al pecado. La segunda es que ese amor, lejos de reducirse al sentimiento, se hace realidad «siguiendo los caminos» de Dios, cumpliendo «sus mandamientos, preceptos y normas» (Dt 30, 16). Ésta es la condición para tener «vida y felicidad», mientras que volver el corazón hacia otros dioses lleva a encontrar «muerte y desgracia» (Dt 30, 15).

2. El mandamiento del Deuteronomio no cambia en la enseñanza de Jesús, que lo define «el mayor y el primer mandamiento», uniéndole íntimamente el del amor al prójimo (cf. Mt 22, 4-40). Al volver a proponer ese mandamiento con las mismas palabras del Antiguo Testamento, Jesús muestra que en este punto la Revelación ya había alcanzado su cima.

Al mismo tiempo, precisamente en la persona de Jesús el sentido de este mandamiento asume su plenitud. En efecto, en él se realiza la máxima intensidad del amor del hombre a Dios. Desde entonces en adelante amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, significa amar al Dios que se reveló en  Cristo y amarlo participando del amor mismo de Cristo, derramado en nosotros «por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

3. La caridad constituye la esencia del «mandamiento» nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre: «El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21). El amor a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, por tanto, en la mediación de Jesús, como él mismo afirma en la oración sacerdotal: «Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta mediación se concreta sobre todo en el don que él ha hecho de su vida, don que por una parte testimonia el amor mayor y, por otra, exige la observancia de lo que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 13-14).

La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros. La capacidad de amar como Dios ama se ofrece a todo cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y resurrección.

4. La Iglesia ha expresado esta sublime realidad enseñando que la caridad es una virtud teologal, es decir, una virtud que se refiere directamente a Dios y hace que las criaturas humanas entren en el círculo del amor trinitario. En efecto, Dios Padre nos ama como ama Cristo, viendo en nosotros su imagen. Esta, por decirlo así, es dibujada en nosotros por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo. También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntimo de nuestra persona las líneas fundamentales de la respuesta cristiana. El dinamismo del amor a Dios brota de una especie de «connaturalidad» realizada por el Espíritu Santo, que nos «diviniza», según el lenguaje de la tradición oriental.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima la vida moral del cristiano, orienta y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la estructura del hombre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, «el ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino» (n. 1827). Como cristianos, estamos siempre llamados al amor.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.