Nuestra identidad miliciana tenemos que buscarla en la respuesta personal frente al ideal asumido, que supone una opción consciente, con todas sus implicancias, para el testimonio de la fe y el servicio perseverante del Bien Común de Dios y de la Patria. Pero debemos recordar siempre que donde se deposita la fe se pone el corazón, y en donde se pone el corazón se compromete la vida. Queda así signada la vida miliciana con un estilo propio que marca nuestra existencia en la cotidiana fidelidad a las promesas y fines institucionales. Un estilo que no es moda, sino modo, un estilo que es virtud, condimentado con la sal de la alegría de quien se reconoce valioso porque sirve.
– Fragmento del Preámbulo Fundamental