PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO CA. 22 de octubre de 2023 (San Mateo 22,15-21).

En los SANTOS PADRES:

Juan Crisóstomo

Sobre el Evangelio de san Mateo: Ya Él ha pagado

«Entonces se retiraron los fariseos para deliberar cómo tenderle un lazo, para cogerlo en palabras» (Mt 22,15)

Homilía 70

ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando más convenía que se arrepintieran y admiraran su bondad; cuando lo propio era temblar por las cosas futuras; cuando por lo pasado convenía dar fe a lo que luego había de venir. Hechos y discursos así lo proclamaban. Los publícanos y las meretrices habían creído; profetas y justos habían sido muertos: enseñados por esos sucesos, los judíos no debían negar su futura ruina, sino creer y arrepentirse. Pero ni así desistió su perversidad, sino que creció y fue adelante. Mas como, por temor de las turbas, no se atrevían a prenderlo, echaron por otro camino para ponerlo en peligro y hacer que se le tuviera como reo de públicos crímenes. Le enviaron a sus propios discípulos acompañados de los herodianos, que le propusieron lo siguiente: Maestro, sabemos que eres sincero, y enseñas el camino de Dios, fiel a la verdad, sin servilismos con nadie, pues no tienes acepción de personas. Dinos, pues: ¿qué opinas? ¿Es lícito pagar el tributo al César o no? Porque los judíos ya pagaban el tributo, pues su república había pasado a poder de los romanos. Y como veían que Teudas y Judas un poco antes habían perecido por cuestiones del tributo, como si prepararan una rebelión, querían hacer a Jesús sospechoso de lo mismo y por igual motivo. Por esto le enviaron a sus discípulos mezclados con soldados de Herodes, preparándole  por aquí un doble precipicio, según pensaban; y de tal modo disponían el lazo que como quiera que contestara quedara cogido por ellos; de manera que si respondía en favor de los herodianos lo acusaran ante los judíos, y si en favor de ellos mismos, los herodianos lo acusaran.

Jesús había ya pagado la didracma, pero ellos no lo sabían; y esperaban poder cogerlo de cualquier modo que respondiera. Hubieran preferido que dijera algo en contra de los herodianos Por esto envían juntamente discípulos suyos propios, que lo indujeran a ese paso con su presencia y poder así entregarlo al presidente romano como si tratara de instituir la tiranía. Así lo deja entender Lucas cuando dice que fue interrogado delante de las turbas, sin duda para que fuera de más fuerza el testimonio. Pero sucedió exactamente lo contrario, pues dieron una demostración de su necedad delante de una más amplia multitud. Observa la forma adulatoria y el dolo oculto. Dicen! Sabemos que eres sincero. Entonces ¿por qué antes clamabais que es engañador y que seduce a las turbas y que es un poseso y no viene de Dios? ¿Por qué antes andabais buscando el modo de matarlo? Proceden con él en la forma que las asechanzas les van sugiriendo.

Poco antes con arrogancia le preguntaban: ¿Con qué potestad haces esto? Mas, no lograron obtener ninguna respuesta. Ahora esperan que mediante la adulación lo ablandarán y lo inducirán a que algo diga en contrario de las leyes que estaban vigentes y al poder que los dominaba. Por esto lo llaman veraz y sincero, confesando así lo que El de verdad era. Pero no lo dicen con buenos fines ni con sinceridad, ni tampoco lo que enseguida añaden: No tienes acepción de personas. Mira cuan claro aparece que ellos anhelan implicarlo en palabras que ofendan a Herodes y lo hagan caer en sospecha de buscar la tiranía, como quien se levanta contra las leyes; y por este Camino entregarlo al suplicio debido por sedicioso y por tirano. Porque con eso de: No tienes servilismo y No miras ni tienes acepción de personas, disimuladamente se referían a Herodes y al César.

Dinos, pues: ¿qué opinas? ¿De modo que ahora honráis y tenéis por doctor al que despreciasteis y con frecuencia injuriasteis cuando trataba de vuestra salvación? De modo que también en esto anduvieron concordes Pero observa su astucia perversa. No le dicen: Dinos qué sea lo bueno, qué sea lo útil, qué sea lo legal; sino: Tú ¿qué opinas? De manera que lo único que procuraban era entregarlo y declararlo enemigo de la autoridad imperante. Dando a entender esto y demostrando el ánimo sanguinario y la arrogancia de ellos, dice que le dijeron: ¿Debemos pagar el censo al César o no debemos pagarlo? Así, mientras que simulaban reverenciar al Maestro, respiraban furor y le ponían asechanzas. ¿Qué les responde Él? ¡Hipócritas! ¿Por qué me tentáis? Advierte cómo contesta con cierta mayor acrimonia. Pues su perversidad era completa y manifiesta, con mayor acritud los punza, comenzando por confundirlos y cerrarles la boca y trayendo al medio los secretos de su corazón, para poner de manifiesto ante todos la finalidad con que se le habían acercado.

Procedía así para reprimir su maldad y para que en adelante ya no se atrevieran a tales cosas dañinas. Aun cuando las palabras eran de sumo honor, pues lo llamaban Maestro y sincero y nada servil; pero El, por ser Dios, no podía ser engañado. Podían, pues, ellos darse cuenta de que no lo decía por conjeturas cuando los increpaba, sino que aquello era señal de que conocía los secretos de sus corazones. Pero no se contentó con increparlos, cuando el reprenderles el ánimo con que lo hacían podía haber bastado para ponerles vergüenza. Pero en fin, no se detuvo aquí Jesús, sino que por otro camino les cosió la boca, diciéndoles: Mostradme la moneda del tributo. Y en cuanto se la mostraron, luego, según su costumbre, pronunció la sentencia; pero por la lengua de ellos mismos, y los obligó a declarar que sí era lícito pagar el tributo, lo cual constituyó para Él una brillante y preclara victoria. De modo que cuando les preguntaba, no les preguntaba porque El ignorara, sino para demostrarles por las palabras de ellos que eran reos.

Habiendo ellos respondido a su pregunta: ¿De quién es esta imagen?, que era la del César, El les dijo: Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Lo cual en realidad no es dar sino devolver, como lo demostraban la imagen y la inscripción de la dracma. Mas para que no objetaran que así los sujetaba a los hombres, añadió: Y lo que es de Dios, a Dios. Porque cosa lícita es dar a los hombres lo que a los hombres pertenece y dar a Dios lo que de parte de los hombres se le debe. Por lo cual dijo Pablo: Pagad a todos las deudas: A quien contribución, contribución; a quien impuesto, impuesto; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor.- Pero tú, cuando oyes: Dad al César lo que es del César, entiéndelo únicamente de las cosas que no dañan a la piedad, porque si dañan, ya no son tributo del César sino impuestos del diablo.

Cuando eso oyeron, contra su voluntad callaron y se admiraron de su sabiduría. De modo que, en consecuencia, lo conveniente era creer, quedar estupefactos. Pues al revelar los secretos del corazón de ellos, les daba una demostración de su divinidad y suavemente les cerraba la boca. Y ¿qué? ¿Acaso creyeron? De ninguna manera. Porque dice el evangelista: Y dejándolo, se fueron. Pero después de ellos se acercaron los saduceos. ¡Oh locura! Tras de haberse visto obligados a callar los otros, ahora se acercan éstos y acometen al Maestro, cuando convenía que se llegaran a Él con cierto temor. Pero así es la audacia: impudente, petulante, atrevida para intentar aun lo imposible. Por eso el evangelista, estupefacto ante tal arrogancia, lo significó diciendo: En aquel día se le acercaron. En aquel. ¿En cuál? En el mismo en que reprimió la maldad de ellos y los cubrió de vergüenza.

En los santos dominicos

Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 42

15-16. Así como sucede cuando alguno quiere detener el curso del agua que corre, que si llega a saltar la presa busca su curso por otro lado, así la malicia de los judíos, cuando se vio confundida por una parte, buscó salida por otra. Por esto dice: «Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra.». Se fueron, diré, a buscar a los herodianos. Tal fue el consejo, como tales eran los que lo dieron.

Por esto sigue: «Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas.»

Esta es la primera ficción de los hipócritas, cuando alaban a los que quieren perder; y por lo tanto, empiezan la alabanza, diciendo: «Maestro, sabemos que eres veraz…» Le llaman Maestro, para que viéndose honrado y alabado, les manifieste sencillamente los secretos de su corazón, como deseando tenerles por discípulos.

18.

«Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis?»» No les responde de la misma manera sencilla y pacífica sino que contesta según las intenciones malas de los que preguntan, porque Dios responde a los pensamientos y no a las palabras.

Les llama hipócritas porque no iban a llevar a cabo lo que pensaban hacer, sabiendo que El conoce el corazón de los hombres y que, por eso mismo, conocía sus malas intenciones. Véase aquí el porqué los fariseos le halagaban para perderle. Pero Jesús los confundía para salvarlos, puesto que para un hombre no es de ningún provecho adular mientras que sí lo es ser corregido por Dios.

San Jerónimo

16.

«Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas.”» Hacía poco que Judea había quedado sometida a los romanos por César Augusto, cuando tuvo lugar el censo de todo el mundo, y se establecieron los tributos. Por eso había en el pueblo mucho deseo de insurreccionarse. Decían unos que los romanos cuidaban de la seguridad y de la tranquilidad de todos, por cuya razón se les debía pagar el tributo; pero los fariseos, que se atribuían toda justicia, apoyaban, por el contrario, que el pueblo de Dios (que ya pagaba los diezmos, daba las primicias, y todo lo demás que estaba prescrito en la ley) no debía estar sujeto a leyes humanas. Pero César Augusto había colocado a Herodes, hijo de Antipatro, extranjero y prosélito, como rey de los judíos; el cual debía ordenar los tributos y obedecer al Imperio Romano. Por lo tanto, los fariseos envían a sus discípulos con los herodianos, esto es, o con los soldados de Herodes o con aquellos a quienes daban el apodo irónico de herodianos y trataban como no afectos al culto divino, porque pagaban sus tributos a los romanos.

17.

Esta pregunta suave y engañosa, le provoca a responder, que debe temerse más a Dios que al César; por esto dicen: Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?». Para que si dice que no deben pagarse los tributos, lo oigan enseguida los herodianos y le detengan como reo de sedición contra el emperador de Roma.

18.

«Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis?»» La primera virtud del que responde consiste en conocer las intenciones de los que preguntan y no llamarles discípulos suyos sino tentadores. Hipócrita es aquel que aparenta ser algo que no es.

19-21.

La sabiduría siempre obra de una manera sabia, y confunde con frecuencia a sus tentadores, por medio de su palabra. Por esto sigue: «»Mostradme la moneda del tributo». Ellos le presentaron un denario.» Esta clase de moneda era la que se consideraba del valor de diez monedas, y llevaba el retrato del César. Por esto sigue: «Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?»» Los que creían que la pregunta del Salvador era hija de la ignorancia y no de la deferencia, aprendan aquí cómo Jesús podía conocer la imagen que había en la moneda. Prosigue: «Dícenle: «Del César.» » Y no creemos que era César Augusto, sino Tiberio, su hijastro, en cuyo tiempo sufrió la pasión nuestro Señor. Todos los emperadores romanos, desde el primero, llamado Cayo César que se apoderó del imperio, se llamaban Césares. Prosigue: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.», esto es, la moneda, el tributo y el dinero… Las décimas, las primicias, las oblaciones y las víctimas. Así como el mismo Señor pagó al César el tributo por sí y por San Pedro, pagó también a Dios, lo que es de Dios, haciendo la voluntad de su Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 70,1-2

16.

«Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas.”» Envían a sus discípulos junto con los soldados de Herodes, para que pudiesen vituperar cualquier cosa que dijere el Salvador. Deseaban, pues, que el Señor dijere algo en contra de los herodianos, porque como temían prenderlo por temor a las turbas, querían ponerle en peligro, y hacerle aparecer como enemigo de los tributos públicos.

Esto lo decían en secreto, pero refiriéndose a Herodes y a César.

17.

 Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?» Como sabían que a algunos que habían aspirado a introducir esta discordia los habían matado, querían también hacerle caer en esta sospecha por estas palabras.

21.

 «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.» Tú también, cuando oigas: da al César lo que es del César, sabe que únicamente dice el Salvador aquello que no se opone a la piedad. Porque si hubiese algo de esto, no constituirá un tributo del César, sino del diablo. Y después, para que no digan: que los hombres no están sujetos, añade: «Y a Dios lo que es de Dios».

San Hilario, in Matthaeum, 23

21.

«Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.» Si nada hay que siendo del César se encuentre entre nosotros, no estaremos obligados a darle lo que es suyo. Por lo tanto si nos ocupamos de sus cosas, si usamos del poder que él nos concede no haremos ofensa alguna, si damos al César lo que es del César.

Conviene por lo tanto que nosotros le paguemos lo que le debemos, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios.

Orígenes, homilia 21 in Matthaeum

21.

«Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.» En esto aprendemos por el ejemplo del Salvador que no debemos atender a lo que dicen muchos so pretexto de religiosidad y que, por lo tanto, tiene algo de vanagloria, sino a lo que es conveniente, según dicta la razón. También podemos entender este pasaje en sentido moral, porque debemos dar al cuerpo algunas cosas -lo necesario- como tributo al César. Pero todo lo que está conforme con la naturaleza de las almas, esto es, lo que afecta a la virtud, debemos ofrecerlo al Señor. Los que enseñan que según la ley de Dios no debemos cuidarnos del cuerpo son fariseos, que prohíben pagar el tributo al César, como los que prohíben casarse y mandan abstenerse de comer a los que Dios ha creado. Y los que dicen que debemos conceder al cuerpo más de lo que debemos, son herodianos. Nuestro Salvador quiere que no sufra menoscabo la virtud, cuando prestamos nuestro servicio al cuerpo; ni que sea oprimida la naturaleza material, cuando nos dedicamos con exceso a la práctica de la virtud. El príncipe de este mundo, es decir, el diablo, representa al César; no podemos por lo tanto dar a Dios lo que es de Dios hasta que hayamos pagado al príncipe lo que es suyo, esto es, hasta que hayamos dejado toda su malicia. Aprendamos también aquí esto mismo que no debemos callar en absoluto en contra de los que nos tientan, ni responder sencillamente, sino con circunspección, así quitaremos la ocasión de que se quejen contra nosotros, y enseñaremos qué es lo que deben hacer para no ser dignos de reprensión los que quieren salvarse.

Glosa

16.

«Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos…»Se valieron de personas desconocidas, para engañar más fácilmente a Jesús y poderle atrapar por medio de ellas. Porque como temían a las gentes, no se atrevían a hacerlo por sí mismos.

16.

«… “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas.”» De tres modos sucede que alguno no enseñe la verdad: primeramente, por parte del que enseña, porque o desconoce la verdad, o no la estima; y en contra de esto dicen: «Sabemos que eres veraz». En segundo lugar, de parte de Dios, porque pospuesto su temor, algunos no enseñan con toda su pureza la verdad que procede de Dios, y que ellos conocen; y contra esto dicen: «Y que enseñas el camino de Dios, en verdad». Y en tercer lugar, de parte del prójimo, por cuyo temor o amor calla alguno la verdad; y para ocultar esto añaden: «Y que no te cuidas de cosa alguna», (esto es, del hombre), «porque no miras a la persona de los hombres».

En el Catecismo de la Iglesia Católica

2242

El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. «Dad […] al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt22, 21). «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29):

«Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica» (GS 74, 5).

La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.

En el Magisterio de los Papas:

Benedicto XVI, papa

Homilía (16-10-2011): Sentido teológico de la historia

Santa Misa para la Nueva Evangelización

Domingo 16 de octubre del 2011.

[…] Pasemos ahora a las lecturas bíblicas, en las que hoy el Señor nos habla. La primera, tomada del libro de Isaías, nos dice que Dios es uno, es único; no hay otros dioses fuera del Señor, e incluso el poderoso Ciro, emperador de los persas, forma parte de un plan más grande, que sólo Dios conoce y lleva adelante. Esta lectura nos da el sentido teológico de la historia: los cambios de época, el sucederse de las grandes potencias, están bajo el supremo dominio de Dios; ningún poder terreno puede ponerse en su lugar. La teología de la historia es un aspecto importante, esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, tras el nefasto periodo de los imperios totalitarios del siglo XX, necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre, pacífica, esa visión que el concilio Vaticano II transmitió en sus documentos, y que mis predecesores, el siervo de Dios Pablo VI y el beato Juan Pablo II, ilustraron con su magisterio.

La segunda lectura es el inicio de la Primera Carta a los Tesalonicenses, y esto ya es muy sugerente, pues se trata de la carta más antigua que nos ha llegado del mayor evangelizador de todos los tiempos, el apóstol san Pablo. Él nos dice ante todo que no se evangeliza de manera aislada: también él tenía de hecho como colaboradores a Silvano y Timoteo (cf. 1 Ts1, 1), y a muchos otros. E inmediatamente añade otra cosa muy importante: que el anuncio siempre debe ir precedido, acompañado y seguido por la oración. En efecto, escribe: «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones» (v. 2). El Apóstol asegura que es bien consciente de que los miembros de la comunidad no han sido elegidos por él, sino por Dios: «él os ha elegido», afirma (v. 4). Todo misionero del Evangelio siempre debe tener presente esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y su Espíritu, llamando a las personas a la fe y a la comunión en la Iglesia. Por último, san Pablo nos deja una enseñanza muy valiosa, extraída de su experiencia. Escribe: «Cuando os anuncié nuestro Evangelio, no fue sólo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción» (v. 5). La evangelización, para ser eficaz, necesita la fuerza del Espíritu, que anime el anuncio e infunda en quien lo lleva esa «plena convicción» de la que nos habla el Apóstol. Este término «convicción», «plena convicción», en el original griego, es pleroforía: un vocablo que no expresa tanto el aspecto subjetivo, psicológico, sino más bien la plenitud, la fidelidad, la integridad, en este caso del anuncio de Cristo. Anuncio que, para ser completo y fiel, necesita ir acompañado de signos, de gestos, como la predicación de Jesús. Palabra, Espíritu y convicción —así entendida— son por tanto inseparables y concurren a hacer que el mensaje evangélico se difunda con eficacia.

Nos detenemos ahora en el pasaje del Evangelio. Se trata del texto sobre la legitimidad del tributo que hay que pagar al César, que contiene la célebre respuesta de Jesús: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21). Pero antes de llegar a este punto, hay un pasaje que se puede referir a quienes tienen la misión de evangelizar. De hecho, los interlocutores de Jesús —discípulos de los fariseos y herodianos— se dirigen a él con palabras de aprecio, diciendo: «Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie» (v. 16). Precisamente esta afirmación, aunque brote de hipocresía, debe llamar nuestra atención. Los discípulos de los fariseos y los herodianos no creen en lo que dicen. Sólo lo afirman como una captatio benevolentiae para que los escuche, pero su corazón está muy lejos de esa verdad; más bien quieren tender una trampa a Jesús para poderlo acusar. Para nosotros en cambio, esa expresión es preciosa y verdadera: Jesús, en efecto, es sincero y enseña el camino de Dios según la verdad y no depende de nadie. Él mismo es este «camino de Dios», que nosotros estamos llamados a recorrer. Podemos recordar aquí las palabras de Jesús mismo, en el Evangelio de san Juan: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (14, 6). Es iluminador al respecto el comentario de san Agustín: «era necesario que Jesús dijera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» porque, una vez conocido el camino, faltaba conocer la meta. El camino conducía a la verdad, conducía a la vida… y nosotros ¿a dónde vamos sino a él? y ¿por qué camino vamos sino por él?» (In Ioh 69, 2). Los nuevos evangelizadores están llamados a ser los primeros en avanzar por este camino que es Cristo, para dar a conocer a los demás la belleza del Evangelio que da la vida. Y en este camino, nunca avanzamos solos, sino en compañía: una experiencia de comunión y de fraternidad que se ofrece a cuantos encontramos, para hacerlos partícipes de nuestra experiencia de Cristo y de su Iglesia. Así, el testimonio unido al anuncio puede abrir el corazón de quienes están en busca de la verdad, para que puedan descubrir el sentido de su propia vida.

Una breve reflexión también sobre la cuestión central del tributo al César. Jesús responde con un sorprendente realismo político, vinculado al teocentrismo de la tradición profética. El tributo al César se debe pagar, porque la imagen de la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por tanto, a él, y sólo a él, cada uno debe su existencia. Los Padres de la Iglesia, basándose en el hecho de que Jesús se refiere a la imagen del emperador impresa en la moneda del tributo, interpretaron este paso a la luz del concepto fundamental de hombre imagen de Dios, contenido en el primer capítulo del libro del Génesis. Un autor anónimo escribe: «La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad… Por tanto, da tu riqueza material al César, pero reserva a Dios la inocencia única de tu conciencia, donde se contempla a Dios… El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria» (Anónimo, Obra incompleta sobre Mateo, Homilía 42). Y san Agustín utilizó muchas veces esta referencia en sus homilías: «Si el César reclama su propia imagen impresa en la moneda —afirma—, ¿no exigirá Dios del hombre la imagen divina esculpida en él? (En. in Ps., Salmo 94, 2). Y también: «Del mismo modo que se devuelve al César la moneda, así se devuelve a Dios el alma iluminada e impresa por la luz de su rostro… En efecto, Cristo habita en el interior del hombre» (Ib., Salmo 4, 8).

Esta palabra de Jesús es rica en contenido antropológico, y no se la puede reducir únicamente al ámbito político. La Iglesia, por tanto, no se limita a recordar a los hombres la justa distinción entre la esfera de autoridad del César y la de Dios, entre el ámbito político y el religioso. La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad, el derecho de Dios sobre lo que le pertenece, es decir, nuestra vida.

[…]

Queridos hermanos y hermanas, vosotros estáis entre los protagonistas de la nueva evangelización que la Iglesia ha emprendido y lleva adelante, no sin dificultad, pero con el mismo entusiasmo de los primeros cristianos. En conclusión, hago mías las palabras del apóstol san Pablo que hemos escuchado: doy gracias a Dios por todos vosotros. Y os aseguro que os llevo en mis oraciones, consciente de la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Ts 1, 3). La Virgen María, que no tuvo miedo de responder «sí» a la Palabra del Señor y, después de haberla concebido en su seno, se puso en camino llena de alegría y esperanza, sea siempre vuestro modelo y vuestra guía. Aprended de la Madre del Señor y Madre nuestra a ser humildes y al mismo tiempo valientes, sencillos y prudentes, mansos y fuertes, no con la fuerza del mundo, sino con la de la verdad. Amén.

Congregación para el Clero

Homilía: Sentido teológico de la historia. Santa Misa para la Nueva Evangelización

En el pasaje evangélico que la Liturgia nos presenta este Domingo, el Señor se dirige a nosotros en distintos planos: desde su actitud e infinita paciencia que manifiesta a sus interlocutores; desde el contenido mismo de su respuesta; desde la clara indicación de método que en ella se presenta. Vamos a detenernos especialmente en este último aspecto: la indicación sobre el método.

Se le pregunta y se le pone a prueba en relación con las llamadas «cuestiones temporales». El Verbo encarnado no inventa una nueva doctrina, no revoluciona el orden de las cosas, no pretende el reconocimiento abstracto de su propia divina Realeza, sino que, sencillamente, lleva a sus adversarios a «leer» la realidad, la realidad misma en la cual Él, que es verdadero Dios, ha querido entrar definitivamente como verdadero hombre.

«Enseñadme la moneda del tributo». Para comprender el real valor de las cosas, de las relaciones interpersonales, de los propios deberes y responsabilidades, para recibir la respuesta auténtica a cada pregunta, el método es uno solo: presentar cada realidad a la mirada de Cristo. Haciéndolo así no se recibirá una indicación extraña a la inteligencia humana. Los mismos fariseos y herodianos que interrogaban a Jesús, no recibieron de Él una respuesta basada sobre criterios nuevos y desconocidos, que podría ser rechazada por ellos como incomprensible o subversiva del orden constituido.

«Él les preguntó: ¿de quién es esta imagen y esta inscripción? – Del César, contestaron». Cristo no le responde al hombre saltando por encima de su inteligencia y libertad, sino, más bien, a través de ellas. Al mismo tiempo, no obstante, la verdad y profundidad de su respuesta son siempre increíblemente nuevas. «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». Él les pide que le muestren la realidad en cuestión –la moneda del tributo-, para después guiar a los presentes a la observación simple y atenta de ese objeto. Cristo no ofrece doctrinas nuevas, en virtud de su Sabiduría divina, ni quiere sobrepasar a los hombres en virtud de su perfección humana. Él decide vivir desde dentro nuestra propia condición, para llevarnos como de la mano al real significado de las cosas que nos rodean, a la verdad de nuestro corazón y de todo nuestro ser, a la verdad del prójimo, a la Verdad última que sostiene todo y que es Dios: hasta alcanzar una familiaridad «ontológica» con Él, que es llegar a participar de su misma filiación divina.

«¿De quién es esta imagen y esta inscripción?» ¿Dónde podemos experimentar hoy una compañía tal en nuestra existencia, que alcanza a ofrecer el propio amor a cada hombre, incluso al más hostil? ¿Dónde podemos experimentar al Emmanuel, el Dios-con-nosotros que, poniéndose a nuestro lado, camina con nosotros para llevarnos, a través de su humanidad perfecta, al océano eterno de la Divinidad? ¿Dónde permanece hoy la presencia de Cristo, que sigue dirigiéndole a los hombres la misma pregunta: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?».

Es en la unidad de quienes Él ha querido asociar a Sí mismo, como los sarmientos a la vid, donde Él continúa presente y operante en la historia de la humanidad. Es en la comunidad de los creyentes, regenerados a una Vida nueva en el Bautismo, conformados cada vez más a su Corazón adorable, a través de la comunión del Pan eucarístico y guiados en el camino por el «dulce Cristo en la tierra», el Sucesor de Pedro, que Él recuerda a los hombres: «Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Pero, ¿qué es lo que pertenece al César? ¿Qué es lo que él puede, también hoy, reclamar a los hombres? Puede exigir el tributo; el respeto por su autoridad, indispensable para la convivencia; la colaboración en favor de la paz social, que permite al hombre cumplir con las exigencias propias de su altísima dignidad. Esta colaboración se presta con la honradez de la propia vida y la obediencia, en las materias legales-administrativas que están «disponibles» a la voluntad del legislador.

¿Y qué es lo que pertenece a Dios? ¿En dónde está impresa su imagen y la inscripción? Todo, también el César, es decir, la autoridad, que nunca está solamente más allá de cada uno para servir al pueblo, sino que con cada uno y con el pueblo, está «bajo el Cielo», bajo la mirada de Dios, teniendo como coordenadas de la propia actuación la naturaleza y la razón. Como afirmaba Tertuliano: «¡Es grande el emperador porque es más pequeño que el Cielo!».

El hombre, pues, tiene como coordenadas fundamentales para comprender qué es lo justo, la ley natural, que está inscrita en las cosas, y la inteligencia, capaz de reconocerla. Como ha enseñado recientemente el Santo Padre Benedicto XVI en su visita al Parlamento federal, en el Reichstag de Berlín: «Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?», dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, los alemanes, (…) hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada (…)Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente».

Queridos hermanos, miremos el mandamiento de amor que Cristo nos ha dado en la misma comunión con la vida divina; seamos promotores auténticos de los «derechos de Dios», sin relativismos ni anarquías, sino conscientes de la única verdadera dependencia que anima y sostiene toda la realidad: la dependencia de Dios, Creador y Redentor. Y repitamos al mundo, junto con la Santísima Virgen: «Familia de los pueblos, dad al Señor la gloria de su nombre».