PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CA. 15 de octubre de 2023 (San Mateo 22, 1-14).

En los SANTOS PADRES:

San Juan Crisóstomo

El banquete de bodas del hijo del rey.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 69, 1-2, BAC Madrid 1956 (II), p.

404-412.

COMPARACIÓN DE ÉSTA Y LA ANTERIOR PARÁBOLA

Mirad en ésta y en la anterior parábola la diferencia que va entre los siervos y el hijo. Mirad el grande

parentesco que hay entre una y otra parábola, a par que su grande diferencia. Porque también ésta pone de manifiesto la gran longanimidad y providencia de Dios a par que la ingratitud de los judíos; pero contiene algo que no contiene la anterior. Porque ésta pronostica, la ruina de los judíos y la vocación de los gentiles; pero juntamente con eso nos muestra la necesidad de la perfección de la vida y cuán grande castigo espera a los negligentes. Y muy a propósito viene ésta después de aquélla. Porque como en la primera había dicho el Señor: Será dada la viña a un pueblo que dé los frutos de ella, aquí declara ya qué pueblo sea ése. Aunque no es eso sólo, sino que también aquí se da una prueba de providencia inefable para con los judíos. Porque allí se ve que los llama antes de la cruz; pero aquí insiste en su intento de atraérselos aun después de haber sido por ellos crucificado. Y cuando hubiera debido infligirles el más duro castigo, entonces es cuando justamente los llama y convida al banquete de bodas y los honra con el más alto honor. Y notad cómo allí, lo mismo que aquí, no son las naciones las que invita primero, sino los judíos. Allí, cuando no quisieron recibirle, antes bien le asesinaron, entonces es cuando entregó a otros la viña; y aquí, cuando ellos se negaron

a asistir al banquete de bodas, entonces es cuando llamó a otros. Ahora bien, ¿puede haber ingratitud mayor que ser convidados a bodas y rechazar la invitación? Porque ¿quién no iría de buena gana a unas bodas, y bodas de un rey, y de un rey que apareja el banquete en honor de su hijo?

POR QUÉ SE HABLA DE BODAS EN ESTA PARÁBOLA

¿Y por qué—me dices—se habla aquí de bodas? —Porque nos demos cuenta de la solicitud de Dios, del amor que nos tiene, de la alegría de su llamamiento, pues nada hay aquí triste ni sombrío, sino que todo rebosa espiritual alegría. De ahí que Juan llame esposo a Cristo3 y que Pablo mismo diga: Os he desposado con un solo varón. Y: Este misterio es grande; pero yo hablo en relación a Cristo y a la Iglesia. Entonces, ¿por qué no se dice que la esposa se desposa con el Padre mismo, sino con el Hijo? -Porque la que se desposa con el Hijo se desposa también con el Padre. La Escritura habla indiferentemente de eso, por la unidad de sustancia del Padre y del Hijo. Por aquí proclamó también el Señor su resurrección. Como antes había hablado de su muerte, ahora hace ver que después de la muerte habrá bodas y habrá esposo. Más ni por ésas se mejoraron ni ablandaron los judíos. ¿Puede darse maldad más grande? A la verdad, ésta, era su tercera culpa. La primera fue haber matado a los profetas; la segunda, al hijo; la tercera, que, después de haberlo matado, y cuando el mismo qué mataron los llamó a sus bodas, no quisieron acudir. Y allá se fingen sus pretextos: unas yuntas de bueyes, sus mujeres, sus campos. Sin embargo, parecen pretextos razonables. Más de ahí hemos de aprender que, por necesarias que sean las cosas que nos retienen, a todo debe anteponerse lo espiritual. Y los llama no de repente, sino con mucho tiempo de anticipación. Porque: Decid—dice—a los convidados. Y luego: Llamad a los convidados. Lo cual agrava la culpa de los judíos. —Y ¿cuándo fueron llamados? —Fueron llamados por los profetas todos, luego por Juan Bautista, pues éste remitía a Cristo a cuantos a él acudían, diciendo: Es menester que El crezca y yo mengüe. Finalmente, por el mismo Hijo: Venid a mí—dice—todos los que trabajáis y estáis cargados y yo os aliviaré. Y otra vez: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. Y no los llamaba sólo con sus palabras, sino también con sus obras. En fin, después de su ascensión a los: cielos, los llamó por medio de Pedro y los otros apóstoles: Porque el que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión—dice Pablo—, me la dio también a mí para las naciones. Ya que al ver al Hijo se irritaron y lo mataron, los vuelve a llamar por medio de los criados. ¿Y para qué los llama? ¿Acaso para trabajos, fatigas y sudores? No, sino para placer, Porque: Mis toros—dice— y los animales de cebo han sido sacrificados. ¡Qué espléndido banquete! ¡Qué magnificencia! Más ni esto los hizo entrar dentro de sí mismos. No. Cuanto mayor era la paciencia de Dios, más se endurecían ellos.

Porque no es que no fueran al banquete por hallarse ocupados, sino porque eran negligentes. ¿Cómo es, pues, que unos alegan sus yuntas de bueyes, otros sus casamientos? No hay duda que son ocupaciones. ¡De ninguna manera! Porque, cuando lo espiritual nos llama, no hay ocupación alguna necesaria. A mi parecer si alegaron esos pretextos fue para echar un velo y tapadura a su propia pereza. Pero no fue sólo lo malo que no acudieron al banquete, sino que—y esto es mucho más grave y supone mayor locura—se apoderaron de los que fueron a invitarlos y los maltrataron y hasta les quitaron la vida. Esto es peor que lo primero. Los criados de la parábola de la viña vinieron a reclamar la renta y fueron degollados; éstos vienen a convidar a las bodas del mismo hijo, que había sido también muerto, y son también asesinados. ¿Cabe locura más grande? Es lo que Pablo les recriminaba, diciendo: Ellos que, después de haber muerto al Señor, y a sus propios profetas, nos persiguen también a nosotros. Luego, porque no dijeran: “Es un contrario de Dios, y por eso no acudimos a la boda”, mira lo que dicen los invitantes: es el Padre quien apareja el banquete y Él mismo quien os convida.

¿Qué pasa, pues, después de esto? Ya que no sólo no habían querido aceptar la invitación, sino que mataron a quienes fueron a llevársela, el rey pegó fuego a las ciudades de ellos y, enviando sus ejércitos, los pasó a cuchillo. Con estas palabras les declara de antemano lo que había de suceder en tiempo de Vespasiano y Tito. Y como quiera que al no creerle a él ofendieron también al Padre, Él mismo es también quien toma venganza de ellos. Por esto justamente la toma de la ciudad no sucedió inmediatamente de haber dado la muerte a Cristo, sino cuarenta años más tarde—buena prueba de la longanimidad de Dios—, cuando ya habían asesinado a Esteban, pasado a cuchillo a Santiago y maltratado a los apóstoles, ¡Mirad la verdad y rapidez de los hechos! Porque todo sucedió cuando aún vivía Juan Evangelista y muchos de los que habían tratado a Cristo y los mismos que oyeron sus palabras fueron testigos de los hechos. Mirad, pues, la inefable bondad de Dios. Él plantó la viña, Él lo hizo y preparó cumplidamente todo. Asesinados sus criados, todavía envió otros. Pasados también éstos a cuchillo, envía a su propio Hijo. Asesinado también éste, todavía los llama a banquete de bodas, y ¡ellos no quisieron asistir! Luego les envía otros criados, y también a éstos

matan. Sólo entonces, cuando se ve que su enfermedad es incurable, se decide a aniquilarlos.

Porque que su enfermedad era incurable, no sólo lo demuestran esos hechos, sino el de que, habiendo creído las rameras y los publicanos, ellos cometieron todos esos crímenes. De suerte que los judíos quedan condenados no sólo por los crímenes por ellos cometidos, sino también por las buenas obras que otros practican. Más si alguno objetara que los gentiles no fueron llamados cuando los apóstoles fueron azotados y sufrieron otras infinitas vejaciones, sino inmediatamente después de la ascensión, pues entonces les dijo el Señor: Marchad y haced discípulos míos en todas las naciones, a ello podemos responder que no; tanto antes como después de la cruz, los judíos fueron los primeros a quienes Él habló. En efecto, antes de la cruz, les dice a sus discípulos: Marchad a las ovejas perdidas de la casa de Israel11. Y después de la cruz, no sólo no les prohibió, sino que más bien les mandó que a ellos se dirigieran los primeros. Porque no dijo sólo: Haced discípulos míos a todos los pueblos, sino que, estando para subir al cielo, dio a entender que a los judíos hablarían primero. Porque: Recibiréis-les dice-la fuerza del Espíritu, que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén y en toda la Judea y hasta lo último de la tierra12. Y Pablo a su vez: El que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión, me la ha dado también a mí para las naciones.

De ahí que los apóstoles fueran ante todo a los judíos, y después de haber vivido mucho tiempo en Jerusalén, luego, expulsados por los mismos judíos, se dispersaron por las naciones.

“ID POR LOS CRUCES DE CAMINOS”

Más considerar también aquí la generosidad del Señor: Cuantos hallareis-dice-llamadlos a las bodas.

Antes de esto, como he dicho, los apóstoles hablaban a par a judíos y gentiles, permaneciendo durante mucho tiempo en la Judea: más como se obstinaban en armarles asechanzas, escuchad cómo interpreta Pablo esta parábola, diciendo así: A vosotros era menester ante todo hablaros la palabra de Dios; pero ya que vosotros os habéis juzgado indignos a vosotros mismos, he aquí que nos volvemos a las naciones. De ahí que diga aquí el Señor mismo: El banquete de bodas está preparado, pero los convidados no eran dignos. Ahora bien, eso lo sabía Él muy bien antes de que sucediera. Más para no dejarles pretexto alguno de desvergonzada contradicción, aun sabiéndolo, a ellos fue primero y a ellos envió sus criados. Con lo cual quería ciertamente taparles a ellos la boca; pero también enseñarnos a nosotros a cumplir lo que depende de nosotros, aun cuando nadie hubiere de sacar provecho alguno. Como quiera, pues, que no eran dignos: Marchad-dice-a los cruces de caminos y llamad a cuantos hallareis. A la gente cualquiera, a los más abyectos. Muchas veces había dicho el Señor que las rameras y publicanos heredarían el reino de los cielos15, que los primeros serían los últimos, y los últimos los primeros16 y ahora hace ver cuán justamente había de ser así. Y eso era lo que más que nada picaba a los judíos, eso había de escocerles más, y mucho más, que la misma ruina de su ciudad: ver que en lugar suyo entraban en el banquete los gentiles.

LA VESTIDURA NUPCIAL

Luego, porque tampoco éstos pongan su confianza en la sola fe, les habla también del juicio, que se hará sobre las malas obras, a fin de que quienes no habían aún creído, se acercaran a la fe, y los que ya creían pusieran todo cuidado en su vida.: Porque la vestidura de que habla la parábola, la vida y las obras quiere decir. Realmente, el llamamiento fue obra de la gracia. — ¿Cómo, pues, nos habla de perfección de vida? —Porque, sí, el ser llamados y purificados fue obra de la gracia; pero que el llamado y vestido de ropas limpias las conserve constantemente limpias, eso pertenece ya a su propia diligencia. Ciertamente, el ser llamado no fue por propio mérito, sino de gracia. Luego había que corresponder a la gracia con la obediencia, y no, después de tanto honor, cometer tamaña maldad. —Pero yo—me dices—no he recibido tantos beneficios cromo los judíos. —A la verdad, mayores los has recibido. Porque lo que durante tanto tiempo les fue preparado a ellos, tú lo has recibida de golpe, sin merecerlo. De ahí que dijera Pablo: Más las

naciones, que glorifican a Dios por, su misericordia. Porque lo que a ellos les debía, tú lo has recibido. De ahí que es también muy grande el castigo reservado a quienes hubieren sido negligentes. Porque, así como los judíos ofendieron a Dios por no haber acudido al banquete, así también tú por haberte sentado a la mesa con una vida corrompida. Porque haber estado con vestidos sucios, no otra cosa quiere decir sino salir de este mundo con vida impura. Por eso enmudeció—dice el evangelista—el pobre convidado con ropa sucia. Mirad cómo, aun siendo tan evidente el caso, el Señor no le castiga hasta que el mismo pecador no pronuncia su sentencia. En efecto, por el mismo hecho de no tener qué replicar, se condenó a sí mismo, y entonces es arrebatado para los suplicios inexplicables. Porque, oyendo hablar de tinieblas, no os imaginéis que se le castiga sólo mandándole a un lugar oscuro. En ese lugar hay también llanto y crujir de dientes; palabras con que nos quiere dar a entender tormentos insoportables. Escuchad vosotros que, después de haber participado de los divinos misterios y asistido al banquete de bodas, vestís vuestra alma de sucias acciones. Escuchad de dónde fuisteis llamados: de un cruce de caminos. ¿Y qué erais entonces? Cojos y mutilados de alma, que es mucho peor que serlo de cuerpo. Respetad la benignidad del que os ha llamado y nadie venga con vestidos sucios. Cuidemos diligentemente de la ropa de nuestra alma.

En los santos dominicos

Santa Catalina de Siena

El Diálogo de la Divina Providencia N° 155 La obediencia es llave que abre el Cielo. —Debe tenerse en la cintura, atada a un cordelito. —S u excelencia

Después de haberte manifestado dónde puedes encontrar la obediencia, de dónde procede, quién es su compañera y por quién es alimentada, te hablaré ahora de los obedientes y de los desobedientes a la vez y de la obediencia en general y en particular, o sea, de la que se refiere a los mandamientos y consejos.

Toda vuestra fe se halla fundada en la obediencia y por ella demostráis si sois fieles. Mi verdad os ha propuesto a todos, en general, los mandamientos de la ley. El principal de ellos es amarme sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos. Con este mandamiento se encuentran unidos los demás tan perfectamente, que no se puede observar uno sin que se observen todos, no se puede abandonar uno sin hacerlo con los demás ‘. Quien observa estos dos, observa todos los demás, es fiel a mí y al prójimo, me ama a mí y pertenece en el amor a mi criatura. Por eso, el obediente cumple los mandamientos de la ley respecto del prójimo en atención a mí, y con humildad soporta los trabajos y calumnias que vienen del prójimo. Esta obediencia es tan excelente, que por ella habéis recibido todos la gracia, y, por el contrario, por la desobediencia habéis obtenido la muerte. Pero no sería suficiente que la obediencia se diera sólo en el Verbo y que vosotros ahora no la practicaseis. Te dije que era una llave que abrió el cielo. Esa llave la puso Cristo en manos de su vicario; éste la pone en manos de cada uno de los que han recibido el santo bautismo, en el que se

promete renunciar al demonio, al mundo, a las vanidades y delicias. Cuando promete obedecer, recibe la llave de la obediencia. De modo que cada uno la tiene en particular y es la misma llave del Verbo. Si el hombre no camina a la luz de la fe y con la mano del amor para abrir con ella la puerta del Cielo, nunc a entrar á en él, aunque haya sido abierta por el Verbo, porque yo os he creado sin vosotros, sin que nunca lo hubieseis pedido, porque os amé antes de que existieseis, pero no os salvaré sin vosotros.

Por tanto, os es necesario llevar la llave en la mano y que caminéis y no os sentéis; andar por el camino de mi Verdad y no sentarse, es decir, no poner el afecto en las cosas finitas, como hacen los necios, que siguen al hombre viejo, su primer padre, haciendo lo que él hizo, que arrojó la llave de la obediencia al lodo de la inmundicia, la hizo pedazos con el martillo de la soberbia y permitió que se llenara de herrumbre con el amo r propio. Pero después vino el Verbo, mi Hijo unigénito, que tomó esta llave de la obediencia en su mano, la purificó en el fuego de la caridad divina, la sacó del lodo, la lavó con su sangre, la enderezó con el cuchillo de la justicia, colocando vuestras maldades sobre el yunque de su propio cuerpo. Tan perfectamente la recompuso, que tanto, como el hombre la estropee, tanto la puede recomponer con su libre albedrío, mediando mi gracia. ¡Oh hombre ciego, más que ciego, que, una vez que has estropeado la llave de la obediencia, ni siquiera te preocupas de arreglarla! ¿Crees que la desobediencia, que cerró el Cielo, será la que te lo abra? ¿Crees que la soberbia, que os hace caer del Cielo, os va a hacer subir a él? ¿Crees entrar en las bodas con el vestido desgarrado y sucio? ¿Crees poder caminar estando sentado y metiéndote en el légamo del pecado mortal, o que puedes abrir la puerta sin llave? No te lo imagines, porque tu

imaginación quedaría frustrada. Es preciso que te liberes del pecad o mortal por la santa confesión, contrición de corazón y satisfacción, con propósito de no ofender más. Entonces arrojas a tierra el vestido sucio y feo, corres con el Vestido de bodas, con la luz y con la llave de la obediencia en mano par a abrir la puerta. Ata, ata esta llave con la cuerda de la consideración de tu ruindad y desprecio de ti mismo y del mundo. Átala agradándome a mí, tu Creador, con quien debes hacer un cíngulo y ceñirte para que n o la pierdas.

Sabe, hija mía, que son muchos los que han tomado la llave de la obediencia porque han visto con la luz de la fe que de otro modo no pueden combatir la eterna condenación. Pero tienen la llave en la mano sin el cíngulo ceñido y sin cuerda, es decir, que no se visten completamente del deseo de agradarme, sino que se dan gusto a sí mismos. No han puesto el cordón del deseo de que se les

tenga por viles, sino, más bien, se deleitan en la alabanza de los hombres. Estos son a propósito para perder la llave, y, si no tienen cuidado, la perderán muchas veces al aflojar la mano del deseo. La llave extraviada, queriendo encontrarla, la podrán recobrar mientras vivan, y, no queriéndolo, no la recuperarán jamás. ¿Quién les mostrará que la han perdido? La impaciencia, y como la paciencia estaba unida con la obediencia, al no ser paciente, queda patente que la obediencia no se halla en el alma. ¡Oh, cuan dulce y gloriosa es esta virtud, en la que se encuentran todas las demás, porque es concebida y dada a luz por la caridad! En ella está fundada la roca de la santísima fe. El que esté desposado con esta reina no siente mal alguno: percibe paz y quietud. No le pueden dañar las olas del mar tempestuoso ni tempestad alguna; ni siente enojo en el tiempo de la injuria, porque quiere obedecer y sabe que se le ha mandad o perdonar; no sufre si no se satisfacen sus apetitos, porque la obediencia le hace orientar sus deseos a mí, que puedo, sé y quiero complacer sus deseos. Ella lo ha despojado de las alegrías mundanas. De este modo, en todas las cosas, que llevaría largo tiempo en enumerar, encuentra paz y quietud, habiendo tomado a esta reina por esposa, la que yo te he dad o como llave. ¡Oh obediencia, que navegas sin trabajo y alcanzas sin peligro el puerto de la salvación! ¡Te pareces al Verbo de mi unigénito Hijo: subes a la navecilla de la santísima Cruz, disponiéndote a sufrir antes que transgredir la obediencia del Verbo o abandona r sus enseñanzas; haces de ella una mesa donde tomas el alimento del alma permaneciendo en la dilección del prójimo! Tú te hallas ungida con la verdadera humildad, y por eso n o apeteces las cosas de tu prójimo que no están conforme s con mi voluntad. Ere s recta, sin recoveco alguno, porque haces al corazón recto y no fingido, amando a mi criatura con naturalidad y sin simulación.

Eres una aurora que lleva contigo la gracia divina; un sol que calienta, porque no te encuentras privada del calor de la caridad. Haces que la tierra fructifique, esto es, que los instrumentos del alma y del cuerpo produzcan un fruto que tiene vida en sí y en el prójimo.

Estás completamente alegre, porque tu rostro no se ha turbado por la impaciencia; estás serena y con fortaleza. Eres grande en la prolongada perseverancia; tan grande que participas del Cielo y de la tierra, porque con ella se quita el cerrojo del Cielo. Eres una margarita escondida y desconocida, pisoteada por el mundo, pues te presenta s como vil, sometiéndote a las criaturas. Tan extensos son tus dominios, que nadie puede ser tu señor, porque te has librado de la mortal servidumbre de los propios sentidos, que te privaban de tu dignidad.

En el Catecismo de la Iglesia Católica

543

Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece

hasta el tiempo de la siega (LG 5).

544

El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para “anunciar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de “ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3); a los “pequeños” es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31- 46).

545

Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores”

(Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero

les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-

32) y la inmensa “alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida “para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).

546

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-

34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos” (Mt 13, 11). Para los que están “fuera” (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10- 15).

1402

En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: “O sacrum convivium in quo

Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur” (“¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura”). Si la Eucaristía es el

memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados “de toda bendición celestial y gracia” (MR, Canon Romano 96: “Supplices te rogamus”), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.

1403

En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: “Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día

en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25).

Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia “el que viene” (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: “Maran atha” (1 Co 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20), “que tu gracia venga y que este mundo pase” (Didaché 10,6).

1404

La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía “expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi” (“Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo”, Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar “en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro” (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).

1405

De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, “se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3) y “partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre” (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).

En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, Papa

Homilía (11-10-1981): Descubrir la profundidad de la llamada

Visita Pastoral a la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva de Castelgandolfo

Sunday 11 de October de 1981

La liturgia de hoy, con las palabras del Salmo 23, habla del Señor que es el Pastor de su pueblo, Pastor de cada una de las almas: realmente el Buen Pastor.

Él es quien garantiza a su grey, que somos nosotros, la abundancia y la seguridad de los pastos de su gracia. Por esto, el Señor es la fuente de nuestra alegría: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo” (Sal 23, 4). Bajo su guía estamos tranquilos y avanzamos decididamente por el camino de nuestra vida y de nuestras responsabilidades.

3. San Pablo en la Carta a los Filipenses traduce, en cierto sentido, el texto del antiguo Salmo a la lengua del Nuevo Testamento, cuando escribe: “En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús” (Flp 4, 19).

¡Os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a vivir la misma fe del Apóstol! ¡Busquemos esta riqueza que Dios ofrece a los hombres en Jesucristo! Sepamos repetir con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13).

Por desgracia, hoy, muchos hombres no parecen tener el sentido de las riquezas espirituales que se derivan de la comunión con el Señor. Muchos son seducidos por una actitud materialista y laicista, que no quiere darse cuenta de esta dimensión superior del hombre. Es necesario estar en guardia ante estas perspectivas secularizantes. Por esto es necesaria una conversión continua de la mente y del corazón. Sólo así las riquezas de Dios, ofrecidas a los hombres en Cristo, se revelan cada vez más plenamente a la mirada de nuestras almas.

4. Y por esto también, con la ocasión de la visita de hoy a vuestra parroquia, deseo a cada uno y a todos que ante la invitación al “banquete de la boda de su hijo”, no os comportéis como hemos escuchado en el Evangelio.

Efectivamente, los primeros invitados “no quisieron ir” (Mt 22, 3); después, otros “no hicieron’ caso” (ib., 22, 5); otros hasta insultaron o mataron a los criados que llevaban la invitación (cf. ib., 22, 6). Todos ellos, en realidad “no se lo merecían” (ib., 22, 8), probablemente porque con inaudita presunción y autosuficiencia juzgaron el banquete inútil o, al menos, inferior a las propias exigencias y pretensiones. En efecto, fueron los pobres quienes aceptaron la invitación, aquellos que estaban parados “en los cruces de los caminos… buenos y malos” (ib., 22, 9. 10), esto es, aquellos que en su humildad conocieron la riqueza inmerecida del don de Dios y lo aceptaron con sencillez. Es preciso que también nosotros seamos ante todo conscientes de la invitación a una comunión transformante con el Señor, invitación que se nos hace por la Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia; y, además, que sepamos acogerla con todo el corazón, con plena disponibilidad, en la certeza de que el Señor sólo quiere nuestra promoción, nuestra salvación. Finalmente, como sugiere la alegoría del traje nupcial con la que se concluye la parábola, también estamos llamados a presentarnos al Señor llevando un traje adecuado; consiste en las buenas obras que deben acompañar nuestra fe, como nos advierte el mismo Jesús: “Si vuestra justicia (esto es, vuestra vida real) no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (ib., 5, 20). Pero si esto se realiza, entonces la fiesta es plena e intensa.

5. Pienso que los deseos qué presento hoy a la parroquia… a todos sus feligreses, se resumen del modo mejor y más incisivo en las palabras que hemos escuchado juntos en el canto del “Alleluia”: “El Padre de nuestro Señor Jesucristo nos dé espíritu de sabiduría para que podamos conocer cuál es la esperanza de nuestra llamada” (cf. Ef 1, 17-18).

Permitidme que con estas palabras de San Pablo exprese todo lo que, en mi corazón, siento por vosotros, queridos hermanos y hermanas, que vivís aquí… en la perspectiva de la Asunción de la Madre de Dios. A Ella me dirijo también con oración ferviente, para que os ayude en el cumplimiento de estos santos deseos. Amén.