Preparación opcional – Lectio 26 de mayo de 2019

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL  VI DOMINGO DE PASCUA. 26 de mayo de 2019 (San Juan 14,23-29).

-En los Santos Padres:

San Juan de Ávila

Sermón: Jamás te dejará si tú no le dejas

«Le pediré al Padre, y Él os dará otro Defensor que estará siempre con vosotros» (Jn 14,16)

Sobre el Espíritu Santo, n. 30, 4

Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, el Espíritu Santo consuela y alegra. ¿Qué pides? ¿Qué buscas? ¿Qué quieres más? ¡Que tengas tú dentro de ti un consejero, un administrador, uno que te guíe, que te aconseje, que te esfuerce, que te encamine, que te acompañe en todo y por todo! Finalmente, si no pierdes la gracia, andará tan a tu lado, que nada puedas hacer, ni decir, ni pensar que no pase por su mano y santo consejo. Será tu amigo fiel y verdadero; jamás te dejará si tú no le dejas.

Así como Cristo, estando en esta vida mortal, obraba grandes sanidades y misericordias en los cuerpos de los que lo habían necesitado y lo llamaban, así este Maestro y Consolador obra estas obras espirituales en las ánimas donde Él mora. Sana los cojos, hace oír a los sordos, da vista a los ciegos, encamina a los errados, enseña a los ignorantes, consuela a los tristes, da esfuerzo a los flacos. Como Cristo andaba entre los hombres haciendo estas tan santas obras, y así como estas obras no las pudiera hacer si no fuera Dios, y las hizo en aquel hombre y las llamamos obras que hizo Dios y hombre, así estas otras que hace acá el Espíritu Santo en el corazón donde mora, las llamamos obras del Espíritu Santo con el hombre como menos principal. ¿No se llama desdichado y malaventurado quien no tiene esta unión, quien no tiene tal huésped en su casa? Decidme, ¿lo habéis recibido? ¿Lo habéis llamado? ¿Le habéis importunado que venga? ¡Que Dios sea con vosotros! no sé cómo vosotros podéis vivir sin tanto bien. Mirad todos los bienes, todas las mercedes y misericordias que Cristo vino a hacer a los hombres, todas ésas hace este Consolador en nuestras almas.

– En la Orden de Predicadores:

Santo Tomás de Aquino, Credo comentado

Artículo 8 CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

112. Como ya se dijo, el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así como el verbo del hombre es una concepción de su inteligencia. Pero a veces el hombre tiene un verbo muerto: así es cuando el hombre piensa lo que debe hacer, pero no hay en él la voluntad de hacerlo; como cuando el hombre cree y no obra, se dice que su fe está muerta, como en Santiago 2, 26. Pero el Verbo de Dios está vivo. Hebr 4, 12: “Ciertamente es viva la palabra de Dios”; por lo cual necesariamente Dios tiene en sí voluntad y amor. Por lo cual dice San Agustín en el libro sobre la Trinidad: “El Verbo del que tratamos de dar una ¡dea es un conocimiento con amor”. Ahora bien, como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el amor de Dios es el Espíritu Santo. De aquí que el hombre posee al Espíritu Santo cuando ama e Dios. Dice el Apóstol en Rom 5, 5: “El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.

113. Pero hubo algunos que opinando erróneamente acerca del Espíritu Santo, dijeron que es una crea-tura, que es inferior al Padre y al Hijo y que era el esclavo y el servidor de Dios. Por lo cual, para rechazar esos errores, se agregaron cinco palabras en otro símbolo * sobre el Espíritu Santo.

114. Primeramente, que aun cuando hay otros espíritus, los Ángeles, que sí son servidores de Dios, según aquello del Apóstol (Hebr I, 14): “Todos ellos son espíritus servidores”; en cambio, el Espíritu Santo es Señor. Juan 4, 24: “El Espíritu es Dios”; y el Apóstol, en II Cor 3, 17: “El Señor es el Espíritu”; por lo cual donde esté el Espíritu del Señor, allí hay libertad, como se dice en II Cor 3. Y la razón de e 59 1 El símbolo de Nicea-Constantinopla. a Dios y quita el amor al mundo. Por lo cual se dice: Creo “En el Espíritu Santo, que es Señor”.

115. En segundo lugar, que la vida del alma consiste en unirse a Dios, porque Dios mismo es la vida del alma, así como el alma es la vida del cuerpo. Pues bien, el Espíritu Santo une a Dios por amor, porque El mismo es el amor de Dios, y por eso vivifica. Juan 6, 64: “El Espíritu es el que vivifica”. Por lo cual se dice: “Y vivificante”.

116. En tercer lugar, que el Espíritu Santo es de la misma substancia con el Padre y el Hijo; porque como el Hijo es el Verbo del Padre, así el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede del uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de una misma sustancia con el Padre, así también el Amor con el Padre y con el Hijo. Por lo cual se dice: “Que procede del Padre y del Hijo”. Luego también por esto consta que no es una criatura.

117. En cuarto lugar, que es igual al Padre y al Hijo en cuanto al culto. Juan 4, 23: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Mt 28, 19: “Enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por lo cual se dice: “Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración”.

118. En quinto lugar, lo que prueba que el Espíritu Santo es igual a Dios es que los Santos Profetas hablaron por Dios. En efecto, es claro que si el Espíritu no fuese Dios, no se diría que los Profetas hablaran por Dios. Pero San Pedro dice (Epist. II, cap. I, 21) que “santos hombres de Dios han hablado inspirados por el Espíritu Santo”. Isaías 48, 16: “Me envió el Señor Dios y su Espíritu”. Por lo cual aquí se dice: “Que habló por los Profetas”. 60

119. Con esto se destruyen dos errores: el error de los Maniqueos, que dijeron que el Antiguo Testamento no es de Dios, lo cual es falso, porque por los Profetas habló el Espíritu Santo. Y también el error de Priscila y de Montano, que dijeron que los Profetas no hablaron por el Espíritu Santo, sino como dementes.

120. Pues bien, del Espíritu Santo provienen para nosotros variados frutos. En primer lugar, nos purifica de los pecados. La razón es que a quien hace una cosa le co 61 cierta manera nos obliga a guardar los mandamientos. En efecto, nadie puede guardar los mandamientos de Dios si no ama a Dios. Juan 14, 23: “Si alguno me ama guardará mi palabra”. Pues bien, el Espíritu Santo nos hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Ezeq 36, 26: “Os daré un corazón nuevo, y en medio de vosotros pondré un espíritu nuevo; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra; y os daré un corazón de carne; y pondré mi espíritu en medio de vosotros; y haré que marchéis según mis preceptos, y observaréis mis leyes y las practicaréis”.

123. En cuarto lugar, confirma la esperanza de la vida eterna, porque El es como la prenda de su herencia. Dice el Apóstol en Efes I, 13-14: “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia”. El es, pues, como las arras de la vida eterna. Y la razón de ello es que la vida eterna le es debida al hombre en cuanto es hecho hijo de Dios, y viene a serlo haciéndose semejante a Cristo. Ahora bien, se asemeja uno a Cristo por poseer al Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. Dice el Apóstol en Rom 8, 15-16: “No recibisteis un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino que recibisteis el Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: Abba, Padre. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. Y en Gal 4, 6: “Porque sois hijos de Dios, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre”.

124. En quinto lugar, nos aconseja en nuestras dudas y nos enseña cuál sea la voluntad de Dios. Apoc 2, 7: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”. Isaías 50, 4: “Lo escucharé como a Maestro”.

-En el Catecismo de la Iglesia Católica:

2615.  Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es “otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto” (Jn 16, 24).

260. El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)

243.  Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y “por los profetas” (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244. El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

263. La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo “de junto al Padre” (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.

692. Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”, literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). “Paráclito” se traduce habitualmente por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad” (Jn 16, 13).

729.  Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.

1099. El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).

2466.  En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).

2623. El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, “reunidos en un mismo lugar” (Hch 2, 1), que lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la instruya en la vida de oración.

-En el Magisterio de los Papas:

Pablo VI

Audiencia General (17-05-1972): Hacer sitio al Espíritu. «El mundo no lo ve y no lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque permanece en vosotros» (Jn 14,17)

«El Espíritu sopla donde quiere», dice Jesús en su conversación con Nicodemo (Jn 3,8). No podemos trazar pues, sobre el plan doctrinal y práctico, normas que conciernen exclusivamente a las intervenciones del Espíritu Santo en la vida de los hombres. Puede manifestarse bajo las formas más libres y más imprevistas: «jugaba con la bola de la tierra» (cf. Pr 8,31); la hagiografía nos narra tantas aventuras curiosas y estupendas sobre la santidad… Pero para los que quieren captar las ondas sobrenaturales del Espíritu Santo, hay una regla, una exigencia que se impone de modo ordinario: la vida interior. Dentro del alma es donde se encuentra con este huésped indecible: «dulce huésped del alma», dice el maravilloso himno litúrgico de Pentecostés. El hombre se hace «templo del Espíritu Santo», nos repite san Pablo (1Co 3,16; 6,19).

El hombre de hoy, y también el cristiano muy a menudo, incluso los que están consagrados a Dios, tienden a secularizarse. Pero no podrá, jamás deberá olvidar esta exigencia fundamental de la vida interior si quiere que su vida sea cristiana y esté animada por el Espíritu Santo. Pentecostés ha sido precedido por una novena de recogimiento y de oración. El silencio interior es necesario para oír la palabra de Dios, para sentir su presencia, para oír la llamada de Dios.

Hoy, nuestro espíritu está demasiado volcado hacia el exterior; no sabemos meditar, no sabemos orar; no sabemos acallar todo el ruido que hacen en nosotros los intereses exteriores, las imágenes, los humores. No hay en el corazón el espacio tranquilo y consagrado para recibir el fuego de Pentecostés. La conclusión es clara: hay que darle a la vida interior un sitio en el programa de nuestra ajetreada vida; un sitio privilegiado, silencioso y puro; debemos encontrarnos a nosotros mismos para que pueda vivir en nosotros el Espíritu vivificante y santificante, si no, ¿cómo vamos a escuchar el testimonio que el Espíritu da a nuestro espíritu? (Cfr. Jn 15, 26; Rom 8, 7).

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.