Tema: Lectio divina con el evangelio de la solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista. 24 de junio de 2018 (san Lucas 1, 57-66. 80).
- SEÑAL DE LA CRUZ.
- INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
- LECTIO
Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas:
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.» Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.» Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.» Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: « ¿Qué llegará a ser este niño? » Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. Palabra del Señor
- MEDITATIO
Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.
San Agustín, Sermones (5º) (t. XXV), Sobre los mártires, Sermón 287, 1-4, BAC Madrid 1984, 127-29
El nacimiento de Juan y el de Cristo.
1.El relato ha sido largo, pero la fatiga del oyente queda compensada por la dulzura de la verdad. Cuando se leyó el santo evangelio, escuchamos el glorioso nacimiento del bienaventurado Juan, heraldo y precursor de Cristo. Puede deducir de aquí vuestra caridad cuán grande es el hombre que ha nacido. La Iglesia no celebró nunca el nacimiento carnal de ningún patriarca, profeta o apóstol; sólo celebra dos nacimientos: el de Juan y el de Cristo. Las mismas fechas en que ambos nacieron encierran un gran misterio. Juan era un gran hombre, pero hombre al fin. Era hombre tan grande que para superarlo sólo se podía ser Dios. Quien viene detrás de mí es mayor que yo. Son palabras de Juan: Él es mayor que yo. Si es mayor que tú, ¿qué significa lo que hemos escuchado de boca de quien es mayor que tú: Entre los nacidos de mujer, nadie ha habido mayor que Juan bautista? Si ningún hombre es mayor que tú, ¿qué es quien es mayor que tú? ¿Quieres oír quién es? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
2.Y la Palabra de Dios, Dios ella misma, por quien fueron hechas todas las cosas, nacida sin comienzo temporal, autora de los tiempos, ¿cómo halló en el tiempo un día para nacer? ¿Cómo, repito, encontró en el tiempo un día para nacer la Palabra por la que fueron hechos los tiempos? ¿Buscas el cómo? Escucha el evangelio: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. El nacimiento de Cristo se refiere al nacimiento de su carne, no de la Palabra; y por eso mismo se habla del nacimiento de la Palabra, puesto que la Palabra se hizo carne. Nació la Palabra, pero no en sí misma, sino en la carne. En sí misma procede ciertamente del Padre, pero carece de nacimiento temporal.
3.Nació Juan, nació Cristo. Tanto el nacimiento de Juan como el de Cristo lo anunció un ángel. En ambos casos, el milagro es grandioso. Una mujer estéril da a luz, de un anciano varón, al siervo precursor, mientras que al Dueño y Señor lo alumbra una virgen sin obra de varón. Gran hombre es Juan, pero Cristo es más que hombre, puesto que es hombre y es Dios. Gran hombre, pero que como hombre había de ser humillado para ser exaltado como Dios. Finalmente, puesto que era hombre que iba a ser humillado, escucha al mismo hombre: No soy digno de desatar la correa de su calzado. Si se hubiese declarado digno, ¡qué humildad sería la suya! Pero ni de esto se consideró digno. Se prosternó completamente y se ocultó bajo la piedra. Era una lámpara, y temía que la apagase el viento de la soberbia.
4.Además, que todo hombre debía humillarse ante Cristo, y, en consecuencia, también Juan, y que el hombre Cristo debía ser exaltado como Dios, lo demuestra tanto el día de sus respectivos nacimientos como el género de muerte de uno y otro. Juan nació en el día de hoy, fecha en que comienzan a disminuir los días; Cristo nació el 25 de diciembre, fecha a partir de la cual comienzan a crecer. En su pasión, Juan fue decapitado, Cristo levantado sobre un madero. ¡Cuán justa, cuan verídica y santamente fue anunciado a la virgen María! ¿Cómo será eso, si no conozco varón? Lo creía, pero preguntaba el cómo. ¿Qué se le dijo? El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo, el mismo Espíritu Santo, o sea, el poder del Altísimo, te cubrirá con su sombra. En consecuencia, lo que nacerá de ti será santo y llamado Hijo de Dios. El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Concebirás, pero sin la libido de la concupiscencia. No habrá ardor alguno donde esté presente la sombra del Espíritu Santo. Mas como nuestros cuerpos están sufriendo el excesivo calor, baste lo dicho a vuestra caridad. Bien rumiado será mucho.
- ORATIO
La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
Oración colecta del III Domingo de Pascua
“Oh Dios, que suscitaste a san Juan Bautista para que preparase a Cristo, el Señor, un pueblo bien dispuesto, concede a tu familia el don de la alegría espiritual y dirige la voluntad de tus hijos por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo”.
- CONTEMPLATIO
EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.
“…en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios”.