TEMA: Lectio divina con el evangelio del 4º domingo de cuaresma. 11 de marzo de 2018 (San Juan 3,14-21)
- SEÑAL DE LA CRUZ.
- INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
- LECTIO
Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.
Lectura del santo Evangelio según San Juan (3, 14-21)
Dijo Jesús: «De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.»
Palabra del Señor
- MEDITATIO
Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.
OPCIÓN 1
Fr. Aníbal Fosbery OP, Reflexiones sobre textos del Evangelio de san Juan para el Tiempo Ordinario, Volumen I, pág. 90- 92. MDA. Bs As, 2013
OPCIÓN 2
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio de San Juan, c. 3, lección 3, [476-496], t.2, Agape, Buenos Aires 2005, p. 113-24
[476] Arriba el Señor señaló la causa de la regeneración espiritual en cuanto al descenso del Hijo y a la exaltación del Hijo del Hombre, y expuso el fruto, a saber, la vida eterna, fruto que parecía increíble a los hombres, al tener necesidad de morir; y por eso el Señor manifiesta esto y primero prueba la magnitud del fruto a partir de la magnitud del amor divino; segundo, excluye cierta respuesta allí donde dice “no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar el mundo” (v. 17).
[477] Hay que notar que la causa de todos nuestros bienes es el Señor y el amor divino. Pues ‘amar’ propiamente es ‘querer el bien para alguien’. Entonces, dado que la voluntad de Dios es causa de las cosas, de esto nos viene el bien, de que Dios nos ama. Y ciertamente el amor de Dios es causa del bien de la naturaleza: Sabiduría 11,25: “amas todo lo que existe…” etc. Asimismo es causa del bien de la gracia: Jeremías 31,3: “te amé con caridad perpetua y te atraje por eso”, a saber, por la gracia. Pero que sea dador del bien de la gloria procede de una gran caridad.
Y por eso muestra aquí que esta caridad de Dios es máxima a partir de cuatro cosas. Primero, a partir de la persona del amante, porque es Dios quien ama e inmensamente’: y por eso dice “tanto amó Dios”: Deuteronomio 33,3: “amó a los pueblos: todos los santos están en su mano”. Segundo, a partir de la condición del amado, porque es el hombre quien es amado, a saber, el mundano, el corpóreo, esto es, el que existe entre pecados: Romanos 5,10: “Dios hace valer su caridad en nosotros porque, aunque hasta ahora hayamos sido enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo”. Y por eso dice “mundo”. Tercero, a partir de la magnitud de los regalos: pues el amor se muestra mediante el don, porque, como dice Gregorio”, “la prueba del amor es la producción de una obra”. Mas Dios nos dio el máximo don, porque dio a su Hijo unigénito; y por eso dice “para dar a su Hijo unigénito”; Romanos 8,32: “no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”.
Y dice “su”, esto es ‘hijo natural, consustancial a Él’, no adoptivo; de lo cual se dice en Salmos 81,6: “yo lo dije, sois dioses”. Y mediante esto se hace patente la falsedad” de Arrio: porque si el Hijo de Dios fuese creatura, como él decía, no podría mostrarse en Él la inmensidad del amor divino mediante una asistencia de infinita bondad que ninguna creatura puede recibir. También usa “unigénito” para mostrar que Dios no tiene un amor dividido hacia muchos hijos sino entero en su Hijo, a quien entregó para comprobar la inmensidad de su amor: Jn 5,20: “el Padre ama al Hijo y le muestra todo”. Cuarto, a partir de la magnitud del fruto, porque mediante él tenemos la vida eterna, por ende dice “que todo quien cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna”, que nos adquirió mediante la muerte de cruz.
[478] Pero ¿acaso lo dio para que muriera en la Cruz? Ciertamente lo dio para la muerte de cruz en cuanto le dio voluntad de padecer en ella; y esto doblemente. Primero porque, en cuanto Hijo de Dios, desde lo eterno tuvo voluntad de asumir la carne y padecer por nosotros, y esta voluntad la tuvo del Padre. Segundo, porque la voluntad de padecer fue inspirada por Dios al alma de Cristo.
[479] Observa que arriba el Señor, al hablar del descenso que compete a Cristo según divinidad, lo nombró como Hijo de Dios; y esto es en razón del Uno solo puesto bajo dos naturalezas, como arriba se ha dicho. Y por esto se pueden predicar cosas divinas del que está sometido a la naturaleza humana, y cosas humanas del que está sometido a la divina, no sin embargo según la misma naturaleza, sino las divinas según naturaleza divina y las humanas según la humana. Más la causa especial por la cual aquí lo nombró “Hijo de Dios” es que Él mismo propuso este don como signo del amor divino, mediante el cual nos viene el fruto de la vida eterna. Entonces, debía ser nombrado con tal nombre Aquel a quien competía indicar el poder de hacer la vida eterna, que no está en Cristo en tanto Hijo de hombre sino en cuanto Hijo de Dios: 1Juan 5,20: “este es el verdadero Dios y la vida eterna”; más arriba, Jn 1,4: “en Él estaba la vida”.
[480] Pero observa que dice “no perezca”. Pues se dice que perece algo a lo que se le impide alcanzar el fin al que está ordenado. El hombre está ordenado a un fin que es la vida eterna; y durante el tiempo en que peca se aparta del mismo fin. Y si bien mientras vive no perece totalmente de modo que no pueda restaurarse, sin embargo cuando muere en pecado, perece entonces totalmente: Salmos 1,6: “perecerá el camino de los impíos”.
Más en eso que dice “tenga vida eterna” se indica la inmensidad del amor divino: pues al dar la vida eterna se da a sí mismo. Pues la vida eterna no es otra cosa que disfrutar de Dios. Darse a sí mismo es indicio de un gran amor: Efesios 2,5: “Dios, que es rico en misericordia, nos co-vivificó en Cristo”, esto es, hizo que nosotros tengamos vida eterna.
[481] Aquí excluye el Señor una objeción que podría hacerse. Pues en la Antigua Ley se prometía que el Señor vendría para juzgar: Isaías 3,14: “el Señor vendrá al juicio…” etc. Por ende podría alguien decir que el Hijo de Dios no había venido para dar la vida eterna sino para juzgar al mundo; y por eso, excluyendo esto, el Señor primero muestra que Él no vino para juzgar; segundo lo prueba allí donde dice “quien cree en Él no es juzgado”.
[482] Dice entonces: pues no vino el Hijo de Dios a juzgar, porque “no envió Dios a su Hijo” (a saber, en cuanto a la primera venida) “para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve”. De modo similar tenemos abajo Jn 12: 47: “pues no vine para juzgar al mundo sino para salvar al mundo”.
La salvación del hombre es que alcance a Dios: Salmos 61,8: “en Dios está mi salvación”. Alcanzar a Dios es conseguir la vida eterna: por ende es lo mismo salvarse que tener vida eterna. Y los hombres no deben ser perezosos ni, abusando de la misericordia de Dios a causa de esto que dice “no vine para juzgar al mundo”, concederse licencia para pecar, porque si bien en la primera venida no vino para juzgar sino para perdonar, en la segunda en cambio vendrá para juzgar pero no para perdonar, como dice Crisóstomo. Salmos 74,3: “cuando haya tomado tiempo, yo juzgaré justas sentencias”.
[483] En contra está lo que dice abajo Jn 9: 39: “yo vine al juicio”.
Pero hay que decir que hay doble juicio. Uno es de discernimiento, y a este vino el Hijo de Dios en la primera venida: porque al venir Él los hombres fueron discernidos, unos por ceguera, otros por la luz de la Gracia. El otro es el de condenación; y no vino a este en cuanto tal.
[484] Aquí prueba lo que había dicho, como recorriendo el tema por división, de este modo: ‘quienquiera que sea juzgado o será fiel o infiel; pero no vine a juzgar infieles, porque ya han sido juzgados’: entonces, en un principio no envió Dios a su Hijo para juzgar al mundo.
Entonces primero muestra que los fieles no son juzgados; segundo, que tampoco los infieles, allí donde dice “quien no cree ya está juzgado”.
[485] Dice entonces “no vine para juzgar al mundo” porque no vino para juzgar fieles, porque quien cree en Él no es juzgado, a saber, con juicio de condenación, con el cual ningún creyente en Él con fe formada es juzgado: debajo Jn 5, 24: “no vino a juicio sino pasó de la muerte a la vida”; pero será juzgado con juicio de premio y aprobación, del cual dice el Apóstol (1Corintios 4,4) “quien me juzga es el Señor”.
[486] Pero acaso ¿los muchos fieles pecadores no serán condenados? Respondo: hay que decir que algunos herejes dijeron que ningún fiel será condenado en cuanto pecador, sino será salvado por mérito del fundamento, a saber, de la fe, aunque padezca alguna pena. Y toman el fundamento de su error de esto que dice el Apóstol (1Corintios 3,11) “ninguno puede poner otro fundamento”; y abajo: “si la obra de alguno ardiere, sin embargo él será salvado como por fuego”.
Pero esto está manifiestamente contra el Apóstol en Gálatas 5,19: “son manifiestas las obras de la carne, que son la fornicación, la impureza, la impudicia…” etc.; “quienes hagan tales cosas, no poseerán el Reino de Dios”.
Hay que decir, entonces, que el fundamento no es la fe informe sino la formada, que obra mediante la caridad. Y por eso significativamente no dice el Señor “quien le cree” sino “quien cree en Él”, esto es, quien creyendo tiende a Él por caridad, “no es juzgado”; y esto porque no peca mortalrnente, mediante lo cual se quita el fundamento.
O, según Crisóstomo, todo el que actúa mal no cree; Tito 1,16: “confiesan que conocen a Dios pero lo niegan con los hechos”; pero de quien actúa bien dice Santiago 2,18: “muéstrame tu fe a partir de las obras”, y el tal no es juzgado y no es condenado a causa de infidelidad.
[487] Aquí muestra que los infieles no son juzgados. Y primero pone su opinión; luego la manifiesta, allí donde dice “este es el juicio…” etc.
[488] Hay que saber acerca de lo primero, según Agustín”, que no dice Cristo ‘quien no cree es juzgado’ sino dice “no es juzgado”; lo cual puede ser expuesto de tres modos. Pues de acuerdo con Agustín, “quien no cree no es juzgado porque ya está juzgado” no en el hecho sino en la presciencia”‘ de Dios; esto es, ya ha sido pre-conocido por parte de Dios como merecedor de condena: 2 Timoteo 2,19: “sabe el Señor quiénes son de Él”. De otro modo, según Crisóstomo,-“quien no cree ya ha sido juzgado”; esto es, el hecho mismo de que no cree es para él una condenación: pues no creer es no adherir a la Luz, lo cual es estar en tinieblas; y esta es gran condenación: Sabiduría 17,17: “todos estaban atados con una sola cadena de tinieblas”; Tobías 5,12: “¿Qué gozo tendré yo que me siento en tinieblas y no veo la luz del cielo?”.
Por un tercer modo, de acuerdo con el mismo”, “quien no cree no es juzgado”, esto es, “ya está condenado” -esto es, ya tiene manifiesta la causa de condenación. Y es similar a si se dijera de alguien que tiene manifiesta la causa de muerte, incluso antes de que se declare sentencia de muerte contra él, que ya está muerto.
Por ende dice Gregorio que en el juicio hay doble orden. Algunos, en efecto, eran juzgados con juicio de discusión, o sea aquellos que tienen algo que rechaza la condena -a saber, el bien de la fe-, a saber los fieles pecadores. Pero los infieles, cuya condena es manifiesta, son condenados sin discusión; y de estos se dice “quien no cree ya ha sido condenado”: Salmos (1: 5) “no resurgirán los impíos en el juicio”, a saber, el de discusión’.
[489] Hay que saber que es lo mismo ser juzgado que ser condenado; ser condenado es caerse de la salvación, a la que se llega por una sola vía, a saber, mediante el nombre del Hijo de Dios: Hechos (4: 12) “no hay otro nombre dado bajo el cielo en que sea forzoso que nosotros nos salvemos”. Y en Salmos (53: 3) “Dios, sálvame en tu nombre”. Entonces, quienes no creen en el Hijo de Dios, se caen de la salvación y la causa de la condena está manifiesta en ellos.
[490] Aquí manifiesta el Señor su sentencia, a saber, que la causa de la condena es manifiesta en los infieles; y primero pone el signo manifestante; luego muestra la conveniencia del signo, allí donde dice “pues todo el que actúa mal odia la luz”.
[491] En el signo propuesto hace tres cosas: pues primero propone el beneficio de Dios; segundo, la perversidad de la mente de los infieles; tercero, la causa de la perversidad.
Dice entonces: manifiestamente se evidencia que quien non cree ya ha sido juzgado, lo cual es evidente a partir del beneficio de Dios, porque “la Luz vino al mundo”. Pues los hombres estaban en las tinieblas de la ignorancia, tinieblas que Dios ciertamente destruyó al enviar la Luz al mundo para que los hombres conocieran la verdad: abajo (8: 12) “Yo soy la luz del mundo: quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”; Lucas (1: 78-79) “nos ha visitado desde lo alto como sol naciente, para iluminar a aquellos que están en tinieblas y se asientan en sombra de muerte”. Pero vino ella al mundo, a saber la Luz, porque el hombre no podía acceder a ella: pues [Dios] “habita una luz inaccesible que ninguno de los hombres vio ni puede ver” (1 Timoteo 6: 16).
También se hace evidente a partir de la perversidad de la mente de los infieles, quienes “amaron más las tinieblas que la luz”, esto es, ‘quisieron más estar en las tinieblas de la ignorancia que ser insta idos por Cristo’: Job (24: 13) “ellos fueron rebeldes a la luz”; Isaías (5: 20) “ay de los que hacen tinieblas la luz…” etc.
Ciertamente la causa de su perversidad es que “las suyas eran obras malas”, que desentonan de la luz y buscan las tinieblas: Romanos (13: 12) “arrojemos las obras de las tinieblas”, esto es los pecados, “que buscan las tinieblas”; I Tesalonicenses (5: 7) “quienes duermen, duermen de noche”; Job (24: 15) “el ojo del adúltero observa la oscuridad”. Por eso alguno no cree en la Luz, porque le repugna apartándose de ella.
[492] Pero ¿acaso todos los infieles tienen malas obras? Parece que no: pues muchos gentiles han obrado de acuerdo con la virtud; por ejemplo Catón y muchos otros.
Pero hay que decir, de acuerdo con Crisóstomo”, que una cosa es obrar bien a partir de la virtud y otra a partir de la aptitud” y disposición natural. Pues algunos obran bien a partir de una disposición natural, porque por su disposición no se inclinan a lo contrario. Y de este modo también los infieles pudieron obrar bien, como que alguno haya vivido castamente porque no era atacado por la concupiscencia, y así de otros. En cambio otros obran bien por virtud, los que, si bien se inclinan al vicio contrario, sin embargo, a partir de la rectitud de razón y de la bondad de voluntad no se apartan de la virtud, y esto es propio de los fieles.
O hay que decir que aunque los infieles hagan cosas buenas, sin embargo no las hacían por amor de virtud sino por vanagloria. Ni obraban bien en todo porque no rendían a Dios el culto debido.
[493] Consecuentemente dice “pues todo el que actúa mal odia la luz”: muestra la conveniencia del signo propuesto; primero en cuanto a los malos, segundo en cuanto a los buenos, allí donde dice “quien hace la verdad viene a la luz”.
[494] Dice entonces: “no amaron la luz porque las suyas eran obras malas”. Y se hace patente por eso que “todo quien actúa mal odia la luz”. No dice “actuó” sino “actúa”, porque si alguien actuó mal y, sin embargo, arrepintiéndose y viendo que hizo mal, se duele, no odia la luz sino que viene a la luz. Pero todo quien actúa mal, esto es, persevera en lo malo, no se duele ni viene a la luz sino que la odia: no en tanto ella es manifestadora de la verdad sino en tanto que mediante ella se manifiesta el pecado) del hombre.
Pues el hombre malo ama conocer la luz y la verdad pero odia ser manifestado mediante ella: Job (24: 17) “si de repente aparece la aurora, la consideran sombra de muerte”. Y por eso no viene a la luz, para que no se develen sus obras, pues ningún hombre que no quiere abandonar el mal quiere ser reprendido, sino que huye y odia: Amós (5: 10) “tuvieron odio a quien los corregía a la puerta”; Proverbios (15: 12) “el pestilente no ama a quien lo corrige”.
[495] Aquí muestra lo mismo en cuanto a los buenos que hacen la verdad, esto es, buenas obras. Pues la verdad no solo consiste en pensamiento y dichos sino también en hechos. Tal viene a la luz.
Pero ¿acaso alguien hizo así antes de Cristo? Parece que no. Pues hace la verdad aquel que no peca; pero antes de Cristo “todos pecaron”, como se dice en Romanos (3: 23).
Respondo que hay que decir, de acuerdo con Agustín, que hace la verdad en sí mismo aquel a quien disgusta el mal que hizo; y, abandonadas las tinieblas, se cuida de los pecados y, arrepintiéndose de los pretéritos, “viene a la luz” para que “se manifiesten sus obras” particularmente”.
[496] Pero en contra está que ninguno debe publicar las cosas buenas que hace; por ende los fariseos son reprendidos por el Señor a causa de eso.
Hay que decir que es lícito querer manifestar las obras ante Dios para que sean aprobadas, de acuerdo con lo que se dice en 2 Corintios (10: 18) “pues no es aprobado aquel que se recomienda a sí mismo sino a quien Dios recomienda”. Y Job 16: 20 “he aquí que en el cielo está mi testigo”. También querer que se manifieste en su conciencia para gozarse, de acuerdo con lo que se dice en 2 Corintios (1: 12): “nuestra gloria es esto, el testimonio de nuestra conciencia”.
Querer que sean manifestadas a los hombres para alabanza o vanagloria es reprensible. Sin embargo, los santos varones desean que las obras buenas que hacen se manifiesten a los hombres para honor de Dios y para utilidad de la fe: Mateo (5: 16) “brille así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos”. Pero “vienen a la luz para que se manifiesten sus obras, porque han sido hechas en Dios”, esto es, de acuerdo al mandato de Dios o por la gracia de Dios. Pues cualquier cosa buena que hacemos, sea evitando el pecado o arrepintiéndonos de los cometidos u obrando cosas buenas, todo se da a partir de Dios, según aquello de Isaías (26: 12): “has obrado todas las obras en nosotros”.
- ORATIO
La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
(Oración colecta de la misa)
Oremos:
Dios nuestro, que reconcilias maravillosamente al género humano por tu Palabra hecha carne; te pedimos que el pueblo cristiano se disponga a celebrar las próximas fiestas pascuales con una fe viva y una entrega generosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
- CONTEMPLATIO
EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.
« Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna».