Preparación opcional 7 de mayo 2023

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL DOMINGO V DE PASCUA.  7 DE MAYO DE 2023 (San Juan 14, 1-12).  

  • En los santos padres: 

Agustín de Hipona

Sermón: Seremos saciados con la visión de la Palabra

«Muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8)

Sermón 194, 3-4: PL 38, 1016-1017

¿Qué ser humano podría conocer todos los tesoros de sabiduría y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre: pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían quitado.

¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para los que lo temen, y llevó a cabo para los que esperan en él!

Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para reformarnos a semejanza de Dios: y, convertido en hijo del hombre –él, que era único Hijo de Dios—, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios; y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los hizo libres para que contemplasen la forma de Dios.

Pues ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven aquellas riquezas divinas sino para colmarnos? ¿Y para qué la inmensidad de aquella dulzura sino para saciarnos? Muéstranos al Padre y nos basta.

Y en algún salmo, uno de nosotros, o en nosotros, o por nosotros, le dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Pues él y el Padre son una misma cosa: y quien lo ve a él ve también al Padre. De modo que el Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Volviendo a nosotros, nos mostrará su rostro; y nos salvaremos y quedaremos saciados, y eso nos bastará.

Pero mientras eso no suceda, mientras no nos muestre lo que habrá de bastarnos, mientras no le bebamos como fuente de vida y nos saciemos, mientras tengamos que andar en la fe y peregrinemos lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de justicia y anhelamos con inefable ardor la belleza de la forma de Dios, celebremos con devota obsequiosidad el nacimiento de la forma de siervo.

Si no podemos contemplar todavía al que fue engendrado por el Padre antes que el lucero de la mañana, tratemos de acercarnos al que nació de la Virgen en medio de la noche. No comprendemos aún que su nombre dura como el sol; reconozcamos que su tienda ha sido puesta en el sol.

Todavía no podemos contemplar al Único que permanece en su Padre; recordemos al Esposo que sale de su alcoba. Todavía no estamos preparados para el banquete de nuestro Padre; reconozcamos al menos el pesebre de nuestro Señor Jesucristo.

  • En los santos dominicos

Santa Catalina de Siena, El diálogo de la Divina Misericordia.

EL CAMINO DE LA DOCTRINA DE CRISTO 

29 

[Este puente, aunque subió al Cielo el día de la Ascensión, no por eso se apartó de la tierra.] 

Cuando mi Hijo unigénito volvió a mí cuarenta días después de la resurrección, este puente se levantó de la tierra, esto es, del trato con los hombres, y subió al cielo por la virtud de mi naturaleza divina y se halla sentado a la derecha de mí, el eterno Padre. Así lo dijo el ángel a los discípulos, que estaban como muertos el día de la ascensión, porque su corazón se había elevado a lo alto y subido al cielo con la Sabiduría de mi Hijo. Dijo: «No permanezcáis más aquí, pues Él está sentado a la derecha del Padre» ‘. Levantado a lo alto y vuelto al Padre, yo envié al 

Maestro, es decir, al Espíritu Santo, que llegó con mi poder, y con la sabiduría de mi Hijo, y con su propia clemencia, la del Espíritu Santo. Él forma un todo conmigo, el Padre, y con el Hijo. De esta manera consolidó el camino de la doctrina que dejó mi Verdad en el mundo, y con ello, cesando la presencia del Hijo, no desapareció la verdad ni la virtud, verdaderas piedras fundadas sobre esta doctrina, que es el camino que nos ha preparado este dulce y glorioso puente. Antes de nada, Él se puso a obrar, y con sus acciones hizo el camino, dándoos la doctrina más con el ejemplo que con las palabras, pues actuó más que habló. Esa doctrina la confirmó el Espíritu Santo, robusteciendo el espíritu de los discípulos para que confesaran la verdad y anunciaran este camino, reprochando, por medio de ellos, las injusticias y falsos juicios 2, injusticias y juicios, de que hablaré después más por extenso. Te he dicho esto para que nadie pueda caer en las tinieblas que oscurecen la mente cuando lo oigan, es decir, cuando alguien intentase decir que este cuerpo de Cristo no hizo de puente por la naturaleza divina unida a la humana —que entiendo que esto es la verdad— y que este puente se nos fue cuando subió al cielo. Él era un camino que enseñaba la verdad a quien viera sus ejemplos y costumbres. ¿Y qué ha quedado ahora? Te lo diré, mejor, se lo diré a quien sufriere esta ignorancia. El camino de la doctrina que te he enseñado se halla confirmado por los apóstoles, manifestado con la sangre de los mártires, iluminado por la luz de los doctores, reconocido por los confesores y de él tratan los escritos de los evangelistas. Todos están de acuerdo en afirmar la verdad del cuerpo místico de la santa Iglesia. Ellos son como la luz colocada sobre el candelero para mostrar el camino de la verdad, el cual lleva a la vida por medio de una iluminación perfecta. ¿Y cómo te la explican? Por la experiencia, puesto que han probado esa iluminación en sí mismos. De modo que cada persona es iluminada para que conozca la verdad, si lo quiere; esto es, a no ser que quiera alejar la luz de la razón con el amor propio desordenado. De  modo que, ciertamente, su doctrina es verdadera y ha permanecido como navecilla para sacar las almas del mar tempestuoso y llevarlas a la salvación. Primeramente, os edifiqué el puente de mi Hijo, y en la actualidad lo hago tratando con los hombres. Desaparecido el puente temporal, permaneció el puente y camino de la doctrina, por estar la doctrina unida con mi poder a la sabiduría del Hijo y con la clemencia del Espíritu Santo. El poder da la virtud de la fortaleza a quien sigue este camino, la sabiduría da luz para conocer el camino de la verdad y el Espíritu Santo da un amor que cierra y aparta al alma de todo amor sensitivo, quedando sólo el amor a la virtud. Así, de todos modos, por presencia actual o por doctrina, Cristo es camino, verdad y vida: el puente que nos lleva a las alturas del cielo. Esto quiso significar cuando dijo: «Yo vine del Padre y vuelvo al Padre»; y: «Volveré a vosotros» 3. Es decir, mi Padre me envió a vosotros y me ha hecho vuestro puente para que salgáis del río y podáis alcanzar la vida eterna. A continuación, dijo: «Y volveré a vosotros; no os dejaré huérfanos, sino que os enviaré el Paráclito» 4. Como si mi Verdad dijera: «Iré al Padre y volveré; y como envío el Espíritu Santo, llamado Paráclito, Él os lo manifestará con más claridad y os hará firmes en mí, camino de la verdad, o sea, en la doctrina que os he dado». Dijo que volvería y volvió, porque el Espíritu Santo no vino solo, sino con su poder, el del Padre; con la sabiduría del Hijo y con la clemencia del Espíritu Santo. Mira, pues, que volvió no en presencia material, sino con la virtud, fortaleciendo el camino de la doctrina. Este ancho camino no puede ser empequeñecido ni impedido a quien desee seguirlo, porque es firme y estable y procede de mí, que soy inmutable. Debéis, por tanto, seguir el camino con intrepidez, sin oscuridad alguna; con la luz de la fe, que se os ha dado como la vestidura de más importancia en el santo bautismo. 

Te he declarado y manifestado plenamente este puente y esta doctrina, que forma un todo con él; y he mostrado al ignorante que él es la verdad, y quiénes son, y dónde se encuentran los que la enseñan. Dije que eran los apóstoles y evangelistas, los mártires, los confesores, los santos doctores, como faros colocados en la santa Iglesia. Te he manifestado y dicho cómo, viniendo a mí, volvió a vosotros, no con su presencia material, sino por la virtud, es decir, al venir el Espíritu Santo sobre los apóstoles. No volverá en presencia material hasta el día del juicio final, cuando llegue con mi majestad y potencia divinas a juzgar al mundo, y a hacer el bien a los buenos y a premiarles por sus trabajos —al alma y al cuerpo juntamente—, y a dar el mal de pena eterna a los que han obrado en el mundo con iniquidad. Ahora quiero cumplirte lo que Yo, la Verdad, te prometí, es decir, mostrarte a los que caminan imperfectamente, a los que lo hacen perfectamente y a otros que lo hacen con una perfección especialísima. Te enseñaré la manera como caminan. Finalmente, a los malos, los que se ahogan en el río de su maldad y llegan a horrorosos tormentos. A vosotros, hijos queridísimos míos, os amonesto a que os mantengáis sobre este puente y no debajo de él. El de abajo no es camino de verdad, sino de engaño, adonde van los pecadores malvados. Por eso os ruego que oréis. Para ellos os pido de nuevo lágrimas y sudores, a fin de que reciban misericordia de mí. 

  • En el CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA: 

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 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).

2795 

El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. Él está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es, por tanto, nuestra “patria”. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo “ha bajado del cielo”, solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

661 

Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que “salió del Padre” puede “volver al Padre”: Cristo (cf. Jn 16,28). “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la “Casa del Padre” (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (Prefacio de la Ascensión del Señor, I: Misa Romano).

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 Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): «Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).

74

Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” ( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:«Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones» (DV 7).1087

Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21- 23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta “sucesión apostólica” estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.

459

El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … “(Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: “Escuchadle” (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

1698

La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que Él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que Él nos ha amado realicen las obras que corresponden a su dignidad: «Te ruego que pienses […] que Jesucristo, Nuestro Señor, es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros […]. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él» (San Juan Eudes, Le Coeur admirable de la Très Sacrée Mère de Dieu, 1, 5: Oeuvres completes, v.6). «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).

2466

En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).

2614 

Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es “pedir en su Nombre” (Jn 14, 13). La fe en Él introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con Él en el Padre que nos ama en Él hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).

470

Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación “la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida” (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de “uno de la Trinidad”. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):

«El Hijo de Dios […] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22, 2).

516

Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), y el Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadle” (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos “manifestó el amor que nos tiene” (1 Jn 4,9) con los rasgos más sencillos de sus misterios.

  • En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, papa

QUIEN ME VE A MI, VE AL PADRE (cfr. Jn 14, 9)

Revelación de la misericordia

«Dios rico en misericordia» es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer. A este respecto, es digno de recordar aquel momento en que Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»; Jesús le respondió: «¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre». Estas palabras fueron pronunciadas en el discurso de despedida, al final de la cena pascual, a la que siguieron los acontecimientos de aquellos días santos, en que debía quedar corroborado de una vez para siempre el hecho de que «Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo ».

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «misericordioso y Dios de todo consuelo». Efectivamente, en la Constitución Gaudium et Spes leemos: «Cristo, el nuevo Adán…, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»: y esto lo hace « en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor ». Las palabras citadas son un claro testimonio de que la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza no puede tener lugar sin la referencia —no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial— a Dios. El hombre y su vocación suprema se desvelan en Cristo mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor.

Por esto mismo, es conveniente ahora que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación. Si es verdad que todo hombre es en cierto sentido la vía de la Iglesia —como dije en la encíclica Redemptor Hominis—, al mismo tiempo el Evangelio y toda la Tradición nos están indicando constantemente que hemos de recorrer esta vía con todo hombre, tal como Cristo la ha trazado, revelando en sí mismo al Padre junto con su amor. En Cristo Jesús, toda vía hacia el hombre, cual le ha sido confiado de una vez para siempre a la Iglesia en el mutable contexto de los tiempos, es simultáneamente un caminar al encuentro con el Padre y su amor. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta verdad según las exigencias de nuestros tiempos.

Cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús. Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio. Si pues en la actual fase de la historia de la Iglesia nos proponemos como cometido preeminente actuar la doctrina del gran Concilio, debemos en consecuencia volver sobre este principio con fe, con mente abierta y con el corazón. Ya en mi citada encíclica he tratado de poner de relieve que el ahondar y enriquecer de múltiples formas la conciencia de la Iglesia, fruto del mismo Concilio, debe abrir más ampliamente nuestra inteligencia y nuestro corazón a Cristo mismo. Hoy quiero añadir que la apertura a Cristo, que en cuanto Redentor del mundo « revela plenamente el hombre al mismo hombre », no puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más madura al Padre y a su amor.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.