Preparación opcional Domingo Laetare 2023

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL 4º DOMINGO DE CUARESMA, LAETARE CICLO A. 19 DE MARZO DE 2023. (San Juan 9, 1-41).

  • En los santos padres: 

San Agustín, in Joanem tract. 44.

Cfr. Santo Tomás de Aquino,  Catena Aurea

1-7. 

La palabra Rabbí quiere decir Maestro. Ellos le llaman Maestro, porque lo que querían era aprender, y por esto habían propuesto una cuestión al Señor, como a su Maestro.

¿Acaso había nacido él exento de la culpa original, o durante su vida no había cometido ninguna? Habían pecado él y sus padres, pero no había nacido ciego en castigo de su pecado. El mismo Salvador señala la causa por la que había nacido ciego: «A fin de que las obras de Dios se manifiesten en él».

Por las palabras: «Aquél que me envió», da toda la gloria a Aquél de quien procede, porque el Padre tiene un Hijo que es suyo, mientras que El mismo no procede de alguien.

Si nosotros trabajamos durante esta vida, éste es el día, éste es Cristo. Por eso añade: «Mientras que estoy en el mundo». He aquí que El es el día mismo. Este día, que acaba con una vuelta del sol, tiene pocas horas. El día de la presencia de Cristo dura hasta la consumación de los siglos; porque El mismo dijo ( Mt 28,20): «He aquí que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos».

El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, «porque el Verbo se hizo carne» ( Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: «Que quiere decir Enviado», porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado.

8-17. 

Porque, abiertos los ojos, éstos habían cambiado su semblante. Mas él decía «Yo soy», expresión de gratitud y reconocimiento que lo libra de ser tenido por ingrato.

He aquí cómo se hace mensajero de la gracia; he aquí cómo evangeliza y confiesa a los judíos. Este ciego confesaba y el corazón de los impíos estaba oprimido porque no tenían en el corazón lo que él ya tenía en el rostro. «Y le dijeron: ¿En dónde está aquél?»

Al decir estas palabras se asemejaba al ungido, pero que aún no ve. Predica, mas no conoce a aquel a quien predica.

No todos, sino algunos, porque ya algunos empezaban a ser ungidos. Los que no veían, ni habían sido ungidos, decían: «Este hombre no es de Dios, pues que no guarda el sábado». Mejor guardaba el sábado el que estaba libre de pecado, pues guardar el sábado en sentido espiritual es estar libre de pecado, y esto es lo que Dios aconseja cuando exhorta a santificar el día del sábado, diciendo ( Ex 20,10): «No haréis obras serviles». Y he aquí lo que el Señor llama obra servil: todo el que hace un pecado, es esclavo del pecado ( Jn 8,34); pero mientras ellos observaban carnalmente el sábado, espiritualmente lo violaban.

Cristo era el día que separó la luz de las tinieblas.

O tal vez buscaban un medio de calumniar al hombre y arrojarlo de la sinagoga; pero él no manifestó más que lo que sentía. «Y él dijo: Que es profeta». Aunque ya estaba tocado su corazón, todavía, sin embargo, no confiesa al Hijo de Dios; pero no miente, porque el Señor había dicho de sí mismo «Que ningún profeta es acepto en su patria» ( Lc 4).

18-23. 

Esto es, del que había sido ciego y ahora veía.

Nosotros estaríamos obligados a hablar por un niño que no pudiese hablar por sí mismo. Le hemos conocido ciego de nacimiento, pero no mudo.

Ya no era un mal el ser arrojado de la sinagoga. Los judíos arrojaban; Jesús recibía. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene, preguntadlo a él».

24-34. 

Es decir, niega lo que has recibido, lo cual ciertamente no es dar gloria a Dios, sino blasfemarlo.

¿Qué quiere decir: «Por ventura también vosotros»? sino, puesto que yo soy su discípulo, por ventura, ¿queréis vosotros también haceros sus discípulos? Ya veo, pero no tengo envidia. El hablaba estas cosas indignado contra la dureza de los judíos; de ciego que había sido, ahora veía y no podía soportar a los ciegos.

¡Aquí hay maldición si atiendes al corazón, no si examinas las palabras! Caiga tal maldición sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Y añadieron: «Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que habló Dios a Moisés». ¡Ojalá supierais que habló Dios a Moisés! Entonces sabríais que Dios ha sido anunciado por Moisés. Porque el Señor os dice ( Jn 5,46): «Si creyereis en Moisés, creeríais en mí, porque de mí es de quien ha escrito». ¿Así seguís al siervo, volviendo la espalda al Señor? Pues añadís: «Mas éste no sabemos de dónde sea».

Es aún el ungido el que habla, porque Dios oye también a los pecadores; pues si no los oyera, en vano diría el publicano: «Dios, muéstrate propicio a mí pecador» ( Lc 18,13 ). Por aquella confesión mereció su justificación, de la misma manera que el ciego mereció ser iluminado.

Libremente, constantemente, verazmente. Estas cosas que han sido hechas por el Señor, ¿por quién habían sido hechas sino por Dios? ¿O cuándo las habrían hecho los discípulos si el Señor no habitara en ellos?

¿Qué quiere decir la palabra todo, sino aludiendo a la ceguera? Pero el que le ha curado la vista le ha curado de todo.

Ellos le habían hecho maestro, le habían preguntado muchas veces para aprender de él; pero ahora, ingratos, arrojan al que les enseña.

34-41. 

Ahora purifica su corazón. Por último, purificado el corazón y limpia la conciencia, lo reconoce, no ya como Hijo del hombre solamente (como antes lo había creído), sino como Hijo de Dios, que había tomado la forma humana. «Y él dijo: Creo, Señor». Poco es creer. ¿Quieres ver de qué manera cree? «Y postrándose le adoró

Porque El era el día, amanecido entre la luz y las tinieblas. Con razón, pues, añade: «Para que vean los que no ven», porque El disipa las tinieblas. ¿Pero qué significan las palabras que siguen: «Y los que ven sean hechos ciegos?» Escuchad lo que sigue: «Y lo oyeron algunos de los fariseos que estaban con El y le dijeron: ¿Pues qué, nosotros somos también ciegos?» Las palabras que a ellos perturbaban eran éstas: «Y los que ven sean hechos ciegos». Jesús les dijo: «Si fuereis ciegos, no tendríais pecado»; es decir, si conocieseis vuestra ceguedad, recurriríais a Aquel que puede curarla. «Mas por cuanto decís: vemos, vuestro pecado permanece», porque juzgándoos con vista, no buscáis al médico que os pudiera curar. Por eso permanecéis en vuestra ceguedad. Esto es lo que significa lo que poco antes he dicho: Yo he venido para que vean los que no ven (esto es, para que vean los que confiesan que no ven y buscan al médico) y los que ven sean hechos ciegos (esto es, los que creen que ven y por lo tanto no buscan al médico) permanezcan en la ceguedad. A esta separación es a la que El llamó juicio cuando dijo: «Yo vine a este mundo para juicio», pero no que trajo al mundo el verdadero juicio Aquel que juzgará a los vivos y a los muertos en el fin de los siglos.

  • En los santos dominicos

En santo Tomás de AquinoSuma teológica – Parte IIIa – Cuestión 43, Sobre los milagros realizados por Cristo en general

Artículo 4: ¿Los milagros hechos por Cristo fueron suficientes para mostrar su divinidad?

Objeciones 

por las que parece que los milagros hechos por Cristo no fueron suficientes para dar a conocer su divinidad.

1. 

Ser Dios y hombre es propio de Cristo. Pero los milagros hechos por Cristo fueron realizados también por otros. Luego parece que no fueron suficientes para dar a conocer su divinidad.

2. 

Nada existe mayor que el poder de la divinidad. Pero algunos hicieron mayores milagros que los de Cristo, pues en Jn 14,12 se dice: El que cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso mayores que éstas. Luego parece que los milagros hechos por Cristo no fueron suficientes para mostrar su divinidad.

3. 

Lo particular no es suficiente para demostrar lo universal. Ahora bien, cualquiera de los milagros de Cristo fue una obra particular. Luego por ninguno de ellos pudo manifestarse suficientemente la divinidad de Cristo, a la que compete tener poder universal sobre todos los milagros.

Contra esto: 

está que el Señor dice en Jn 5,36: Las obras que el Padre me ha encomendado hacer, ellas mismas dan testimonio de mí.

Respondo: 

Los milagros hechos por Cristo eran suficientes para dar a conocer su divinidad, por tres motivos: Primero, por la calidad de las obras, que superaban todo el alcance del poder creado y, en consecuencia, no podían ser hechas más que por el poder divino. Y por esta causa el ciego curado decía, en Jn 9,32-33: Jamás se ha oído que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.

Segundo, por el modo de hacer los milagros, puesto que los realizaba como con poder propio, y no orando, como los otros.

Por esto se dice en Lc 6,19 que salía de él una fuerza que sanaba a todos. Con lo cual se demuestra, como dice Cirilo, que no recibía ningún poder ajeno, sino que, al ser Dios por naturaleza, manifestaba su propia virtud sobre los enfermos. Y también por tal motivo hacía milagros innumerables. A lo mismo se debe que, comentando el pasaje de Mt 8,16 —Expulsaba con su palabra los espíritus, y curó a todos los enfermos —, diga el Crisóstomo: Fíjate en la multitud de curados que los Evangelistas pasan de corrida, sin hablar de cada uno de los curados, sino presentando en pocas palabras un piélago inefable de milagros. Y con esto quedaba demostrado que tenía un poder igual al de Dios Padre, según aquellas palabras de Jn 5,19: Lo que hace el Padre, eso también lo hace igualmente el Hijo; y a continuación (v.21): Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.

Tercero, por la misma doctrina con la que se declaraba Dios, la cual, de no ser verdadera, no hubiera sido confirmada por milagros hechos con el poder divino. Y por esto se escribe en Mt 1,27: ¿Qué nueva doctrina es ésta? Porque manda con poder a los espíritus inmundos, y le obedecen.

A las objeciones:

1. 

Esta era la objeción de los gentiles. Por esto dice Agustín en la Epístola Ad VolusianumNinguno de esos indicios de una majestad tan grande queda claro, dicen, mediante los correspondientes milagros. Porque esa terrible purificación mediante la cual expulsaba a los demonios, esto es, la curación de los débiles, la vuelta de la vida a los muertos y otras semejantes, bien consideradas, son poca cosa para Dios. Y a esto responde Agustín: También nosotros confesamos que los profetas hicieron cosas semejantes. Pero el mismo Moisés y los demás profetas anunciaron al Señor Jesús y le tributaron gran gloria. El cual quiso hacer obras semejantes para que no resultase el absurdo de no hacer El por sí mismo lo que había hecho por medio de otros. Sin embargo, también El debió hacer algo propio (como fue): Nacer de una Virgen, resucitar de entre los muertos, subir a los cielos. El que piense que esto es poco para Dios, no sé qué más puede reclamar de Él. ¿Acaso, después de haberse encarnado, debió crear un mundo diferente, afín de que creyésemos que fue El mismo quien creó el mundo presente? Pero, bajo este aspecto, no era posible hacer un mundo mayor ni tampoco igual a éste; y si lo hubiera hecho menor que éste, hubiera sido juzgado, de igual modo, como poca cosa.

Sin embargo, las cosas que otros realizaron, las hizo Cristo de modo más perfecto. Por lo que, comentando el pasaje de Jn 15,24 —si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro —, dice Agustín: Ninguna de las obras de Cristo parece ser mayor que la resurrección de los muertos, acción que sabemos haber hecho también los antiguos profetas. Sin embargo, Cristo hizo algunas cosas que ningún otro realizó. Pero se nos contesta que también otros hicieron cosas que ni El ni otro realizaron. No obstante, jamás se lee de ninguno de los antiguos que haya curado tantos vicios, tantos achaques y tantos sufrimientos con un poder tan excepcional. Y sin contar que, con su mandato, sanó a cuantos le eran presentados, en Mc 6,56 se dice: Dondequiera que entraba, en aldeas, pueblos o ciudades, colocaban a los enfermos en las placas y le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos lo tocaban, quedaban curados. Esto no lo hizo en ellos ningún otro. Y así hay que entender la expresión «en ellos»; no «entre ellos» o «en presencia de ellos», sino absolutamente «en ellos», porque a ellos los sanó. Y no lo hizo (así) ningún otro de los que hicieron en ellos tales obras, porque cualquier otro hombre que las haya hecho, lo hizo obrando El; en cambio, El hizo esas cosas sin el concurso de ellos.

2. 

Agustín, exponiendo ese texto de Jn 14,12, pregunta: ¿Cuáles son esas obras mayores, que habrán de hacer los que crean en El? ¿Acaso que, cuando éstos pasan, su sombra sana a los enfermos? Sin duda que es más sanar con la sombra que con la orla del manto. No obstante, cuando Cristo decía esto, hacía más estimables los hechos y las obras de sus palabras. Pues cuando dijo (Jn 14,10): «El Padre que permanece en mí es el que realiza las obras», ¿a qué obras se refería sino a las palabras que estaba pronunciando? Y el fruto de tales palabras era la fe de quienes le escuchaban. Sin embargo, cuando los discípulos anunciaron el Evangelio, no fueron tan pocos como ellos los que creyeron, sino que fueron naciones¿No es verdad que, habiéndose marchado triste de su presencia el rico aquel, lo que éste no hizo, oyendo a Cristo, lo hicieron, sin embargo, muchos cuando El hablaba por medio de sus discípulos? He aquí cómo hizo más cuando le predicaron los creyentes que cuando habló El a los oyentes.

Todavía se plantea esta dificultad: Las obras mayores aludidas las realizó por medio de los Apóstoles, y, en cambio, sin referirse sólo a ellos, añade: «El que cree en mí». Oye, pues: «El que cree en mí, hará también él las obras que yo hago». Primero las hago yo, después también las hará él, porque yo las hago para que las haga él. ¿Qué obras son éstas sino las de hacer un justo de un impío? Esto, ciertamente, lo realiza Cristo en él, pero no sin él. Yo diría sin duda de ninguna clase que esto es mayor que crear el cielo y la tierra, porque «el cielo y la tierra pasarán» (cf. Mt 24,35), pero la salvación y la justificación de los predestinados permanecerán. Pero los ángeles del cielo son obra de Cristo. ¿Hace acaso obras mayores que ésta el que coopera con Cristo para su justificación? Juzgue quien pueda si es mayor obra crear a los justos que justificar a los impíos. Ciertamente, si una y otra suponen igual poder, la última es obra de mayor misericordia.

Pero nada nos obliga a pensar que la frase «hará obras mayores que éstas» abarque todas las obras de Cristo. Tal vez lo dijo refiriéndose a las obras que entonces hacía. Y entonces realizaba palabras de fe, y sin duda que predicar palabras de justicia —cosa que El hizo sin nosotros es menos que justificar al impío, cosa que El hace en nosotros de tal modo que también nosotros lo hagamos.

3. 

Cuando una obra particular es propia de un agente, entonces, a través de tal obra, queda probado el poder total de ese agente. Por ejemplo, siendo propio del hombre el razonar, queda demostrado que un hombre es racional por el hecho de razonar acerca de una cuestión particular. E igualmente, siendo exclusivo de Dios hacer milagros con su propio poder, quedó suficientemente probado que Cristo es Dios con cualquiera de los milagros que hizo por su propio poder.

  • En el CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA: 

Nº 1151 

Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Éxodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque Él mismo es el sentido de todos esos signos.

Nº1504

A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) “pues salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa “tocándonos” para sanarnos.

Nº 595

Entre las autoridades religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7, 50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús (cf. Jn 19, 38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a propósito de Él (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21) hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, san Juan pudo decir de ellos que “un buen número creyó en él”, aunque de una manera muy imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día siguiente de Pentecostés “multitud de sacerdotes iban aceptando la fe” (Hch 6, 7) y que “algunos de la secta de los fariseos … habían abrazado la fe” (Hch 15, 5) hasta el punto de que Santiago puede decir a san Pablo que “miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley” (Hch 21, 20).

Nº 596 

 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que “todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación” (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: “Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación” (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró a Jesús “reo de muerte” (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de “sedición” (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).

Nº 2827

“Si alguno […] cumple la voluntad […] de Dios, a ése le escucha” (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido “agradables” al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

«Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 6, 24).

Nº 588

Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los “que se tenían por justos y despreciaban a los demás” (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: “No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41).

  • En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II

Homilía, Parroquia San Matías Apóstol (Roma), 14-03-1999

1. 

«Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría» (Antífona de entrada).

Con esta invitación a la alegría, se abre la liturgia de hoy. Ella da un tono particularmente gozoso a este cuarto domingo de Cuaresma, llamado tradicionalmente domingo laetare. Sí, debemos alegrarnos, puesto que el auténtico espíritu cuaresmal es búsqueda de la alegría profunda, fruto de la amistad con Dios. Nos alegramos porque la Pascua ya está cerca, y dentro de poco celebraremos nuestra liberación del mal y del pecado, gracias a la vida nueva que nos trajo Cristo muerto y resucitado.

En este camino hacia la Pascua, la liturgia nos exhorta a recorrer el itinerario catecumenal con los que se preparan para recibir el bautismo. El domingo pasado meditamos en el don del agua viva del Espíritu (cf. Jn 4, 5-42); hoy nos detenemos con el ciego de nacimiento junto a la piscina de Siloé, para acoger a Cristo, luz del mundo (cf. Jn 9, 1-41).

«El ciego fue, se lavó, y volvió con vista» (Jn 9, 7). Como él, debemos dejarnos iluminar por Cristo, y renovar la fe en el Mesías sufriente, que se revela como la luz de nuestra existencia: «Yo soy la luz del mundo; (…) quien me sigue tendrá la luz de la vida» (Aclamación antes del Evangelio).

El agua y la luz son elementos esenciales para la vida. Precisamente por eso, Jesús los elevó a la categoría de signos reveladores del gran misterio de la participación del hombre en la vida divina.

[…] 5. 

«Caminad como hijos de la luz» (Ef 5, 8). Las palabras del apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos estimulan a recorrer este camino de conversión y renovación espiritual. En virtud del bautismo, los cristianos son «iluminados»; ya han recibido la luz de Cristo. Por tanto, están llamados a conformar su existencia con el don de Dios: ¡a ser hijos de la luz!

Amadísimos hermanos y hermanas, el Señor os abra los ojos de la fe, como hizo con el ciego de nacimiento, para que aprendáis a reconocer su rostro en el de vuestros hermanos, especialmente en los más necesitados.

María, que ofreció a Cristo a todo el mundo, nos ayude también a nosotros a acogerlo en nuestras familias, en nuestras comunidades y en todos los ambientes de vida y trabajo de nuestra ciudad. Amén.

San Juan Pablo II 

Ángelus (10-03-2002): Es posible volver a la «Luz»

Domingo 10 de marzo del 2002.

1. 

«Laetare, Jerusalem…». Con estas palabras del profeta Isaías la Iglesia nos invita hoy a la alegría, en la mitad del itinerario penitencial de la Cuaresma. La alegría y la luz son el tema dominante de la liturgia de hoy. El evangelio narra la historia de «un hombre ciego de nacimiento» (Jn 9, 1). Al verlo, Jesús hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos y le dijo:  «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con la vista» (Jn 9, 6-7).

El ciego de nacimiento representa al hombre marcado por el pecado, que desea conocer la verdad sobre sí mismo y sobre su destino, pero se ve impedido por una enfermedad congénita. Sólo Jesús puede curarlo: él es «la luz del mundo» (Jn 9, 5). Al confiar en él, todo ser humano espiritualmente ciego de nacimiento tiene la posibilidad de «volver a la luz», es decir, de nacer a la vida sobrenatural.

2. 

Además de la curación del ciego, el evangelio da gran relieve a la incredulidad de los fariseos, que se niegan a reconocer el milagro, dado que Jesús lo ha realizado en sábado, violando, a su parecer, la ley de Moisés. Se manifiesta así una elocuente paradoja, que Cristo mismo resume con estas palabras: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn 9, 39).

Para quien encuentra a Jesús, no hay términos medios: o reconoce que lo necesita a él y su luz, o elige prescindir de él. En este último caso, tanto a quien se considera justo ante Dios como a quien se considera ateo, la misma presunción les impide abrirse a la conversión auténtica.

3. 

Amadísimos hermanos y hermanas, nadie debe cerrar su corazón a Cristo. A quien lo acoge, él le da la luz de la fe, una luz capaz de transformar los corazones y, por consiguiente, las mentalidades y las situaciones sociales, políticas y económicas dominadas por el pecado. «Creo, Señor» (Jn 9, 38). Cada uno de nosotros, como el ciego de nacimiento, debe estar dispuesto a profesar humildemente su adhesión a él.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.