Preparación opcional 5 de febrero 2023

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DE LA MISA DEL V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A. 5 DE FEBRERO DE 2023.

  • En los santos padres: 

Ignacio de Antioquía

A los Efesios: Si eres luz, vive en la luz

«Si algo se hace oculto, saldrá a la luz» (cf. Mc 4,22)

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras.

El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.

  • En los santos dominicos

Santa Catalina de Siena, virgen y Doctora de la Iglesia

El Diálogo de la Divina misericordia

La doctrina de las lágrimas. N° 100

La tercera y más perfecta luz del corazón. — Obras que hace el alma que ha llegado a ella —Hermosa visión que una vez tuvo esta alma devota. —Modo de conseguir la perfecta pureza.—No se deben emitir juicios. 

Los terceros, llegados a esta gloriosa luz, son perfectos en cualquier situación en que se hallen. Todo lo que permito respecto de ellos, lo tienen en la debida reverencia, igual que en el tercer estado del alma, el unitivo, de que te hablé. Se juzgan dignos de los sufrimientos, de que el mundo se escandalice de ellos y de ser privados de sus consuelos, de cualquier clase que sean. Como se creen merecedore s de sufrimientos, se juzgan también indignos del fruto que les siguen. En esa luz han conocido mi eterna voluntad, que no quiere otra cosa que vuestro bien y lo doy y permito para que seáis santificados en mí.

Cuando el alma ha conocido mi voluntad, se ha revestido de ella, y no atiende más que al modo de conservar y aumentar la perfección de su estado para gloria y alabanza de mi nombre , dirigiendo mi entendimiento con la luz de Cristo crucificado, mi Hijo único, amando y siguiendo su doctrina, que es la regla y camino para los perfectos y par a los imperfectos. Viendo que el enamorado Cordero, mi Verdad, les d a la doctrina de la perfección, al contemplarla se enamora de ella. Esta es la perfección que conoció al contemplar a este y amoroso Verbo, mi Hijo unigénito, que se alimenta a la mesa del santo deseo, buscando mi honor, el del Padre eterno, y vuestra salvación. Con este deseo corrió con gran solicitud a la oprobiosa muerte que le había sido impuesta por mí, el Padre, no esquivando trabajos ni ultrajes. No fue remiso en reconocer tan grande s beneficios, otorgados a pesar de la ingratitud, de la ignorancia y persecuciones de los judíos; por los escarnios, villanías o murmuraciones y por los gritos hostiles del pueblo. Todo lo superó, como verdadero capitán y caballero, el que yo había puesto en el campo de batalla a combatir par a arrancaros de las manos de los demonios, y para que os enseñase su camino, su doctrina y su regla, y para que vosotros pudierais alcanzar mi puerta, Vida eterna, con la llave de la preciosa sangre, derramada con tan ardoroso amo r y con aborrecimiento de vuestros pecados.

Como si os dijera este dulce y amoroso Verbo: «He aquí que os he preparado el camino y abierto la puerta con mi sangre: por tanto, no seáis perezosos en seguirlo sentándoos sobre el amor a vosotros mismos, y con la ignorancia de no reconocer el camino y con la presunción y el deseo de elegir el servicio de Dios a vuestro modo y no según el mío; porque os he trazado un camino derecho por medio de mi eterna Verdad, el que ha sido abierto a golpes con la sangre de mi Verbo encarnado.» «Levantaos, pues, y seguidlo, pues nadie puede venir a mí, el Padre, sino por Él. Él es el camino y la puerta por donde tenéis que venir a mí, Mar de paz.»

Cuando el alma ha logrado experimenta r esta luz —porque dulcemente la ha visto y conocido, y por eso la ha gustado—, corre, como enamorada y angustiada de amor, a la mesa del santo deseo, y no se ve a través de sí misma ni busca el propio consuelo, sea espiritual o corporal. Como quien todo lo confía en esta luz y conocimiento, tiene ahogada la voluntad propia. No desdeña los sufrimientos, de cualquier parte que vengan, sino que, sufriendo con trabajo el oprobio, las molestias del demonio y las murmuraciones de los hombres, come en la mesa de la santísima Cruz el alimento en honor a mí, Dios eterno, y de la salvación de las almas.

No busca la remuneración en mí o en las criaturas, porque se ha despojado del amor mercenario, es decir, del amor por interés propio, y está vestida de la luz perfecta, amándome con pureza y sin interés alguno que no sea la gloria y alabanza de mi nombre; no sirviéndome por el deleite propio, ni al prójimo por utilidad, sino sólo por amor.

Estos se han perdido a sí mismos, se han despojado del hombre viejo, es decir, de los propios sentidos, y se han vestido del hombre nuevo, Cristo, el dulce Jesús, mi Verdad, siguiéndolo esforzadamente. Se ponen a la mesa del santo deseo. Han cifrado más su cuidado en matar la voluntad que en matar y mortificar el cuerpo; pero no por efecto principal, sino como instrumento

para ayuda r a mata r la propia voluntad, tal como te dije al explicar aquella frase de que yo quería pocas palabras y muchas obras. Y así debéis obrar, porque la intención principal debe ser dar muerte a la voluntad y no buscar ni querer sino mi dulce Verdad, Cristo crucificado, por el honor y gloria de mi nombre y la salvación de las almas.

Los que se hallan en esta dulce luz obran así, y por ello se encuentran siempre en paz y quietud, y no hay quien los escandalice, porque han suprimido lo que produce escándalo, es decir, la voluntad propia. Todas las persecuciones que el mundo y el demonio pueden promover se hallan a sus pies. Están en el agua de muchas tribulaciones y tentaciones; pero no les hacen daño, por estar asidos a la rama del ardoroso deseo. Gozan de todo y no se erigen en jueces de mis servidores ni de ninguna criatura racional, sino que se alegran de todo lo que ven, diciendo: «Gracias a ti, Padre,

porque en tu casa hay mucha s mansiones». Tanto más gozan cuantos más modos ven de servirme; más que si encontrasen que iban todos por el mismo camino, pues ven que así se manifiesta la grandez a de su bondad. De todo sacan la fragancia de la rosa; no sólo del bien, sino

que no juzgan de los que ven que ciertamente han pecado, antes bien tienen santa compasión, rogando por ellos, y dicen con perfecta humildad: «Hoy te toca a ti, mañana me tocaría a mí, si no fuera por la gracia, que me preserva».

¡Oh hija queridísima! Enamórate de este dulce y excelente estado y contempla a los que corren con esta luz y su excelencia, pues tienen santos pensamientos, comen a la mesa de los santos deseos y han logrado alimentarse de las almas con ardorosa caridad por honor a mí, Padre eterno, vestidos del dulce Cordero, mi Hijo unigénito, o sea, de su doctrina.

No pierden el tiempo en falsos juicios acerca del mundo ni de mis servidores y no escandalizan por murmuración alguna acerca de sí mismos ni de otros. En cuanto a ellos, están contentos de sufrir algo por mí.

Cuando la murmuración se refiere a otros, la sufren por compasión al prójimo y no con crítica de los que la hacen, porque su amor no se halla mal dirigido, sino orientado a mí, Dios eterno, y al prójimo. Como en ellos ese amor está bien orientado, no reciben escándalo nunca, carísima hija. No se extrañan de lo que aquéllos aman ni de criatura alguna racional, pues su parecer se halla muerto y no vivo, y por eso no pretenden juzgar la intención de los hombres, sino la de mi clemencia.

Observa n la doctrina que sabes que te fue dada por mi Verdad al comenzar tu vida, cuando pediste con gran deseo llegar a la perfecta pureza de espíritu. Si piensas en el mod o en que podéis conseguirla, sabes lo que te dije sobre este deseo cuando estabas arrobada.

No sólo en el espíritu, sino en la voz que sonó a tus oídos cuando volviste a los sentidos, si bien te acuerdas, cuando mi Verdad te dijo: «¿Quieres llegar a la perfecta pureza de espíritu y verte libre de los escándalos y que tu espíritu no se escandalice por nada? Entonces haz que siempre te unas a mí por afecto de amor, porque yo soy suma y eterna pureza y fuego que purifica al alma . Por esto, cuanto el alma más se acerca a mí, más pura se hace, y cuanto más se aparta, se hace más inmunda. Los hombres caen en tantas maldades por hallarse separados de mí, per o el alma que se une a mí, sin cortapisas, participa de mi pureza». Otra cosa te conviene hacer par a llegar a esta unión y pureza: que nunc a juzgues del hombre, sino de mi intención par a con él y para contigo en lo que vieras hacer o decir, sea por quien sea, contra ti o contra los demás». Y si vieses pecado o defecto manifiesto, saca de aquella espina la rosa, es decir, ofrécemela con santa compasión. En las injurias que te hagan, piensa en que mi voluntad lo permite para probar tu virtud y la de mis siervos, pensando que lo hacen como instrumentos de que me sirvo, juzgando que muchas veces tendrán buen a intención. Nadie hay que pueda juzgar el corazón escondido de los hombres». Lo que veas que no es expresa y claramente pecado, no lo debes interpretar sino como manifestación de mi voluntad en ellos; y si tienes seguridad de que es pecado, tampoco debes juzgar, sino tener compasión. De este modo llegarás a la perfecta pureza, porque, haciéndolo así, tu espíritu no se escandalizará de mí ni de tu prójimo. El desdén hacia el prójimo proviene de juzgar en él mala intención y no ver la mía. Este desdén y escándalo aparta al alma de mí e impide la perfección, y en algunos casos quita la gracia, más o menos según la gravedad del desdén y el aborrecimiento concebido hacia el prójimo por su juicio». Lo contrario ocurre al alma que considera mi intención. Como está siempre en el amor al prójimo, permanece siempre en mi amor, y por eso el alma sigue unida a mí. Mi voluntad no quiere sino vuestro bien: lo que doy o permito, lo doy para que tengáis ante vosotros el fin para que os creé». Para llegar a la pureza que me pides, te es preciso, por consiguiente, hacer estas tres cosas principales: unirte a mí por afecto de amor, guardando en la memoria los beneficios que de mí has recibido; querer ver con el entendimiento el afecto de mi caridad, que os ama inestimablemente; y, en cuanto a la voluntad del hombre, ver en ella la mía y no su mala voluntad, porque en esto soy yo el juez; yo y no vosotros. De esto se te seguirá la perfección». Si te acuerdas, ésta fue la doctrina que le dio mi Verdad.

Te digo ahora, hija queridísima, que los que te dije que parecía que habían aprendido esta doctrina, gustan las arras de la vida eterna en esta vida. Si la tienes en cuenta, no caerás en las argucias del demonio, porque las descubrirás; ni tampoco en el juzgar al prójimo. Sin embargo, para satisfacer más concretamente tus deseos, te diré y mostraré cómo no podéis emitir juicio alguno para condenar, sino para compadecer.

  • En el CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA: 

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El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:

— Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 P 2, 9).

— Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el “nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu” (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.

— Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.

— “La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo” (LG 9).

— “Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)”. Esta es la ley “nueva” del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).

— Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). “Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (LG 9.

— “Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección” (LG 9).

1216 

“Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado” (San Justino, Apología 1,61). Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), el bautizado, “tras haber sido iluminado” (Hb 10,32), se convierte en “hijo de la luz” (1 Ts 5,5), y en “luz” él mismo (Ef 5,8):

El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios […] lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40,3-4).

1243 

La vestidura blanca (del bautizado) simboliza que el bautizado se ha “revestido de Cristo” (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son “la luz del mundo” (Mt 5,14; cf Flp 2,15).

El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.

2820 

Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

2821 

Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).

  • En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, papa

Homilía (08-02-1981): Todo cristiano es sal y es luz

Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Carlos y San Blas.

Domingo V del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo 08 de febrero del 1981.

1. «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13-14).

Repito gustosamente las palabras de la perícopa evangélica de este domingo para saludaros… ¿Por qué con estas palabras? Porque las ha pronunciado Cristo ante sus discípulos, y la parroquia es precisamente la comunidad de los discípulos de Cristo. Con estas palabras Cristo definió a sus discípulos y, al mismo tiempo, les asignó una tarea, explicó cómo deben ser, puesto que se trata de sus discípulos…

2. ¿Por qué el Señor Jesús ha llamado a sus discípulos «la sal de la tierra»? 

Él mismo nos da la respuesta si consideramos, por una parte, las circunstancias en las que pronuncia estas palabras y, por otra, el significado inmediato de la imagen de la sal. Como sabéis, la afirmación de Jesús se inserta en el sermón de la montaña, cuya lectura comenzó el domingo pasado con el texto de las ocho bienaventuranzas: Jesús, rodeado de una gran muchedumbre, está enseñando a sus discípulos (cf. Mt 5, 1), y precisamente a ellos, como de improviso, les dice no que «deben ser», sino que «son» la sal de la tierra. En una palabra, se diría que El, sin excluir obviamente el concepto de deber, designa una condición normal y estable del discipulado: no se es verdadero discípulo suyo, si no se es sal de la tierra.

Por otra parte, resulta fácil la interpretación de la imagen: la sal es la sustancia que se usa para dar sabor a las comidas y para preservarlas, además, de la corrupción. El discípulo de Cristo, pues, es sal en la medida en que ofrece realmente a los otros hombres, más aún, a toda la sociedad humana, algo que sirva como un saludable fermento moral, algo que dé sabor y que tonifique. Dejando a un lado la metáfora, este fermento sólo puede ser la virtud o, más exactamente, el conjunto de las virtudes tan estupendamente indicadas en la serie precedente de las bienaventuranzas.

Se comprende, pues, cómo estas palabras de Jesús valen para todos sus discípulos. Por tanto, es necesario que cada uno de nosotros, queridos hermanos e hijos, las entienda como referidas a sí mismo. Cuando en mi saludo inicial he citado estas palabras programáticas, pensaba precisamente en vosotros, y ahora, después de la explicación que de ellas he hecho, debéis sentiros comprendidos en ellas todos los feligreses. No me refiero sólo a los que llamamos «comprometidos», sino a todos, a cada uno de vosotros, sin excepción. ¡Porque todos sois discípulos de Cristo!

Y ahora la segunda pregunta: ¿Por qué el Señor Jesús llamó a sus discípulos «la luz del mundo»? El mismo nos da la respuesta, basándonos siempre en las circunstancias a que hemos aludido y en el valor peculiar de la imagen. Efectivamente, la imagen de la luz se presenta inmediatamente como complementaria e integrante respecto a la imagen  de la sal: si la sal sugiere la idea de la penetración en profundidad, la de la luz sugiere la idea de la difusión en el sentido de extensión y de amplitud, porque —diré con las palabras del gran poeta italiano y cristiano— «La luz rápida cae como lluvia de cosa en cosa, y suscita varios colores, dondequiera que se posa» (A Manzoni, La Pentecoste, vs. 41-44).

El cristiano, pues, para ser «fiel discípulo de Cristo Maestro, debe iluminar con su ejemplo, con sus virtudes, con esas bellas obras» (Kala Erga), de las que habla el texto evangélico de hoy (Mt 5, 16), y las cuales puedan ser vistas por los hombres. Debe iluminar precisamente porque es seguidor de Aquel que es «la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9), y que se autodefine «luz del mundo» (Jn 8, 12). El lunes pasado hemos celebrado la fiesta de «La Candelaria», cuyo nombre exacto es el de «Presentación del Señor». Al llevar al Niño al templo, fue saludado proféticamente por el anciano Simeón como «luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2, 32). Ahora bien, ¿no nos dice nada esta «persistencia de imagen» en la óptica de los evangelistas? Si Cristo es luz, el esfuerzo de la imitación y la coherencia de nuestra profesión cristiana jamás podrán prescindir de un ideal y, al mismo tiempo, de la semejanza real con El.

También esta segunda imagen configura una situación normal y universal, válida para la vida cristiana: se presenta y se impone como una obligación de estado y debe tener, por tanto, una realización práctica y detallada, de modo que en ella se encuentren los sacerdotes, las religiosas, los padres, los jóvenes, los ancianos, los niños y, sobre todo, los enfermos, los que están solos, los que sufren. Igual que todos están invitados a hacerse discípulos de Cristo, así también todos pueden y deben hacerse, en sus obras concretas, sal y luz para los demás hombres.

3. Y ahora escuchemos la confesión del auténtico discípulo de Cristo.

He aquí que habla San Pablo con las palabras de su Carta a los Corintios. Lo vemos, mientras se presenta a sus destinatarios, y oímos que lo ha hecho «débil y temeroso» (1 Cor 2, 3). ¿Por qué?

Esta actitud de «debilidad y temor» nace del hecho de que él sabe que choca con la mentalidad corriente, la sabiduría puramente humana y terrena, que sólo se satisface con las cosas materiales y mundanas. Él, en cambio, anuncia a Cristo y a Cristo crucificado, esto es, predica una sabiduría que viene de lo alto. Para hacer esto, para ser auténtico discípulo de Cristo, vive interiormente todo el misterio de Cristo, toda la realidad de su cruz y de su resurrección. Además, es preciso notar que así también la intensa vida interior se convierte, casi de modo natural, en lo que el Apóstol llama «el testimonio de Dios» (1 Cor 2, 1). Así, pues, en la vida práctica, un auténtico discípulo debe siempre ser tal en el sentido de la aceptación interior del misterio de Cristo, que es algo totalmente «original», no mezclado con la ciencia «humana» y con la «sabiduría» de este mundo.

Viviendo de este modo tendremos, ciertamente, el «conocimiento» de él y también la capacidad de actuar según él. Pero es necesario que en relación con los compromisos de naturaleza laical, nuestra fe no se funde en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios (1 Cor 2, 5).

4. La parroquia —como he dicho al comienzo— es la comunidad de los discípulos de Cristo. 

¿Qué consecuencias prácticas nos conviene sacar de las lecturas litúrgicas de hoy? Me parece que deben ser éstas: ante todo, la profundización en la fe y en la vida interior; en segundo lugar, un empeño serio en la actividad apostólica: «para que (los hombres) vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5, 16); y finalmente, la disponibilidad en ayudar a los otros, como bien dice la primera lectura con las palabras de Isaías: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: Aquí estoy» (Is 58, 7-9).

5. Permitid ahora que de la Palabra divina de este domingo, palabra que hemos meditado juntos, saque las últimas conclusiones y, al mismo tiempo, formule mis votos tanto para vuestra comunidad cristiana, como para cada uno de vosotros. Ante todo, deseo que renovéis en vosotros la conciencia personal y comunitaria: soy discípulo, quiero ser discípulo de Cristo. Esta es una cosa maravillosa: ¡Ser discípulo de Cristo! ¡Seguir su llamada y su Evangelio! Os deseo que podáis sentir esto más profundamente, y que la vida de cada uno de vosotros y de todos adquiera, gracias a esta conciencia, su pleno significado.

En las palabras de Isaías se contiene una promesa particular: el Señor escucha a los que le obedecen. El responde «Aquí estoy» a los que se hallan ante El con la misma disponibilidad y dicen con su conducta el mismo «aquí estoy». Os deseo que vuestra relación con Jesucristo nuestro Señor, Redentor y Maestro, se regule de este modo. Deseo que Cristo esté con vosotros, y que, mediante vosotros esté con los demás: y que se realice así la vocación de sus verdaderos discípulos, los cuales deben ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo». Así sea.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.