Preparación opcional 8 de diciembre 2022

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DE LA SOLEMMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN. 8 de diciembre de 2022 (San Lucas 1, 26-38).

-En los Santos Padres:

San Juan Damasceno (c. 675-749)

monje, teólogo, doctor de la Iglesia

Homilía para la Natividad de la Virgen

«Ahora hago el universo nuevo» (Ap 21,5)

 Hoy, el Creador de todas las cosas, el Verbo de Dios, ha hecho una obra nueva, salida del corazón del Padre para ser escrita, como con una caña, por el Espíritu que es la lengua de Dios… Hija santísima de Joaquín y Ana, que has escapado a las miradas de los Principados y de las Fuerzas y «de las flechas incendiarias del Maligno» (Col 1,16; Ef 6,16), has vivido en la cámara nupcial del Espíritu, y has sido guardada intacta para ser la esposa de Dios y Madre de Dios a través de la naturaleza… Hija amada de Dios, honor de tus padres, generaciones y generaciones te llamaran bienaventurada, como con verdad lo has afirmado (Lc 1,48). ¡Digna hija de Dios, belleza de la naturaleza humana, rehabilitación de Eva nuestra primera madre! Porque por tu nacimiento se ha levantado la que había caído… Si por la primera Eva «entró el pecado en el mundo» (Sab 2,24; Rm 5,12), porque se puso al servicio de la serpiente, María, que se hizo la servidora de la voluntad divina, engañó a la serpiente engañosa e introdujo en el mundo la inmortalidad. 

Tú eres más preciosa que toda la creación, porque sólo de ti compartió las primicias de nuestra humanidad. Su carne fue hecha de tu carne, su sangre de tu sangre; Dios se alimentó de tu leche, y tus labios tocaron los labios de Dios… En la presciencia de tu dignidad, el Dios del universo te amó; tal como te amó, te predestinó y «al final de os tiempos» (1P 1,20) te llamó a la existencia… 

Que Salomón, el gran sabio, se calle; que ya no vuelva a decir:«No hay nada nuevo bajo el sol» (Eccl 1,9).

– En los santos dominicos:

Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, Oraciones y soliloquios, en el día de la anunciación.

(Historia.-Compuesta en la fiesta de la Anunciación, 25 de marzo de 1379. Ese día cumplía Catalina treinta y dos años. Vivía cerca de la iglesia dominicana de Santa María sopra Minerva, dedicada a la Anunciación. Es una de sus oraciones más bellas. Ideas.-María, corredentora de los hombres, nos es presentada sencilla, humilde, complaciendo al Padre. —En María, como en un libro, aparece manifiesta la Trinidad. —La misericordia y la justicia se dan el abrazo en la encarnación del Verbo. —María coopera dando su consentimiento. —Cristo, desde ese momento, tiene ansias de morir por el hombre. —Plegaria por la Iglesia y por los discípulos de la Santa).

¡Oh María, María, templo de la Trinidad! ¡Oh María, portadora del Fuego! María, que ofreces misericordia, que germinas el fruto, que redimes el género humano, porque, sufriendo la c a r n e tuya en el Verbo, fue nuevamente redimido el mundo.

¡Oh María, tierra fértil! Eres la nueva planta de la que recibimos la fragante flor del Verbo, unigénito Hijo de Dios, pues en ti, tierra fértil, fue sembrado ese Verbo. Eres la tierra y eres la planta. ¡Oh María, carro de fuego! Tú llevaste el fuego escondido y velado bajo el polvo de tu humanidad.

¡Oh María!, vaso de humildad en el que está y a r de la luz del verdadero conocimiento con que te elevaste sobre ti misma, y por eso agradaste al Padre eterno y te raptó y llevó a sí, amándote con amor singular. Con la luz y el fuego de tu caridad, y con el ungüento de tu humildad atrajiste e inclinaste a la Divinidad a que viniera a ti, si bien antes fue arrastrado a venir a nosotros por el ardentísimo fuego de su inestimable caridad.

¡Oh María! Porque tuviste luz no fuiste necia, sino prudente, y por eso, con prudencia, quisiste saber del ángel cómo sería posible lo que anunciaba. ¿No sabías que esto era posible al Dios omnipotente? Ciertamente que sí. ¿Por qué dijiste: «pues no conozco varón»? No porque te faltase la fe, sino por la profunda humildad que consideraba tu indignidad; no porque dudases de que fuera posible a Dios. María: ¿te turbaste de las palabras del Ángel por miedo? Si atiendo a la luz de Dios, no parece que te turbases por miedo, aunque mostrases algún gesto de admiración y alguna turbación. Entonces, ¿de qué te maravillaste? De la gran bondad de Dios que veías. Considerándote a ti misma y cuan indigna te reconocías a tanta gracia, quedaste estupefacta. Quedaste admirada y estupefacta por la consideración de la inefable gracia de Dios, por la consideración de tu indignidad y debilidad. Preguntando con prudencia, demostraste profunda humildad, y, como queda dicho, no tuviste temor, sino admiración por causa de la desmedida bondad y caridad de Dios, dada la bajeza y pequeñez de tu virtud. Tú, ¡oh María!, has sido hecha hoy un libro en que se halla descrito nuestro modo de actuar. En ti se halla descrita la sabiduría del Padre eterno, en ti se manifiesta hoy la fortaleza y la libertad del hombre. Digo que se manifiesta la dignidad del hombre porque, si miro a ti, María, veo que la mano del Espíritu Santo imprimió en ti la Trinidad, formando en ti al Verbo encarnado, Hijo unigénito de Dios. La sabiduría del Padre escribió, es decir, el mismo Verbo ha dejado escrito su poder, pues fue poderoso para realizar este gran misterio. La clemencia del Espíritu Santo también ha dejado escrito, pues sólo por benevolencia y clemencia fue ordenado y llevado a cabo tan gran misterio. Si considero tu admirable determinación, Trinidad eterna, veo que en tu luz tuviste en cuenta la dignidad y nobleza del género humano, por lo que como el amor te obligó a sacar al hombre de ti, así el mismo amor te forzó a redimirlo cuando estaba perdido. Bien mostraste que amabas al hombre antes de que existiese al querer crearlo sólo por amor; pero mayor lo mostraste dándote a ti mismo, encerrándote hoy en el envoltorio de su humanidad. ¿Qué más pudiste darnos que a ti mismo? Por lo cual pudiste con verdad decir: « ¿Qué he podido decir que no haya hecho?» 

Así comprendo que lo que determinó la sabiduría en aquella grande y eterna resolución fue salvar al hombre. Hoy se ha realizado, cumpliéndose lo que tu clemencia deseaba y podía, de modo que en nuestra salvación se hallan aunados, Trinidad eterna, el poder, la sabiduría y la clemencia. Con esta decisión quería tu gran misericordia hacer misericordia a las criaturas, y tú, Trinidad eterna, realizar en ella tu verdad de darle la vida eterna, pues para esto la habías creado, a fin de que tuviera parte y gozase de ti. Esto no contradecía a tu justicia, que, como la misericordia, te es propia. La justicia permanece para siempre, por lo que ella n o deja falta alguna sin castigo, lo mismo que nada bueno sin ser premiado. El hombre no se podía satisfacer por su culpa. ¿Qué medio encontraste, Trinidad eterna, para que se cumpliese tu verdad de hacer misericordia al hombre y a la vez pudiese satisfacerse tu justicia? ¿Qué remedio nos has dado? He aquí el remedio oportuno: determinaste darnos el Verbo de tu unigénito Hijo y q u e tomase la masa de nuestra carne que te había ofendido, para que, sufriendo en esa humanidad, se satisficiese tu justicia; no en virtud de la humanidad, sino de la divinidad unida a ella. Así se hizo, y se cumplió tu verdad, y quedaron cumplidas la justicia y la misericordia. 

¡Oh María! Veo que este Verbo, dado a ti para que en ti esté sin ser separado del Padre, al modo que la palabra que el hombre tiene en la mente, aunque pronunciada exteriormente y comunicada a los demás, no se separa de esa mente ni del corazón. En todo esto se muestra la dignidad del hombre, por el cual ha hecho Dios tan grandes cosas. También se demuestra hoy, ¡oh María!, la fortaleza y libertad del hombre, porque, después de tan maravillosa determinación, te fue enviado un ángel para anunciártela e indagar tu voluntad. El Hijo de Dios no bajaría a tu vientre antes de que te conformases con ella. Aguardaba a la puerta de tu voluntad a que abrieses al que deseaba venir a ti, y nunca habría entrado si n o la hubieses abierto, diciendo: «He aquí la sierva del Señor». Manifiestamente, pues, aparece la fortaleza y libertad de tu querer, ya que ningún bien ni mal se pueden hacer sin él y no hay demonio ni criatura que pueda obligarla a la culpa de pecado mortal si ella no quiere, como tampoco puede forzarla a obrar bien alguno más allá de lo que ella quiera; de modo que la voluntad del hombre es libre, y ninguno la puede llevar al mal o al bien si ella no quiere.

¡Oh María! A la puerta llamaba la eterna Divinidad, pero si tú no hubieras abierto la entrada de tu voluntad, Dios no se habría encarnado en ti. Avergüénzate, alma mía, viendo que Dios se ha emparentado contigo por medio de María. Hoy te ha quedado claro que, aunque hayas sido creada sin intervención tuya, no serás salvada sin ella; por eso hoy llama Dios a la puerta de la voluntad de María y espera que le abra.

¡Oh María, dulcísimo amor mío! En ti está escrito el Verbo del que recibimos la doctrina de la vida, tú eres la tabla [documento] que nos la das. Veo que en cuanto esta Verdad ha sido escrita en ti, ésta no se halla sin la cruz del santo deseo. En cuanto fue concebido en ti, le fue infundido y dado el deseo de morir por la salvación del hombre, razón por la que había tomado carne. Fue para Él una gran cruz soportar tanto tiempo el deseo, que hubiera querido realizar inmediatamente. 

¡Oh María! a ti acudo y te presento mi petición por la dulce esposa de Cristo, tu dulcísimo Hijo, y por su vicario en la tierra para que le dé la luz a fin de que con discreción tome las medidas oportunas para la reforma de la Iglesia. Que el pueblo se una y que su corazón se amolde al del vicario, de modo que nunca levante la cabeza contra él. Me parece que tú, Dios eterno, has hecho de él un yunque sobre el que todo el mundo golpea cuanto puede con la lengua y con las obras.

Te ruego igualmente por los que has puesto en mi deseo con singular amor. Que sus corazones ardan como brasas que no se apagan. Que siempre vivan anhelando la caridad para contigo y con el prójimo, a fin de que en tiempo de necesidad tenga las navecillas bien provistas para sí y para los demás. Te pido por los que me has dado, aunque yo no sea motivo de bien alguno, sino siempre de mal, al no ser para ellos espejo de virtud, sino de ignorancia y negligencia. Pero, María, hoy te pido con atrevimiento, porque es el día de las gracias, y sé que nada se te niega. 

¡Oh María! La tierra ha germinado para nosotros al Salvador. Pequé contra el Señor todo el tiempo de mi vida; pequé contra el Señor. T e n misericordia de mí, dulcísimo e inestimable Amor

¡Oh María! Bendita tú e n t r e las mujeres por los siglos de los siglos, pues hoy nos has dado de tu harina. Hoy la Divinidad se u n e y entremezcla tan estrechamente con nuestra humanidad, que nunca se podrá separar ni por muerte ni p o r ingratitud. Siempre ha estado unida a la Divinidad con el alma, y con el cuerpo en Cristo: con el sepulcro y con el alma, en el limbo. De esta manera se ha contraído este parentesco que n u n c a ha desaparecido y nunca desaparecerá. 

Amén.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

497. 

Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo”, dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7, 14) según la versión griega de Mt 1, 23.

706.

Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará “la unidad de los hijos de Dios dispersos” (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don del “Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda … para redención del Pueblo de su posesión” (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).

723.

En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).

2571.

Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

En el Magisterio de los Papas:

Benedicto XVI, papa. Discurso (08-12-2009): María en medio de la Ciudad

Homenaje a la Inmaculada Concepción en la Plaza de España – Roma

Martes 08 de diciembre del 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

En el corazón de las ciudades cristianas María constituye una presencia dulce y tranquilizadora. Con su estilo discreto da paz y esperanza a todos en los momentos alegres y tristes de la existencia. En las iglesias, en las capillas, en las paredes de los edificios: un cuadro, un mosaico, una estatua recuerda la presencia de la Madre que vela constantemente por sus hijos. También aquí, en la plaza de España, María está en lo alto, como velando por Roma.

¿Qué dice María a la Ciudad? ¿Qué recuerda a todos con su presencia? Recuerda que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20), como escribe el apóstol san Pablo. Ella es la Madre Inmaculada que repite también a los hombres de nuestro tiempo: no tengáis miedo, Jesús ha vencido el mal; lo ha vencido de raíz, librándonos de su dominio.

¡Cuánto necesitamos esta hermosa noticia! Cada día los periódicos, la televisión y la radio nos cuentan el mal, lo repiten, lo amplifican, acostumbrándonos a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, de alguna manera, intoxicándonos, porque lo negativo no se elimina del todo y se acumula día a día. El corazón se endurece y los pensamientos se hacen sombríos. Por esto la ciudad necesita a María, que con su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la gracia sobre el pecado, y nos lleva a esperar incluso en las situaciones humanamente más difíciles.

En la ciudad viven —o sobreviven— personas invisibles, que de vez en cuando saltan a la primera página de los periódicos o a la televisión, y se las explota hasta el extremo, mientras la noticia y la imagen atraen la atención. Se trata de un mecanismo perverso, al que lamentablemente cuesta resistir. La ciudad primero esconde y luego expone al público. Sin piedad, o con una falsa piedad. En cambio, todo hombre alberga el deseo de ser acogido como persona y considerado una realidad sagrada, porque toda historia humana es una historia sagrada, y requiere el máximo respeto.

La ciudad, queridos hermanos y hermanas, somos todos nosotros. Cada uno contribuye a su vida y a su clima moral, para el bien o para el mal. Por el corazón de cada uno de nosotros pasa la frontera entre el bien y el mal, y nadie debe sentirse con derecho de juzgar a los demás; más bien, cada uno debe sentir el deber de mejorarse a sí mismo. Los medios de comunicación tienden a hacernos sentir siempre “espectadores”, como si el mal concerniera solamente a los demás, y ciertas cosas nunca pudieran sucedernos a nosotros. En cambio, somos todos “actores” y, tanto en el mal como en el bien, nuestro comportamiento influye en los demás.

Con frecuencia nos quejamos de la contaminación del aire, que en algunos lugares de la ciudad es irrespirable. Es verdad: se requiere el compromiso de todos para hacer que la ciudad esté más limpia. Sin embargo, hay otra contaminación, menos fácil de percibir con los sentidos, pero igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu; es la que hace nuestros rostros menos sonrientes, más sombríos, la que nos lleva a no saludarnos unos a otros, a no mirarnos a la cara… La ciudad está hecha de rostros, pero lamentablemente las dinámicas colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Vemos sólo la superficie de todo. Las personas se convierten en cuerpos, y estos cuerpos pierden su alma, se convierten en cosas, en objetos sin rostro, intercambiables y consumibles.

María Inmaculada nos ayuda a redescubrir y defender la profundidad de las personas, porque en ella la transparencia del alma en el cuerpo es perfecta. Es la pureza en persona, en el sentido de que en ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios. La Virgen nos enseña a abrirnos a la acción de Dios, para mirar a los demás como él los mira: partiendo del corazón. A mirarlos con misericordia, con amor, con ternura infinita, especialmente a los más solos, despreciados y explotados. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

Quiero rendir homenaje públicamente a todos los que, en silencio, no con palabras sino con hechos, se esfuerzan por practicar esta ley evangélica del amor, que hace avanzar el mundo. Son numerosos, también aquí en Roma, y raramente son noticia. Hombres y mujeres de todas las edades, que han entendido que de nada sirve condenar, quejarse o recriminar, sino que vale más responder al mal con el bien. Esto cambia las cosas; o mejor, cambia a las personas y, por consiguiente, mejora la sociedad.

Queridos amigos romanos, y todos los que vivís en esta ciudad, mientras estamos atareados en nuestras actividades cotidianas, prestemos atención a la voz de María. Escuchemos su llamada silenciosa pero apremiante. Ella nos dice a cada uno: que donde abundó el pecado, sobreabunde la gracia, precisamente a partir de tu corazón y de tu vida. La ciudad será más hermosa, más cristiana y más humana.

Gracias, Madre santa, por este mensaje de esperanza. Gracias por tu silenciosa pero elocuente presencia en el corazón de nuestra ciudad. ¡Virgen Inmaculada, Salus Populi Romani, ruega por nosotros!

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.