Preparación opcional 13 de noviembre 2022

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CC. 13 de noviembre 2022 (San Lucas 21,5-19).

-En los Santos Padres:

Ambrosio de Milán

Sobre el evangelio de Lucas: La venida de Cristo

«No quedará piedra sobre piedra… todo será destruido» (cf. Lc 21,6)

«Cuando oigáis hablar de guerras y catátrofes, no temais» (Lc 21,9)

«No quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Estas palabras eran verdaderas referidas al Templo construido por Salomón…, porque todo lo que construyen nuestras manos perece por usura o por deterioro, es convertido en ruinas por la violencia o destruido por el fuego… Pero existe en cada uno de nosotros un templo que sólo se destruye si se derrumba la fe, y particularmente si, en nombre de Cristo, se busca erróneamente refugiarse en las certezas interiores. Posiblemente sea esta interpretación la más útil para nosotros. En efecto, ¿de qué me sirve saber cuando será el día del juicio? ¿De qué me sirve, siendo consciente de tanto pecado, saber que el Señor vendrá un día, si no vuelve a mi alma, si no vuelve a mi espíritu, si Cristo no vive en mí, si Cristo no habla por mí? Es a mí que Cristo debe venir, es en mí que ha de tener lugar su venida.

Ahora bien, la segunda venida del Señor será al fin del mundo, cuando podamos decir: «Para mí el mundo está crucificado y yo para el mundo» (Ga 6,14)… Para quien el mundo está muerto, Cristo es eterno; para él el templo es espiritual, la Ley es espiritual, la misma Pascua es espiritual… Para él, pues, es real la presencia de la sabiduría, la presencia de la virtud y de la justicia, la presencia de la redención, porque Cristo murió, por los pecados del pueblo, una sola vez, pero con la finalidad de rescatar cada día los pecados del pueblo.

– En los santos dominicos:

Santo Tomás de Aquino, Suma teológica 

– Parte II-IIae – Cuestión 137

La perseverancia

Artículo 1: ¿La perseverancia es virtud?

Objeciones por las que parece que la perseverancia no es virtud.

1. 

Dice el Filósofo en VII Ethic.: La continencia puede más que la perseverancia. Pero la continencia no es virtud, como él mismo dice en IV Ethic.. Luego la perseverancia no es virtud.

2. 

Virtud es lo que hace que vivamos rectamente, según dice San Agustín en el libro De Lib. Arb.. Pero, como él mismo afirma en el libro De Perseverancia, de nadie puede decirse que es perseverante mientras vive si no mantiene su perseverancia hasta la muerte. Luego la perseverancia no es virtud.

3. 

La permanencia invariable en la práctica de la virtud es condición necesaria de toda virtud, como se demuestra en II Ethic. Pero esto es algo esencial a la perseverancia, pues Tulio, en su Rhetorica, dice que la perseverancia es la permanencia estable y perpetua en lo que la razón ha decidido. Luego la perseverancia no es virtud especial, sino condición de toda virtud.

Contra esto: 

está el que Andrónico dice que la perseverancia es el hábito de aquellas obras en las que la permanencia es necesaria, no necesaria o indiferente. Pero el hábito que nos ordena a hacer bien una cosa o a omitirla es la virtud. Luego la perseverancia es virtud.

Respondo: 

Según dice el Filósofo en II Ethic., la virtud tiene por objeto lo difícil y lo bueno. Por eso, donde hay una especial dificultad hay asimismo una virtud especial. A su vez, la obra virtuosa puede resultar fácil o difícil por dos motivos: primero, por la especie misma del acto, que depende de la naturaleza de su propio objeto; segundo, por la misma larga duración del tiempo, pues el mismo hecho de insistir largamente en una cosa difícil ya tiene una especial dificultad. Por eso el persistir en la práctica de alguna obra buena por el tiempo que sea, hasta su consumación, es objeto de una virtud especial. Por consiguiente, lo mismo que la templanza y la fortaleza son virtudes especiales, porque una regula las delectaciones del tacto, que de suyo ofrecen su dificultad, y la otra modera los temores y audacias con respecto a los peligros de muerte, lo que igualmente es de suyo difícil, de igual modo, la perseverancia es virtud especial, cuyo objeto es soportar tanto cuanto sea necesario la larga duración de estas u otras obras virtuosas.

A las objeciones:

1. 

El Filósofo entiende aquí por perseverancia la persistencia en esa clase de obras en las que resulta muy difícil permanecer largo tiempo. Lo difícil, claro está, no es soportar los bienes, sino los males. Los males que constituyen peligro de muerte no tenemos que soportarlos, en general, durante largo tiempo, porque lo más frecuente es que pasen pronto. No se merece, pues, de ellos los principales elogios la perseverancia. Entre los otros males, los principales son los que se oponen a los deleites del tacto, porque éstos tienen por objeto cosas de primera necesidad para la vida. Constituyen, pongamos por caso, esta clase de males la falta de alimentos y de otros bienes también necesarios, que a veces se han de soportar como larga amenaza. No les es difícil aguantar esto por largo tiempo a quienes no se entristecen demasiado porque les faltan estos placeres ni se deleitan en exceso con su posesión, como sucede con los hombres sobrios, cuyas pasiones no son vehementes. Pero es sumamente difícil para aquel que se siente atraído con vehemencia hacia ellos, al no poseer una virtud perfecta capaz de moderar sus pasiones. Por consiguiente, si se toma en este sentido la perseverancia, no es virtud perfecta, sino algo imperfecto en su género: en el de virtud.

Si, por el contrario, entendemos por perseverancia la permanencia por largo tiempo en cualquier bien difícil, lo dicho es aplicable también a quien posee con perfección la virtud. Aunque para un hombre así el persistir resulta menos difícil, pero lo cierto es que el bien en que persiste es más perfecto. Por ello, tal perseverancia puede ser virtud, porque la perfección de la virtud se mide más por lo que tiene de bien que por su dificultad.

2. 

A veces se designa con el mismo nombre la virtud y su acto. Así, por ejemplo, San Agustín (Super lo.) dice: Fe es creer lo que no ves. Puede, sin embargo, acontecer que se tenga un hábito virtuoso y no se lo ejercite, como el pobre que tiene el hábito de la magnificencia, aunque no realice acto ninguno. Otras veces, el que tiene el hábito comienza la obra, mas no la termina; como el que comienza a edificar una casa y la deja a medio hacer.

Según esto hay que decir que a veces damos el nombre de perseverancia al hábito por el que uno está decidido a perseverar; otras, al mismo acto de perseverar. Y en algunos casos el que tiene el hábito de la perseverancia está decidido a perseverar y pone manos a la obra con muchísimo entusiasmo durante algún tiempo; pero no completa la obra comenzada, porque no persevera hasta el fin. Un fin que puede ser doble: el de la obra virtuosa y el de la vida humana. Es esencial a la perseverancia el proseguir hasta el término de la obra virtuosa, como lo es el que el soldado persevere hasta el final del combate y el magnífico hasta que se acabe la obra. Pero hay virtudes cuyo acto debe permanecer durante toda la vida, tales como la fe, la esperanza y la caridad, porque su objeto es el último fin de toda la vida humana. Así, pues, por lo que se refiere a estas virtudes, que son las principales, sus actos no se consuman hasta el final de la vida. Según esto, entiende San Agustín que no hay perseverancia si el acto de perseverancia no se ha consumado.

3. 

A la virtud puede una cosa pertenecer de dos modos: primero, por la misma intención que se tiene de alcanzar el fin, y así, el permanecer por largo tiempo hasta el fin en el bien pertenece a una virtud especial llamada perseverancia, que se propone esto como su fin especial; segundo, por la relación que existe entre hábito y sujeto, y en este sentido la permanencia inconmovible es condición propia de toda virtud, en cuanto que ésta es una cualidad difícilmente mutable.

Artículo 2: ¿La perseverancia es parte de la fortaleza?

Objeciones por las que parece que la perseverancia no es parte de la fortaleza.

1. 

Porque, como dice el Filósofo en VII Ethic., el objeto de la perseverancia son las aflicciones del tacto. Pero de éstas se ocupa la templanza. Luego la perseverancia es más bien parte de la templanza que de la fortaleza.

2. 

Todas las partes de una virtud moral versan sobre las pasiones que modera tal virtud. Pero la perseverancia no implica moderación de pasiones, ya que, cuanto mayor sea la vehemencia de éstas, tanto más digno de alabanza parece quien persevera en lo que le dicta la razón. Luego, según parece, la perseverancia no es parte de una virtud moral, sino más bien de la prudencia, que es una perfección de la razón.

3. 

Dice San Agustín en el libro De Perseverantia que nadie puede perder la perseverancia. Las otras virtudes, en cambio, pueden perderlas los hombres. Luego la perseverancia es más excelente que todas las demás. Pero la virtud principal supera en excelencia y poder a sus partes. Luego la perseverancia no es parte de una virtud, sino que entre las otras es ella la principal.

Contra esto: 

está el que Tulio menciona la perseverancia como parte de la fortaleza.

Respondo: 

Que, como hemos explicado (q.123 a.2; 1-2 q.61 a.3.4), virtud principal es aquella a la que se atribuyen principalmente obras que constituyen verdaderos méritos y logros de la virtud, en cuanto que las practica y ejerce en la materia que le es propia, que es en la que resulta más difícil y perfecto el practicarlas. A esto nos referíamos anteriormente al decir (q.123 a.11) que la fortaleza es virtud principal por el hecho de mantenerse firme en las situaciones en que esto resulta más difícil, es decir, en los peligros de muerte. Por eso es necesario que a la fortaleza se le adjunte, como una virtud secundaria a su virtud principal, toda virtud cuyo mérito y grandeza consiste en soportar firmemente algo difícil. Pero lo que realmente distingue y engrandece a la perseverancia es el no ceder ante la dificultad que implica la larga duración de la obra buena, algo, eso sí, no tan difícil como soportar los peligros de muerte. Tal es la razón por la que la perseverancia se adjunta a la fortaleza como una virtud secundaria a su virtud principal.

A las objeciones:

1. 

La anexión de una virtud secundaria a la principal no sólo se considera por parte de la materia, sino también, y principalmente, por parte del modo, porque en cada cosa es más excelente la forma que la materia. De ahí que, si bien la perseverancia parece, en lo que a materia se refiere, coincidir con la templanza más que con la fortaleza, sin embargo, en cuanto al modo ocurre lo contrario en cuanto que no pierde su firmeza contra la dificultad procedente de la larga duración.

2. 

La perseverancia de que habla el Filósofo no modera cierta clase de pasiones, sino que consiste únicamente en cierta firmeza de la razón y de la voluntad. Pero, considerada como virtud, sí que modera cierta clase de pasiones, a saber: el temor a la fatiga o el desfallecimiento causado por la larga duración. De ahí el que esta virtud radique, al igual que la fortaleza, en el apetito irascible.

3. 

San Agustín habla aquí de la perseverancia no como hábito de la virtud, sino como acto virtuoso continuado hasta el fin, conforme a la expresión del Evangelio (Mt 24,13): Quien perseverare hasta el fin, se salvará. Por tanto, sería contra la esencia misma de la perseverancia, así entendida, el que pudiera perderse; porque, en este supuesto, ya no duraría hasta el fin.

Artículo 3: ¿La constancia pertenece a la perseverancia?

Objeciones por las que parece que la constancia no pertenece a la perseverancia.

1. 

La constancia pertenece, como antes se ha dicho (q.136 a.5), a la paciencia. Pero la paciencia es diferente de la perseverancia. Luego la constancia no pertenece a la perseverancia.

2. 

La virtud tiene por objeto lo difícil y lo bueno. Pero no parece difícil ser constante en las obras pequeñas; lo difícil es serlo en las grandes, de las que se ocupa la magnificencia. Luego la constancia pertenece a la magnificencia más que a la perseverancia.

3. 

Si la constancia perteneciese a la perseverancia, parece que en nada se diferenciaría de ella, pues una y otra entrañan cierta inmovilidad. Y, a pesar de todo, difieren, pues Macrobio distingue entre constancia y firmeza, sinónimo, como antes se dijo (q.128 a.6), de la perseverancia. Luego la constancia no pertenece a la perseverancia.

Contra esto: 

está el que se dice de alguien que es constante porque permanece firme en una cosa. Pero permanecer en una cosa es propio de la perseverancia, como nos consta por la definición que de ella propone Andrónico. Luego la constancia pertenece a la perseverancia.

Respondo: 

Que la perseverancia y la constancia coinciden en cuanto al fin, porque lo que se proponen la una y la otra es mantenerse firmes en la práctica de alguna obra buena. Difieren, sin embargo, en los impedimentos que hacen que resulte difícil la persistencia en el bien obrar, pues la virtud de la perseverancia lo que propiamente hace es que el hombre permanezca en el bien a pesar y en contra de la dificultad que proviene de la larga duración del acto; en cambio, la constancia hace que permanezca firme en lo mismo contra la dificultad proveniente de todos los otros impedimentos externos. Por consiguiente, entre estas dos partes de la fortaleza —la perseverancia y la constancia—, la perseverancia es la principal, ya que la dificultad procedente de la larga duración del acto es más esencial al acto de virtud que la que proviene de los impedimentos externos.

A las objeciones:

1. 

Los principales impedimentos para persistir en el bien son los que causan tristeza. De ella se ocupa la paciencia, como queda dicho (q.136 a.1). De ahí el que la constancia, en cuanto al fin, coincida con la perseverancia, a pesar de que, en cuanto a los impedimentos que le crean dificultades, coincide con la paciencia. El fin, sin embargo, es más importante. Es la razón por la que la constancia pertenece más bien a la perseverancia que a la paciencia.

2. 

Persistir en las grandes empresas resulta más difícil; pero también el persistir por largo tiempo en las pequeñas o medianas tiene su dificultad, si no por la grandeza de la obra, objeto de la magnificencia, sí por lo menos debido a la misma duración, de la cual se ocupa la perseverancia. Es por lo que la constancia puede pertenecer a la una y la otra.

3. 

La constancia pertenece a la perseverancia en lo que tiene de común con ella; pero no es la misma cosa, pues, como acabamos de ver, se diferencia de ella.

Artículo 4: ¿Necesita la perseverancia del auxilio de la gracia?

Objeciones por las que parece que la perseverancia no necesita del auxilio de la gracia.

1. 

La perseverancia, como hemos dicho (a.1), es virtud. Pero la virtud, como dice Tulio en su Rhetorica, en el obrar actúa como la naturaleza. Luego la sola inclinación de la virtud basta para perseverar. No se requiere, pues, para esto la ayuda de la gracia.

2. 

Es más lo que se nos dio con la gracia de Cristo que lo que nos dañó Adán, como consta por lo que se nos dice en Rom 5,15ss. Pero, antes del pecado, el hombre fue creado de modo y manera que pudiese perseverar con lo que había recibido, como dice San Agustín en el libro De Corrept. et Gratia. Luego con mayor razón el hombre reparado por la gracia de Cristo puede perseverar sin la ayuda de una nueva gracia.

3. 

Las obras pecaminosas son a veces más difíciles que las virtuosas. Por eso, en el libro de la Sab 5,7, se ponen estas palabras en boca de los impíos: Nos cansamos de andar por caminos difíciles. Pero algunos perseveran en las obras pecaminosas sin necesidad de ayuda. Luego también el hombre puede perseverar en las obras de virtud sin el auxilio de la gracia.

Contra esto: 

está lo que dice San Agustín en su libro De Perseverantia: Afirmamos que la perseverancia es un don de Dios. Por ella se permanece fiel a Cristo hasta el fin.

Respondo: 

Que, como se deduce de lo ya explicado (a.1 ad 2; 2 ad 3), la perseverancia puede entenderse de dos modos: Primero, por el hábito mismo de la perseverancia, y en este sentido es una virtud. Necesita en este caso del don de la gracia habitual, lo mismo que las demás virtudes infusas. Segundo, por el acto de perseverancia que perdura hasta la muerte. Según esto, necesita no sólo de la gracia habitual, sino también del gratuito auxilio de Dios que conserve al hombre en el bien hasta el fin de la vida, como queda dicho (1-2 q.109 a.10) al hablar de la gracia. La razón de esto es que, como el libre albedrío es de suyo inconstante y no deja de serlo a pesar de la gracia habitual de la vida presente, no es capaz, aun después de reparado por la gracia, de mantenerse inmóvil en el bien, aunque está en su poder elegirlo. De ordinario, pues, está en nuestra mano la elección; pero no la ejecución.

A las objeciones:

1. 

La virtud de la perseverancia por sí misma inclina a perseverar; pero, porque el hábito es una cualidad de que uno usa cuando quiere, no es necesario que el que tiene un hábito virtuoso use de él ininterrumpidamente hasta la muerte.

2. 

Como dice San Agustín en el libro De Corrept. et Gratia, al primer hombre le fue concedido no el perseverar de hecho, sino la posibilidad de perseverar mediante el libre albedrío, ya que no había entonces ninguna corrupción en la naturaleza humana que dificultase la perseverancia. Pero ahora, a los predestinados por la gracia, se les da no sólo el poder perseverar, sino el que perseveren. Por eso el primer hombre, sin que nadie le metiese miedo, abusando de su libre albedrío contra el precepto de Dios que le amenazaba, no se mantuvo firme en tan gran felicidad, a pesar de la gran facilidad suya para no pecar. Los predestinados, en cambio, a pesar de la ferocidad con que los trató el mundo, se mantuvieron firmes en la fe.

3. 

El hombre se basta él solo para caer en pecado; pero no puede por sí mismo levantarse de él sin la ayuda de la gracia. Según esto, por el mismo hecho de caer en pecado, el hombre, en lo que de él depende, sin más se hace perseverante en el mismo, a no ser que la gracia de Dios lo libere. En cambio, por el hecho de hacer el bien no se adquiere la perseverancia en él, porque de suyo el hombre puede pecar. Necesita, por tanto, para perseverar, del auxilio de la gracia.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

675

La última prueba de la Iglesia

Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

En el Magisterio de los Papas:

Juan Pablo II

Audiencia General (24-05-1989): No eres huérfano

«No tenéis que preparar vuestra defensa» (Lc 21,13)

1. […] El texto del discurso de Jesús en el Cenáculo nos manifiesta también que Él llama al Espíritu Santo el «Paráclito»: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16). De forma análoga, también leemos en otros textos: «… el Paráclito, el Espíritu Santo» (cf. Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 16, 7). En vez de «Paráclito» muchas traducciones emplean la palabra «Consolador»; ésta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego «Parakletos» para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice del Espíritu Santo.

2. «Parakletos» literalmente significa: «aquel que es invocado» (de para-kaléin, «llamar en ayuda»); y, por tanto, «el defensor», «el abogado», además de «el mediador», que realiza la función de intercesor («intercessor»). Es en este sentido de «Abogado – Defensor», el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan «Parakletos» en el sentido de «Consolador», especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Por ahora fijamos nuestra atención y desarrollamos el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.

3. Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: «El Padre os dará otro Paráclito». Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el «defensor» y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera Carta: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo» (1 Jn 2, 1).

El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado «el Paráclito», porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

4. El Paráclito será «otro abogado-defensor» también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente. «Yo pediré al Padre ―dice Jesús― y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16): «…mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 17). Esta promesa está unida a las otras que Jesús ha hecho al ir al Padre: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que «se hizo carne y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Sí, yendo al Padre, dice: «Yo estoy con vosotros… hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era «física» y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio. La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia («él mora con vosotros y en vosotros está»: Jn 14, 17), hará presente a Cristo invisible de modo estable, «hasta el fin del mundo». La unidad trascendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación.

5. El Espíritu Santo-Paráclito será el abogado defensor de los Apóstoles, y de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, serán en la Iglesia los herederos de su testimonio y de su apostolado, especialmente en los momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad hasta el heroísmo. Jesús lo predijo y lo prometió: «os entregarán a los tribunales… seréis llevados ante gobernadores y reyes… Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar… no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10, 17-20; análogamente Mc 13, 11; Lc 12, 12, dice: «porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»).

También en este sentido tan concreto, el Espíritu Santo es el Paráclito-Abogado. Se encuentra cerca de los Apóstoles, más aún, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarla y defenderla. Él mismo se convierte, entonces, en su inspirador; él mismo habla con sus palabras, y juntamente con ellos y por medio de ellos da testimonio de Cristo y de su Evangelio. Ante los acusadores Él llega a ser como el «Abogado» invisible de los acusados, por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor, confortador.

6. Especialmente durante las persecuciones contra los Apóstoles y contra los primeros cristianos, y también en aquellas persecuciones de todos los siglos, se verificarán las palabras que Jesús pronunció en el Cenáculo: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre…, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15, 26 – 27).

La acción del Espíritu Santo es «dar testimonio». Es una acción interior, «inmanente», que se desarrolla en el corazón de los discípulos, los cuales, después, dan testimonio de Cristo al exterior. Mediante aquella presencia y aquella acción inmanente, se manifiesta y avanza en el mundo el «trascendente» poder de la verdad de Cristo, que es el Verbo-Verdad y Sabiduría. De Él deriva a los Apóstoles, mediante el Espíritu, el poder de dar testimonio según su promesa: «Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios» (Lc 21, 15). Esto viene sucediendo ya desde el caso del primer mártir, Esteban, del que el autor de los Hechos de los Apóstoles escribe que estaba «lleno del Espíritu Santo» (Hch 6, 5), de modo que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (Hch 6, 10). También en los siglos sucesivos los adversarios de la fe cristiana han continuado ensañándose contra los anunciadores del Evangelio, apagando a veces su voz en la sangre, sin llegar, sin embargo, a sofocar la Verdad de la que eran portadores: ésta ha seguido fortaleciéndose en el mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

7. El Espíritu Santo ―Espíritu de la verdad, Paráclito― es aquel que, según la palabra de Cristo, «convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (Jn 16, 8). Es significativa la explicación que Jesús mismo hace de estas palabras: pecado, justicia y juicio. «Pecado» significa, sobre todo, la falta de fe que Jesús encuentra entre «los suyos», es decir, los de su pueblo, los cuales llegaron incluso a condenarle a muerte en la cruz. Hablando después de la «justicia», Jesús parece tener en mente aquella justicia definitiva, que el Padre le hará («… por que voy al Padre») en la resurrección y en la ascensión al cielo. En este contexto, «juicio» significa que el Espíritu de la verdad mostrará la culpa del «mundo» al rechazar a Cristo, o, más generalmente, al volver la espalda a Dios. Pero puesto que Cristo no ha venido al mundo para juzgarlo o condenarlo, sino para salvarlo, en realidad también aquel «convencer respecto al pecado» por parte del Espíritu de la verdad tiene que entenderse como intervención orientada a la salvación del mundo, al bien último de los hombres.

El «juicio» se refiere sobre todo al «príncipe» de este mundo, es decir, a Satanás. Él, en efecto, desde el principio intenta llevar la obra de la creación contra la alianza y la unión del hombre con Dios: se opone conscientemente a la salvación. Por esto «ha sido ya juzgado» desde el principio, como expliqué en la Encíclica Dominum et vivificantem (n. 27).

8. Si el Espíritu Santo Paráclito debe convencer al mundo precisamente de este «juicio», sin duda lo tiene que hacer para continuar la obra de Cristo que mira a la salvación universal (cf. Dominum et vivificantem n. 27.).

Por tanto, podemos concluir que en el dar testimonio de Cristo, el Paráclito es un asiduo (aunque invisible) Abogado y Defensor de la obra de la salvación, y de todos aquellos que se comprometen en esta obra. Y es también el Garante de la definitiva victoria sobre el pecado y sobre el mundo sometido al pecado, para librarlo del pecado e introducirlo en el camino de la salvación.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.