FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO
Enseña San Guido que “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.
“Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.
“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]
PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CC. 18 de SEPTIEMBRE de 2022 (San Lucas 16,1-13).
-En los Santos Padres:
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)
“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos.
No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.
– En los santos dominicos:
Suma teológica – Parte II-IIae – Cuestión 117
La liberalidad
Artículo 1: ¿La liberalidad es virtud?
Objeciones por las que parece que la liberalidad no es virtud.
1.
Ninguna virtud va contra la inclinación natural. Pero es una inclinación natural el preocuparse de uno mismo antes que de los demás, que es lo contrario de lo que hace el liberal, porque, como dice el Filósofo en IV Ethic., es propio del liberal no preocuparse de sí hasta el punto de reservarse la menor parte. Por tanto, la liberalidad no es virtud.
2.
El hombre sustenta su vida por medio de las riquezas, y éstas contribuyen instrumentalmente a la felicidad, como se nos dice en I Ethic.. Ahora bien: estando toda virtud ordenada a la felicidad, parece que el liberal no es virtuoso, porque el Filósofo, en IV Ethic., dice de él que ni le gusta recibir ni amontonar el dinero, sino repartirlo.
3.
Las virtudes tienen conexión unas con otras. Pero la liberalidad no parece conectada con las otras virtudes, pues hay muchos virtuosos que no pueden ser liberales porque no tienen nada que dar, y muchos que dan y gastan con liberalidad y, sin embargo, son unos viciosos. Por tanto, la liberalidad no es virtud.
Contra esto:
está lo que dice San Ambrosio, en I De Offic.: en el Evangelio encontramos muchas enseñanzas de verdadera liberalidad. Pero en el Evangelio no se enseña sino lo que pertenece a la virtud. Luego la liberalidad es virtud.
Respondo:
Como escribe San Agustín en su libro De Lib. Arb., es propio de la virtud usar bien de lo que podemos usar mal. Pero podemos usar bien y mal no sólo de lo que está dentro de nosotros, como las potencias y pasiones del alma, sino también de lo que es exterior a nosotros: por ejemplo, las cosas de este mundo que se nos dan para el sustento de la vida. Por consiguiente, siendo propio de la liberalidad el usar bien de estos bienes, se sigue que la liberalidad es virtud.
A las objeciones:
1.
Como enseñan San Ambrosio y San Basilio, Dios da a algunos sobreabundancia de riquezas para que adquieran el mérito de una buena distribución. Pero uno solo tiene suficiente con poco. Por eso el liberal hace bien en gastar para el prójimo más que para sí. A pesar de ello, el hombre debe mirar más para sí y proveerse más que para los demás si se trata de bienes espirituales. No obstante lo dicho, incluso en los bienes temporales no está obligado el liberal a preocuparse tanto de los otros que descuide por completo sus necesidades y las de su familia. De ahí el que diga San Ambrosio (I De Offic. ): La liberalidad digna de elogio es la que no se desentiende de los familiares si le consta que se hallan en necesidad.
2.
No es propio del liberal repartir las riquezas de suerte que él se quede sin nada para su sustento, ni para la práctica de obras virtuosas que conducen a la felicidad. Por eso dice el Filósofo, en IV Ethic., que el liberal cuida sus propios bienes queriendo con ello abastecer a otros. Y San Ambrosio añade en el libro De Offic. que el Señor no quiere que se repartan de una vez los bienes, sino que se administren. A no ser que se quiera imitar a Eliseo, que mató sus bueyes para alimentar a los pobres con lo que recaudó, para verse libre de toda preocupación doméstica, lo cual pertenece al estado de perfección de la vida espiritual, del que hablaremos después (q.184). No obstante, hay que admitir que el hecho de dar con liberalidad los propios bienes, en cuanto acto virtuoso, se ordena a la bienaventuranza.
3.
Como enseña el Filósofo en IV Ethic., aquellos que dilapidan mucho en libertinajes no son liberales, sino pródigos. Lo mismo quien lo gasta para otros pecados. Es por lo que San Ambrosio dice en I De Offic.: Si ayudas al que intenta robar los bienes ajenos, esa liberalidad no es digna de aprobación. Ni tampoco es perfecta tu liberalidad si con tus dádivas buscas más la misericordia. Por tanto, los que carecen de otras virtudes, por más que gasten en obras malas, no son liberales.
Tampoco hay inconveniente en que algunos que hacen grandes dispendios en fines buenos no tengan el hábito de la liberalidad, lo mismo que hay otros que hacen actos de otras virtudes sin tener el hábito de tal virtud, aunque no con la misma perfección del virtuoso, según se ha dicho (q.32 a.1 ad 1).
Igualmente nada impide que algunos virtuosos, aunque pobres, sean liberales. Por eso dice el Filósofo en IV Ethic.: La liberalidad se mide según la fortuna, es decir, según las posibilidades: pues no consiste en la cantidad de lo dado, sino en el hábito del donante. Y San Ambrosio dice en I De Offic. que el afecto es el que hace rica o pobre la donación, y el que pone el valor a las cosas.
Artículo 2: ¿La liberalidad tiene por objeto las riquezas?
Objeciones por las que parece que la liberalidad no tiene por objeto las riquezas.
1.
Toda virtud moral tiene por objeto o las operaciones o las pasiones. Pero las operaciones son el objeto propio de la justicia, como se nos dice en V Ethic.. Por tanto, la liberalidad, al ser virtud moral, parece que tiene por objeto las pasiones y no las riquezas.
2.
Es propio del liberal el uso de cualquier clase de riquezas. Pero las riquezas naturales son más verdaderas que las artificiales, que consisten en el dinero, como nos consta por lo que dice el Filósofo en I Polit.. Por tanto, la liberalidad no se ocupa principalmente de las riquezas.
3.
Las virtudes distintas tienen objetos distintos, porque los hábitos se distinguen por los objetos. Pero las cosas exteriores son objeto de la justicia distributiva y conmutativa. Luego no son objeto de la liberalidad.
Contra esto:
está lo que dice el Filósofo en IV Ethic.: que la liberalidad parece ser el justo medio en el uso de las riquezas.
Respondo:
Según el Filósofo en IV Ethic., es propio del liberal ser «espléndido». Por eso también a la liberalidad se la llama «largueza», porque lo que es largo no está retenido, sino extendido. Y esto mismo parece indicar la palabra «liberalidad», puesto que cuando uno se desprende de las cosas parece como si las liberara de su custodia y dominio y demuestra que su afecto no está apegado a ellas. Pero las cosas de que uno se desprende para darlas a otro son los bienes poseídos, que se significan con el nombre de riquezas. Por tanto, el objeto propio de la liberalidad son las riquezas.
A las objeciones:
1.
Como hemos visto (a.1 ad 3), la liberalidad no se mide por la cantidad de lo que se da, sino por el afecto del donante. Pero el afecto del donante se halla dispuesto a dar según las pasiones de amor y concupiscencia y, por consiguiente, de las de gozo y tristeza. Por tanto, la materia inmediata de la liberalidad son las pasiones interiores, pero el objeto de esas pasiones son las riquezas.
2.
Según San Agustín, en el libro De Doctrina Christ., todo lo que poseen los hombres en la tierra y de lo que son dueños se llama dinero: porque los antiguos tenían sus riquezas en ganados. Y el Filósofo dice en IV Ethic. que llamamos riquezas a todo aquello cuyo valor puede expresarse en monedas.
3.
La justicia establece igualdad en las cosas exteriores; pero no le compete a ella propiamente el moderar las pasiones interiores. De ahí el que las riquezas sean materia de la liberalidad y de la justicia, pero de modo distinto.
Artículo 3: ¿El acto de la liberalidad es el uso del dinero?
Objeciones por las que parece que el uso del dinero no es el acto de la liberalidad.
1.
Las virtudes distintas tienen actos distintos. Pero usar el dinero conviene a otras virtudes, como a la justicia y a la magnificencia. Por tanto, no es acto propio de la liberalidad.
2.
Al liberal no sólo le compete dar dinero, sino también recibirlo y guardarlo. Pero el recibir y guardar no parece que tenga que ver con el uso del dinero. Por tanto, no es correcto decir que el acto propio de la liberalidad es el uso del dinero.
3.
El uso del dinero no sólo consiste en dar, sino también en administrarlo. Pero administrar el dinero tiene relación con el beneficio propio de quien lo administra, y entonces no parece ser acto del liberal, pues dice Séneca en V De Benefic.: El que se regala a sí mismo no es liberal. Por tanto, no pertenece a la liberalidad cualquier uso del dinero.
Contra esto:
está lo que dice el Filósofo en IV Ethic.: El que tiene la virtud de cada cosa, usa rectamente de cada una de ellas. Por tanto, usará bien del dinero el que posea la virtud relativa a él. Pero tal es el liberal. Luego el buen uso del dinero es el acto de la liberalidad.
Respondo:
Los actos se especifican por el objeto, según se ha dicho (1-2 q.18 a.2). Pero el objeto o materia de la liberalidad es el dinero y todo lo que puede traducirse en dinero, como acabamos de ver. Y, puesto que toda virtud dice una relación de conformidad con su objeto, sigúese que, por ser la liberalidad una virtud, su acto debe ser proporcionado al dinero. Pero el dinero cae bajo la categoría de bienes útiles, porque todos los bienes exteriores se ordenan al uso del hombre. Por tanto, el acto propio de la liberalidad es el uso del dinero o de las riquezas.
A las objeciones:
1.
A la liberalidad corresponde usar bien de las riquezas en cuanto tales: porque ellas son la materia propia de la liberalidad. Pero a la justicia compete usar de las riquezas bajo otra razón, la del débito, en cuanto las cosas exteriores son debidas a otro. También pertenece a la magnificencia usar de las riquezas según una razón especial, en cuanto se utilizan para realizar una obra grande. Por eso la magnificencia se relaciona con la liberalidad en cierto modo por redundancia, como diremos más adelante (q.128 a.1 ad 1).
2.
Es propio del virtuoso no sólo usar adecuadamente su materia o instrumento, sino también preparar oportunidades para su buen uso; lo mismo que a la fortaleza del soldado le compete no sólo el blandir la espada contra los enemigos, sino también tenerla afilada y envainada, así también corresponde a la liberalidad no sólo usar del dinero, sino también asegurarlo y conservarlo para su uso idóneo.
3.
Como hemos visto (a.2 ad 1), la materia próxima de la liberalidad son las pasiones interiores que afectan al hombre en relación con el dinero. Por eso a la liberalidad corresponde sobre todo el que el hombre no se aparte de usar siempre debidamente el dinero por el afecto desordenado hacia él. Pero hay dos usos del dinero: uno para sí mismo, que parece referirse a los gastos o dispendios propios, y otro el empleado en donaciones a los demás. Según esto, es misión del liberal que el amor desordenado al dinero no impida los gastos necesarios ni las donaciones convenientes. De ahí que, según el Filósofo, en IV Ethic., la liberalidad se refiere a las donaciones y a los gastos propios. Las palabras de Séneca deben entenderse de la liberalidad relativa a las donaciones. Porque no se llama liberal a quien se regala a sí mismo.
Artículo 4: ¿Lo más propio del liberal consiste en dar?
Objeciones por las que parece que lo más propio del liberal no consiste en dar.
1.
La liberalidad es dirigida por la prudencia, como cualquier otra virtud moral. Pero conservar las riquezas parece tarea especial de la prudencia, por lo que dice el Filósofo en IV Ethic.: los que no ganaron su dinero, sino que lo recibieron de otros, lo gastan más alegremente porque no han experimentado lo que es necesidad. Por tanto, parece que el dar no es lo más propio de la liberalidad.
2.
A nadie le causa tristeza lo que se propone hacer con toda la ilusión, ni se arrepiente de ello. Pero el liberal a veces se entristece por haber dado y no da a todos, como leernos en IV Ethic.. Por tanto, el dar no es el acto más propio del liberal.
3.
Para conseguir lo que se persigue con ahínco el hombre utiliza todos los medios a su alcance. Pero el liberal «no es pedigüeño», como dice el Filósofo en IV Ethic., pero si lo fuera y anduviera mendigando tendría más posibilidad de hacer donaciones. Por tanto, parece que no es el dar lo que más intenta el liberal.
4.
El hombre está obligado a mirar por sí más que por los demás. Pero cuando gasta dinero en beneficio propio se provee para sí, y cuando lo regala, para los demás. Por tanto, es más propio del liberal gastar el dinero para su beneficio que el darlo.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en IV Ethic.: es propio del liberal sobreabundar en la donación.
Respondo:
Es misión propia del liberal usar del dinero. Pero el uso del dinero está en su administración: porque la adquisición del dinero se asemeja más a la producción que al uso; y el ahorro del dinero, en cuanto ordenado a la posibilidad de usarlo, se asemeja al hábito. Pero el lanzamiento de un objeto, cuanto mayor sea la distancia, necesita una fuerza mayor, como vemos en los objetos que se arrojan. Por eso procede de una virtud mayor el distribuir el dinero dándoselo a los otros que gastarlo para uno mismo. Ahora bien: propio de la virtud es tender a lo más perfecto, pues la virtud es una cierta perfección, como leemos en VII Physic.. Y, por tanto, al liberal se le alaba sobre todo por el acto de dar.
A las objeciones:
1.
Corresponde a la prudencia ahorrar el dinero para que no se sustraiga ni se gaste inútilmente. Pero el gastarlo inútilmente requiere mayor prudencia que el ahorrarlo inútilmente, porque para el uso, que se asemeja al movimiento, deben tenerse en cuenta más requisitos que para su conservación, que tiene que ver más con el reposo. Y en cuanto a que los que han recibido el dinero de otros, son más prontos a gastarlo, porque no han experimentado la indigencia; si sólo fuesen espléndidos por esta inexperiencia, no poseerían la virtud de la liberalidad. Pero a veces tal inexperiencia se limita simplemente a quitar el impedimento para la liberalidad, con lo cual resulta que obran con más prontitud y generosidad. En efecto, el temor a la pobreza, en los que la han experimentado, se convierte con frecuencia en obstáculo para gastar con liberalidad el dinero que se ha ganado. Y lo mismo pasa con el amor con que se ama al dinero como fruto del propio trabajo, según dice el Filósofo en IV Ethic..
2.
Como acabamos de ver (sol. a.3), compete a la liberalidad usar del dinero como conviene. Y, por consiguiente, darlo como conviene, que es uno de los modos de usarlo. Por otra parte, toda virtud se entristece por lo que se opone a su acto, y evita lo que impide su realización. Ahora bien: al acto de dar convenientemente se oponen dos cosas, a saber: no dar lo que se debe dar cuando conviene, y dar cuando no conviene. Por tanto, de ambos se entristece el liberal; pero más de lo primero, por ser más contrario a su propio acto. Y por eso no da a todos, pues si así lo hiciera se vería impedido su acto, ya que no tendría nada que dar a otros a quienes debiera dar.
3.
La misma diferencia existe entre el dar y el recibir que entre el obrar y el padecer. Pero la acción y la pasión no tienen el mismo principio. Por eso, puesto que la liberalidad es principio de la donación, no le corresponde al liberal el ser pronto a recibir, y mucho menos a pedir. Así y todo, como conviene a su liberalidad, reserva algo para darlo, por ejemplo, los frutos de sus propios bienes, que él se procura solícitamente para usar de ellos con largueza.
4.
El gastar dinero en beneficio propio es inclinación natural. Pero el darlo a los demás es propio de la virtud.
Artículo 5: ¿La liberalidad es parte de la justicia?
Objeciones por las que parece que la liberalidad no es parte de la justicia.
1.
La justicia dice relación al débito. Pero cuanto más se debe una cosa con tanta menos liberalidad se da. Por tanto, la liberalidad no es parte de la justicia, sino más bien se opone a ella.
2.
La justicia tiene por objeto las operaciones, según vimos antes (q.58 a.8.9; 1-2 q.60 a.2.3). Pero la liberalidad versa principalmente sobre el amor y concupiscencia de las riquezas, que son pasiones. Por tanto, parece que la liberalidad es parte de la templanza más que de la justicia.
3.
Es especialmente propio de la liberalidad dar de modo conveniente (a.4). Pero esto responde a la beneficencia y a la misericordia, que son partes de la caridad, según se ha probado (q.28 intr; q.30 a.3 arg.3; q.31 a.1) anteriormente. Por tanto, la liberalidad es parte de la caridad más que de la justicia.
Contra esto:
está lo que dice San Ambrosio en I De Offic.: La justicia se refiere a la sociedad humana. En efecto, la idea de sociedad importa dos partes: la justicia y la beneficencia, que se llaman también liberalidad y benignidad. Por tanto, la liberalidad es parte de la justicia.
Respondo: La liberalidad no es una especie de la justicia; porque la justicia da al otro lo que es suyo, y la liberalidad lo que es propio. Conviene, sin embargo, con la justicia en dos aspectos: primero, en su razón principal de alteridad, lo mismo que la justicia; segundo, porque las dos versan sobre cosas exteriores, aunque bajo distinta modalidad, según hemos dicho (a.2 ad 3; q.80 a.4). Por ello, algunos ponen la liberalidad como parte de la justicia, como virtud aneja a la principal.
A las objeciones:
1.
La liberalidad, aunque no diga relación al débito legal, que es a lo que mira la justicia, sin embargo sí tiene que ver con un cierto débito moral que se funda en el decoro de la misma virtud, no en la obligación al otro. Por tanto, tiene lo mínimo en la razón de débito.
2.
La templanza tiene por objeto las concupiscencias de los placeres corporales. Pero la concupiscencia del dinero, y su placer, no es corporal, sino más bien espiritual. Por esto mismo la liberalidad no pertenece propiamente a la templanza.
3.
La donación que hace el benéfico y el misericordioso procede de algún que otro sentimiento de afecto a la persona a quien se da. Y por eso tal donación es propia de la caridad o amistad. Pero la donación de la liberalidad proviene de un cierto afecto por parte del donante al dinero, que ni lo ambiciona ni ama. Por eso lo da no sólo a los amigos, sino también, si es conveniente, a los desconocidos. Por tanto, no forma parte de la caridad, sino más bien de la justicia, que tiene por objeto las cosas exteriores.
Artículo 6: ¿La liberalidad es la mayor de las virtudes?
Objeciones por las que parece que la liberalidad es la mayor de las virtudes.
1.
Toda virtud es en el hombre una cierta semejanza de la bondad divina. Pero la liberalidad es lo que hace al hombre más semejante a Dios, que da a todos copiosamente sin ningún interés, como leemos en Sant 1,5. Por tanto, la liberalidad es la mayor de las virtudes.
2.
Dice San Agustín en VI De Trín. que en las cosas que no son grandes cuantitativamente lo mayor equivale a lo mejor. Pero la razón de bondad parece pertenecer sobre todo a la liberalidad, porque el bien tiende a difundirse, como queda claro por lo que nos dice Dionisio (IV De Div. Nom. ). Es por lo que dice San Ambrosio, en I De Offic., que la justicia tiene por cometido la severidad, y la liberalidad la bondad. Por tanto, la liberalidad es la mayor de las virtudes.
3.
A los hombres se los honra y ama por la virtud. Pero dice Boecio, en el libro De consolat.: La liberalidad es la que los hace más preclaros. Y añade el Filósofo en IV Ethic. que, entre los virtuosos, los más amados son los liberales. Por tanto, la liberalidad es la mayor de las virtudes.
Contra esto: está lo que dice San Ambrosio, en I De Offic.: La justicia es más excelente que la liberalidad, pero ésta es más grata. Y también enseña el Filósofo en I Rhetoric. que los fuertes y los justos son los más dignos de honra, y después los liberales.
Respondo:
Toda virtud tiende a un bien. Por eso, cuanto mayor sea el bien al que tiende, tanto mejor será la virtud. Pero la liberalidad tiende al bien de dos formas: una, directamente y por sí misma; otra, indirectamente. Directamente y de suyo tiende a ordenar los propios afectos relacionados con la posesión y uso del dinero. En este sentido, están por encima de la liberalidad la templanza, que modera las concupiscencias y placeres del propio cuerpo, y la fortaleza y justicia, que se ordenan en cierto modo al bien común, una en tiempo de paz y la otra en tiempo de guerra; y a todas ellas las superan las virtudes que ordenan al bien divino. Y es que el bien divino es superior a cualquier bien humano; y en los bienes humanos, el público prevalece sobre el privado, y el bien del cuerpo sobre el bien de las cosas exteriores. Otra forma de ordenarse la liberalidad al bien es indirectamente o como una consecuencia. Bajo esta consideración, la liberalidad se ordena a todos los bienes antedichos: porque del hecho de que el hombre no esté apegado al dinero se sigue que fácilmente lo usará para sus necesidades, para utilidad del prójimo y para el culto de Dios. Y, según esto, tiene una cierta excelencia por ser útil para muchas obras buenas. No obstante, como todo se debe juzgar por lo que le compete de suyo y directamente más que por lo que se deriva como una consecuencia, de ahí que se debe decir que la liberalidad no es la mayor de las virtudes.
A las objeciones:
1.
La donación de Dios proviene de su amor a los hombres a quienes da y no de su interés por lo que da. Por tanto, más que de la liberalidad, parece ser más propia de la caridad, que sí es la mayor de las virtudes.
2.
Toda virtud participa de la razón de bien en la producción de su propio acto. Pero hay actos de algunas virtudes que son mejores que el dinero, que da el liberal.
3.
Los liberales son los más amados, pero no con una amistad de lo honesto, como si fuesen mejores, sino con una amistad de lo útil, porque son más útiles en los bienes exteriores, que son los que de ordinario desean más los hombres. Esta es también la razón por la que se hacen preclaros.
– En el Catecismo de la Iglesia Católica:
952 “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32): “Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo” (Catecismo Romano, 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).
2424
Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que “sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción” es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
– En el Magisterio de los Papas:
Benedicto XVI
Ángelus (23-09-2007): El mejor modo de utilizar el dinero
«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad» (Lc 16,9)
Narrando la parábola de un administrador injusto, pero muy astuto, Cristo enseña a sus discípulos cuál es el mejor modo de utilizar el dinero y las riquezas materiales, es decir, compartirlos con los pobres, granjeándose así su amistad con vistas al reino de los cielos. “Haceos amigos con el dinero injusto —dice Jesús—, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas” (Lc 16, 9). El dinero no es “injusto” en sí mismo, pero más que cualquier otra cosa puede encerrar al hombre en un egoísmo ciego. Se trata, pues, de realizar una especie de “conversión” de los bienes económicos en vez de usarlos sólo para el propio interés, es preciso pensar también en las necesidades de los pobres, imitando a Cristo mismo, el cual, como escribe san Pablo, “siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8, 9). Parece una paradoja Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, es decir, con su amor, que lo impulsó a entregarse totalmente a nosotros.
Aquí podría abrirse un vasto y complejo campo de reflexión sobre el tema de la riqueza y de la pobreza, incluso a escala mundial, en el que se confrontan dos lógicas económicas la lógica del lucro y la lógica de la distribución equitativa de los bienes, que no están en contradicción entre sí, con tal de que su relación esté bien ordenada. La doctrina social católica ha sostenido siempre que la distribución equitativa de los bienes es prioritaria. El lucro es naturalmente legítimo y, en una medida justa, necesario para el desarrollo económico.
En la encíclica Centesimus annus escribió Juan Pablo II “La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos” (n. 32). Sin embargo —añadió—, no se ha de considerar el capitalismo como el único modelo válido de organización económica (cf. ib., 35). La emergencia del hambre y la emergencia ecológica muestran cada vez con más evidencia que cuando predomina la lógica del lucro aumenta la desproporción entre ricos y pobres y una dañosa explotación del planeta. En cambio, cuando predomina la lógica del compartir y de la solidaridad, es posible corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo y sostenible.
María santísima, que en el Magníficat proclama el Señor “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 53), ayude a los cristianos a usar con sabiduría evangélica, es decir, con generosa solidaridad, los bienes terrenos, e inspire a los gobernantes y a los economistas estrategias clarividentes que favorezcan el auténtico progreso de todos los pueblos.
[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa
[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.
[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.
4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468). La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.