Preparación opcional 31 de octubre 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL XXX DOMINGO DURANTE EL AÑO. 31 DE OCTUBRE DE 2021. San Marcos (12,28b-34).

-En los Padres de la Iglesia:

San Bernardo de Claraval

Sobre el Cantar de los Cantares: Amo porque amo. Amo para amar

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mc 12, 30)

He leído que Dios es amor (1Jn 4,16), no que era honor o dignidad. El caso es que Dios no es que no quiera ser honrado, ya que dice:» ¿Si soy vuestro padre, ¿dónde está el honor que me debéis?» (Ml 1,6) Habla aquí como padre. Pero si se mostró como esposo, pienso que cambiaría de discurso y diría: «¿Si soy vuestro esposo, ¿dónde está el amor que me es debido?» Porque ya había dicho: «¿Si soy vuestro Señor, dónde está el temor que me debéis?» (Ibid.) Pide pues ser respetado como Señor, honrado como Padre, amado como Esposo.

Entre estos tres sentimientos, ¿cuál es de mayor precio? El amor, sin duda alguna. Porque sin amor, el respeto es penoso y el honor se queda sin correspondencia. El temor es servil, hasta que el amor no viene a liberarlo, y un honor que no está inspirado por el amor no es honor, es adulación. A Dios sólo, ciertamente, honor y gloria, pero Dios los acepta sólo sazonados por miel del amor.

El amor se basta, está a gusto consigo mismo, es su propio mérito y su propia recompensa. El amor no quiere otra causa, ni otro fruto que a sí mismo. Su verdadero fruto, es ser. Amo porque amo. Amo para amar… De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su creador, si no de igual a igual, por lo menos de semejante a semejante (cf Gn 1,26).

– En los Santos Dominicos:

Santa Catalina de Siena (1347-1380)

terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa

Carta 36, a la reina Juana de Nápoles (Cartas, Téqui, 1976), trad. sc©evangelizo.org

“Tu amarás al Señor de todo corazón, de toda tu alma, de toda tu fuerza” 

Gloriosa y muy querida Madre y señora Reina, su indigna Catalina, la sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, le escribe en su preciosa sangre, con el deseo de verla, hija verdadera y esposa elegida de Dios. (…)

            Le suplico insistentemente en nombre de Cristo Jesús, consagrar todo su corazón, toda su alma y todas sus fuerzas en amar y servir ese tierno y querido Padre, ese Esposo que es Dios, Verdad suprema que nos ha tanto amado sin ser amado. Sí, que ninguna criatura resista, cualquiera sea su rango, su grandeza, su poder. ¿No son vanas todas las glorias del mundo y pasan cómo viento? ¡Que ninguna creatura se aleje del verdadero amor, que es gloria, vida y felicidad del alma! Entonces mostraremos que somos esposas fieles. Cuando el alma sólo ama a su Creador, ella desea a él únicamente. Todo lo que ama, lo que hace, es por él. Todo lo que ve fuera de su voluntad, como vicios, pecados, injusticias, ella lo detesta. El santo odio que ha concebido contra el pecado es tan fuerte, que preferiría morir antes que violar la fe que debe a su Esposo eterno.

            Seamos fieles, siguiendo las huellas de Jesús crucificado, detestando el vicio, abrazando la virtud, realizando grandes cosas por él.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

Nº 575 

Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un “signo de contradicción” (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia “los judíos” (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).

Nº 129 

Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él (cf. 1 Co 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet (San Agustín, Quaestiones in Heptateuchum 2,73; cf. DV 16).

Nº 2196 

En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los mandamientos, Jesús responde: «El primero es: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 29-31).

En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, Papa.

Audiencia General (18-12-1985): La santidad consiste en el amor

«Amarás» (cf. Mc 12,30-31)

18 de diciembre de 1985

3. Dios se da a conocer al hombre como Fuente de la ley moral y, en este sentido, como la Santidad misma, antes del pecado original a los progenitores (Gen 2, 16), y más tarde al Pueblo elegido, sobre todo en la Alianza del Sinaí (Cf. Ex 20, 1-20). La ley moral revelada por Dios en la Antigua Alianza y, sobre todo, en la enseñanza evangélica de Cristo, tiende a demostrar gradual, pero claramente, la sustancial superioridad e importancia del amor. El mandamiento: “amarás” (Dt 6, 5; Lev 19, 18; Mc 12, 30-31, y par.), hace descubrir que también la santidad de Dios consiste en el amor. Todo lo que dijimos en la catequesis titulada “Dios es Amor”, se refiere a la santidad del Dios de la Revelación.

4. Dios es la santidad porque es amor (1 Jn 4, 16). Mediante el amor está separado absolutamente del mal moral, del pecado, y está esencial, absoluta y transcendentalmente identificado con el bien moral en su fuente, que es Él mismo. En efecto, amor significa precisamente esto: querer el bien, adherirse al bien. De esta eterna voluntad de Bien brota la infinita bondad de Dios respecto a las criaturas y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su clemencia, su disponibilidad a dar y a perdonar, la cual ha encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas (Cf. Lc 15, 11-32). El amor se expresa en la Providencia, con la cual Dios continúa y sostiene la obra de la creación.

De modo particular el amor se manifiesta en la obra de la redención y de la justificación del hombre, a quien Dios ofrece la propia justicia en el misterio de la cruz de Cristo, como dice con claridad San Pablo (Cf. la Carta a los Romanos y la Carta a los Gálatas). Así, pues, el amor que es el elemento esencial y decisivo de la santidad de Dios, por medio de la redención y la justificación, guía al hombre a su santificación con la fuerza del Espíritu Santo.

De este modo, en la economía de la salvación, Dios mismo, como trinitaria Santidad (= tres veces Santo), toma, en cierto modo, la iniciativa de realizar por nosotros y en nosotros lo que ha expresado con las palabras: “Sed santos, porque santo soy yo el Señor, vuestro Dios” (Lev19, 2).

5. A este Dios, que es Santidad porque es amor, se dirige el hombre con la más profunda confianza. Le confía el misterio íntimo de su humanidad, todo el misterio de su “corazón” humano:

“Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, / Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador; / Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, / mi fuerza salvadora, mi baluarte…” (Sal 17/18, 2-3). La salvación del hombre está estrechísimamente vinculada a la santidad de Dios, porque depende de su eterno, infinito Amor.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.