Preparación opcional 22 de agosto 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL XXI DOMINGO DURANTE EL AÑO. 22 DE AGOSTO DE 2021. San Juan 6, 61-70.

-En los Padres de la Iglesia:

San Agustín, obispo. Tratado: Los secretos de Dios

Tratado 27, sobre el Evangelio de San Juan. Comentario a Jn 6,60-72, predicado en Hipona el lunes 10 de agosto de 414, en la fiesta de San Lorenzo

Entender la carne no según la carne

1. Del evangelio hemos oído las palabras del Señor que siguen al sermón anterior. Respecto a ellas se debe a vuestros oídos y mentes un sermón, y éste no es inadecuado al día hodierno, pues trata del cuerpo del Señor, que él decía darlo a comer por la vida eterna. Pues bien, diciendo «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,57), expuso el modo de este reparto y don suyo, cómo da su carne a comer. Signo de que uno lo ha comido y bebido es esto: si permanece y es objeto de permanencia, si habita y es inhabitado, si se adhiere sin ser abandonado. Con palabras místicas, pues, nos ha enseñado y estimulado a esto: a estar en su cuerpo bajo esa misma cabeza, entre sus miembros, comiendo su carne, sin abandonar su unidad. Pero demasiados de quienes estaban presentes se escandalizaron por no entender, ya que, al oír esto, no pensaban sino en la carne, cosa que ésos mismos eran. Ahora bien, el Apóstol dice, y dice la verdad: Pensar según la carne es muerte (Rm 8,6). El Señor nos da a comer su carne, mas pensar según la carne es muerte, aunque de su carne dice que allí hay vida eterna. Ni siquiera la carne, pues, debemos entenderla según la carne, como en las palabras siguientes.

  • Atención a los secretos de Dios

2. Así pues, muchos oyentes, no de sus enemigos, sino de sus discípulos, dijeron: Dura es esta palabra. ¿Quién puede oírla? (Jn 6,61) Si los discípulos tuvieron por dura esta palabra, los enemigos ¿qué pensarían? Y, sin embargo, era preciso decir así lo que no todos podían entender. El secreto de Dios debe suscitar personas atentas, adversarias. En cambio, ésos desertaron pronto, tras decir tales palabras el Señor Jesús; no creyeron que decía algo importante y que con las palabras aquellas cubría enteramente alguna gracia; más bien, como quisieron y al modo humano entendieron que Jesús podía o disponía esto: distribuir como troceada, a quienes en él creen, la carne de que estaba vestida la Palabra. Afirman: Dura es esta palabra. ¿Quién puede oírla?

3. Ahora bien, porque Jesús sabía en su interior que sus discípulos murmuraban de esto. De hecho, dijeron esto entre ellos para que él no los oyese; pero él, que los conocía en sí mismos, por haber oído en su interior, respondió y preguntó: ¿Esto os escandaliza? Ciertamente os escandaliza esto, haber dicho yo: Os doy a comer mi carne y a beber mi sangre. ¿Si, pues, vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? (Jn 6,62-63) ¿Qué significa esto? ¿Con esto resuelve lo que los había turbado? ¿Con esto aclara la causa que los había escandalizado? Con esto sencillamente, si entendieran. Ellos, en efecto, suponían que él iba a distribuir su cuerpo; él, en cambio, dijo que iba a subir al cielo, por supuesto, él íntegro. Cuando veáis al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes, entonces veréis ciertamente que distribuye su cuerpo no del modo que suponéis, o entonces entenderéis ciertamente que su gracia no se consume a bocados.

En Cristo hay una sola persona

4. Y asevera: El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada (Jn 6,64). Antes de exponer esto según la donación del Señor, no ha de pasarse por alto negligentemente lo que aseveró: Si vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes. Porque Cristo, el Hijo del hombre, nació de la Virgen María, el Hijo del hombre, pues, comenzó a estar aquí en la tierra cuando de la tierra tomó la carne. Por eso había sido dicho proféticamente: La verdad ha brotado de la tierra (Sal 84,12). ¿Qué significa, pues, lo que asevera: Si vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? De hecho, no habría ningún problema si hubiera dicho así: Si vierais al Hijo de Dios subir adonde estaba antes. Pero, porque dijo que el Hijo del hombre sube adonde estaba antes, ¿acaso el Hijo del hombre estaba en el cielo antes, cuando comenzó a estar en la tierra? Aquí dijo, por cierto: «Adonde estaba antes», como si no estuviese allí cuando decía estas cosas. Ahora bien, dice en otro pasaje: Nadie ha ascendido al cielo sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo (Jn 3,13). No dice «estaba», sino que afirma: El Hijo del hombre que está en el cielo. Hablaba en la tierra y decía que él estaba en el cielo. Mas no dijo así: Nadie ha ascendido al cielo sino quien ha descendido del cielo, el Hijo de Dios, que está en el cielo. ¿A qué se refiere esto sino a que entendamos lo que ya encarecí a Vuestra Caridad en el sermón anterior: que Cristo Dios y hombre es una sola persona, no dos, de forma que nuestra fe es la Trinidad, no una cuaternidad? Cristo, pues, es un único individuo: la Palabra, el alma y la carne son el único Cristo; el Hijo de Dios y el Hijo del hombre son el único Cristo. Hijo de Dios siempre; Hijo del hombre en virtud del tiempo; sin embargo, el único Cristo según la unidad de la persona. Estaba en el cielo mientras hablaba en la tierra. En el cielo estaba el Hijo del hombre como el Hijo de Dios estaba en la tierra; por la carne asumida estaba en la tierra el Hijo de Dios; por la unidad de la persona estaba en el cielo el Hijo del hombre.

  • La carne no sirve de nada

5. ¿Qué significa, pues, lo que añade: El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada? Puesto que nos soporta, si, en vez de contradecirle, deseamos saber, digámosle: Oh Señor, Maestro bueno, ¿cómo la carne no sirve de nada, cuando tú has dicho: «Si alguien no comiere mi carne y bebiere mi sangre, no tendrá en sí vida? (Jn 6,54) ¿O la vida no sirve de nada? Y ¿por qué somos lo que somos sino para tener la vida eterna que prometes con tu carne? ¿Qué significa, pues, la carne no sirve de nada? De nada sirve, pero como la entendieron aquéllos; por cierto, entendieron la carne como en un cadáver se desgarra o en el mercado se vende; no como la vivifica el espíritu. Por ende, está dicho: «La carne no sirve de nada», como está dicho: La ciencia infla. ¿Deberemos, pues, odiar ya la ciencia? Ni hablar. Y ¿qué significa: La ciencia infla? Sola, sin la caridad. Por eso añadió: En cambio, la caridad edifica (1Co 8,1). Añade, pues, a la ciencia caridad, y la ciencia será útil no por sí, sino por la caridad. Así también ahora: «La carne no sirve de nada», pero la carne sola; súmese a la carne el espíritu, como se suma a la ciencia la caridad, y servirá muchísimo. De hecho, si la carne no sirviese para nada, la Palabra no se habría hecho carne para habitar entre nosotros. Si Cristo nos ha servido de mucho mediante la carne, ¿cómo la carne no sirve de nada? Pero mediante la carne ha realizado algo el Espíritu por nuestra salvación. La carne fue el vaso; observa lo que tenía, no lo que era. Los apóstoles fueron enviados; ¿acaso su carne no nos sirvió de nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió, ¿pudo la carne del Señor no servir de nada? De hecho, ¿cómo llega a nosotros el sonido de la palabra sino mediante la voz de la carne? ¿Cómo funciona el estilete, cómo llega a nosotros un escrito? Todo eso son obras de la carne, pero porque el espíritu la pone en movimiento como a su instrumento. El Espíritu, pues, es quien vivifica; la carne no sirve de nada; yo no doy a comer mi carne como ellos entendieron la carne.

  • El Espíritu es quien da vida

6. Por eso afirma: Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida (Jn 6,64). Ya dije, hermanos, que en el comer su carne y beber su sangre nos encarece el Señor esto: que permanezcamos en él y él en nosotros. Pues bien, permanecemos en él cuando somos sus miembros; por su parte, él mismo permanece en nosotros cuando somos su templo. Ahora bien, la unidad nos traba para ser sus miembros. ¿Quién, sino la caridad, hace que la unidad trabe? ¿Y la caridad de Dios de dónde viene? Interroga al Apóstol: La caridad de Dios, afirma, ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5). El Espíritu, pues, es quien vivifica, pues el espíritu hace vivos a los miembros. El espíritu no hace vivos sino a los miembros que hallare en el cuerpo al que vivifica el espíritu mismo. En efecto, oh hombre, el espíritu que hay en ti, del que constas para ser hombre, ¿acaso vivifica al miembro al que halle separado de tu carne? Llamo espíritu tuyo a tu alma; tu alma no vivifica sino a los miembros que están en tu carne; si retiras uno, ya no es vivificado en virtud de tu alma, por no estar asociado a la unidad de tu cuerpo. Se dice esto para que amemos la unidad y temamos la separación. Nada, en efecto, debe temer tanto el cristiano como separarse del cuerpo de Cristo, ya que, si se separa del cuerpo de Cristo, no es miembro suyo; si no es miembro suyo, no lo vivifica su Espíritu: Todo el que no tiene el Espíritu de Cristo, afirma el Apóstol, no es suyo (Rm 8,9). El Espíritu, pues, es quien vivifica; la carne, en cambio, no sirve de nada. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida. ¿Qué significa Son espíritu y vida? Que han de entenderse espiritualmente. ¿Las has entendido espiritualmente? Son espíritu y vida. ¿Las has entendido carnalmente? Aun así, ellas son espíritu y vida, pero para ti no lo son.

  • Cree para ser iluminado

7. Pero entre vosotros, afirma, hay algunos que no creen (Jn 6,65). No ha dicho: Hay algunos entre vosotros que no entienden, sino que ha dicho la causa por la que no entienden: pues entre vosotros hay algunos que no creen, y no entienden precisamente porque no creen. En efecto, un profeta ha dicho: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9 sec LXX). Mediante la fe somos ligados, mediante la comprensión somos vivificados. Primeramente adhirámonos mediante la fe, para que haya algo que sea vivificado mediante la intelección. De hecho, quien no se adhiere se resiste; quien se resiste no cree. De hecho, quien se resiste, ¿cómo es vivificado? Es enemigo del rayo de luz que ha de penetrarlo; no aparta la mirada, sino que cierra la mente. Hay, pues, algunos que no creen. Crean y abran; abran y serán iluminados.

Pues desde el inicio sabía Jesús quiénes serían creyentes y quién iba a entregarlo (Jn 6,65). Allí, en efecto, estaba también Judas. De hecho, algunos se escandalizaron; él, en cambio, permaneció para acechar, no para entender. Y, porque había permanecido para eso, el Señor no se calló respecto a él. No lo nombró expresamente, pero tampoco se calló, para que todos temieran, aunque uno solo pereciera. Pero, después de hablar y distinguir de los no creyentes a los creyentes, expresó la causa de que no creen: Por eso os he dicho, afirma, que nadie puede venir a mí si mi Padre no se lo diere (Jn 6,66). Incluso creer, pues, se nos da, ya que creer no es nada. Ahora bien, si es algo importante, alégrate de haber creído, pero no te ensoberbezcas, pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7)

  • Fracaso de Cristo para nuestro consuelo

8. Desde entonces muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6,67). Se volvieron atrás, pero detrás de Satanás, no detrás de Cristo. Por cierto, en cierta ocasión, Cristo el Señor llamó Satanás a Pedro, porque quería, más bien, preceder a su Señor y aconsejarle que no muriese él, que había venido a morir para que nosotros no muriésemos eternamente, y le dijo: Regresa detrás de mí, Satanás, pues no piensas en lo que es de Dios, sino en lo que es del hombre (Mt 16,23). Lo rechazó y denominó Satanás no para que caminase tras Satanás, sino que lo hizo caminar tras de sí, para que, caminando tras el Señor, no fuese Satanás. En cambio, ésos regresaron atrás como de ciertas mujeres dice el Apóstol: Pues algunas se han vuelto atrás detrás de Satanás (1Tm 5,15). En adelante no anduvieron con él. He aquí que, desgajados del cuerpo, perdieron la vida, quizá porque ni siquiera estuvieron en el cuerpo. Entre quienes no creían han de contarse también ésos, aunque se llamasen discípulos. Se volvieron atrás no pocos, sino muchos. Esto sucedió quizá para consuelo, porque a veces sucede que un hombre dice la verdad y no se comprende lo que dice y quienes lo oyen se escandalizan y se retiran. Por otra parte, le pesa a ese hombre haber dicho lo que es verdadero; dice, en efecto, para sus adentros ese hombre: «No debí hablar así; no debí decir esto». He aquí que le sucedió al Señor: habló y perdió a muchos, se quedó para pocos. Pero él no se turbaba porque desde el inicio sabía quiénes serían creyentes y quiénes no creyentes; si nos sucede a nosotros, nos perturbamos. Hallemos solaz en el Señor y empero digamos cautamente las palabras.

  • Pedro responde por nosotros

9. Y él habla a los pocos que se habían quedado. Dijo, pues, Jesús a los doce, esto es, a los doce que se quedaron: ¿Acaso también vosotros, pregunta, queréis iros? Ni siquiera Judas se marchó. Pero para el Señor estaba claro por qué permanecía; después nos lo ha manifestado. Respondió Pedro por todos, uno por muchos, la unidad por todos sin excepción: Le respondió, pues, Simón Pedro: Señor, a quién iremos? Nos rechazas de ti, danos otro tú. ¿A quién iremos? Si de ti nos apartamos, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo Pedro, por donación de Dios, porque el Espíritu Santo ha vuelto a crearlo, ha entendido. ¿Por qué, sino porque ha creído? Tú tienes palabras de vida eterna, pues tienes la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y conocido. No hemos conocido y hemos creído, sino hemos creído y conocido, pues hemos creído para conocer, porque, si quisiéramos primero conocer y después creer, no seríamos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Jn 6,68-70), esto es, que tú eres la vida eterna misma, y que en tu carne y sangre no das sino lo que eres.

  • Dios permite el mal para bien

10. Pregunta, pues, el Señor Jesús: ¿Acaso no os elegí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo? (Jn 6,71) Diría, pues, «elegí a once»; ¿o se elige también al diablo, o el diablo está entre los elegidos? De «elegidos» suele hablarse como loa; ¿o es también elegido ese de quien, sin quererlo ni saberlo él, se haría alguna gran cosa buena? Esto es propio de Dios y contrario a los malvados. En efecto, como los inicuos usan mal las buenas obras de Dios, así Dios, al contrario, usa bien las obras malas de los inicuos. ¡Qué bueno es que los miembros del cuerpo estén tal como sólo el artífice Dios puede disponerlos! Sin embargo, ¡qué mal usa los ojos el descaro! ¡Y qué mal usa la lengua la falacia! El testigo falso, ¿no mata primero su alma con la lengua y, muerto él, intenta dañar al otro? Usa mal la lengua, pero no por ello la lengua es algo malo; obra de Dios es la lengua; pero la maldad usa mal la buena obra de Dios. ¡Cómo usan los pies quienes corren a los delitos! ¡Cómo usan las manos los homicidas, y qué mal usan los malos a las buenas criaturas de Dios que por fuera les están próximas! Con el oro corrompen los juicios, oprimen a los inocentes. Mal usan los malos esa luz, ya que, viviendo mal, usurpan para servicio de sus delitos incluso la luz misma con que ven. En efecto, el malo, al ir a hacer algo malo, quiere disponer de luz para no tropezar él, que dentro tropezó ya y cayó; lo que teme en el cuerpo, ya ha acaecido en el corazón. Todos los bienes de Dios —para que no resulte largo recorrerlos uno por uno— los usa mal el malo; al contrario, el bueno usa bien las maldades de los hombres malos. ¿Y qué bien hay tan grande como el único Dios, siendo así que el Señor mismo dijo: Nadie hay bueno sino uno solo, Dios? (Mc 10,18) Cuanto, pues, mejor es él, tanto mejor usa incluso nuestros males.

¿Qué hay peor que Judas? Entre todos los adheridos al Maestro, entre los doce, se le confiaron los cofrecillos y el reparto distribuido a los pobres; ingrato ante tamaño favor, ante tan gran honor, aceptó el dinero, perdió la justicia; muerto entregó la Vida; como enemigo persiguió a quien siguió como discípulo. Toda esta es la maldad de Judas; pero su maldad la usó bien el Señor. Soportó ser entregado para redimirnos. He aquí que la maldad de Judas se convirtió en un bien. ¿A cuántos mártires ha perseguido Satanás? Si Satanás cesara de perseguir, no celebraríamos hoy latan gloriosa corona de San Lorenzo. Si, pues, Dios usa bien las obras malas del diablo mismo, lo que el malo hace usando mal, le daña a él, no contradice a la bondad de Dios. El Artífice se sirve del mal; y, eminente Artífice, si no supiera servirse de él, no permitiría siquiera que existiese. Uno, pues, de vosotros es diablo, asevera, aunque yo os elegí a vosotros doce. Lo que asevera «Elegí a doce»: puede también entenderse así, por ser un número sagrado: que, en efecto, no por haber perecido uno de ellos, se ha quitado, por eso, el honor de ese número, pues en lugar del que pereció fue elegido otro como sustituto (Cf Hch 1,26). El número doce permaneció como número consagrado, porque iban a anunciar la Trinidad por todo el mundo, esto es, por los cuatro puntos cardinales. Por eso, tres veces de cuatro en cuatro. Se suicidó, pues, Judas, no violó el número doce; él mismo desertó del Preceptor porque Dios le puso un sucesor.

  • Comer su cuerpo y participar de su espíritu

11. Todo lo que el Señor nos ha hablado de su cuerpo y de su sangre es esto: en la gracia de su reparto nos ha prometido la vida eterna; quiso que con eso se entienda que los comensales y bebedores de su carne y de su sangre permanecen en él y él en ellos; no entendieron quienes no creyeron; se escandalizaron por haber entendido carnalmente lo espiritual, y, escandalizados y perecidos ellos, el Señor acudió, para consolación, a los discípulos que se habían quedado, para probar a los cuales interrogó: «¿Acaso también vosotros queréis iros?» (Jn 6,68), para que se nos diera a conocer la respuesta de su permanencia, porque sabía que permanecían. Todo esto, pues, queridísimos, nos sirva, para que comamos la carne de Cristo y la sangre de Cristo no sólo en el sacramento, cosa que hacen también muchos malos, sino que la comamos y bebamos hasta la participación del Espíritu. Así permaneceremos en el cuerpo del Señor como miembros, para que su Espíritu nos vivifique y no nos escandalicemos aunque, de momento, con nosotros comen y beben temporalmente los sacramentos muchos que al final tendrán tormentos eternos. De hecho, el cuerpo de Cristo está por ahora mezclado como en la era; pero el Señor conoce a quienes son suyos (Cf 2Tm 2,19). Si tú sabes qué trillas, que la masa está allí latente y que la trilla no destruye lo que la bielda va a limpiar, estamos ciertos, hermanos, de que todos los que estamos en el cuerpo del Señor y permanecemos en él para que él mismo permanezca también en nosotros, en este mundo necesariamente tenemos que vivir hasta el final entre los malos. Digo: no entre los malos que denuestan a Cristo, pues se encuentra a pocos que lo denuestan con la lengua; pero se encuentra a muchos que lo hacen con la vida. Es, pues, necesario vivir hasta el final entre ellos.

  • Permanecer en Cristo como San Lorenzo

12. Pero ¿qué significa lo que asevera: «Quien permanece en mí y yo en él» (Jn 6,57; 15,5), qué, sino lo que oían los mártires: Quien persevere hasta el final, éste será salvo? (Mt 24,13) ¿Cómo permaneció en él San Lorenzo, cuya fiesta celebramos hoy? Permaneció hasta la prueba, permaneció hasta el interrogatorio del tirano, permaneció hasta las más crueles amenazas, permaneció hasta la muerte; es poco, permaneció hasta la inhumana tortura, pues no fue asesinado rápidamente, sino que lo torturaron al fuego; se le permitió vivir largo rato; mejor dicho, no se le permitió vivir largo rato, sino que fue forzado a morir lentamente. En esa larga muerte, pues, en esos tormentos, cual cebado con esa comida y ebrio de esa copa, no sintió los tormentos porque había comido bien y había bebido bien. Allí, en efecto, estaba quien dijo: El Espíritu es quien vivifica (Jn 6,64). Efectivamente, su carne ardía, pero el Espíritu vivificaba al alma. No cedió y accedió al reino. Por su parte, el santo mártir Sixto, cuyo día hemos celebrado cinco días atrás, le había dicho: «No te aflijas, hijo». Uno, en efecto, era obispo, diácono el otro. «No te aflijas, decía; me seguirás al cabo de un triduo». Ahora bien, llamó triduo al espacio entre el día de la pasión de San Sixto y el día de la pasión hodierna de San Lorenzo. Un triduo es un intervalo. ¡Oh consuelo! No asevera: «No te aflijas, hijo, cesará la persecución y estarás seguro», sino: «No te aflijas; me seguirás adonde yo te precedo; no se difiere tu seguimiento; un triduo será el intervalo, y estarás conmigo». Recibió el oráculo, venció al diablo, llegó al triunfo.

– En los Santos Dominicos:

Santo Tomás de Aquino. Suma teológica

Parte Ia – Cuestión 24. Sobre el libro de la vida.

Artículo 3: ¿Puede o no puede alguien ser borrado del libro de la vida?

Objeciones por las que parece que nadie puede ser borrado del libro de la vida:

1. En el libro XX De Civ. Dei, Agustín dice que la presciencia de Dios, que no puede equivocarse, es el libro de la vida. Pero de la presciencia de Dios no puede arrancarse nada; lo mismo que de la predestinación. Luego tampoco del libro de la vida nadie puede ser borrado.

2. Lo que está en algo, está según el modo de ser de allí donde está. Pero el libro de la vida es algo terreno e inmutable. Luego lo que está en él, no está temporalmente, sino de modo inmutable e imborrable.

3. Borrar se opone a escribir. Pero alguien no puede ser escrito de nuevo en el libro de la vida. Luego tampoco puede ser borrado de ahí.

Contra esto: está lo que se dice en el Sal 68,29: Sean borrados del libro de los vivos.

Respondo: Algunos sostienen que nadie puede ser, de hecho, borrado del libro de la vida; pero sí puede serlo según el parecer de los hombres. Es frecuente en la Escritura decir que se hace algo cuando se da a conocer. Según esto, algunos dicen que están inscritos en el libro de la vida en cuanto que los hombres, por la vida justa que observan, dicen que están inscritos en aquel libro. Pero cuando se sabe, bien ahora, bien en el futuro, que perdieron tal justicia, se dice que fueron borrados. Este sentido de borrar es el que expone la Glosa de aquello del Sal 68,29: Sean borrados del libro de los vivos.

Pero porque no ser borrado del libro de la vida se pone entre los premios de los justos, según aquello del Apoc 3,5: El vencedor será vestido de blanco y no borraré su nombre del libro de la vida, y lo prometido a los justos no está solamente en el parecer de los hombres, se puede decir que borrar o no borrar del libro de la vida no sólo hay que referirlo al parecer humano, sino también al hecho en sí mismo. Pues el libro de la vida es la inscripción de los ordenados a la vida eterna. A dicha vida se está ordenado por dos motivos: por predestinación divina, que nunca falla; y por gracia. Todo el que tiene gracia, por eso mismo es digno de la vida eterna. A veces falla, porque hay quienes han sido ordenados a la vida eterna, pero no la alcanzan por tener pecado mortal. Pero los que han sido ordenados a tener vida eterna por predestinación divina, están inscritos en el libro de la vida de un modo absoluto, porque están escritos ahí para que tengan la vida eterna en sí misma. Estos nunca serán borrados.

En cambio, los ordenados a la vida eterna no por predestinación divina, sino sólo por gracia, se dice que están escritos en el libro de la vida no absolutamente, sino en cierto modo. Esos tales pueden ser borrados del libro de la vida, no en cuanto borrar vaya referido al conocimiento de Dios, sino referido a lo conocido, es decir, en cuanto que Dios sabe que alguien primero es ordenado a la vida eterna y después no porque se aleja de la gracia.

A las objeciones:

1. Como se dijo, el borrar no se refiere al libro de la vida por parte de quien conoce previamente, como si en Dios hubiera mutabilidad, sino por parte de los conocidos, que sí tienen mutabilidad.

2. Aun cuando en Dios las cosas son inmutables, sin embargo, en sí mismas, son mutables. Y a esto se refiere el borrar del libro de la vida.

3. De la misma forma que se dice que alguien es borrado del libro de la vida, se puede decir que es escrito nuevamente en él; bien porque así es el parecer de los hombres, bien porque nuevamente empieza, por la gracia, a estar ordenado a la vida eterna. Y esto también está en el conocimiento de Dios, aunque no como novedad.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

Nº 728 

Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).

Nº 440

 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre “que ha bajado del cielo” (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón, el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2, 36).

Nº 2766

Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que estas se hacen en nosotros “espíritu […] y vida” (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre «ha enviado […] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!’”» (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también “el que escruta los corazones”, el Padre, quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

Nº 1336 

El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: “Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?” (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de escándalo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo.

Nº 438

La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. “Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido Él que ha ungido, Él que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: Él que ha ungido, es el Padre. Él que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando “Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10, 38) “para que él fuese manifestado a Israel” (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como “el santo de Dios” (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).

En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, papa

Homilía (26-08-1979): Fe auténtica y segura

Visita Pastoral a Veneto.  Belluno, Domingo 26 de agosto de 1979

               «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

Venerables hermanos obispos, y vosotros, sacerdotes y fieles de ]as Iglesias de Belluno y del Véneto:

2. […] Permitidme, a fin de encuadrar mejor nuestra asamblea litúrgica y de darle la necesaria referencia o fundamento que es la Palabra de Dios, permitidme volver a tomar el importante texto evangélico que acabamos de escuchar. Como sabéis, ya desde hace algunas semanas, en los domingos de este período per annum, la Iglesia, con sabia pedagogía, nos hace leer y meditar el gran discurso que tuvo Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, para presentar “el pan de vida” y para presentarse a sí mismo como pan de vida. También hoy se nos propone un pasaje, el final (cf. Jn 6, 60-69), en el que las repetidas y solemnes proposiciones del Señor requieren, por parte nuestra, una respuesta decidida de fe, corno la requirieron entonces por parte de los discípulos. Recordad lo que leímos el domingo pasado: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día”. “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él” (ib., 54. 56). Son afirmaciones de altísimo contenido espiritual que ciertamente no se comprenden ni se explican con el metro de la razón humana: en efecto, trascienden los límites de la existencia terrena; nos hablan de vida eterna y de resurrección; miran hacia una relación misteriosa entre Cristo y el creyente, que se configura como compenetración recíproca de pensamiento, de sentimiento y de vida. Ahora, ¿de qué modo podemos sintonizar con un discurso de tanta altura? “Muchos de sus discípulos —leemos en el Evangelio de hoy— dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?”(ib., 60).

Se nos presenta, pues, la actitud humana, terrena, como la sugiere el simple raciocinio, ante las perspectivas abiertas por la palabra de Jesús. Pero he aquí que viene sobre nosotros la certeza, porque El mismo asegura: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (ib., 63). Y he aquí ante la ineludible alternativa de aceptar o rechazar estas palabras suyas, la respuesta ejemplar y para nosotros corroborante que dio Pedro: la suya es una profesión de fe magistral: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (ib., 69).

[…] El mismo Pedro, primer Vicario de Cristo, enseña a sus sucesores cuál debe ser la línea a seguir para no faltar al deber apostólico, para no desviarse del camino recto, para responder menos indignamente al designio redentor de Cristo, pastor supremo de la grey. Esta línea es la fe: fe cierta, plena, inquebrantable en la Palabra de Cristo y en la Persona de Cristo: fe como se manifestó en Cesarea de Filipo, cuando es Pedro quien, superando las opiniones limitadas y erróneas de los hombres, reconoce en Jesús “al Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cf. Mt 16, 16); fe cual se manifiesta en la lectura de hoy, cuando es Pedro quien una vez más confiesa la validez trascendente “para la vida eterna” de las palabras mismas de Cristo. Se trata de una doble y espléndida profesión de fe, que —como observa San León Magno— la repite cada día Pedro en toda la Iglesia (cf. Sermo III. 3; PL 54, 146)…

3. Pero la aludida oportunidad o conveniencia de este Evangelio es clara también para vosotros, que me estáis escuchando ahora. El tema de la fe de Pedro, esto es, de la fe auténtica y segura, se aplica muy bien, por su ejemplaridad, a los herederos de una tradición religiosa que… se distingue por la solidez, por la coherencia, por la capacidad de incidir sobre las sanas costumbres morales. Hablo de vuestra fe, hermanos… ¿Qué herencia más preciosa; qué tesoro más querido podría recomendaros el Papa que ha venido a visitaros? Por la gracia de Dios y —es justo reconocerlo— por la incansable dedicación de tantos pastores, este patrimonio está todavía sustancialmente intacto: la fe que vuestros padres os transmitieron como lámpara luminosa, está viva y ardiente; pero con todo, es necesario vigilar y vigilar constantemente (¿recordáis la parábola de las diez vírgenes? cf. Mt 25, 1-13), es necesario vigilar y orar (cf. Mt 26, 41; Mc 14, 34. 38; Lc 12, 35-40), para que esta lámpara no se apague jamás, sino que resista a los vientos y tempestades, brille con intensidad mayor y con más amplio poder de irradiación, y esté abierta a la comprensión y a la conquista. Hoy hay verdadera necesidad de una fe madura, sólida, valiente frente a las incertidumbres que vienen de algunos hermanos…

4. Al llegar aquí, el tema de la fe que hay que —custodiar, profundizar, difundir— me lleva casi naturalmente a dirigirme a los jóvenes. Sabéis que en los encuentros y en las audiencias públicas nunca dejo de hablarles, y lo hago no sólo por la obvia y, se diría interesada razón que supone la misma edad al reservarles el porvenir y al convertirlos, a corto plazo, en protagonistas de los acontecimientos, sino también y sobre todo por las dotes peculiares que son propias de la juventud: el entusiasmo y la generosidad, la. lealtad y viveza, el sentido de la justicia, la pronta disponibilidad para servir a los hermanos en tantas formas de asistencia y caridad, la repulsa de los términos medios, el desprecio de los cálculos mezquinos, la repugnancia por cualquier forma de hipocresía, y yo deseo también el rechazo de cualquier forma de intolerancia y de violencia.

Os diré, pues, jóvenes que me escucháis, que la Iglesia desde siempre, pero hoy más aún que en el pasado, cuenta con vosotros, tiene confianza en vosotros, espera mucho de vosotros en orden al cumplimiento de su misión salvífica en el mundo. Por esto, acoged con corazón abierto esta reiterada llamada mía, que suena a invitación para entrar animosamente en la dinámica de la acción eclesial. ¿Qué sería de la Iglesia sin vosotros? Por eso confía tanto en vosotros. Nos confortan las promesas formales de Cristo, que ha garantizado a la Iglesia su presencia y asistencia ininterrumpidas (cf. Mt 28, 20; 16, 18); pero no nos eximen del deber permanente de acompañar esta certeza superior con nuestra actividad diligente y asidua. Y precisamente aquí es donde encuentra su puesto mi llamada insistente a vosotros, jóvenes, que tendrá —lo deseo de todo corazón— una respuesta pronta y positiva por parte vuestra.

5. […] Encomiendo a la maternal protección de María los múltiples contactos entre los hombres, por encima de toda frontera, raza y nación, los cuales precisamente en esta región son tan numerosos y se demuestran fructíferos. ¡Continuad profundizando y reforzando de este modo la mutua comprensión y la convivencia pacífica entre los diversos grupos étnicos y entre los pueblos! María, la Madre de la Iglesia, es al mismo tiempo también la Reina de la Paz.

¡María, Reina de la Iglesia y Reina de la Paz, ruega por nosotros!

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.