Preparación opcional 27 de junio 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO CB. 27 de JUNIO de 2021 (San MARCOS 5,21-43).

-En los Padres de la Iglesia:

San Agustín, obispo y Doctor de la Iglesia

Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 63A, 1-3, BAC Madrid 1983, 223-27

Curación de la hemorroísa

1… la Iglesia de Dios, la Iglesia santa, cuya Cabeza es él. Si él es la Cabeza, nosotros somos el cuerpo; pero sólo si somos tales que soportamos la opresión de la muchedumbre y no la causamos al Señor. Grande es la multitud que confluye a la Iglesia extendida por toda la tierra; creen todos los pueblos. Pero, entre ellos, una parte oprime, otra es oprimida; la parte que es oprimida, tolera; la que tolera, recibirá la recompensa logrando el fruto de la tolerancia; de ella dice el Señor en el Evangelio: Dará fruto con la tolerancia. Tal es la parte de los santos, difundida por doquier, porque es trigo y convenía que el trigo fuera sembrado en todo el campo, es decir, en todo el mundo. El Señor dijo que el campo era el mundo. Todos sus fieles, los que se acercan a Dios con el corazón, no con los labios, dice que son trigo. En cambio, a los que se acercan, pero no con el corazón, los cuenta entre la paja y la cizaña. En todo el campo y en toda la era hay una cosa y otra: trigo y paja. La parte de la paja es mayor, y la del trigo menor, pero más sólida; menor, pero más pesada; menor, pero de más valor. Por ella se trabaja, por ella se toman precauciones. A ella se le prepara el hórreo, no el fuego. Que nadie sin más, por tanto, se felicite por el hecho de entrar al interior de estas paredes; examine su intención, interrogue su corazón; sea para sí mismo un juez severísimo para experimentar la misericordia del Padre; no se halague, no tenga consideración con su propia persona, siéntese en el tribunal de su mente, muestre a su conciencia los temores como verdugos, confiese ante Dios qué cosa es: si se ve como trigo, sea oprimido, triturado, aguante, no se preocupe de hallarse mezclado con la paja. Puede ser que esté con él en la era, en el hórreo no estará.

2. Por lo que hemos dicho, hermanos amadísimos, seamos miembros de aquella de quien tal mujer era figura. Espera vuestra caridad que os diga de quién era figura. Decimos que era figura de la Iglesia que procede de los gentiles, pues el Señor iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. La hija del jefe de la sinagoga significa al pueblo judío. El Señor no vino más que al pueblo judío, según dijo: No he sido enviado más que a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Vino él como a la hija del jefe de la sinagoga. Entonces, viniendo de no sé dónde, se interpuso aquella mujer, desconocida, porque ignoraba, y tocó al Señor con fe diciendo: Si tocare la orla de su vestido, quedaré sana. La tocó y fue sanada. Sufría una enfermedad detestable: flujo de sangre. Todos aborrecen tanto el oír como el padecer esto. Aborrecen el flujo de sangre en el cuerpo; no lo sufran, por tanto, en el corazón. Esa enfermedad ha de evitarse con mayor motivo en el corazón. Ignoro de qué manera se alejó de ella la maldad del alma, pasando a la morada que habita. El señor, es decir, el alma, quiere que se cure su flujo corporal, o sea, su cuerpo, y no prefiere que sea curado quien habita la casa, es decir, ella misma. ¿Quién saca provecho de una casa de mármol y artesonados si el padre de familia no está sano? ¿Qué he dicho? ¿Qué aprovecha un cuerpo sano e incólume donde enferma el alma, que es quien habita el cuerpo?

Traspasado al alma, el flujo de sangre es la lujuria. Como los avaros son semejantes a los hidrópicos—tienen ansias de beber—, así los lujuriosos son semejantes al flujo de sangre. Los avaros, en efecto, se fatigan apeteciendo; los lujuriosos, gastando. Allí hay apetito, aquí flujo; pero ambas cosas matan. Es necesario tener al médico que vino a sanar las enfermedades de las almas. Por esto mismo quiso sanar las enfermedades corporales: para manifestarse como salvador del alma, porque de ambas cosas es creador. En efecto, él es creador del alma tanto como del cuerpo. Él quiso, por tanto, llamar la atención del alma para que sanase interiormente. Por este motivo curó el cuerpo: en el cuerpo se significaba el alma, de manera que lo que ésta veía que Jesús obraba exteriormente, había de desear que lo obrase interiormente. ¿Cuál fue la obra de Dios?

Curó el flujo de sangre, curó al leproso, curó al paralítico. Todas éstas son enfermedades del alma. La cojera y la ceguera: pues todo el que no camina de forma recta por el camino de la vida, cojea. Es ciego asimismo quien no se confía a Dios. El lujurioso padece flujo de sangre, y todo el que es inconstante y mendaz tiene manchas de lepra. Es necesario que le sane por dentro aquel que sanó exteriormente, para que se desee la sanación interior.

3. Esta mujer, pues, padecía flujo de sangre y quedó curada de la enfermedad carnal por la que perdía todas sus fuerzas. Del mismo modo el alma, buscando los deseos carnales, gasta todas sus energías. Esta mujer consumió en médicos todos sus haberes—así está escrito de ella—. Del mismo modo, la desdichada Iglesia de los gentiles, buscando la felicidad, buscando poseer más fuerzas o buscando la medicina, ¿cuánto no había gastado en médicos falsos: matemáticos, echadores de suertes, poseídos del espíritu maligno y adivinos de los templos? Todos prometen la salud, pero no pueden otorgarla. Ni ellos la tienen para poder darla. Había gastado todos sus bienes y no se había curado. Dijo para sí: «Tocaré su orla». La tocó y fue curada. Investiguemos qué es la orla del vestido. Esté atenta vuestra caridad. En el vestido del Señor están significados los Apóstoles adheridos a él. Averiguad qué Apóstol fue enviado a los gentiles. Hallaréis que el enviado fue el apóstol Pablo, pues la mayor parte de su actividad fue el apostolado de los gentiles. Por tanto, la orla del vestido es el apóstol Pablo, el enviado a los gentiles, porque él fue el último de los Apóstoles. ¿No es la orla del vestido lo último y lo más bajo? Una y otra cosa dice de sí mismo el Apóstol: Yo soy el último de los Apóstoles y yo soy el menor de los Apóstoles. Es el último, el menor. Tal es la orla del vestido. Y la Iglesia de los gentiles, al igual que la mujer que tocó la orla, padecía flujo de sangre. La tocó y quedó sana. Toquemos también nosotros, es decir, creamos, para poder ser sanados. Concluye el sermón sobre la mujer que padecía flujo de sangre.

– En los Santos Doctores:

Santos Padres: San Jerónimo

Sobre el Evangelio de san Marcos: Contacto que salva

«Levántate» (Mc 5, 41)

«Cogió de la mano a la niña y le dijo: «Talitha qumi», que significa: «contigo hablo, niña, levántate».»

Puesto que has nacido una segunda vez te llamarán «muchacha». Muchacha, levántate para mi, no por tu propio mérito, sino por la acción de mi gracia. Levántate, pues, para mí: tu curación no es debida a tu fuerza. «La niña se puso inmediatamente en pie y echó a andar». Que Jesús nos toque también a nosotros y andaremos inmediatamente. Aunque seamos paralíticos, aunque nuestras obras sean malas y no podamos andar, aunque estemos acostados en el lecho de nuestros pecados…, si Jesús nos toca, inmediatamente quedaremos curados. La suegra de Pedro estaba cogida por la fiebre: Jesús la tocó con la mano, ella se levantó e inmediatamente les sirvió (Mc 1,31).

«Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase». ¿Entendéis ahora porqué echó fuera a todos cuando iba a hacer un milagro? No solamente les mandó sino que les insistió en que nadie se enterase. Lo mandó a los tres apóstoles, lo mandó también a los padres de la niña: que nadie se entere. El Señor se lo mandó a todos, pero la niña, a la que había levantado, no podía callarse.

«Y les dijo que dieran de comer a la niña» para que su resurrección no fuera considerada como la aparición de un fantasma. También él mismo, después de la resurrección, comió pez asado y un postre de miel (Lc 24,42)… Te lo suplico Señor, también a nosotros que estamos acostados, tócanos la mano; levántanos del lecho de nuestros pecados y haznos caminar. Cuando hayamos caminado, haz que nos den de comer. Acostados no podemos comer; si no estamos de pie, no somos capaces de recibir el Cuerpo de Cristo.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

548 

Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser “ocasión de escándalo” (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).

549 

Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

646 

La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran

acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es “el hombre celestial” (cf. 1 Co 15, 35-50).

994 

Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en él. (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, El habla como del “signo de Jonás” (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19- 22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).

1009 

La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).

El sentido de la muerte cristiana

1010 

Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya  sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, lamuerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor: Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima… Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).

1011 

En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): Mi deseo terreno ha desaparecido; … hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí “Ven al Padre” (San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2). Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1). Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).

1012 

La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).

1013 

La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9, 27). No hay “reencarnación” después de la muerte.

1014

La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”: antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte: Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana? (Imitación de Cristo 1, 23, 1). Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios! (San Francisco de Asís, cant.)

1042 

Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado: La Iglesia… sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo…cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)

1043 

La Sagrada Escritura llama “cielos nuevos y tierra nueva” a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1, 10).

1044 

En este “universo nuevo” (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 4;cf. 21, 27).

1045 

Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era “como el sacramento” (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), “la Esposa del Cordero” (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

1046 

En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre: Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios… en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción… Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19- 23).

1047 

Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, “a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos”, participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).

1048 

“Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres”(GS 39, 1).

1049 

“No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de

cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios” (GS 39, 2).

1050 

“Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal” (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces “todo en todos” (1 Co 15, 22), en la vida eterna: La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).

En el Magisterio de los Papas:

Benedicto XVI, papa

Ángelus (01-07-2012): ¿Que le pides a Dios?

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Domingo 01 de julio del 2012.

Este domingo, el evangelista san Marcos nos presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza en favor de dos mujeres: la hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una mujer que sufría de hemorragia (cf. Mc 5, 21-43). Son dos episodios en los que hay dos niveles de lectura; el puramente físico: Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe» (v. 36), lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: «Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes» (Homilías sobre el Evangelio de Marcos, 3). El segundo episodio, el de la mujer que sufría hemorragias, pone también de manifiesto cómo Jesús vino a liberar al ser humano en su totalidad. De hecho, el milagro se realiza en dos fases: en la primera se produce la curación física, que está íntimamente relacionada con la curación más profunda, la que da la gracia de Dios a quien se abre a él con fe. Jesús dice a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).

Para nosotros estos dos relatos de curación son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona.

Jesús, que está atento al sufrimiento humano, nos hace pensar también en todos aquellos que ayudan a los enfermos a llevar su cruz, especialmente en los médicos, en los agentes sanitarios y en quienes prestan la asistencia religiosa en los hospitales. Son «reservas de amor», que llevan serenidad y esperanza a los que sufren. En la encíclica Deus caritas est, expliqué que, en este valioso servicio, hace falta ante todo competencia profesional —que es una primera necesidad fundamental—, pero esta por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, que necesitan humanidad y atención cordial. «Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia el encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro» (n. 31).

Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y nuestro compromiso de amor concreto especialmente a los necesitados, mientras invocamos su maternal intercesión por nuestros hermanos que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.