Preparación opcional 20 de junio 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO CB. 20 de JUNIO de 2021 (San MARCOS 4, 35-41).

-En los Padres de la Iglesia:

San Agustín, obispo

Comentario: «Increpó al viento y dijo al lago: ‘¡Silencio, cállate!’»

Sobre el Salmo 54,10 : CCL 39,664

Estás en el mar y llega la tempestad. No puedes hacer otra cosa que gritar: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30). Que te extienda su mano el que camina sin temor sobre las olas, que saque de ti tu miedo, que ponga tu seguridad en él, que hable a tu corazón y te diga: «Piensa en lo que yo he soportado. ¿Tienes que sufrir de un mal hermano, de un enemigo de fuera de ti? ¿Es que yo no he tenido los míos? Por fuera los que rechinaban de dientes, por dentro ese discípulo que me traicionaba».

Es verdad, la tempestad hace estragos. Pero Cristo nos salva «de la estrechez de alma y de la tempestad» (Sal 54,9 LXX). ¿Está sacudido tu barco? Quizás sea porque en ti Cristo duerme. Un mar furioso sacudía la barca en la que navegaban los discípulos y, sin embargo Cristo dormía. Pero por fin llegó el momento en que los hombres se dieron cuenta que estaba con ellos el amo y creador de los vientos. Se acercaron a Cristo, le despertaron: Cristo increpó a los vientos y vino una gran calma.

Con razón tu corazón se turba si te has olvidado de aquel en quien has creído; y tu sufrimiento se te hace insoportable si el recuerdo de todo lo que Cristo ha sufrido por ti, está lejos de tu espíritu. Si no piensas en Cristo, él duerme. Despierta a Cristo, llama a tu fe. Porque Cristo duerme en ti si te has olvidado de su Pasión; y si te acuerdas de su Pasión, Cristo vela en ti. Cuando habrás reflexionado con todo tu corazón lo que Cristo ha sufrido, ¿no podrás soportar tus penas con firmeza cuando te lleguen? Y con gozo, quizás, a través del sufrimiento, te encontrarás un poco semejante a tu rey. Sí, cuando estos pensamientos empezarán a consolarte, a producirte gozo, has de saber que es Cristo que se ha levantado y ha increpado a los vientos; de él vendrá la paz que has experimentado. «Yo esperaba, dice un salmo, al que me salvaría de la estrechez de alma y de la tempestad».

Comentario sobre los salmos

Salmo 25, n. 2

«Se levantó un fuerte huracán»

También nosotros navegamos en un lago en el que no faltan ni viento ni tempestades; las cotidianas tentaciones de este mundo casi hunden nuestra barca. ¿De dónde viene esta situación sino de que Jesús duerme? Si Jesús no durmiera en ti no sufrirías estas tempestades, sino que gozarías de una gran tranquilidad interior porque Jesús estaría velando contigo.

¿Qué quiere decir: Jesús duerme? Quiere decir que tu fe en Jesús está dormida. Se levantan los huracanes en el lago: ves prosperar a los malvados y sufrir a los buenos; hay una tentación, un choque de las olas. Y en el interior de tu alma dirás: «Dios mío, ¿dónde está tu justicia si los malos prosperan y los buenos se sienten abandonados al sufrimiento?» Sí, tú dices a Dios: «¿Es ésta tu justicia?» Y Dios te contesta: «¿Es ésta tu fe? ¿Qué es lo que, en efecto, te he prometido? ¿Es que te has hecho cristiano para tener éxito en este mundo? ¿Te has atormentado por la suerte de los malos aquí abajo siendo así que no conoces su suerte en el otro mundo?»

¿De dónde proviene que hables así y te veas sacudido por las olas del lago y por el huracán? Es porque Jesús duerme, es decir, que tu fe en Jesús se ha adormecido en tu corazón. ¿Qué harás para ser liberado de esta situación? Despierta a Jesús y dile: « Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Las incertidumbres de nuestra travesía por el lago nos perturban; nos hundimos. Pero él se despertará, es decir, volverás a tener fe, y con la ayuda de Jesús, reflexionarás en tu corazón y te caerás en la cuenta de que los bienes concedidos hoy a los malos, no durarán. Sus bienes, o bien se les acaban en esta vida, o bien deberán abandonarlos en el momento de su muerte. Pero para ti, por el contrario, lo que se te ha prometido durará por toda la eternidad… Da pues, la espalda a lo que acaba en ruina, y vuelve tu rostro hacia lo que permanece. Cuando Cristo se despierte, el huracán ya no sacudirá más tu corazón, las olas no hundirán tu barca, porque tu fe mandará a los vientos y a las olas, y el peligro desaparecerá.

– En los santos Doctores:

San Juan Crisóstomo – Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 28, 1-2, BAC Madrid 1955, 567-571

POR QUÉ PERMITE EL SEÑOR QUE SUS DISCÍPULOS SUFRAN LA TORMENTA

1. Lucas, no sintiéndose obligado a seguir el orden exacto del tiempo, dijo de modo general: Y sucedió en uno de aquellos días que subió el Señor a una barca y con Él sus discípulos . De modo semejante se expresa Marcos . No así Mateo, que guarda también aquí la continuación de tiempo. No todos, en efecto, lo escribieron todo del mismo modo. Observación que ya anteriormente hicimos, a fin de que nadie, de una omisión, concluya una contradicción. Así, pues, despidió el Señor a las turbas y tomó consigo a sus discípulos. En esto están todos de acuerdo. Y a fe que no los tomó consigo sin causa ni motivo, sino porque quería que fueran testigos del milagro que iba a realizar. Como buen maestro de atletas, los quiere adiestrar a doble ejercicio: a mantenerse imperturbables en los peligros y a ser moderados en los honores. Para que no se enorgullecieran de que, despedidas las turbas, los había retenido consigo a ellos, permite que sean juguete de la tormenta; con lo que no sólo les da esa lección de humildad, sino que a par los ejercita en sufrir generosamente las tentaciones. Grandes eran cierta-mente los milagros que el Señor había ya realizado, más éste llevaba consigo no pequeño ejercicio y tenía algún parentesco con el antiguo milagro del paso del mar por el pueblo de Israel. De ahí que sólo a sus discípulos lleva en su compañía. Cuando sólo se trata de contemplar sus milagros, el Señor permite que asista allí el pueblo; pero en momentos en que había que afrontar pruebas y temores, sólo toma consigo a sus discípulos, atletas que eran de toda la tierra y a quienes Él se propone ejercitar. Por lo demás, Mateo cuenta simplemente que el Señor dormía; pero Lucas añade que dormía sobre una almohada. Con lo que nos pone de manifiesto su humildad y nos da una lección de alta filosofía.

POR QUÉ SE DUERME JESÚS

Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Más el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque, como antes he dicho, esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde debían de sobrevenirles. Realmente, muchas veces habían de verse luego entre tempestades más fieras que aquélla, y Él dio largas a su socorro. De ahí es que Pablo decía: No quiere que ignoréis, hermanos, que sobre toda ponderación fuimos agravados por encima de nuestras fuerzas, hasta el punto de sentir hastío de nuestra propia vida . Y luego nuevamente: Y de tamaños trances de muertes nos ha librado el Señor . Así, pues, para hacerles ver que hay que tener buen ánimo, por muy grandes que se levanten las olas, y que Él lo dispone todo convenientemente, empieza el Señor por reprender a sus discípulos. Realmente su misma turbación fue cosa conveniente, a fin de que el milagro apareciera mayor y su recuerdo se les grabara para siempre en el alma. Y es que siempre que quiere el Señor obrar algo maravilloso, lo prepara con una serie de circunstancias que lo fijen en la memoria y eviten así que, pasado el milagro, caiga totalmente en olvido. Tal aconteció con Moisés, que primero se espantó de la serpiente en que se convirtió su vara, y no sólo se espantó, sino que sintió angustia de muerte, y entonces fue justa-mente cuando vio el milagro que sabemos por la Escritura . Así también los apóstoles, cuando ya no esperaban sino la muerte, entonces se salvaron, a fin de que, confesando la grandeza del peligro, reconocieran también la grandeza del milagro. De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o, tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo; a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos. No es lo mismo, efectivamente, ver las cosas en los otros y sentirlas en la propia carne. Habían visto los discípulos los beneficios que dispensaba e1 Señor a los otros; pero como a ellos no les había tocado nada, pues ni estaban paralíticos ni sufrían otra enfermedad alguna, se sentían indiferentes. Sin embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que, al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo. Por eso, no quiere tampoco hacer este milagro en presencia de las muchedumbres, porque no condenaran éstas a sus discípulos por hombres de poca fe, sino que los toma a solas consigo y a solas los corrige.

HOMBRES DE POCA FE

Antes de calmar la tempestad de las aguas apacigua la de sus almas al reprenderlos y decirles: ¿Por qué estáis acobardados, hombres de poca fe? Con lo que justamente nos enseña que el temor no tanto nos lo producen las pruebas, cuanto le debilidad de nuestra alma. Más, si se objeta que no suponía cobardía ni poquedad de fe que los discípulos se acercaran a despertar al Señor, yo respondería que ello era particularmente señal de que no tenían de Él la idea que debían. Porque sin duda sabían que podía el Señor, despierto, intimar al mar; pero no creían aún que lo mismo pudiera hacer dormido. ¿Y qué maravilla es que no lo creyeran ahora, cuando vemos que, después de otros muchos milagros, se muestran aún más imperfectos? De ahí frecuentes reprensiones del Señor, como cuando les dice ¿También vosotros estáis aún sin inteligencia? No nos sorprendamos, pues, si, cuando tan imperfectos se muestran los discípulos, no tenían las turbas idea alguna grande sobre el Señor, pues se admiraban y decían: ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora, ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca. De ahí su perplejidad y su pregunta: ¿Qué hombre es éste…? Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban Dios.

COMPARACIÓN ENTRE JESÚS Y MOISÉS

2. También Moisés hizo en otro tiempo un milagro semejante; pero la superioridad del Señor es patente. Porque Moisés hacía los milagros como siervo; pero Jesús como dueño soberano. Así, Él no tuvo necesidad de levantar la vara ni de extender su mano hacia el cielo, ni siquiera de hacer oración. No. Con la misma naturalidad con que un amo da una orden a su esclava, como manda el creador a su creatura, así, con sólo su mandato y su palabra, calmó y puso freno a la mar, y toda la tormenta se deshizo en un momento, y no quedó huella de la pasada turbación. Así lo significó el evangelista al decir: Y se produjo una calma grande. Lo que del Padre se dijo como grande maravilla, eso realizó con sus obras el Hijo. ¿Qué se dijo, pues, del Padre? Dijo, y se paró el viento de tormenta. Exactamente como aquí: Dijo, y se produjo una calma grande. Por eso señaladamente le admiraban las muchedumbres; y no le hubieran admirado si hubiera hecho como Moisés.

– En el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia:

453 

La salvación definitiva que Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio Hijo, no se realiza fuera de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer una purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que saldrá renovado (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1), convirtiéndose por fin en el lugar donde establemente «habite la justicia » (2 P 3,13). En su ministerio público, Jesús valora los elementos naturales. De la naturaleza, Él es, no sólo su intérprete sabio en las imágenes y en las parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. el episodio de la tempestad calmada en Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Lc 8,22-25; Jn 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio redentor. A sus discípulos les pide mirar las cosas, las estaciones y los hombres con la confianza de los hijos que saben no serán abandonados por el Padre providente (cf. Lc 11,11-13). En cambio de hacerse esclavo de las cosas, el discípulo de Cristo debe saber servirse de ellas para compartir y crear fraternidad (cf. Lc 16,9-13).

En el Magisterio de los Papas:

La fuerza del amor de Cristo. Atrio de la iglesia de San Pío de Pietrelcina, Domingo 21 de junio de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

Acabamos de escuchar el pasaje evangélico de la tempestad calmada, que ha ido acompañado por un breve pero incisivo texto del libro de Job, en el que Dios se revela como el Señor del mar. Jesús increpa al viento y ordena al mar que se calme, lo interpela como si se identificara con el poder diabólico. En la Biblia, según lo que nos dicen la primera lectura y el Salmo 107, el mar se considera como un elemento amenazador, caótico, potencialmente destructivo, que sólo Dios, el Creador, puede dominar, gobernar y silenciar.

Sin embargo, hay otra fuerza, una fuerza positiva, que mueve al mundo, capaz de transformar y renovar a las criaturas: la fuerza del “amor de Cristo” (2 Co 5, 14), como la llama san Pablo en la segunda carta a los Corintios; por tanto, esencialmente no es una fuerza cósmica, sino divina, trascendente. Actúa también sobre el cosmos, pero, en sí mismo, el amor de Cristo es “otro” tipo de poder, y el Señor manifestó esta alteridad trascendente en su Pascua, en la “santidad” del “camino” que eligió para liberarnos del dominio del mal, como había sucedido con el éxodo de Egipto, cuando hizo salir a los judíos atravesando las aguas del mar Rojo. “Dios mío —exclama el salmista—, tus caminos son santos (…). Te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas” (Sal 77, 14.20). En el misterio pascual, Jesús pasó a través del abismo de la muerte, porque Dios quiso renovar así el universo: mediante la muerte y resurrección de su Hijo, “muerto por todos”, para que todos puedan vivir “por aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5, 15), y para que no vivan sólo para sí mismos.

El gesto solemne de calmar el mar tempestuoso es claramente un signo del señorío de Cristo sobre las potencias negativas e induce a pensar en su divinidad: “¿Quién es este —se preguntan asombrados y atemorizados los discípulos—, que hasta el viento y las aguas le obedecen?” (Mc 4, 41). Su fe aún no es firme; se está formando; es una mezcla de miedo y confianza; por el contrario, el abandono confiado de Jesús al Padre es total y puro. Por eso, por este poder del amor, puede dormir durante la tempestad, totalmente seguro en los brazos de Dios. Pero llegará el momento en el que también Jesús experimentará miedo y angustia: cuando llegue su hora, sentirá sobre sí todo el peso de los pecados de la humanidad, como una gran ola que está punto de abatirse sobre él. Esa sí que será una tempestad terrible, no cósmica, sino espiritual. Será el último asalto, el asalto extremo del mal contra el Hijo de Dios.

Sin embargo, en esa hora Jesús no dudó del poder de Dios Padre y de su cercanía, aunque tuvo que experimentar plenamente la distancia que existe entre el odio y el amor, entre la mentira y la verdad, entre el pecado y la gracia. Experimentó en sí mismo de modo desgarrador este drama, especialmente en Getsemaní, antes de ser arrestado y, después, durante toda la Pasión, hasta su muerte en la cruz. En esa hora Jesús, por una parte, estaba totalmente unido al Padre, plenamente abandonado en él; y, por otra, al ser solidario con los pecadores, estaba como separado y se sintió como abandonado por él.

Que, juntamente con san Francisco y la Virgen, a la que tanto amó e hizo amar en este mundo, vele sobre todos vosotros y os proteja siempre. Y entonces, incluso en medio de las tempestades que puedan levantarse repentinamente, podréis experimentar el soplo del Espíritu Santo, que es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. “Es eterna su misericordia” (Salmo responsorial). Amén.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.