Preparación opcional 13 de junio 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO CB. 13 de JUNIO de 2021 (San MARCOS 4, 26-34).

-En los Padres de la Iglesia:

Juan Crisóstomo
Homilía: Cristo es el grano que ha disipado las tinieblas y ha renovado la Iglesia
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?» (Mc 4,30)
Homilía 7, (atribuida): PG 64, 21-26

¿Hay algo más grande que el reino de los cielos y más pequeño que un grano de mostaza? ¿Cómo ha podido Cristo comparar la inmensidad del reino de los cielos con esta pequeñísima semilla tan fácil de medir? Pero si examinamos bien las propiedades del grano de mostaza, hallaremos que el parangón es perfecto y muy apropiado.

¿Qué es el reino de los cielos sino Cristo en persona? En efecto, Cristo dice refiriéndose a sí mismo: Mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros. Y ¿hay algo más grande que Cristo según su divinidad, hasta el punto de que hemos de oír al profeta que dice: Él es nuestro Dios y no hay otro frente a él: investigó el camino del saber y se lo dio a su hijo Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres?

Pero, asimismo, ¿hay algo más pequeño que Cristo según la economía de la encarnación, que se hizo inferior a los ángeles y a los hombres? Escucha a David explicar en qué se hizo menor que los ángeles: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles. Y que David dijo esto de Cristo, te lo interpreta Pablo, cuando dice: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.

¿Cómo se ha hecho al mismo tiempo reino de los cielos y grano? ¿Cómo pueden ser lo mismo el pequeño y el grande? Pues porque en virtud de su inmensa misericordia para con su criatura, se puso al servicio de todos, para ganarlos a todos. Por su propia naturaleza era Dios, lo es y lo será, y se ha hecho hombre por nuestra salvación. ¡Oh grano por quien fue hecho el mundo, por quien fueron disipadas las tinieblas y renovada la Iglesia! Este grano, suspendido de la cruz, tuvo tal eficacia que, aun cuando él mismo estaba clavado, con sola su palabra raptó al ladrón del madero y lo trasladó a las delicias del paraíso; este grano, herido por la lanza en el costado, destiló para los sedientos una bebida de inmortalidad; este grano de mostaza, bajado del madero y depositado en el huerto, cubrió toda la tierra con sus ramas; este grano, depositado en el huerto, hincó sus raíces hasta el infierno, y tomando consigo las almas que allí yacían, en tres días se las llevó al cielo.

Por tanto, el reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y lo sembró en su huerto. Siembra este grano de mostaza en el huerto de tu alma. Si tuvieres este grano de mostaza en el huerto de tu alma, te dirá también a ti el profeta: Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña.

Y si quisiéramos discutir más a fondo este tema, descubriríamos que la parábola le compete al mismo Salvador. En efecto, él es pequeño en apariencia, de una breve vida en este mundo, pero grande en el cielo. El es el Hijo del hombre y Dios, por cuanto es Hijo de Dios; supera todo cálculo: es eterno, invisible, celestial, que es comido únicamente por los creyentes; fue triturado y, después de su pasión, se volvió tan blanco como la leche; éste es más alto que todas las hortalizas; él es el indivisible Verbo del Padre; éste es en quien los pájaros del cielo, es decir, los profetas, los apóstoles y cuantos han sido llamados pueden cobijarse; éste es quien con su propio calor cura los males de nuestra alma; bajo este árbol somos cubiertos de rocío y protegidos de los ardores de este mundo; éste es el que al morir fue sembrado en la tierra y allí fructificó; y al tercer día resucitó a los santos sacándolos de los sepulcros; éste es el que por su resurrección apareció como el más grande de todos los profetas; éste es el que conserva todas las cosas mediante el Aliento que procede del Padre; éste es el que sembrado en la tierra creció hasta el cielo, el que sembrado en su propio campo, es decir, en el mundo, ofreció al Padre todos cuantos creían en él.

¡Oh semilla de vida sembrada en la tierra por Dios Padre! ¡Oh germen de inmortalidad que reconcilias con Dios a los mismos que tú alimentas! Diviértete bajo este árbol y danza con los ángeles, glorificando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

– En los santos Doctores:

Agustín de Hipona
Sermón: El monte donde fue sepultado el Señor
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?» (Mc 4,30)
Sermón 223 H (Wilmart 14): PLS 2, 739

Estamos celebrando la fiesta solemne de la humildad del Señor, que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Ese es el motivo por el que nosotros humillamos esta noche nuestras almas mediante el ayuno, la vigilia y la oración, sin que el fervor presente desdiga de esa humildad. ¿Qué es, en efecto, el grano de mostaza sino el fervor de la humildad? Mediante este grano han sido trasladados al corazón del mar los montes; es decir, los grandes predicadores del Evangelio, los apóstoles santos fueron trasladados de Judea a la tierra de los gentiles; y hasta del corazón del mundo, esto es, de los pensamientos del mundo, se hicieron dueños los montes de quienes se dijo: Tu justicia es como los montes de Dios; y también: Alumbrando tú de forma maravillosa desde los montes eternos.

Esos mismos montes iluminados, abrasados en sus cumbres, se trasladaron a sí mismos al corazón del mar, es decir, a la fe de los gentiles, y consigo llevaron también la luz que alumbra a todo hombre, cual monte de montes, rey de reyes y santo de santos, para que se cumpliese en ellos lo predicho por el profeta: En los últimos días será manifiesto el monte del Señor, dispuesto en la cima de los montes; y lo que él mismo había dicho: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: «Apártate y arrójate al mar», y lo haría.

Estos montes hicieron sagrada para nosotros esta noche, en la que el Señor resucitó del sepulcro para que el grano de mostaza enterrado no apareciese en su humillación, sino que, brotando, creciendo y extendiendo sus ramos por doquier, superase a todos los demás e invitase a los soberbios de corazón, cual si fueran aves, a buscar refugio y descanso en sí. Habite también en vuestro corazón este monte, pues no sufrirá estrechez donde la caridad le ha dispuesto un lugar amplísimo.

Francisco de Sales
Tratado del Amor de Dios: El Espíritu hace crecer y dar fruto
«¿A qué compararemos el Reino de Dios? Es semejante al grano de mostaza…» (Mc 4,30- 31)

[…] Nuestras obras, como el granito de mostaza, no son comparables a la grandeza del árbol de gloria que producen, pero tienen, sin embargo, el vigor y la virtud de operar esa gloria, pues proceden del Espíritu Santo, el cual, por una admirable infusión de gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, y, al mismo tiempo, deja que sigan siendo nuestras, pues somos miembros de una Cabeza, de la cual Él es el Espíritu y estamos injertados en un árbol del cual Él es la savia divina.

Nuestras obras son, ciertamente, extremadamente pequeñas y nada comparables a la gloria, pero el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la caridad, las hace en nosotros, por nosotros y para nosotros, con un arte tan exquisito que esas mismas obras que son todas nuestras, son más aún suyas, pues como Él las produce en nosotros, nosotros las producimos recíprocamente en Él; como Él las hace para nosotros, nosotros las hacemos para Él, y como Él obra con nosotros, nosotros cooperamos también con Él.

Y como de esta forma Él obra en nosotros y en nuestras obras y, en cierta forma, nosotros obramos y cooperamos en su acción; Él deja para nosotros todo el mérito y el provecho de nuestras buenas obras y nosotros dejamos, para Él, todo el honor y toda la alabanza, reconociendo que el principio, el progreso y el fin de todo el bien que hacemos depende de su misericordia, por la cual ha venido a nosotros y nos ha asistido; ha venido a nosotros y nos ha conducido, acabando así lo que había comenzado.

¡Dios mío, Teótimo, qué bondad tan misericordiosa con nosotros es darnos esta participación!

Nosotros le damos la gloria de nuestras alabanzas: y Él nos da la gloria de disfrutarla. En suma, por unos ligeros y pasajeros trabajos, adquirimos bienes para toda la eternidad.

Tratado del Amor de Dios: La fe ilumina interiormente
«Echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra» (Mc 4,32)
«Si tuvierais fe como un grano de mostaza…» Mt 17, 20

Como los que están expuestos al sol de mediodía, que nada más ver su claridad ya notan su calor, así la luz de la fe, en cuanto lanza el esplendor de sus verdades al entendimiento, inmediatamente nuestra voluntad se siente con el calor del amor celestial. La fe nos hace conocer, con infalible certeza, que Dios es, que es infinito en bondad, que puede comunicarse a nosotros y que no sólo puede sino que quiere; y que, por su inefable bondad, ha puesto, a nuestra disposición, todos los medios necesarios para que lleguemos a la felicidad de la gloria inmortal.

Nosotros tenemos una inclinación natural hacia el soberano Bien y, como consecuencia, nuestro corazón siente una íntima urgencia y una continua inquietud que nunca acaba de calmar y no cesa de demostrar que le falta la perfecta satisfacción y el sólido contento. Pero, cuando la fe representa a nuestro espíritu, el bello objeto de su inclinación natural, oh Teótimo, ¡qué bienestar, qué delicia, qué estremecimiento universal en toda nuestra alma! Y ésta, llena de sorpresa ante esa excelente belleza, exclama: ¡Oh, qué hermoso eres, Amado mío!.

… Así, mi querido Teótimo, nuestro corazón, que ha llevado por tan largo tiempo esa inclinación hacia su soberano bien, no sabía a dónde tender; pero, en cuanto la fe lo ilumina y se lo muestra, ve claro que eso era lo que anhelaba su alma, lo que su espíritu buscaba y lo que su imaginación veía, pues el corazón, por un profundo y secreto instinto, tiende, en todas sus acciones, y pretende la felicidad y la va buscando por doquier, como a tientas, sin saber dónde reside ni en qué consiste, hasta que la fe se la muestra y le describe sus maravillas infinitas; y entonces, de repente, la voluntad concibe un extremo deleite en ese objeto divino.

Y lo mismo que el pájaro al que el halconero le quita la caperuza y ve volar la presa, se lanza en rápido vuelo. Y si se ve sujeto, aún por la brida, se debate con gran ardor, así cuando la fe nos ha quitado el velo de la ignorancia y nos muestra el soberano Bien, lo deseamos con un deseo creciente siempre, y exclamamos: ¿cuándo veremos tu rostro, oh Dios Todopoderoso?.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

543
Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544
El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para “anunciar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de “ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3); a los “pequeños” es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545
Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa “alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida “para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
546
Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4,
33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas.
Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos” (Mt 13, 11). Para los que están “fuera” (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
2653
La Iglesia “recomienda insistentemente todos sus fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Flp 3,8)… Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues ‘a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’ (San Ambrosio, off. 1, 88)” (DV 25).
2654
Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: “Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
2660
Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).
2716
La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el “sí” del Hijo hecho siervo y en el “fiat” de su humilde esclava

En el Magisterio de los Papas:

Benedicto XVI, papa
Ángelus (17-06-2012): Hay razones para esperar
XI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).

La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.