Preparación opcional 14 de marzo 2021

FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3]

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA CON EL EVANGELIO DEL IV DOMINGO DE CUARESMA. 14 DE MARZO DE 2021. San JUAN (3, 14-21). 

-En los Padres de la Iglesia:

San Juan Crisóstomo, homilía XXVIII (XXVII), Tradición S.A. México 1981 (t. 1), pág. 228-235
“Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve”

«Pues no envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él» (Juan III, 17).
MUCHOS de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo: No digas: Su compasión es grande. El me perdonará la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores desahoga su furor. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad.
Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo. Dice el profeta: Tú darás a cada uno conforme a sus obras3; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras. Ahora bien, que la clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la justicia de la santificación.
Instarás: mas, si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia?
Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere. Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó; otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos.
Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice: Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. E irán unos a la vida, otras al eterno suplicio6. Sin embargo, también la primera venida era para juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como Él es bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios7. ¿Adviertes la suma clemencia? El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.
Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que comiereis del árbol, moriréis8. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se torne más desidioso, quita Cristo ese motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.
Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de El con sus obras9. Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían castigados.
¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados. La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces ¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.
Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de valde; y también: Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían pecado10. Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos —puesto que no parece haber quien prefiera las tinieblas a la luz—, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice: Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que no le echen en rostro sus obras.
Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente corrieran hacia Él, como en efecto muchos lo hicieron: Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con Él.
Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa, temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.
A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido. Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehúye mi imperio.
A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!
Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen. Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿Acaso trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.
Pero como pueden oponernos que también haya cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vanagloria y por dar gusto a sus amigos permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno libre de todos los pecados y vicios! ¡No, no lograrás!
Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta, fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vanagloria: esa que es causa de todos los males. Así también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros?11 ¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.
A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo, que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la estimaba más que el ser castigado —pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor a los judíos no se atrevían a confesarlo—, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal motivo no se manejaba con la libertad que convenía.
Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como si fuera en el Cielo.
Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.
Porque quien ambas glorias ansía no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas, sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.

– En los santos dominicos:

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio de San Juan, c. 3, lección 3, [476-496], t.2, Agape, Buenos Aires 2005, p. 113-24

 [476] Arriba el Señor señaló la causa de la regeneración espiritual en cuanto al descenso del Hijo y a la exaltación del Hijo del Hombre, y expuso el fruto, a saber, la vida eterna, fruto que parecía increíble a los hombres, al tener necesidad de morir; y por eso el Señor manifiesta esto y primero prueba la magnitud del fruto a partir de la magnitud del amor divino; segundo, excluye cierta respuesta allí donde dice “no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar el mundo” (v. 17). 

[477] Hay que notar que la causa de todos nuestros bienes es el Señor y el amor divino. Pues ‘amar’ propiamente es ‘querer el bien para alguien’. Entonces, dado que la voluntad de Dios es causa de las cosas, de esto nos viene el bien, de que Dios nos ama. Y ciertamente el amor de Dios es causa del bien de la naturaleza: Sabiduría 11,25: “amas todo lo que existe…” etc. Asimismo es causa del bien de la gracia: Jeremías 31,3: “te amé con caridad perpetua y te atraje por eso”, a saber, por la gracia. Pero que sea dador del bien de la gloria procede de una gran caridad. 

Y por eso muestra aquí que esta caridad de Dios es máxima a partir de cuatro cosas. Primero, a partir de la persona del amante, porque es Dios quien ama e inmensamente’: y por eso dice “tanto amó Dios”: Deuteronomio 33,3: “amó a los pueblos: todos los santos están en su mano”. Segundo, a partir de la condición del amado, porque es el hombre quien es amado, a saber, el mundano, el corpóreo, esto es, el que existe entre pecados: Romanos 5,10: “Dios hace valer su caridad en nosotros porque, aunque hasta ahora hayamos sido enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo”. Y por eso dice “mundo”. Tercero, a partir de la magnitud de los regalos: pues el amor se muestra mediante el don, porque, como dice Gregorio”, “la prueba del amor es la producción de una obra”. Mas Dios nos dio el máximo don, porque dio a su Hijo unigénito; y por eso dice “para dar a su Hijo unigénito”; Romanos 8,32: “no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. 

Y dice “su”, esto es ‘hijo natural, consustancial a Él’, no adoptivo; de lo cual se dice en Salmos 81,6: “yo lo dije, sois dioses”. Y mediante esto se hace patente la falsedad” de Arrio: porque si el Hijo de Dios fuese creatura, como él decía, no podría mostrarse en Él la inmensidad del amor divino mediante una asistencia de infinita bondad que ninguna creatura puede recibir. También usa “unigénito” para mostrar que Dios no tiene un amor dividido hacia muchos hijos sino entero en su Hijo, a quien entregó para comprobar la inmensidad de su amor: Jn 5,20: “el Padre ama al Hijo y le muestra todo”. Cuarto, a partir de la magnitud del fruto, porque mediante él tenemos la vida eterna, por ende dice “que todo quien cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna”, que nos adquirió mediante la muerte de cruz.

 [478] Pero ¿acaso lo dio para que muriera en la Cruz? Ciertamente lo dio para la muerte de cruz en cuanto le dio voluntad de padecer en ella; y esto doblemente. Primero porque, en cuanto Hijo de Dios, desde lo eterno tuvo voluntad de asumir la carne y padecer por nosotros, y esta voluntad la tuvo del Padre. Segundo, porque la voluntad de padecer fue inspirada por Dios al alma de Cristo. 

[479] Observa que arriba el Señor, al hablar del descenso que compete a Cristo según divinidad, lo nombró como Hijo de Dios; y esto es en razón del Uno solo puesto bajo dos naturalezas, como arriba se ha dicho. Y por esto se pueden predicar cosas divinas del que está sometido a la naturaleza humana, y cosas humanas del que está sometido a la divina, no sin embargo según la misma naturaleza, sino las divinas según naturaleza divina y las humanas según la humana. Más la causa especial por la cual aquí lo nombró “Hijo de Dios” es que Él mismo propuso este don como signo del amor divino, mediante el cual nos viene el fruto de la vida eterna. Entonces, debía ser nombrado con tal nombre Aquel a quien competía indicar el poder de hacer la vida eterna, que no está en Cristo en tanto Hijo de hombre sino en cuanto Hijo de Dios: 1Juan 5,20: “este es el verdadero Dios y la vida eterna”; más arriba, Jn 1,4: “en Él estaba la vida”. 

[480] Pero observa que dice “no perezca”. Pues se dice que perece algo a lo que se le impide alcanzar el fin al que está ordenado. El hombre está ordenado a un fin que es la vida eterna; y durante el tiempo en que peca se aparta del mismo fin. Y si bien mientras vive no perece totalmente de modo que no pueda restaurarse, sin embargo cuando muere en pecado, perece entonces totalmente: Salmos 1,6: “perecerá el camino de los impíos”. 

Más en eso que dice “tenga vida eterna” se indica la inmensidad del amor divino: pues al dar la vida eterna se da a sí mismo. Pues la vida eterna no es otra cosa que disfrutar de Dios. Darse a sí mismo es indicio de un gran amor: Efesios 2,5: “Dios, que es rico en misericordia, nos co-vivificó en Cristo”, esto es, hizo que nosotros tengamos vida eterna. 

[481] Aquí excluye el Señor una objeción que podría hacerse. Pues en la Antigua Ley se prometía que el Señor vendría para juzgar: Isaías 3,14: “el Señor vendrá al juicio…” etc. Por ende podría alguien decir que el Hijo de Dios no había venido para dar la vida eterna sino para juzgar al mundo; y por eso, excluyendo esto, el Señor primero muestra que Él no vino para juzgar; segundo lo prueba allí donde dice “quien cree en Él no es juzgado”. 

[482] Dice entonces: pues no vino el Hijo de Dios a juzgar, porque “no envió Dios a su Hijo” (a saber, en cuanto a la primera venida) “para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve”. De modo similar tenemos abajo Jn 12: 47: “pues no vine para juzgar al mundo sino para salvar al mundo”. 

La salvación del hombre es que alcance a Dios: Salmos 61,8: “en Dios está mi salvación”. Alcanzar a Dios es conseguir la vida eterna: por ende es lo mismo salvarse que tener vida eterna. Y los hombres no deben ser perezosos ni, abusando de la misericordia de Dios a causa de esto que dice “no vine para juzgar al mundo”, concederse licencia para pecar, porque si bien en la primera venida no vino para juzgar sino para perdonar, en la segunda en cambio vendrá para juzgar pero no para perdonar, como dice Crisóstomo. Salmos 74,3: “cuando haya tomado tiempo, yo juzgaré justas sentencias”. 

[483] En contra está lo que dice abajo Jn 9: 39: “yo vine al juicio”. 

Pero hay que decir que hay doble juicio. Uno es de discernimiento, y a este vino el Hijo de Dios en la primera venida: porque al venir Él los hombres fueron discernidos, unos por ceguera, otros por la luz de la Gracia. El otro es el de condenación; y no vino a este en cuanto tal. 

[484] Aquí prueba lo que había dicho, como recorriendo el tema por división, de este modo: ‘quienquiera que sea juzgado o será fiel o infiel; pero no vine a juzgar infieles, porque ya han sido juzgados’: entonces, en un principio no envió Dios a su Hijo para juzgar al mundo. 

Entonces primero muestra que los fieles no son juzgados; segundo, que tampoco los infieles, allí donde dice “quien no cree ya está juzgado”. 

[485] Dice entonces “no vine para juzgar al mundo” porque no vino para juzgar fieles, porque quien cree en Él no es juzgado, a saber, con juicio de condenación, con el cual ningún creyente en Él con fe formada es juzgado: debajo Jn 5, 24: “no vino a juicio sino pasó de la muerte a la vida”; pero será juzgado con juicio de premio y aprobación, del cual dice el Apóstol (1Corintios 4,4) “quien me juzga es el Señor”. 

[486] Pero acaso ¿los muchos fieles pecadores no serán condenados? Respondo: hay que decir que algunos herejes dijeron que ningún fiel será condenado en cuanto pecador, sino será salvado por mérito del fundamento, a saber, de la fe, aunque padezca alguna pena. Y toman el fundamento de su error de esto que dice el Apóstol (1Corintios 3,11) “ninguno puede poner otro fundamento”; y abajo: “si la obra de alguno ardiere, sin embargo él será salvado como por fuego”.

Pero esto está manifiestamente contra el Apóstol en Gálatas 5,19: “son manifiestas las obras de la carne, que son la fornicación, la impureza, la impudicia…” etc.; “quienes hagan tales cosas, no poseerán el Reino de Dios”. 

Hay que decir, entonces, que el fundamento no es la fe informe sino la formada, que obra mediante la caridad. Y por eso significativamente no dice el Señor “quien le cree” sino “quien cree en Él”, esto es, quien creyendo tiende a Él por caridad, “no es juzgado”; y esto porque no peca mortalrnente, mediante lo cual se quita el fundamento. 

O, según Crisóstomo, todo el que actúa mal no cree; Tito 1,16: “confiesan que conocen a Dios pero lo niegan con los hechos”; pero de quien actúa bien dice Santiago 2,18: “muéstrame tu fe a partir de las obras”, y el tal no es juzgado y no es condenado a causa de infidelidad. 

[487] Aquí muestra que los infieles no son juzgados. Y primero pone su opinión; luego la manifiesta, allí donde dice “este es el juicio…” etc. 

[488] Hay que saber acerca de lo primero, según Agustín”, que no dice Cristo ‘quien no cree es juzgado’ sino dice “no es juzgado”; lo cual puede ser expuesto de tres modos. Pues de acuerdo con Agustín, “quien no cree no es juzgado porque ya está juzgado” no en el hecho sino en la presciencia”‘ de Dios; esto es, ya ha sido pre-conocido por parte de Dios como merecedor de condena: 2 Timoteo 2,19: “sabe el Señor quiénes son de Él”. De otro modo, según Crisóstomo,-“quien no cree ya ha sido juzgado”; esto es, el hecho mismo de que no cree es para él una condenación: pues no creer es no adherir a la Luz, lo cual es estar en tinieblas; y esta es gran condenación: Sabiduría 17,17: “todos estaban atados con una sola cadena de tinieblas”; Tobías 5,12: “¿Qué gozo tendré yo que me siento en tinieblas y no veo la luz del cielo?”. 

Por un tercer modo, de acuerdo con el mismo”, “quien no cree no es juzgado”, esto es, “ya está condenado” -esto es, ya tiene manifiesta la causa de condenación. Y es similar a si se dijera de alguien que tiene manifiesta la causa de muerte, incluso antes de que se declare sentencia de muerte contra él, que ya está muerto. 

Por ende dice Gregorio que en el juicio hay doble orden. Algunos, en efecto, eran juzgados con juicio de discusión, o sea aquellos que tienen algo que rechaza la condena -a saber, el bien de la fe-, a saber los fieles pecadores. Pero los infieles, cuya condena es manifiesta, son condenados sin discusión; y de estos se dice “quien no cree ya ha sido condenado”: Salmos (1: 5) “no resurgirán los impíos en el juicio”, a saber, el de discusión’. 

[489] Hay que saber que es lo mismo ser juzgado que ser condenado; ser condenado es caerse de la salvación, a la que se llega por una sola vía, a saber, mediante el nombre del Hijo de Dios: Hechos (4: 12) “no hay otro nombre dado bajo el cielo en que sea forzoso que nosotros nos salvemos”. Y en Salmos (53: 3) “Dios, sálvame en tu nombre”. Entonces, quienes no creen en el Hijo de Dios, se caen de la salvación y la causa de la condena está manifiesta en ellos. 

[490] Aquí manifiesta el Señor su sentencia, a saber, que la causa de la condena es manifiesta en los infieles; y primero pone el signo manifestante; luego muestra la conveniencia del signo, allí donde dice “pues todo el que actúa mal odia la luz”. 

[491] En el signo propuesto hace tres cosas: pues primero propone el beneficio de Dios; segundo, la perversidad de la mente de los infieles; tercero, la causa de la perversidad. 

Dice entonces: manifiestamente se evidencia que quien non cree ya ha sido juzgado, lo cual es evidente a partir del beneficio de Dios, porque “la Luz vino al mundo”. Pues los hombres estaban en las tinieblas de la ignorancia, tinieblas que Dios ciertamente destruyó al enviar la Luz al mundo para que los hombres conocieran la verdad: abajo (8: 12) “Yo soy la luz del mundo: quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”; Lucas (1: 78-79) “nos ha visitado desde lo alto como sol naciente, para iluminar a aquellos que están en tinieblas y se asientan en sombra de muerte”. Pero vino ella al mundo, a saber la Luz, porque el hombre no podía acceder a ella: pues [Dios] “habita una luz inaccesible que ninguno de los hombres vio ni puede ver” (1 Timoteo 6: 16). 

También se hace evidente a partir de la perversidad de la mente de los infieles, quienes “amaron más las tinieblas que la luz”, esto es, ‘quisieron más estar en las tinieblas de la ignorancia que ser insta idos por Cristo’: Job (24: 13) “ellos fueron rebeldes a la luz”; Isaías (5: 20) “ay de los que hacen tinieblas la luz…” etc. 

Ciertamente la causa de su perversidad es que “las suyas eran obras malas”, que desentonan de la luz y buscan las tinieblas: Romanos (13: 12) “arrojemos las obras de las tinieblas”, esto es los pecados, “que buscan las tinieblas”; I Tesalonicenses (5: 7) “quienes duermen, duermen de noche”; Job (24: 15) “el ojo del adúltero observa la oscuridad”. Por eso alguno no cree en la Luz, porque le repugna apartándose de ella. 

[492] Pero ¿acaso todos los infieles tienen malas obras? Parece que no: pues muchos gentiles han obrado de acuerdo con la virtud; por ejemplo Catón y muchos otros.

Pero hay que decir, de acuerdo con Crisóstomo”, que una cosa es obrar bien a partir de la virtud y otra a partir de la aptitud” y disposición natural. Pues algunos obran bien a partir de una disposición natural, porque por su disposición no se inclinan a lo contrario. Y de este modo también los infieles pudieron obrar bien, como que alguno haya vivido castamente porque no era atacado por la concupiscencia, y así de otros. En cambio otros obran bien por virtud, los que, si bien se inclinan al vicio contrario, sin embargo, a partir de la rectitud de razón y de la bondad de voluntad no se apartan de la virtud, y esto es propio de los fieles. 

O hay que decir que aunque los infieles hagan cosas buenas, sin embargo no las hacían por amor de virtud sino por vanagloria. Ni obraban bien en todo porque no rendían a Dios el culto debido. 

[493] Consecuentemente dice “pues todo el que actúa mal odia la luz”: muestra la conveniencia del signo propuesto; primero en cuanto a los malos, segundo en cuanto a los buenos, allí donde dice “quien hace la verdad viene a la luz”. 

[494] Dice entonces: “no amaron la luz porque las suyas eran obras malas”. Y se hace patente por eso que “todo quien actúa mal odia la luz”. No dice “actuó” sino “actúa”, porque si alguien actuó mal y, sin embargo, arrepintiéndose y viendo que hizo mal, se duele, no odia la luz sino que viene a la luz. Pero todo quien actúa mal, esto es, persevera en lo malo, no se duele ni viene a la luz sino que la odia: no en tanto ella es manifestadora de la verdad sino en tanto que mediante ella se manifiesta el pecado) del hombre. 

Pues el hombre malo ama conocer la luz y la verdad pero odia ser manifestado mediante ella: Job (24: 17) “si de repente aparece la aurora, la consideran sombra de muerte”. Y por eso no viene a la luz, para que no se develen sus obras, pues ningún hombre que no quiere abandonar el mal quiere ser reprendido, sino que huye y odia: Amós (5: 10) “tuvieron odio a quien los corregía a la puerta”; Proverbios (15: 12) “el pestilente no ama a quien lo corrige”. 

[495] Aquí muestra lo mismo en cuanto a los buenos que hacen la verdad, esto es, buenas obras. Pues la verdad no solo consiste en pensamiento y dichos sino también en hechos. Tal viene a la luz. 

Pero ¿acaso alguien hizo así antes de Cristo? Parece que no. Pues hace la verdad aquel que no peca; pero antes de Cristo “todos pecaron”, como se dice en Romanos (3: 23). 

Respondo que hay que decir, de acuerdo con Agustín, que hace la verdad en sí mismo aquel a quien disgusta el mal que hizo; y, abandonadas las tinieblas, se cuida de los pecados y, arrepintiéndose de los pretéritos, “viene a la luz” para que “se manifiesten sus obras” particularmente”. 

[496] Pero en contra está que ninguno debe publicar las cosas buenas que hace; por ende los fariseos son reprendidos por el Señor a causa de eso. 

Hay que decir que es lícito querer manifestar las obras ante Dios para que sean aprobadas, de acuerdo con lo que se dice en 2 Corintios (10: 18) “pues no es aprobado aquel que se recomienda a sí mismo sino a quien Dios recomienda”. Y Job 16: 20 “he aquí que en el cielo está mi testigo”. También querer que se manifieste en su conciencia para gozarse, de acuerdo con lo que se dice en 2 Corintios (1: 12): “nuestra gloria es esto, el testimonio de nuestra conciencia”. 

Querer que sean manifestadas a los hombres para alabanza o vanagloria es reprensible. Sin embargo, los santos varones desean que las obras buenas que hacen se manifiesten a los hombres para honor de Dios y para utilidad de la fe: Mateo (5: 16) “brille así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos”. Pero “vienen a la luz para que se manifiesten sus obras, porque han sido hechas en Dios”, esto es, de acuerdo al mandato de Dios o por la gracia de Dios. Pues cualquier cosa buena que hacemos, sea evitando el pecado o arrepintiéndonos de los cometidos u obrando cosas buenas, todo se da a partir de Dios, según aquello de Isaías (26: 12): “has obrado todas las obras en nosotros”.

– En el Catecismo de la Iglesia Católica:

Nº 389
La doctrina del pecado original es, por así decirlo, “el reverso” de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.

Nº 457
El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: “Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10).”El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo” (1 Jn 4, 14). “El se manifestó para quitar los pecados” (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).

Nº458
El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
“Fuera de la Iglesia no hay salvación”

Nº 846
¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo: El santo Sínodo… basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).

Nº 1019
Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.

Nº 679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado “todo juicio al Hijo” (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, “después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras” (DV 3).

«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte…Reiteraste, además, tu alianza a los hombres» (MR, Plegaria eucarística IV,118).

-En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, papa, La luz estupenda que emana de la cruz.  Homilía en la Parroquia romana de la Santa Cruz de Jerusalén, Roma, Domingo 25 de marzo de 1979.

1. Hoy viene el Papa a visitar la parroquia cuya iglesia lleva el título de Santa Cruz de Jerusalén y es una de las estaciones cuaresmales. Gracias a este hecho podemos referirnos a las tradiciones cuaresmales de Roma. Tales tradiciones, en las que participaba indirectamente toda la Iglesia católica, estaban unidas a cada uno de los santuarios de la antigua Roma, en los cuales cada día de Cuaresma se reunían fieles, clero y obispos. Visitaban con espíritu de penitencia los lugares santificados por la sangre de los mártires y por la memoria orante del Pueblo de Dios. Precisamente en el cuarto domingo de Cuaresma, la estación cuaresmal se celebraba en este santuario en el que nos encontramos ahora. Las circunstancias de la vida contemporánea, el gran desarrollo territorial de Roma exige que durante la Cuaresma se visiten más bien las parroquias situadas en los barrios nuevos de la ciudad. 

La liturgia dominical de hoy comienza con la palabra: Laetare: “¡Alégrate!”, es decir, con la invitación a la alegría espiritual. Yo me alegro porque también en este domingo, se me ha concedido encontrarme en un lugar santificado por la tradición de tantas generaciones; en el santuario de la Santa Cruz, que hoy es estación cuaresmal y, al mismo tiempo, vuestra iglesia parroquial. 

2. Vengo aquí para adorar en espíritu, junto con vosotros, el misterio de la cruz del Señor. Hacia este misterio nos orienta el coloquio de Cristo con Nicodemo, que volvemos a leer hoy en el Evangelio. Jesús tiene ante sí a un escriba, un perito en la Escritura, un miembro del Sanedrín y, al mismo tiempo, un hombre de buena voluntad. Por esto decide encaminarlo al misterio de la cruz. Recuerda, pues, en primer lugar, que Moisés levantó en el desierto la serpiente de bronce durante el camino de 40 años de Israel desde Egipto a la Tierra Prometida. Cuando alguno a quien había mordido la serpiente en el desierto, miraba aquel signo, quedaba con vida (cf. Núm 21, 4-9). Este signo, que era la serpiente de bronce, preanunciaba otra Elevación: «Es preciso —dice, desde luego, Jesús— que sea levantado el Hijo del hombre» —y aquí habla de la elevación sobre la cruz—«para que todo el que creyere en El tenga la vida eterna» (Jn 3, 14-15). ¡La cruz: ya no sólo la figura que preanuncia, sino la Realidad misma de la salvación! 

Y he aquí que Cristo explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto pero al mismo tiempo pronto a escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la cruz: 

«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16). 

La cruz es una nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del pensamiento humano, en el camino del conocimiento de Dios, se realiza un vuelco radical. Nicodemo, el hombre noble y honesto, y al mismo tiempo discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir una sacudida interior. Para todo Israel Dios era sobre todo Majestad y Justicia. Era considerado como Juez que recompensa o castiga. Dios, de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no «para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El» (Jn 3, 17). Es Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre. 

3. San Pablo, con la mirada fija en la misma revelación de Dios, repite hoy por dos veces en la Carta a los efesios: «De gracia habéis sido salvados» (Ef 2. 5). «De gracia habéis sido salvados por la fe» (Ef 2, 8). Sin embargo, este Pablo, así como también Nicodemo, hasta su conversión fue el hombre de la Ley Antigua. En el camino de Damasco se le reveló Cristo y desde ese momento Pablo entendió de Dios lo que proclama hoy: «…Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo —de gracia habéis sido salvados—» (Ef 2, 4-5). 

¿Qué es la gracia? «Es un don de Dios». El don que se explica con su amor. El don está allí donde está el amor. Y el amor se revela mediante la cruz. Así dijo Jesús a Nicodemo. El amor, que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se desvela el más profundo rostro de Dios. Él no es sólo el juez. Es Dios de infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la amenaza de la pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad. ¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. «Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz»… — ¡precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!—. «Pero el que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3, 20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza. La cruz es invocación de esperanza.

4. Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y qué hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es El para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida? 

Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída «junto al camino» (Mc 4, 4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales? 

5. El santuario de la Santa Cruz es un lugar en el que debemos hacernos estas preguntas fundamentales. La parroquia es una comunidad reanimada por la cruz de Cristo. 

(…) En particular me uno a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a todos los que sufren soledad, incomprensión, marginación, hambre de afecto, y les pido que se unan con Cristo colgado de la cruz y le ofrezcan sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa. 

Y confesemos con humildad nuestras culpas, nuestras negligencias nuestra indiferencia en relación con este Amor que se ha revelado en la cruz. Y a la vez renovémonos en el espíritu con gran deseo de la vida, de la vida de gracia, que eleva continuamente al hombre. lo fortifica, lo compromete. Esa gracia que da la plena dimensión a nuestra existencia sobre la tierra. 

Así sea.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.