Lectio 19 de abril 2019

Tema: Lectio divina con el evangelio del Viernes Santo de la Pasión del Señor. 19 de abril de 2019 (San Juan 18,1-40.19,1-42).

  • SEÑAL DE LA CRUZ.
  • INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo 
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu 
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.

  • LECTIO

Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de  la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.  

Del evangelio según san Juan (18,1-40.19, 1-42).

Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: “¿A quién buscan?”. Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno”. Él les dijo: “Soy yo”. Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Soy yo”, ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: “¿A quién buscan?”. Le dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús repitió: “Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan”. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste”.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: “Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?”.

El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.

Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.

Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.

La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”. Él le respondió: “No lo soy”. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.

El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.

Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”.

Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?”. Jesús le respondió: “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”.

Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.

Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”. Él lo negó y dijo: “No lo soy”.

Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?”. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.

Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?”. Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”.

Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen”. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: Yo Soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.

Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”. Ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás!”. Barrabás era un bandido.

Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”, y lo abofeteaban.

Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.

Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”. Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”.

Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”. Jesús le respondió: ” Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César”.

Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “el Empedrado”, en hebreo, “Gábata”. Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.

Ellos vociferaban: “¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿Voy a crucificar a su rey?”. Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos otro rey que el César”.

Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”. Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre la cruz.

Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’. Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.

Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”.

Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.

Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su Espíritu.

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.

Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.

Tomaron entonces el Cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.

En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra de Dios.

  • MEDITATIO 

Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.  

OPCIÓN 1

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Sermones sobre el evangelio de san Juan, nº 2

«El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”»    

                      «En el principio ya existía la Palabra, la Palabra de Dios» (Jn 1,1). Él es idéntico a sí mismo; lo que es, lo es siempre; no puede cambiar, es el ser.

Es el nombre que él mismo dio a conocer a su siervo Moisés: «Soy el que soy» y «Tú dirás: El que es, me ha enviado» (Ex 3,14)… ¿Quién puede comprenderlo? ¿O quién podrá llegar a él –suponiendo que dirija todas las fuerzas de su espíritu para alcanzar totalmente al que es? Lo compararé a un exiliado que, de lejos ve su patria, pero el mar le separa de ella; ve dónde desea ir, pero no ve los medios para llegar a ella. Así es lo que nos pasa a nosotros: queremos llegar a este puerto definitivo que será nuestro, allí donde está el que es, porque sólo él es siempre el mismo, pero el océano de este mundo nos corta el camino…

     Para proporcionarnos cómo llegar a ella, el que nos llama vino de allá, y escogió un madero para que pudiéramos atravesar el mar: sí, nadie puede atravesar el océano de este mundo si no es llevado por la cruz de Cristo. Incluso un ciego puede aferrarse a esta cruz; si no ves bien dónde vas, no la sueltes: ella misma te conducirá. Ved, hermanos, lo que quisiera hacer comprender a vuestros corazones: si queréis vivir en espíritu de piedad, en el espíritu cristiano, sujetaos a Cristo tal cual él se hizo por nosotros, a fin de encontrarle tal cual es y tal cual ha sido siempre. Es para eso que descendió hasta nosotros, porque se hizo hombre para llevar a los enfermos, hacerles atravesar el mar y hacerles llegar a la patria donde ya no hay necesidad de barco porque ya no hay ningún océano para atravesar. Después de todo mejor sería no ver a través del espíritu, al que es y abrazar la cruz de Cristo, que verle a través del espíritu y menospreciar la cruz. ¡Qué podamos, para nuestra dicha, ver al mismo tiempo dónde vamos y agarrarnos a la nave que nos lleva…! Algunos lo han conseguido, y han visto y han visto qué es. Precisamente es porque le vio que Juan ha dicho: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios». Le han visto, y para llegar a lo que habían visto de lejos, se sujetaron a la cruz de Cristo, y no menospreciaron la humildad de Cristo.

  • ORATIO

La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.

Oración Colecta del Viernes Santo de la Pasión del Señor (Jn 13,1-15).

Oh Dios, tu Hijo Jesucristo,

Señor nuestro,

por medio de su pasión ha destruido la muerte

que, como consecuencia del antiguo pecado,

a todos los hombres alcanza.

Concédenos hacernos semejantes a él.  De este modo, los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana  la imagen de Adán, el hombre terreno,  llevaremos grabada en adelante,  por la acción santificadora de tu gracia,  la imagen de Jesucristo, el hombre celestial. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén

Oración universal

I. Por la santa Iglesia

Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

II. Por el Papa

Oremos también por nuestro santo padre el Papa N., para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia, como guía del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y protege al Papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti bajo el cayado del Sumo Pontífice, progrese siempre en la fe. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

III. Por todos los ministros y por los fieles

Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por todos sus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, cada uno te sirva fielmente en la vocación a que le has llamado. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

IV. Por los catecúmenos

Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor los ilumine interiormente, les abra con amor las puertas de la Iglesia, y así encuentren en el bautismo el perdón de sus pecados y la incorporación plena a Cristo, nuestro Señor.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que heces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los (nuestros) catecúmenos, para que al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre los hijos de adopción. Por Jesucristo nuestro Señor.R/. Amén.

V. Por la unidad de los cristianos

Oremos también por todos los hermanos nuestros que creen en Cristo,  para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a los que viven de acuerdo con la verdad que han conocido.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a toda la grey que sigue a Cristo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue en una sola Iglesia a los que consagró un solo bautismo. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

VI. Por los judíos

Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien Dios habló desde antiguo por los profetas, para que el Señor acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza que selló con sus padres.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

VII. Por los que no creen en Cristo.

Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan encuentren también ellos el camino de la salvación.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, viviendo con sinceridad ante ti, lleguen al conocimiento pleno de la verdad, y a nosotros concédenos también que, progresando en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte más, seamos ante el mundo testigos más convincentes de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.R/. Amén.

VIII. Por los que no creen en Dios.

Oremos también por los que no admiten a Dios, para que por la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a él.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles que, en medio de sus dificultades, los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes les lleven al gozo de reconocerte como Dios y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

IX. Por los gobernantes

Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, les guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que tienes en tus manos el destino de todos los hombres y los derechos de todos los pueblos, asiste a los que gobiernan, para que, por tu gracia, se logre en todas las naciones la paz, el desarrollo y la libertad religiosa de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

X. Por los que se encuentran en alguna tribulación.

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, de alimento a los que padecen hambre, libere a de la injusticia a los perseguidos, redima a los encarcelados, conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan, y de la salvación a los moribundos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los que lloran y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en la tribulación, para que sientan en sus adversidades la ayuda de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

  • CONTEMPLATIO

EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.

«Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su Espíritu».