FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO
Enseña San Guido que “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.
“Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.
“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3] .
PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DE LA MISA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. – CICLO C. 13 DE ENERO DE 2019.
-En los Santos Padres:
San Gregorio Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia
Homilía 39, para la fiesta de las Luces: PG 36, 349.
«Se abrió el cielo» (Lc ,).
Cristo se revela, dejémonos iluminar con él; Cristo se hace bautizar, descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él… Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo tiempo a aquel por quien va a ser bautizado, y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán. Santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y de la misma manera que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el Espíritu y el agua… Jesús por su parte asciende también de las aguas. En efecto, lleva con él al mundo y le hace subir con él. «Ve cómo se rasgan los cielos y se abren» (Mc 1,10) que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu Santo da testimonio de la divinidad, acudiendo, por cierto, a favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues se encontraba allí precisamente Aquel de quien se había dado testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra su cuerpo, ya que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio (Gn 8,11)…
Honremos hoy, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta… Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios. Sed «como fuentes de luz en el mundo» (Flp 2,15), para que os convirtáis en una fuerza vivificadora para todos los hombres. Sed como lumbreras perfectas que secundan la gran Luz, sed iniciados a l vida de la luz que está en los cielos; sed iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad.
– En Santo Tomás de Aquino
Suma teológica – Parte IIIa – Cuestión 39 (RESPONDO)
Sobre el bautizo de Cristo
Artículo 1: ¿Convino que Cristo fuera bautizado?
Respondo: Convino que Cristo fuera bautizado. Primero, porque, como dice Ambrosio, el Señor fue bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas, a fin de que, purificadas ellas por la carne de Cristo, que no conoció el pecado, tuvieran la virtud del bautismo; y para dejarlas santificadas para los que después habían de ser bautizados, como escribe el Crisóstomo. Segundo, porque, como dice el Crisóstomo In Matth., aunque Cristo no fuese pecador, recibió, sin embargo, una naturaleza pecadora y una semejanza de carne de pecado (cf. Rom 8,3).
Por esto, aunque no necesitaba del bautismo en favor de sí mismo, lo necesitaba, no obstante, la naturaleza carnal en los demás. Y, como escribe Gregorio Nacianceno, Cristo fue bautizado para sumergir en el agua a todo el viejo Adán.
Tercero, quiso ser bautizado, como dice Agustín en un Sermón De Hpiphania, porque quiso hacer El mismo lo que mandó que habían de hacer todos. Y esto es lo que El mismo dice: Así conviene que cumplamos toda justicia (Mt 3,15). Como escribe Ambrosio, In Lúe., ésta es la justicia: Que comiences por hacer tú primero lo que quieres que haga el otro, y que animes a los demás con tu ejemplo.
Artículo 2: ¿Convino que Cristo fuese bautizado con el bautismo de Juan?
Respondo: Como expone Agustín, In loann., el Señor, una vez bautizado, bautizaba, (pero) no con el bautismo con que El había sido bautizado. Por lo que, bautizando El con su propio bautismo, resulta lógico que no fuera bautizado con su propio bautismo, sino con el de Juan. Y esto fue conveniente. Primero, por el carácter del bautismo de Juan, que no bautizó con Espíritu, sino sólo con agua (cf. Mt 3,11). Pero Cristo no tenía necesidad de bautismo espiritual, pues desde el principio de su concepción estuvo lleno del Espíritu Santo, como es claro por lo dicho anteriormente (q.34 a.1). Esta es la razón que da el Crisóstomo.
Segundo, porque, como Beda dice, Cristo fue bautizado con el bautismo de Juan para aprobarlo con su propio bautismo.
Tercero, porque, como escribe Gregorio Nacianceno, Cristo se acercó al bautismo de Juan con el fin de santificar el bautismo.
Artículo 3: ¿Fue Cristo bautizado en la edad conveniente?
Respondo: Cristo fue oportunamente bautizado a los treinta años. Primero, porque Cristo se bautizó alrededor del tiempo en que comenzaba a enseñar y predicar, para lo que se requiere una edad perfecta, como lo son los treinta años. Por lo que en Gen 41,46 se lee que José tenía treinta años cuando se hizo cargo del gobierno de Egipto. También en 2 Sam 5,4 se dice de David que tenía treinta años cuando comenzó a reinar. Asimismo Ezequiel comenzó a profetizar el año treinta, como se escribe en Ez 1,1.
Segundo, porque, como expone el Crisóstomo In Matth., había de acontecer que después del bautismo de Cristo comenzaría a cesar la ley. Y por esta razón se acercó Cristo al bautismo en esta edad que es capaz de experimentar todos los pecados, a fin de que, observada la ley, nadie diga que la abolió porque no pudo cumplirla.
Tercero, porque, mediante el hecho de bautizarse Cristo en la edad perfecta, se deja entender que el bautismo engendra varones perfectos, según aquellas palabras de Ef 4,13: Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo. Por lo que el mismo carácter del número parece llevarnos a la misma conclusión. El número treinta, en efecto, resulta de multiplicar el tres por el diez. Y el tres sugiere la fe en la Trinidad, mientras que el diez alude al cumplimiento de los mandamientos de la ley; y en estas dos cosas se asienta la perfección de la vida cristiana.
Artículo 4: ¿Debió ser bautizado Cristo en el Jordán?
Respondo: Mediante la travesía del río Jordán entraron los hijos de Israel en la tierra prometida (cf. Jos 3). Ahora bien, el bautismo de Cristo tiene de especial, sobre todos los bautismos, el que introduce en el reino de Dios, significado por la tierra de promisión. Por lo que se dice en Jn 3,5: Si uno no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios.
A la misma problemática pertenece la división de las aguas del Jordán por Elias, que iba a ser arrebatado al cielo en un carro de fuego, como se lee en 4 Re 2,7ss; porque a los que pasan por las aguas del bautismo se les abre la entrada en el cielo mediante el fuego del Espíritu Santo. Y por este motivo fue conveniente que Cristo fuese bautizado en el Jordán.
Artículo 5: ¿Debieron abrirse los cielos una vez que Cristo fue bautizado?
Respondo: Como se ha explicado (a.1; q.38 a.1), Cristo quiso ser bautizado para consagrar con su bautismo aquel con que nosotros seríamos bautizados. Y, por este motivo, en el bautismo de Cristo debieron mostrarse los elementos que pertenecen a la eficacia de nuestro bautismo. Sobre tal eficacia hay que considerar tres cosas: Primero, la virtud principal de la que el bautismo obtiene su eficacia, que es la virtud del cielo. Y por eso, cuando Cristo se bautizó, se abrió el cielo, para demostrar que en adelante la virtud celestial santificaría el bautismo.
Segundo, la fe de la Iglesia y la del que se bautiza intervienen en la eficacia del bautismo; por eso los bautizados hacen profesión de fe, y el bautismo se llama sacramento de la fe. Mediante la fe contemplamos las cosas del cielo, que superan los sentidos y la razón humanos. Y para dar a entender esto se abrieron los cielos cuando Cristo se bautizó.
Tercero, que por el bautismo de Cristo se nos abre especialmente la entrada del reino celestial, que se había cerrado para el primer hombre por causa del pecado. De donde, una vez que Cristo se bautizó, se abrieron los cielos, para manifestar que el camino del cielo queda abierto para los bautizados.
Después del bautismo le es necesaria al hombre la oración continua para entrar en el cielo; pues, aunque por el bautismo se perdonan los pecados, permanecen sin embargo la concupiscencia (Fomes peccati), que nos combate interiormente, y el mundo y el demonio, que nos atacan desde fuera. Y por este motivo se dice señaladamente en Lc 3,21 que, bautizado Jesús y estando en oración, se abrió el cielo, porque es claro que los fieles necesitan la oración después del bautismo. O para dar a entender que si, por medio del bautismo, el cielo se abre para los creyentes, es por virtud de la oración de Cristo. Por eso se dice claramente en Mt 3,16 que se le abrió el cielo, es decir, se abrió a todos por causa de El, como si el emperador respondiese a uno que pide un favor para otro: Fíjate en que esta gracia no se la concedo a él, sino a ti, es decir, a él por causa tuya, como expone el Crisóstomo In Matth. 22.
Artículo 6: ¿Es acertado decir que el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendió sobre Cristo bautizado?
Respondo: Lo que sucedió con Cristo a la hora de su bautismo, como comenta el Crisóstomo In Matth., pertenece al misterio de todos los que habían de ser bautizados después. Pero todos los que son bautizados con el bautismo de Cristo reciben el Espíritu Santo, a no ser que se acerquen fingidamente, según aquellas palabras de Mt 3,11: El os bautizará en el Espíritu Santo.
Y, por ese motivo, fue conveniente que el Espíritu Santo descendiese sobre el Señor bautizado.
Artículo 7: ¿La paloma en que se apareció el Espíritu Santo fue verdadero animal?
Respondo: Como ya queda expuesto (q.5 a.1), no convenía que el Hijo de Dios, que es la Verdad del Padre, se sirviese de ficción alguna; y por eso no tomó un cuerpo fantástico, sino real. Y por llamarse el Espíritu Santo Espíritu de Verdad, como es manifiesto por Jn 16,13, formó una paloma verdadera en la que se apareció, aunque no la asumió en unidad de persona. Por lo que, después de las palabras antes mencionadas, añade Agustín: Como no convenía que el Hijo de Dios engañase a los hombres, así tampoco convenía que los frustrase el Espíritu Santo. Y al Dios todopoderoso, que hizo de la nada todo lo creado, no le era difícil hacer el cuerpo verdadero de una paloma sin la intervención de otras palomas, como no le fue difícil formar un cuerpo verdadero en el seno de María sin el concurso del varón; porque las criaturas corporales están sujetas al imperio y a la voluntad del Señor, tanto para formar un hombre en las entrañas de una mujer como para formar una paloma en el mundo material.
Artículo 8: ¿Fue oportuno que, una vez bautizado Cristo, se dejase oír la voz del Padre dando testimonio en favor de su Hijo?
Respondo: Como antes se expuso (a.5), en el bautismo de Cristo, que fue el modelo del nuestro, debió manifestarse lo que acontece en nuestro bautismo. Y el bautismo con que son purificados los fieles está consagrado con la invocación y el poder de la Trinidad, según las palabras de Mt 28,19: Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por tanto, como dice Jerónimo, en el bautismo de Cristo se pone de manifiesto el misterio de la Trinidad, pues: el propio Señor es bautizado en la naturaleza humana; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma; se oye la voz del Padre dando testimonio en favor del Hijo. Y por eso fue conveniente que en aquel bautismo se manifestase el Padre mediante su voz.
-En el Directorio Homiliético
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 131 – 139
Directorio Homilético
I E. Fiesta del Bautismo del Señor
131. Con la Fiesta del Bautismo del Señor, prolongación de la Epifanía, concluye el tiempo de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario. Mientras Juan bautiza a Jesús a orillas del Jordán sucede algo grandioso: los cielos se abren, se oye la voz del Padre y el Espíritu Santo desciende en forma visible sobre Jesús. Se trata de una manifestación del misterio de la Santísima Trinidad.
Pero ¿por qué se produce esta visión en el momento en el que Jesús es bautizado? El homileta debe responder a esta pregunta.
132. La explicación está en la finalidad por la que Jesús va a Juan para que le bautice. Juan está predicando un bautismo de penitencia.
Jesús recibe este signo de arrepentimiento junto a muchos otros que corren hacia Juan. En un primer momento, Juan intenta impedírselo pero Jesús insiste. Y esta insistencia manifiesta su intención: ser solidario con los pecadores. Quiere estar donde están ellos. Lo mismo expresa el apóstol Pablo, pero con un tipo de lenguaje diferente: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar por nuestros pecados» (2 Cor 5,21).
133. Y es, justamente, en este momento de intensa solidaridad con los pecadores, cuando tiene lugar la grandiosa epifanía trinitaria. La voz del Padre tronó desde el cielo, anunciando: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto». Tenemos que comprender que lo que le agrada al Padre, reside en la voluntad del Hijo de ser solidario con los pecadores. De este modo se manifiesta como Hijo de este Padre, es decir, el Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16). En aquel preciso instante, el Espíritu aparece como una paloma, desciende sobre el Hijo, imprimiendo una especie de aprobación y de autorización a toda la escena inesperada.
134. El Espíritu que ha plasmado esta escena preparándola a lo largo de los siglos de la Historia de Israel («que habló por los profetas», como profesamos en el Credo), está presente en el homileta y en sus oyentes: abre sus mentes a una comprensión todavía más profunda de lo sucedido. El mismo Espíritu acompañó a Jesús en cada instante de su existencia terrenal, caracterizando todas sus acciones para que fueran revelación del Padre. Por tanto, podemos escuchar el texto del profeta Isaías de este día como una prolongación de las palabras del Padre en el corazón de Jesús: «Tú eres mi Hijo, el amado». Su diálogo de amor continúa: «mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi espíritu… Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones».
135. En el salmo responsorial de esta fiesta se escuchan las palabras del Salmo 28: «La voz del Señor está sobre las aguas». La Iglesia canta este salmo como celebración de las palabras del Padre que tenemos el privilegio de escuchar y cuya escucha marca nuestra fiesta. «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto» – esta es la «voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica» (Sal 28,3-4).
136. Después del Bautismo, el Espíritu conduce a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás.
Sucesivamente y conducido siempre por el Espíritu, Jesús va a Galilea donde proclama el Reino de Dios. Durante su maravillosa predicación, marcada por milagros prodigiosos, Jesús afirma en una ocasión: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50). Con estas palabras se refería a su próxima muerte en Jerusalén.
De este modo comprendemos cómo el Bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista no fue el definitivo sino una acción simbólica de lo que se habría cumplir en el Bautismo de su agonía y muerte en la Cruz. Porque es en la Cruz donde Jesús se revela a sí mismo, no en términos simbólicos, sino concretamente y en completa solidaridad con los pecadores. Es en la Cruz donde «Dios lo hizo expiar por nuestros pecados» (2 Cor 5,21) y donde «nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito» (Gal 3,13). Es allí donde desciende al caos de las aguas de ultratumba, y lava para siempre nuestros pecados. Pero por la Cruz y la Muerte, Jesús es también liberado de las aguas, llamado a la Resurrección por la voz del Padre que dice: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado… Yo seré para él un padre y el será para mí un hijo» (Heb 1,5). Esta escena de muerte y resurrección es una obra de arte escrita y dirigida por el Espíritu. La voz del Señor sobre las grandes aguas de la muerte, con fuerza y poder, saca a su Hijo de la muerte. «La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica».
137. El Bautismo de Jesús es modelo también para el nuestro. En el Bautismo descendemos con Cristo a las aguas de la muerte, donde son lavados nuestros pecados. Y después de habernos sumergido con Él, con Él salimos de las aguas y oímos, fuerte y potente, la voz del Padre que, dirigida también a nosotros en lo profundo de nuestros corazones, pronuncia un nombre nuevo para cada uno de nosotros: «¡Amado! Mi predilecto». Sentimos este nombre como nuestro, no en virtud de las buenas obras que hemos realizado, sino porque Cristo, en su amor sin límites, ha deseado intensamente compartir con nosotros su relación con el Padre.
138. La Eucaristía celebrada en esta Fiesta propone de nuevo, en cierto modo, los mismos acontecimientos. El Espíritu desciende sobre los dones del pan y del vino ofrecido por los fieles. Las palabras de Jesús: «Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», anuncian su intención de recibir el Bautismo de muerte para nuestra Salvación. Y la asamblea reza, el «Padre nuestro» junto con el Hijo, porque con Él siente dirigida a sí misma la voz del Padre que llama «amado» al Hijo.
139. En una ocasión, a lo largo de su ministerio, Jesús dijo: «el que cree en mí, como dice la Escritura: “De su seno brotarán manantiales de agua viva”». Aquellas aguas vivas han comenzado a brotar en nosotros con el Bautismo, y se transforman en un río siempre más caudaloso en cada celebración de la Eucaristía.
-En el Magisterio de los Papas:
Benedicto XVI, papa. Homilía (07-01-2007):
SANTA MISA EN LA CAPILLA SIXTINA Y ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO. Fiesta del Bautismo del Señor. Domingo 7 de enero de 2007.
Nos volvemos a encontrar, también este año, para una celebración muy familiar: el bautismo de trece niños en esta estupenda capilla Sixtina, donde la creatividad de Miguel Ángel y de otros insignes artistas supo realizar obras maestras que ilustran los prodigios de la historia de la salvación. E inmediatamente quisiera saludaros a todos los presentes: a los padres, a los padrinos y madrinas, a los parientes y amigos que acompañan a estos recién nacidos en un momento tan importante para su vida y para la Iglesia. Cada niño que nace nos trae la sonrisa de Dios y nos invita a reconocer que la vida es don suyo, un don que es preciso acoger siempre con amor y conservar con esmero en todo momento.
El tiempo de Navidad, que se concluye precisamente hoy, nos ha hecho contemplar al Niño Jesús en la pobreza de la cueva de Belén, cuidado amorosamente por María y José. Cada hijo que nace Dios lo encomienda a sus padres; por eso, ¡cuán importante es la familia fundada en el matrimonio, cuna de la vida y del amor! La casa de Nazaret, donde vive la Sagrada Familia, es modelo y escuela de sencillez, paciencia y armonía para todas las familias cristianas. Pido al Señor que también vuestras familias sean lugares acogedores, donde estos pequeños puedan crecer, no sólo con buena salud, sino también en la fe y en el amor a Dios, que hoy con el bautismo los hace hijos suyos.
El rito del bautismo de estos niños tiene lugar en el día en que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, con la que, como decía, se concluye el tiempo de Navidad. Acabamos de escuchar el relato del evangelista san Lucas, que presenta a Jesús mezclado con la gente mientras se dirige a san Juan Bautista para ser bautizado. Cuando recibió también él el bautismo, —escribe san Lucas— “estaba en oración” (Lc 3, 21). Jesús habla con su Padre. Y estamos seguros de que no sólo habló por sí, sino que también habló de nosotros y por nosotros; habló también de mí, de cada uno de nosotros y por cada uno de nosotros.
Después, el evangelista nos dice que sobre el Señor en oración se abrió el cielo. Jesús entra en contacto con su Padre y el cielo se abre sobre él. En este momento podemos pensar que el cielo se abre también aquí, sobre estos niños que, por el sacramento del bautismo, entran en contacto con Jesús. El cielo se abre sobre nosotros en el sacramento. Cuanto más vivimos en contacto con Jesús en la realidad de nuestro bautismo, tanto más el cielo se abre sobre nosotros.
Y del cielo —como dice el evangelio— aquel día salió una voz que dijo a Jesús; “Tú eres mi hijo predilecto” (Lc 3, 22). En el bautismo, el Padre celestial repite también estas palabras refiriéndose a cada uno de estos niños. Dice: “Tú eres mi hijo”. En el bautismo somos adoptados e incorporados a la familia de Dios, en la comunión con la santísima Trinidad, en la comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Precisamente por esto el bautismo se debe administrar en el nombre de la santísima Trinidad. Estas palabras no son sólo una fórmula; son una realidad.
Marcan el momento en que vuestros niños renacen como hijos de Dios. De hijos de padres humanos, se convierten también en hijos de Dios en el Hijo del Dios vivo.
Pero ahora debemos meditar en unas palabras de la segunda lectura de esta liturgia, en las que san Pablo nos dice: él nos salvó “según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3, 5). Un baño de regeneración. El bautismo no es sólo una palabra; no es sólo algo espiritual; implica también la materia. Toda la realidad de la tierra queda involucrada. El bautismo no atañe sólo al alma. La espiritualidad del hombre afecta al hombre en su totalidad, cuerpo y alma. La acción de Dios en Jesucristo es una acción de eficacia universal. Cristo asume la carne y esto continúa en los sacramentos, en los que la materia es asumida y entra a formar parte de la acción divina.
Ahora podemos preguntarnos por qué precisamente el agua es el signo de esta totalidad. El agua es fuente de fecundidad. Sin agua no hay vida. Y así, en todas las grandes religiones, el agua se ve como el símbolo de la maternidad, de la fecundidad. Para los Padres de la Iglesia el agua se convierte en el símbolo del seno materno de la Iglesia.
En un escritor eclesiástico de los siglos II y III, Tertuliano, se encuentran estas sorprendentes palabras: “Cristo nunca está sin agua”. Con estas palabras Tertuliano quería decir que Cristo nunca está sin la Iglesia. En el bautismo somos adoptados por el Padre celestial, pero en esta familia que él constituye hay también una madre, la madre Iglesia. El hombre no puede tener a Dios como Padre, decían ya los antiguos escritores cristianos, si no tiene también a la Iglesia como madre. Así de nuevo vemos cómo el cristianismo no es sólo una realidad espiritual, individual, una simple decisión subjetiva que yo tomo, sino que es algo real, algo concreto; podríamos decir, algo también material.
La familia de Dios se construye en la realidad concreta de la Iglesia. La adopción como hijos de Dios, del Dios trinitario, es a la vez incorporación a la familia de la Iglesia, inserción como hermanos y hermanas en la gran familia de los cristianos. Y sólo podemos decir “Padre nuestro”, dirigiéndonos a nuestro Padre celestial, si en cuanto hijos de Dios nos insertamos como hermanos y hermanas en la realidad de la Iglesia. Esta oración supone siempre el “nosotros” de la familia de Dios.
Pero ahora debemos volver al evangelio, donde Juan Bautista dice: “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo (…). Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). Hemos visto el agua; pero ahora surge la pregunta: ¿en qué consiste el fuego al que alude san Juan Bautista? Para ver esta realidad del fuego, presente en el bautismo juntamente con el agua, debemos observar que el bautismo de Juan era un gesto humano, un acto de penitencia; era el esfuerzo humano por dirigirse a Dios para pedirle el perdón de los pecados y la posibilidad de comenzar una nueva vida. Era sólo un deseo humano, un ir hacia Dios con las propias fuerzas.
Ahora bien, esto no basta. La distancia sería demasiado grande. En Jesucristo vemos que Dios viene a nuestro encuentro. En el bautismo cristiano, instituido por Cristo, no actuamos sólo nosotros con el deseo de ser lavados, con la oración para obtener el perdón. En el bautismo actúa Dios mismo, actúa Jesús mediante el Espíritu Santo. En el bautismo cristiano está presente el fuego del Espíritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está presente hoy aquí. Él asume y hace hijos suyos a vuestros niños.
Pero, naturalmente, Dios no actúa de modo mágico. Actúa sólo con nuestra libertad. No podemos renunciar a nuestra libertad. Dios interpela nuestra libertad, nos invita a cooperar con el fuego del Espíritu Santo. Estas dos cosas deben ir juntas. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un don de Dios, el cual ha grabado su sello en nuestra alma. Pero luego requiere nuestra cooperación, la disponibilidad de nuestra libertad para decir el “sí” que confiere eficacia a la acción divina.
Estos hijos vuestros, a los que ahora bautizaremos, son aún incapaces de colaborar, de manifestar su fe. Por eso, asume valor y significado particular vuestra presencia, queridos padres y madres, y la vuestra, queridos padrinos y madrinas. Velad siempre sobre estos niños vuestros, para que al crecer aprendan a conocer a Dios, a amarlo con todas sus fuerzas y a servirlo con fidelidad. Sed para ellos los primeros educadores en la fe, ofreciéndoles, además de enseñanzas, también ejemplos de vida cristiana coherente. Enseñadles a orar y a sentirse miembros activos de la familia concreta de Dios, de la comunidad eclesial.
Para ello os puede ayudar mucho el estudio atento del Catecismo de la Iglesia católica o del Compendio de ese Catecismo. Contiene los elementos esenciales de nuestra fe y podrá ser un instrumento muy útil e inmediato para crecer vosotros mismos en el conocimiento de la fe católica y para poderla transmitir íntegra y fielmente a vuestros hijos. Sobre todo, no olvidéis que es vuestro testimonio, vuestro ejemplo, lo que más influirá en la maduración humana y espiritual de la libertad de vuestros hijos. Aun en medio del ajetreo de las actividades diarias, a menudo vertiginosas, no dejéis de cultivar, personalmente y en familia, la oración, que constituye el secreto de la perseverancia cristiana.
A la Virgen Madre de Jesús, nuestro Salvador, presentado en la liturgia de hoy como el Hijo predilecto de Dios, encomendemos a estos niños y a sus familias: que María vele sobre ellos y los acompañe siempre, para que realicen completamente el plan de salvación que Dios tiene para cada uno.
Amén.
[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa
[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.
[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.
[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468). La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.