Preparación opcional – Lectio 23 de diciembre



FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO

Enseña San Guido que  “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.

 “Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.

“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3] .

PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL 4º DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C. DOMINGO 23 DE DICIEMBRE DE 2018 (San Lucas 1, 39-45).

-En los Santos Padres:

San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia

 “El Todopoderoso hizo en mí maravillas”

Lo propio del Espíritu Santo, cuando entra en un corazón, es echar fuera toda tibieza. Ama la prontitud y detesta las tardanzas en la ejecución de la voluntad de Dios… “María se puso en camino y se fue de prisa”…

    ¡Qué gracia colmó la casa de Zacarías cuando entró María! Si Abrahán recibió tanta gracia por haber hospedado en su casa a tres ángeles de Dios, ¡cuántas bendiciones no caerían sobre la casa de Zacarías donde entró el ángel del gran consejo (Is 9,6), la verdadera arca de la alianza, el profeta de Dios, Nuestro Señor oculto en el seno de María! Toda la casa se llenó de alegría: el niño saltó, el padre recobró la vista, la madre fue llena de Espíritu Santo y recibió el don de la profecía. Al ver a Nuestra Señora entrar en su casa, exclamó: “… ¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Y María, escuchando lo que Isabel decía de ella, se humillaba y daba gloria a Dios por todo. Confesando que toda su felicidad procedía de que Dios “había mirada la humildad de su sierva” entonó este bello y admirable canto del Magnificiat.

    ¡Qué llenos de alegría deberíamos estar nosotros  cuando nos visita este divino Salvador en el Santísimo Sacramento, en las gracias interiores y en las palabras que cada día dirige a nuestro corazón!

– En Santo Tomás de Aquino

Catena áurea

San Ambrosio

Habiendo el ángel anunciado cosas ocultas para confirmar la fe con su ejemplo, anunció a la Virgen la concepción de una mujer estéril. Cuando María oyó esto, no como incrédula del oráculo, ni como incierta del mensajero, ni como dudando del ejemplo, sino como alegre del voto, religiosa por su oficio y transportada de gozo, se dirigió hacia las montañas. De donde sigue: “Levantándose María en aquellos días, se fue a las montañas”. Llena ya de Dios ¿dónde había de ir con presteza sino hacia las alturas?

Orígenes

Jesús, que estaba en su seno, se apresuraba para santificar a Juan, encerrado aún en el vientre de su madre. Por lo que sigue: “Con premura”, etc.

San Ambrosio

La gracia del Espíritu Santo no conoce dilaciones. Aprended, oh vírgenes, a no deteneros en las plazas, a no mezclaros en público en conversaciones.

Teofilacto

Por esto se fue a las montañas, porque Zacarías habitaba en las montañas. De donde sigue: “En una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías”.

San Ambrosio

Aprended, santas mujeres, los cuidados que debéis prestar a vuestras parientas embarazadas. María, pues, que antes estaba sola en el mayor recogimiento, no fue detenida lejos del público por su pudor. La aspereza de las montañas no arredró su celo, ni lo largo del camino retardó sus servicios. Aprended también, vírgenes, de la humildad de María. Viene la cercana a la próxima, la más joven a la más anciana. Y no sólo viene, sino que también saludó la primera, por lo que sigue: “Y saludó a Isabel”. Conviene, pues, que cuanto más casta sea una virgen, más humilde sea y deferente para los superiores en edad. Debe ser maestra en humildad la que profesa la castidad. Hay también una causa de piedad, porque el superior viene al inferior para asistirlo. María viene a Isabel, Cristo a Juan.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Mathaeum, 4

O de otro modo, la Virgen ocultaba en el fondo de su corazón lo que se le había dicho y no lo descubrió a nadie, porque no creía que prestasen asentimiento a relatos admirables. Antes al contrario, creía que si hablaba recibiría ultrajes como si ocultase un crimen propio.

Griego

Por esto va a refugiarse -o mejor dicho recurre- sólo a Isabel. Así estaba acostumbrada, tanto por el parentesco y por conformidad de sus costumbres.

San Ambrosio

Pronto se declaran los beneficios de la venida de María y la presencia del Señor, pues sigue: “Y cuando Isabel oyó la salutación de María, la criatura dio saltos”. Advierte en esto la diferencia y la conformidad de una y otras palabras. Isabel oyó la voz primero y San Juan recibió primero la gracia. Ella oyó según el orden de la naturaleza y éste saltó de gozo por razón del misterio. Aquélla sintió la venida de María, éste la venida del Señor.

Griego

El profeta ve y oye mejor que su madre y saluda al Príncipe de los profetas. Mas no pudiendo con palabras, lo saluda en el vientre -lo cual constituye la cúspide de la alegría-. ¿Quién ha tenido noticias alguna vez de que alguien haya saltado de gozo antes de nacer? La gracia insinuó cosas que eran desconocidas a la naturaleza. El soldado, encerrado en el vientre, conoció al Señor y al Rey que había de nacer, sin que el velo del vientre obstaculizase la mística visión. Por tanto, vio, no con los ojos de la carne sino con los del espíritu.

Orígenes

No había sido lleno del Espíritu Santo hasta que la que llevaba a Jesucristo en su vientre se presentó delante de él. Entonces fue cuando -lleno del Espíritu Santo- saltaba de gozo dentro de su madre. Y prosigue: “Y fue llena Isabel del Espíritu Santo”. No hay que dudar, pues, que la que entonces fue llena del Espíritu Santo, lo fue por su hijo.

San Ambrosio

Aquella que se había ocultado, porque había concebido un hijo, empezó a manifestarse porque llevaba en su vientre un profeta. Y la que antes se avergonzaba, ahora bendice. Por tanto, prosigue: “Y exclamó en alta voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres”. Exclamó en alta voz cuando advirtió la venida del Salvador, porque creyó que su parto debía ser misterioso.

Orígenes

Dice, pues: “Bendita tú entre las mujeres”. Ninguna fue jamás tan colmada de gracia, ni podía serlo, porque sólo ella es Madre de un fruto divino.

Beda

Fue bendecida por Isabel del mismo modo que lo había sido por el arcángel, para que se mostrase digna de la veneración a los ángeles y a los hombres.

Teofilacto

Pero como había habido otras mujeres santas que habían engendrado hijos manchados por el pecado, añade: “Y bendito el fruto de tu vientre”. O de otro modo, había dicho: “Bendita tú entre las mujeres”. Y como si alguien le preguntase el porqué, añadió la causa: “Y bendito el fruto de tu vientre,…”. Así como se dice en el Salmo 117 ( Sal 117,26-27): “Bendito el Señor Dios, que viene en nombre del Señor, y nos iluminó”. Acostumbraba la Sagrada Escritura tomar la palabra y en el sentido y lugar de la palabra porque.

Orígenes

Llamó al Señor fruto del vientre de la Madre de Dios porque no procedió de varón, sino sólo de María, pues los que tomaron la sustancia de sus padres, fruto son de ellos.

Griego

Sólo este fruto es bendito, porque se produce sin varón y sin pecado.

Beda

Este es el fruto que se prometió a David: “Pondré sobre tu trono un fruto de tu vientre” ( Sal 131,11).

Severo de Antioquía

De este pasaje -en el cual se afirma que Cristo es fruto del vientre- surge una refutación de Eutiques. En efecto, todo fruto es de la misma naturaleza que la planta de donde procede. De donde se deduce que la Virgen es de la misma naturaleza que el segundo Adán, que quita los pecados del mundo. Y aun aquellos que dicen que es fantástica apariencia la carne de Cristo, quedan confundidos con el verdadero parto de la Madre de Dios; porque el mismo fruto nace de la misma sustancia del árbol. ¿Dónde están también aquellos que dicen que Jesucristo ha pasado por la Virgen como por un acueducto? Noten en las palabras de Isabel, a quien llenó el Espíritu Santo, que Jesucristo fue fruto del vientre.

Prosigue: “¿Y de dónde esto a mí, que la Madre de mi Señor venga a mí?”

San Ambrosio

No dice esto como ignorando pues sabe que por gracia y operación del Espíritu Santo, la Madre del Señor saluda a la madre del profeta para provecho de su hijo. Y para que conste que esto no sucede en virtud de mérito humano, sino del don de la gracia divina, dice así: “¿De dónde esto a mí?”, esto es: ¿Con qué jactancia, en virtud de qué acciones, por cuáles méritos?

Orígenes

Diciendo esto está conforme con su hijo; porque también San Juan se considera indigno de la venida de Jesucristo a él. Llama Madre del Señor a la que todavía es Virgen, vaticinando así la realización de lo que se le había anunciado. La provisión de Dios -o sea su providencia- había llevado a María a casa de Isabel para que el testimonio de San Juan llegase desde el vientre al Señor. Y desde aquel momento el Señor constituyó a San Juan en profeta suyo. Por lo cual sigue: “Porque he aquí, luego que llegó la voz de tu salutación a mis oídos”.

San Agustín, epistola, 57

Para decir esto, como antes declara el evangelista, fue llena del Espíritu Santo, el cual sin duda se lo reveló, y por ello conoció lo que significaba aquel salto del niño; esto es, que había venido la Madre de Aquel de quien él era precursor y el futuro manifestador. La significación de un asunto de tanta importancia pudo ser conocido por personas mayores, no por un niño. Pues no dijo: “Saltó de fe el niño en mi vientre”, sino “Saltó de gozo”. Pues vemos que el salto no sólo es propio de los niños, sino también de los corderos, cuyos saltos no proceden de alguna fe, ni de la religión, ni de ningún otro conocimiento racional. Pero este saltar es nuevo e inusitado, porque tiene lugar en el vientre, y a la venida de Aquella que había de dar a luz al Salvador de todos. Por tanto, este saltar y -por decirlo así- este saludo dado a la Madre del Señor -como suelen hacerse los milagros-, se hizo divinamente en el niño y no naturalmente por el niño. Aun cuando el uso de la razón y de la voluntad hubiera sido tan precoz en el niño, que desde el seno de su madre hubiese podido conocer, creer y sentir, también esto debe considerarse como obra del divino poder y uno de sus milagros, pero nunca como obra de la naturaleza humana.

Orígenes

Había venido la Madre del Señor a visitar a Santa Isabel para ver la concepción milagrosa que el ángel le había anunciado, para que de ello se siguiese la credulidad respecto del fruto más excelente que habría de nacer de la Virgen. Y refiriéndose a esta fe, habla Santa Isabel, diciendo: “Y bienaventurada la que creíste, porque cumplido será lo que te fue dicho de parte del Señor”.

San Ambrosio

Ved que María no dudó sino que creyó, por lo cual consiguió el fruto de la fe.

Beda

Y no debe llamar la atención que el Señor -que había de redimir al mundo- empezase su obra por su propia Madre, a fin de que aquella, por la que se preparaba la salvación a todos, recibiese en prenda -la primera- el fruto de salvación.

San Ambrosio

Pero también vosotros sois bienaventurados, porque habéis oído y creído. Cualquier alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios y conoce sus obras.

Beda

Todo el que concibe al Verbo de Dios en su inteligencia, sube al punto por la senda del amor a la más alta cumbre de las virtudes, puesto que puede penetrar en la ciudad de Judá -esto es, en el alcázar de la confesión y de la alabanza- y hasta permanecer en la perfección de la fe, de la esperanza y de la caridad “como tres meses” en ella.

San Gregorio Magno, super. Ezech., 1,8

Fue ilustrada por el espíritu de profecía acerca de lo pasado, lo presente y lo futuro, que conoció que aquélla había creído en las promesas del ángel. Y llamándola Madre, comprendió que llevaba en su vientre al Redentor del género humano. Y prediciendo las cosas que habían de suceder, vio también lo que se seguiría en lo futuro.

-En el Catecismo de la Iglesia Católica

Nº 148

La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que “nada es imposible para Dios” (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Isabel la saludó: “¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48).

Nº 495

Llamada en los Evangelios “la Madre de Jesús”(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [“Theotokos”] (cf. DS 251).

Nº 717

 “Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “visitación” de María a Isabel se convirtió así en “visita de Dios a su pueblo” (Lc 1, 68).

Nº 2676

Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María:

“Dios te salve, María [Alégrate, María]”. La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)

“Llena de gracia, el Señor es contigo”: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. “Alégrate… Hija de Jerusalén… el Señor está en medio de ti” (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es “la morada de Dios entre los hombres” (Ap 21, 3). “Llena de gracia”, se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.

“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. “Llena del Espíritu Santo” (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): “Bienaventurada la que ha creído… ” (Lc 1, 45): María es “bendita entre todas las mujeres” porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las “naciones de la tierra” (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

Nº 462

La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo … a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).

606 El Hijo de Dios “bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado” (Jn 6, 38), “al entrar en este mundo, dice: … He aquí que vengo … para hacer, oh Dios, tu voluntad … En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús “por los pecados del mundo entero” (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: “El Padre me ama porque doy mi vida” (Jn 10, 17). “El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14, 31).

Nº 607

Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: “¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12, 27). “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?” (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que “todo esté cumplido” (Jn 19, 30), dice: “Tengo sed” (Jn 19, 28).

Nº 2568

La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: “¿Dónde estás?… ¿Por qué lo has hecho?” (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: “He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia.

Nº 2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: ” He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).

-En el Magisterio de los Papas:

San Juan Pablo II, SAN JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Mater, nº 12 – 14)

Feliz la que ha creído

12. Poco después de la narración de la anunciación, el evangelista Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia « una ciudad de Judá » (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad debería ser la actual Ain-

1 El paralelismo entre el saludo de Isabel y las palabras de David es el siguiente. Isabel, al entrar María a su casa, exclama: ―¿De dónde a mí esto que venga a mi casa la Madre de Dios?‖. David, cuando el arca de la alianza está por entrar en su casa dice, en otras palabras: ―¿De dónde a mí esto que venga a mi casa el arca de la alianza?‖. Por eso es que se puede establecer ese paralelismo: María es la nueva Arca de la Alianza. De hecho es una de las letanías lauretanas: Foederis Arca (Nota del Editor).

Karim, situada entre las montañas, no distante de Jerusalén. María llegó allí « con prontitud » para visitar a Isabel su pariente. El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: « Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios »(Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? » (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el « poder del Altísimo », como y más aún que en el caso de Isabel.

Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, « llena de Espíritu Santo », a su vez saluda a María en alta voz: « Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno » (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: « ¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? »(Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: « saltó de gozo el niño en su seno » (Lc 1, 44). EL niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.

En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! » (Lc 1, 45).28 Estas palabras se pueden poner junto al apelativo « llena de gracia » del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque « ha creído ». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.

13. « Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe » (Rom 16, 26; cf. Rom 1, 5; 2 Cor 10, 5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, como enseña el Concilio.29 Esta descripción de la fe encontró una realización perfecta en María. El momento « decisivo » fue la anunciación, y las mismas palabras de Isabel « Feliz la que ha creído » se refieren en primer lugar a este instante.30

En efecto, en la Anunciación María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando « la obediencia de la fe » a aquel que le hablaba a través de su mensajero y prestando « el homenaje del entendimiento y de la voluntad ».31 Ha respondido, por tanto, con todo su « yo » humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con « la gracia de Dios que previene y socorre » y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo, que, « perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones ».32

La palabra del Dios viviente, anunciada a María por el ángel, se refería a ella misma « vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo » (Lc 1, 31). Acogiendo este anuncio, María se convertiría en la « Madre del Señor » y en ella se realizaría el misterio divino de la Encarnación: « El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada ».33 Y María da este consentimiento, después de haber escuchado todas las palabras del mensajero. Dice: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38). Este fiat de María —« hágase en mí »— ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una plena consonancia con las palabras del Hijo que, según la Carta a los Hebreos, al venir al mundo dice al Padre: « Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo … He aquí que vengo … a hacer, oh Dios, tu voluntad » (Hb 10, 5-7). El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su fiat: « hágase en mí según tu palabra », haciendo posible, en cuanto concernía a ella según el designio divino, el cumplimiento del deseo de su Hijo. María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Por medio de la fe se confió a Dios sin reservas y « se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo ».34 Y este Hijo —como enseñan los Padres— lo ha concebido en la mente antes que en el seno: precisamente por medio de la fe.35 Justamente, por ello, Isabel alaba a María: « ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor! ». Estas palabras ya se han realizado. María de Nazaret se presenta en el umbral de la casa de Isabel y Zacarías como Madre del Hijo de Dios. Es el descubrimiento gozoso de Isabel: « ¿de donde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? ».

14. Por lo tanto, la fe de María puede parangonarse también a la de Abraham, llamado por el Apóstol « nuestro padre en la fe » (cf. Rom 4, 12). En la economía salvífica de la revelación divina la fe de Abraham constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da comienzo a la Nueva Alianza. Como Abraham « esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones » (cf. Rom 4, 18), así María, en el instante de la anunciación, después de haber manifestado su condición de virgen (« ¿cómo será esto, puesto que no conozco varón? »), creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel: « el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios » (Lc 1, 35).

Sin embargo las palabras de Isabel « Feliz la que ha creído » no se aplican únicamente a aquel momento concreto de la anunciación. Ciertamente la anunciación representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo, pero es además el punto de partida, de donde inicia todo su « camino hacia Dios », todo su camino de fe. Y sobre esta vía, de modo eminente y realmente heroico —es mas, con un heroísmo de fe cada vez mayor— se efectuará la « obediencia » profesada por ella a la palabra de la divina revelación. Y esta « obediencia de la fe » por parte de María a lo largo de todo su camino tendrá analogías sorprendentes con la fe de Abraham. Como el patriarca del Pueblo de Dios, así también María, a través del camino de su fiat filial y maternal, « esperando contra esperanza, creyó ». De modo especial a lo largo de algunas etapas de este camino la bendición concedida a « la que ha creído » se revelará con particular evidencia. Creer quiere decir « abandonarse » en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente « ¡cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! » (Rom 11, 33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos « inescrutables caminos » y de los « insondables designios » de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino.

[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa

[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.

[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.

[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468).  La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.