Tema: Lectio divina con el evangelio de la solemnidad de Jesucristo rey del universo. 25 de noviembre de 2018 (San Juan 18, 33b-37).
- SEÑAL DE LA CRUZ.
- INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
- LECTIO
Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.
Del evangelio según san Juan (18, 33b-37)
“Pilato llamó a Jesús y le preguntó: « ¿Eres Tú el rey de los judíos?» Jesús le respondió: « ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» Pilato replicó: « ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?» Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». Pilato le dijo: « ¿Entonces Tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».”. Palabra del Señor.
- MEDITATIO
Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.
Opción 1
Fr. Dr Anìbal Fosbery, OP, Festividades litúrgicas, Jesucristo Rey del universo, la encíclica Quas primas. MDA, Buenos Aires, 2017, Pags 263-267 y 281-287.
Jesucristo, Rey del universo, “La Encíclica `Quas Primas´”
El 11 de diciembre de 1925, el Papa a Pío XI promulgaba la Encíclica Quas Primas, por la cual instituía la festividad universal de Cristo Rey. Venía avanzando desde varios siglos atrás un proceso de secularización y apostasía en el mundo, y el Papa quiere enfrentar este proceso que había generado conflagraciones mundiales, rescatando de nuevo en la conciencia, en el corazón de los fieles, la primacía de Jesús.
Las grandes calamidades del mundo, decía Pío XI, que estábamos atravesando, -hacía pocos años que había terminado la Primera gran Guerra Mundial-, estas grandes calamidades del mundo provienen de una apostasía individual, porque los hombres han renunciado a tener en su inteligencia la verdad de Dios y en su corazón, el bien de Dios. Una apostasía familiar, porque los hombres han renunciado a instaurar la familia como el lugar preciado donde se vive el misterio de la vida cristiana, y donde se transmite la verdad de la fe; y una enorme y profunda apostasía política y social, porque los hombres han perdido el sentido del orden natural y del bien común. Esta triple apostasía es la que ha generado y genera los grandes males de la sociedad contemporánea, alertará el Papa. Y por eso hay que volver a instaurar la primacía, el reinado de Cristo, para que volvamos a reconstruir la paz, hay que hacer que Cristo reine en nuestros corazones. Hay que rescatar la verdad de Dios en la inteligencia del hombre, y rescatar el bien de Dios en el alma del cristiano. Una apostasía que se fue generando a través de un enorme proceso de sospecha frente a la verdad; de sospecha frente al bien; de sospecha frente al amor. Detrás de estas enormes, tremendas y profundas sospechas que el Demonio ha instaurado en el corazón del hombre, se fue construyendo la modernidad. Se quebrantó aquella vieja cultura de la cristiandad que había hecho posible integrar la realidad del hombre y de sus cosas, con Dios y el Evangelio. Se había quebrantado esa cultura, y se había avanzado sobre un inmanentismo intramundano, afirmando nada más que la posibilidad de que el hombre sea el que instaura la verdad de las cosas, y el que define el bien de las cosas. Se fue instaurando una visión sobre el mundo, entendido como modelo ideológico.
Y detrás de este modelo ideológico había que lograr que las cosas entraran en el modelo, para que entonces entrando en el modelo, las cosas alcanzaran a ser lo que debieran ser. Dicho de otro modo, se dejó de mirar al mundo como creación de Dios, y se dejó de afirmar al hombre como creatura de Dios.
El hombre se aposentó en su propia razón, y desde su propia razón quiso definir el ser de las cosas, ignorando que solamente las cosas son porque Dios las conoce.
Nosotros las conocemos porque son. Cambió la ecuación, él quiso sentirse de nuevo un Dios que tenía la capacidad desde su razón y desde su ciencia, y desde su instrumentación tecnológica, tenía la capacidad de hacer que las cosas fueran lo que él creyera lo que tenían que ser. Perdido el referente doctrinal, creatural, perdida entonces la verdad de Dios, y el bien de Dios, el hombre comenzó avanzar en esta apostasía de modelos ideológicos laicos materialistas, que podrían formularse en el epílogo de la modernidad como los modelos marxistas, el modelo plutocrático anglosajón, y el modelo del nacional socialismo.
Tres grandes modelos que intentaban expresar de alguna manera, que en la afirmación de estos modelos, dicho de otro modo, metiendo a los hombres y a las cosas adentro del modelo, por este camino, se lograba la felicidad terrenal. En todo caso, la liberación del hombre, su progreso y realización. Y se negó entonces la verdad de Dios en sus dos vertientes, la vertiente sobrenatural, y la vertiente natural. Aquella imagen o signo de Dios que aparece en las cosas creadas, que muestran la voluntad del Dios Creador.
Detrás de esta ideología economicista, se generan dos grandes vertientes, la del liberalismo que busca afirmar la individualidad del hombre siguiendo a Rousseau, y ofrecerá un modelo de libertad sin verdad; y la del marxismo leninista que intentará ofrecer una justicia sin libertad.
Estas dos opciones, la libertad sin verdad, y la justicia sin libertad, han creado el gran caos social, político y económico de la sociedad de hoy. ¿Cómo reaccionar?, ¿qué hacer? Por eso el Papa y la Iglesia que siempre se adelanta a las grandes catástrofes, ya en 1925, por no ir más lejos, pero porque precisamente en 1925 Pío XI instituye esta fiesta de Cristo Rey, el Papa dice hay que volver a Dios, hay que volver a Cristo. Hay que rescatar la presencia de Dios en el corazón del hombre, y en la inteligencia del hombre, para dignificar los comportamientos individuales y sociales.
La festividad litúrgica de Cristo Rey es un signo para no equivocar el camino.
Jesucristo, Rey del universo, “Cristo, Creador y Redentor” (Jn 18, 33-38)
La fiesta de Cristo Rey que expresa la omnipotencia, el poder de Dios sobre todas las cosas, en sus dos dimensiones: la creacional, aquella en la cual Dios aparece como Creador de las cosas y la de Redentor, aquella que aparece como Salvador y Redentor, el Hijo de Dios, Salvador y Redentor.
Afirmar la reyecía de Dios, significa afirmarla en estas dos grandes dimensiones, o decir de alguna manera, Dios es el que puede, nosotros no podemos. ¿Acaso alguno de nosotros puede tener la petulancia de creer que puede crear algo? Por eso el Señor dice: no se llamen ninguno de ustedes maestros, porque uno solo es el maestro. ¿Cómo, acaso ustedes no enseñan? ¿Acaso no les enseñan a sus hijos? ¿Acaso no son maestros, profesores?
No pueden llamarse maestros si no aceptan someterse al magisterio de Dios, porque toda verdad viene de Dios. Nadie inventa ninguna verdad, toda verdad está inventada, porque las cosas son porque Dios las conoce, nosotros las conocemos porque son. Por eso no podemos llamarnos maestro en el sentido absoluto de la palabra. Ni tampoco padres, aunque nos guste que los niños nos digan padre, y que a ustedes sus hijos le digan Padre. ¿Estamos transigiendo el Evangelio?, no, es que el Señor lo dice en el sentido absoluto de la palabra, Él es padre, ustedes que tienen hijos son padres porque Dios les ha dado la gracia de participar de este poder de engendrar vida. Y a nosotros sacerdotes nos dicen padres, no porque seamos padres, sino porque engendramos la vida espiritual por un poder, ¿de quién es ese poder?, de Dios que nos lo ha dado.
Frente a este poder del que es, yo tengo que descubrir que yo no soy, que Él es el que es, yo tengo ser, Él es, yo tengo ser, lo participo, lo recibo. No quiero detenerme, porque ya hablé a alguno de ustedes sobre esta suerte de potestad que tiene Dios sobre todas las cosas como Creador, en todo caso quisiera señalar, ¿que nos queda frente a este reinado de Cristo, a este poder de Cristo, a esta omnipotencia de Cristo? ¿Que nos queda? La sumisión, como también ocurre en el orden de las cosas humanas, someternos al que es. Someternos, no por una realidad servil, sino por una actitud de corazón cuando descubrimos hacia dónde se orienta la maravillosa libertad que nos ha dado Dios. Somos libres en la medida en que podemos ordenar nuestra vida hacia esta realidad que Dios nos ha dado, que nos hace participar, entonces somos realmente libres. Y entendemos aquello de San Pablo en la Epístola a los Gálatas, “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1). Pero que esta libertad no se transforme en libertinaje, porque en cuanto nos salimos de esta ordenación hacia el querer de Dios, ya esa libertad deja de ser libertad para transformarse en libertinaje. Tenemos que asumir la libertad y hacer con ella el acto mayor, que consiste en decirle que sí a Dios. A partir de ahí vienen los actos menores de libertad, aquéllos donde elijo lo que tengo que hacer o no hacer, pero esos actos menores están condicionados por este acto mayor de libertad, decirle que si a Dios. Decirle que si a Dios en el orden de la naturaleza, allí donde se dan, de alguna manera, los vestigios de Dios, como causa de estos efectos que están presentes en el orden natural y que configuran una ordenación de donde surgen leyes naturales que tengo que respetar. Cuando le digo que si a Dios respeto el orden natural; le digo que no a Dios cuando mi libertad se transforma en libertinaje, cuando quebranto este orden de la naturaleza, se me desploma todo.
Por eso Chesterton decía: quitemos el orden sobrenatural, y no nos quedará ni lo natural. Se trata de mantener la ordenación de mi libertad al orden de Dios, ya no sólo como Creador, sino como Redentor, como el Hijo de Dios que viene a salvarnos e instaura el reino de verdad, de justicia y de bien, que es el Reino de los Cielos, instaurado en la Cruz en el momento de su glorificación. Es ahí donde aparecen los últimos días de su destino doloroso y los primeros días de su destino glorioso, su Resurrección y Ascensión. Ya está instaurado el otro reino, que no es el del orden de la naturaleza, es del orden de la gracia, el reino de la verdad, de la virtud.
Cristo es Cabeza de este nuevo Reino de Dios. “¿Tú eres rey? Yo soy Rey, tú lo has dicho, yo soy Rey. Pero mi reino no es este mundo” (Jn 18, 33-37). Es decir, mi reino no termina en este inmanentismo intramundano, mi reino está trascendiendo esta realidad inmanente, y es el reino invisible del Padre. Ahí estamos incorporados por nuestro bautismo. Tengo que decirle que sí a Dios en estas dos dimensiones, porque la dimensión natural me ordena y me dispone a la otra dimensión sobrenatural de ser hijo de Dios, hermano de Cristo, heredero del cielo. Camino y peregrino hacia la gloria, hacia la casa del Padre.
Quiero dejarles esta idea fundamental, vivir en el Reino, significa asumir la Palabra de Dios y obedecerla. Vivir en el Reino significa, asumir los contenidos del Reino que ya están, asumirlos y vivirlos, porque ellos me participan la vida divina, la gracia santificante, las virtudes teologales, las virtudes morales infusas. Vivir en el Reino significa, asumir mi condición de bautizado, incorporado como estoy en el Cuerpo Místico de Cristo, donde Cristo es Cabeza: “cuando yo sea elevado en alto atraeré hacia mí todas las cosas” (Jn 12, 32), Cristo me atrae en su Iglesia que para mí tiene una denominación, siendo como es una parte de este reino: FASTA. Si bien para otros tiene otra, para nosotros tiene esta: FASTA. Aquí está el misterio del Reino, aquí están los contenidos del Reino, aquí está Cristo Cabeza, porque la cabeza es el primero de los miembros, y Cristo es el primero de una multitud de hermanos. Es Cabeza, porque además Él es paradigma para nosotros. Tenemos que mirarlo a Cristo como nuestro paradigma, hacia Él caminamos, hacia Él va nuestra semejanza. Dice San Pablo debemos tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien siendo Dios se hizo hombre, y se abajó de tal manera, se humilló de tal manera, que por eso se le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se arrodille toda criatura en el cielo, en la tierra, y en los abismos (Flp 2, 5-11). Cristo es paradigma del reino, ha sido glorificado en la Cruz, ha instaurado el reino en la Cruz y se transforma de esta manera en el nuevo Adán. Solo a Él lo vimos lleno de gracia y de verdad, Él es el único que está lleno de gracia y de verdad. Tengo una partecita de esa gracia, participo un poco de esa verdad que en Él es plena. Por eso es el paradigma. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, dijo el Señor (Jn 14, 6). Paradigma, el nuevo Adán, hacia Él camino, hacia Él mi semejanza. Sólo Él es Cabeza de este nuevo reino de Dios, invisible, y visible que es la Iglesia, al mismo tiempo es causa, Él me atrae, Él me seduce, Él me cautiva, Él me hace participar las gracias, quiere que sea su amigo, ya no soy su siervo soy su amigo, porque ya sé lo que Dios quiere de mi, y los siervos no saben lo que quiere su patrón (Jn 15, 14-15). Él ha roto estas comuniones con Dios, que no pasan más allá de la inteligencia, de la lógica, o de las circunstancias puramente accidentales, ahora está inmerso en mi vida y yo inmerso a la vida de Cristo, soy otro Cristo, me estoy asimilando a la vida divina, y recibo de Él gracia sobre gracia (Jn 1, 16-18).
Dice el Evangelio: de Él recibimos gracia sobre gracia, y por eso es el primero de una multitud de hermanos. Por eso a Él solamente lo hemos visto lleno de gracia y de verdad. Por eso de Moisés recibimos la Ley, y sólo de Cristo la salvación y la gracia (Jn 1, 17).
Aquí estamos en este reino, en esta asamblea de los hijos de Dios, en este ejército poderoso del Dios tres veces santo. En Él caminamos, con alegría cuando me dijeron vamos, vamos a la casa de Dios. A eso he sido llamado, hacia esa casa se dirigen mis pies, detrás del que es Camino, Verdad y Vida, mis pies, mis pies, ya están tocando tus umbrales Jerusalén.
OPCIÓN 2
Pio XI, Encíclica Quas Primas, sobre la fiesta de Cristo Rey, 11 de diciembre de 1925, nº 6 – 19 (puede leerse completa ya que es muy corta).
- LA REALEZA DE CRISTO
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
- a) En el Antiguo Testamento
- Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud. Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz… y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra.
- A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre.
Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra. Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido…, permanecerá eternamente; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y dio le éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible. Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin, es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra, y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas, menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos.
- c) En la Liturgia
- De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
- d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
- e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.
- CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
- a) Triple potestad
- Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual, apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedece.
Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad. El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo. En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
- b) Campo de la realeza de Cristo
a.- En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
- b) En lo temporal
- Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.
- c) En los individuos y en la sociedad
- Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.
Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que… hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos.
Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres.
18. Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.
- ORATIO
La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
Oración Colecta de la solemnidad de Cristo Rey
“Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Por nuestro Señor Jesucristo”. Amén
Oración post comunión de la solemnidad de Jesucristo Rey del universo
“Después de recibir el alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor, que quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del universo, podamos vivir eternamente con él en el reino del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.” Amén.
- CONTEMPLATIO
EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.
« Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz ».