FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO
Enseña San Guido que “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.
“Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.
“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3] .
PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO DEL XXIV DOMINGO DURANTE EL AÑO. 16 DE SEPTIEMBRE DE 2018 (San Marcos 8 27-35).
–En los Santos Padres:
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?
Homilías sobre San Mateo, 54, Ed. BAC, Madrid, 1966, pp. 137-156
Preludios a la confesión de Pedro
— ¿Por qué razón nombra al fundador de la ciudad?
—Porque hay otra Cesarea, la llamada de Estratón, y no fue en ésta, sino en aquélla, donde el Señor preguntó a sus discípulos. Allí los llevó lejos de los judíos, a fin de que, libres de toda angustia, pudieran decir con entera libertad cuanto íntimamente sentían. — ¿Y por qué no les preguntó inmediatamente lo que ellos sentían, sino que quiso antes saber la opinión del vulgo? —.Porque quería que, expresada ésta y volviéndoles a preguntar a ellos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?, el tono mismo de la pregunta los levantara a más alta opinión acerca de Él y no cayeran en la bajeza de sentir de la muchedumbre. Por eso justamente tampoco les interroga al comienzo de su predicación, Cuando ya había hecho muchos milagros y les había enseñado muchas y levantadas doctrinas, cuando les había dado tantas pruebas de su divinidad y de su concordia con el Padre, entonces es cuando les plantea esta pregunta. Y no les dijo: “¿Quién dicen los escribas y fariseos que soy yo?”, a pesar de que éstos se le acercaban muchas veces y conversaban con Él, sino ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Con lo que buscaba el Señor el sentir incorruptible del pueblo. Porque si bien ese sentir se quedaba más bajo de lo conveniente, por lo menos estaba exento de malicia; mas el de escribas y fariseos se inspiraba en pura maldad.
Y para dar a entender el Señor cuán ardientemente deseaba que se confesara y reconociera su encarnación, se llama a sí mismo Hijo del hombre, designando así su divinidad, como lo hace en muchas otras partes. Por ejemplo, cuando dice. Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y otra vez: ¿Qué será cuando viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba primero? Luego le respondieron: Unos que Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías o alguno de los profetas. Y, expuesta así esta errada opinión, prosiguió entonces el Señor: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Lo que era invitarlos a que concibieran más altos pensamientos sobre Él y mostrarles que la primera sentencia se quedaba muy por bajo de su auténtica dignidad. De ahí que requiera otra de ellos y les plantee nueva pregunta, a fin de que no cayeran juntamente con el vulgo. Y es que la gente, como le habían visto hacer al Señor milagros muy por encima del poder humano, por un lado le tenían por hombre, pero, por otro, les parecía un hombre aparecido por resurrección, como decía el mismo Herodes. Mas con el fin de apartar a sus discípulos de semejante idea, el Señor les vuelve a preguntar: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Vosotros, es decir, los que estáis siempre conmigo, los que me veis hacer milagros, los que por virtud mía habéis hecho también muchos.
Pedro, boca de los Apóstoles
¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? Él, siempre ardiente; él, director del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados, responde solo. Y es de notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del vulgo, todos contestaron a su pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos directamente, entonces es Pedro quien se adelanta y toma la mano y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde Cristo?: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido obra de una revelación. De haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la bienaventuranza. La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en la barca, después de la tormenta de que fueron testigos, exclamaron: Verdaderamente es éste Hijo de Dios. Y, sin embargo, a pesar de su aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados bienaventurados. Porque no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa Pedro. Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la misma sustancia o naturaleza de Dios Padre.
La confesión de Pedro, revelación del Padre
- También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel. Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es reprendido por el Señor por haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. ¿Por qué, pues, Pedro es proclamado bienaventurado porque le confesó Hijo natural de Dios. De ahí que en los otros casos nada semejante dijo el Señor; mas en éste nos hace ver también quién fué el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo Pedro tan ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y adulación y de ganas que tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que nadie pudiera pensar así, Jesús nos descubre quién fue el que habló antes al alma de Pedro, y nos demos así cuenta que si Pedro fue quien habló, el Padre fue quien le dictó las palabras —palabras que ya no podemos mirar como opinión humana, sino creerlas como dogma divino—. —Mas ¿por qué no lo afirma el Señor mismo y dice: “Yo soy el Cristo”, sino que lo va preparando por sus preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo? —Porque así era entonces para Él más conveniente y necesario y de esta manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe de aquella misma confesión por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo al Padre? Porque tampoco al Padre le conoce nadie—dice Él mismo—, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Luego no es posible conocer al Hijo sino por el Padre, ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte que aun por aquí se demuestra patentemente la igualdad y consustancialidad del Hijo con el Padre.
La promesa de Jesús a Pedro
¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Cefas. Como tú has proclamado a mi Padre—le dice—, así también yo pronuncio el nombre de quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir: Como tú eres hijo de Jonás, así lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás, superfluo era llamarle hijo de Jonás. Mas como Pedro le había llamado Hijo de Dios, Él añade el nombre del padre de Pedro, para dar a entender que lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era Él Hijo de Dios, es decir, de la misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, es decir/sobre la fe de tu confesión. Por aquí hace ver ya que habían de ser muchos los que creerían, y así levanta el pensamiento de Pedro y le constituye pastor de su Iglesia. Y las puertas; del infierno no prevalecerán contra ella. Y si contra ella no prevalecerán, mucho menos contra mí, No te turbes, pues, cuando luego oigas que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor: Y yo te daré las llaves del reino dé los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te daré las llaves? Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y no dijo: “Yo rogaré a mi Padre”; a pesar de ser tan grande la autoridad que demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso, Él dijo: Yo te daré. —¿Y qué le vas a dar, dime? —Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y cuanto tú desatares sobre la tierra, desatado quedará en los cielos. ¿Cómo, pues, no ha de ser cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su izquierda, cuando ahora dice: Yo te daré? ¿Veis cómo Él mismo, levanta a Pedro a más alta idea de Él y se revela a sí mismo y demuestra ser Hijo de Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas que atañen sólo al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a su Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la firmeza de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo que aquí promete el Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo decía hablando con Jeremías: Que le haría como una columna de bronce o como una muralla”. Sólo que a Jeremías le hace tal para una sola nación, y a Pedro para la tierra entera. Aquí preguntaba yo con gusto a quienes se empeñan en rebajar la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores: los que dio el Padre o los que dio el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de revelarle al Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo que hay en el cielo, pues le entregó sus llaves —Él, que extendió su Iglesia por todo lo descubierto de la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo: Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mi, palabra no pasará. El que tales dones da, el que tales hazañas, realizó, ¿cómo puede ser inferior? Y al hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque todo fue hecho por y sin El nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer callar la lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan.
Jesús prohíbe se revele su Mesianidad
- Mirad, pues, por todas partes la autoridad del Señor: Yo te digo: Tú eres Piedra. Yo edificaré mi Iglesia. Yo te daré las llaves de los cielos. Y entonces—después de dicho esto—les intimó que a nadie dijeran que Él era el Cristo. —A ¿qué fin semejante intimación? —Es que ante todo quería el Señor que desapareciera todo lo que podía escandalizarlos, que se consumara el misterio de la cruz y de cuanto Él tenía que padecer, que no hubiera ya nada que pudiera impedir ni nublar la fe de las gentes en Él, y entonces, sí, clara e inconmovible, grabar en el alma de sus oyentes la conveniente idea que de Él habían de tener. Porque todavía no había brillado con entera claridad su poder. De ahí que Él quería ser predicado por los apóstoles, cuando la verdad de las cosas y la fuerza de los hechos vendrían a corroborar lo que ellos dirían sobre su persona. Porque no era lo mismo verle en Palestina tan pronto haciendo milagros como ultrajado y perseguido—más que más, cuando a los milagros tenía que suceder la cruz—y verle adorado y creído por toda la tierra, sin tener ya que sufrir nada de cuanto antes había sufrido. De ahí su orden ahora de que a nadie dijeran nada. Porque lo que una vez arraigó y luego se arranca, difícilmente hubiera vuelto a echar nuevamente raíces plantado en el alma de las gentes; en cambio, lo que una vez fijo sigue allí inconmovible, sin que de parte alguna se le haga daño, eso es lo que brota fácilmente y crece a mayor altura. Y es así que si quienes habían presenciado tantos milagros y a quienes se les habían revelado tan inefables misterios se escandalizaron de solo oír hablar de la cruz, y no sólo ellos en general, sino el mismo director de coro, que era Pedro, considerad qué hubiera naturalmente pasado a la muchedumbre si por un lado se les decía que Jesús era Hijo de Dios y por otro le veían crucificado y escupido, cuando nada sabían aún de estos misterios inefables ni habían recibido la gracia del Espíritu Santo. Porque si a sus mismos discípulos hubo de decirles Señor: Muchas cosas tengo aún que deciros, pero no las podéis comprender ahora”, mucho menos lo hubiera comprendido el pueblo si antes del tiempo conveniente se le hubiera revelado el más alto de todos los misterios. De ahí la prohibición del Señor de que nada dijeran sobre su filiación divina. Y porque os deis cuenta de cuán conveniente era que sólo después—pasado ya cuanto podía escandalizarlos—se les diera la plena enseñanza de tan alta verdad, miradlo por el mismo Pedro, príncipe de los apóstoles. Porque ese mismo Pedro que después de tantos milagros se mostró tan débil que negó a su maestro y tembló de una vil criadilla, una vez que la cruz fue delante y tuvo pruebas claras de la resurrección y nada había ya que pudiera escandalizarle ni turbarle; Pedro, digo, tan inconmoviblemente mantuvo la enseñanza del Espíritu Santo, que con más vehemencia que un león saltó en medio del pueblo judío, a despecho de los peligros infinitos de muerte que le amenazaban. Porque muchas cosas—les dice—tengo aún que deciros; pero no podéis comprenderlas ahora. Y es así que los apóstoles no comprendieron muchas cosas que el Señor les había dicho, y que no se les aclararon antes de la cruz. Cuando hubo resucitado, cayeron en la cuenta de algunas de ellas. Con razón, pues, les mandó que no las dijeran antes de la cruz a la muchedumbre, pues a ellos mismos, que las habían de enseñar, no se atrevió a encomendárselas todas antes de la cruz.
La primera predicción de la Pasión
Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que era menester que É1 sufriera… Desde entonces. ¿Cuándo? Cuando había impreso en ellos el dogma de su filiación divina, cuando había introducido en la Iglesia las primicias de las naciones. Mas ni aun así entendieron su palabra. Era—dice otro evangelista—esta palabra escondida para ellos Y se hallaban como en tinieblas, no sabiendo que tenía Él que resucitar. De ahí que el Señor se detiene en lo desagradable y explana su discurso, a ver si logra abrirles la inteligencia y comprenden, en fin, lo que les quiere decir. Pero ellos no le entendieron, sino que aquella palabra era para ellos cosa oculta. Por añadidura, tenían miedo a preguntarle, no si había de morir, sino cómo y de qué manera moriría. ¿Qué misterio, pues, es éste? Que no sabían ni qué cosa fuera resucitar, y ellos creían que era mucho mejor no morir. De ahí nuevamente, cuando todos están turbados y perplejos, Pedro, ardiente siempre, es el único que se atreve a hablar de ello. Mas ni éste se atreve a hacerlo en público, sino tomando a Jesús aparte, es decir, separándose de sus compañeros. Entonces, le dice: Dios te libre, Señor, de que tal cosa te suceda. ¿Qué es esto? El que había gozado de una revelación, el que había sido proclamado bienaventurado, ¿cae tan rápidamente y se espanta de la pasión? ¿Y qué maravilla es que tal le sucediera a quien en esto no había recibido revelación alguna? Para que os deis cuenta cómo en la confesión del Señor no habló Pedro de su cosecha, mirad cómo en esto que no se le ha revelado se turba y sufre vértigo, y mil veces que oiga lo mismo, no sabe de qué se trata. Que Jesús era Hijo de Dios, lo supo; pero el misterio de la cruz y de la resurrección todavía no le había sido manifestado. Era ésta —dice el evangelista—palabra escondida para ellos. ¿Veis con cuánta razón mandó el Señor que no fuera manifestado a los otros? Porque si a quienes tenían necesidad de saberlo, de tal modo los perturbó, ¿qué les hubiera pasado a los demás? El Señor, empero, para hacer ver cuán lejos estaba de ir a la pasión contra su voluntad, no sólo reprendió a Pedro, sino que le llamó Satanás.
No nos avergoncemos de la Cruz del Señor
- Oigan esto cuantos se avergüenzan de la pasión y de la cruz de Cristo. Porque si el Príncipe de los Apóstoles, aun antes de entender claramente este misterio, fue llamado Satanás por haberse avergonzado de él, ¿qué perdón pueden tener aquellos que, después de tan manifiesta demostración, niegan la economía de la cruz? Porque si el que así fue proclamado bienaventurado, si el que tan gloriosa confesión hizo, tal palabra hubo de oír, considerad lo que habrán de sufrir los que, después de todo eso, destruyen y anulan el misterio de la cruz. Y no le dijo el Señor a Pedro: “Satanás ha hablado por tu boca”, sino: Vete detrás de mí, Satanás. A la verdad, el deseo de Satanás era que Cristo no sufriera. De ahí la viveza con que el Señor reprende a Pedro, pues sabía muy bien que eso era lo que él y los otros más temían y la dificultad que tendrían en aceptarlo. De ahí también que descubra lo que su discípulo pensaba dentro de su alma, diciendo: No sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.
¿Qué quiere decir: No sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres? Quiere decir que Pedro, examinando con razonamiento humano y terreno el asunto, juzgaba vergonzoso e indecoroso que Cristo padeciera. Mas el Señor, atacándole derechamente, le dice: “No es para mí indecoroso padecer. Eres tú más bien el que juzgas de ello con ideas carnales. Porque si hubieras oído mis palabras con sentido de Dios, libre de todo pensamiento carnal, hubieras comprendido que eso es para mí lo más decoroso. Tú piensas que el padecer es indigno de Mí; pero yo te digo que es intención diabólica que yo no padezca”. Así; con razones contrarias, trata el Señor de quitar a Pedro toda aquella angustia. A Juan, que tenía por indigno del Señor recibir de sus manos el bautismo, éste le persuadió que le bautizara, diciéndole: Así es conveniente para nosotros. Y al mismo Pedro, que se oponía a que le lavara los pies, le dijo: Si no te lavare los pies, no tienes parte conmigo. Así también ahora le contiene con razones contrarias, y con la viveza de la reprensión suprime todo el miedo que le inspiraba el padecer. Que nadie, pues, se avergüence de los símbolos sagrados de nuestra salvación, de la suma de todos los bienes, de aquello a que debemos la vida y el ser; llevemos más bien por todas partes, como una corona, la cruz de Cristo. Todo, en efecto, se consuma entre nosotros por la cruz. Cuando hemos de regenerarnos, allí está presente la cruz; cuando nos alimentamos de la mística comida; cuando se nos consagra ministros del altar; cuando quiera se cumple otro misterio alguno, allí está siempre este símbolo de victoria. De ahí el fervor con que lo inscribimos y dibujamos sobre nuestras casas, sobre las paredes, sobre las ventanas, sobre nuestra frente y sobre el corazón. Porque éste es el signo de nuestra salvación, el signo de la libertad del género humano, el signo de la bondad del Señor para con nosotros: Porque como oveja fue llevado al matadero”. Cuando te signes, pues, considera todo el misterio de la cruz y apaga en ti la ira y todas las demás pasiones. Cuando te signes, llena tu frente de grande confianza, haz libre tu alma. Sabéis muy bien qué es lo que nos procura la libertad. De ahí que Pablo, para 11evarnos a ello, quiero decir, a la libertad que a nosotros conviene, nos llevó por el recuerdo de la cruz y de la sangre del Señor: Por precio—dice—fuisteis comprados. No os hagáis esclavos de los hombres. Considerad—quiere decir—el precio que se pagó por vosotros y no os haréis esclavos de ningún hombre. Y precio llama el Apóstol a la cruz. No basta hacer simplemente con el dedo la señal de la cruz, antes hay que grabarla con mucha fe en nuestro corazón. Si de este modo la grabas en tu frente, ninguno de los impuros demonios podrá permanecer cerca de ti, contemplando el cuchillo con que fue herido, contemplando la espada que le infligió golpe mortal. Porque si a nosotros nos estremece la vista de los lugares en que se ejecuta a los criminales, considerad qué sentirán el diablo y sus demonios al contemplar el arma con que Cristo desbarató todo su poderío y cortó la cabeza del dragón. No os avergoncéis de bien tan grande, no sea que también Cristo se avergüence de vosotros cuando venga en su gloria y vaya delante el signo de la cruz más brillante que los rayos del sol. Porque, si, entonces aparecerá la cruz, y su vista será como una voz que defenderá la causa del Señor y probará que nada dejó Él por hacer de cuanto a Él le tocaba. Este signo, en tiempo de nuestros antepasados, como ahora, abrió las puertas cerradas, neutralizó los venenos mortíferos, anuló la fuerza de la cicuta, curó las mordeduras de las serpientes venenosas. Mas si él abrió las puertas del infierno y desplegó la bóveda del cielo y renovó la entrada del paraíso y cortó los nervios al diablo, ¿qué maravilla es que triunfe de los venenos mortíferos y de las fieras y de todo lo demás?
Termina el panegírico de la Cruz
- Grabemos, pues, este signo en nuestro corazón y abracemos lo que constituye la salvación de nuestras almas. La cruz salvó y convirtió a la tierra entera, desterró el error, hizo volver la verdad, hizo de la tierra cielo y de los hombres ángeles. Por ella los demonios no son ya temibles, sino despreciables; ni la muerte es muerte sino sueño. Por ella yace por tierra y es pisoteado cuanto primero nos hacía la guerra. Si alguien, pues, te dijere: “¿Al crucificado adoras?”, contéstale con voz clara y alegre rostro: “No sólo le adoro, sino que jamás cesaré de adorarle”. Y si él se te ríe, llórale tú a él, pues está loco. Demos gracias al Señor de que nos ha hecho tales beneficios, que ni comprendidos pueden ser sin una revelación de lo alto. Porque si ese pobre gentil se ríe, es justamente porque el hombre animal no comprende las cosas del espíritu”. Lo mismo les pasa a los niños cuando ven algo grande y maravilloso. A los más sagrados misterios que lleves a un niño, se reirá. A tales niños se parecen los gentiles, o, por mejor decir, aún son ellos más necios, y por ello también más desgraciados, pues sin hallarse ya en la primera edad, sino en edad perfecta, sufren lo que es de niños pequeños,(De ahí que tampoco son dignos de perdón) Mas nosotros, con clara voz, levantando fuerte y alto nuestro grito, y con más libertad y franqueza si nos escuchan gentiles, digamos y proclamemos que toda nuestra gloria es la cruz, que ella es la suma de todos los bienes, nuestra confianza y nuestra corona toda Quisiera yo también poder decir con Pablo “que por ella el mando ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo”; pero no puedo decirlo, dominado como me veo por tan varias pasiones. Por eso yo os exhorto a vosotros, y, antes que a vosotros, a mí mismo, a crucificarnos para el mundo, a no tener nada de común con la tierra, sino a amar nuestra patria de arriba y la gloria y los bienes que allí nos esperan.
Somos soldados de Cristo
A la verdad, soldados somos del rey del cielo, y las armas espirituales nos hemos vestido, ¿A qué, pues, llevar una vida de tenderos o mendigantes o, por mejor decir, de viles gusanillos? Donde está el rey, allí debe también estar su soldado. Porque, sí, soldados somos, no de los que están lejos, sino de los que están cerca, Un rey de la tierra no puede hacer que todos sus soldados estén en su palacio ni a su lado; pero el rey del cielo quiere que todos los suyos estén junto a su trono real. -¿Y cómo es posible—me dirás—que, estando aún en la tierra, estemos ¡tinto al trono de Dios? —Porque también Pablo, aun estando en la tierra, estaba donde están los serafines y querubines y más cerca de Cristo que la escolta lo está del emperador. Los guardias muchas veces vuelven la vista a una y otra parte; pero al Apóstol nada le distraía, nada le apartaba, sino que todo su pensamiento lo tenía constantemente fijo en su rey Cristo. De suerte que, si queremos, también para nosotros es eso posible. Si el Señor estuviera en un lugar remoto, con razón tendrías dificultad; mas como Él asiste en todo momento al alma fervorosa y atenta, cerca está de nosotros. De ahí que dijera el profeta: No temeré mal alguno, porque tú estás conmigo 17. Y Dios mismo, a su vez: Yo soy un Dios cercano y no lejano. Así, pues, a la manera que los pecados nos alejan de Dios, así la justicia nos acerca a Él. Cuando tú estés aun hablando—dice—, yo diré: Fleme aquí. ¿Qué padre puede así escuchar jamás a sus hijos? ¿Qué madre está tan apercibida y siempre a punto, a ver si la llaman sus hijos? Nadie en absoluto; ni padre ni madre; sólo Dios está siempre esperando a ver si le invoca alguno de los suyos, y jamás, si le invocamos como debemos, deja de escucharnos. Por eso dice: Cuando aún estés hablando. No espero a que termines tu oración. Inmediatamente te escucho. Invoquémosle, pues, como Él quiere ser invocado. ¿Y cómo quiere ser invocado? Desata—dice—toda atadura de iniquidad; rompe las cuerdas de los contratos violentos, rasga toda escritura inicua. Rompe tu pan con el hambriento, y a los mendigos sin techo mételos en tu casa.. Si ves a un desnudo, vístele, y no mires con desdén a los que son de tu; propia sangre. Entonces romperá matinal: tu luz y tus curaciones brotarán rápidamente, y tu justicia caminará delante de ti, y la, gloria de Dios te vestirá. Entonces, tú me invocarás y yo te escucharé. Cuando tú estés aún hablando, yo diré: Heme aquí”. — ¿Y quién—me dices—podrá hacer todo eso? — ¿Y quién—te respondo—no lo puede? ¿Qué hay de difícil, qué hay de trabajoso en todo lo dicho?
¿Qué hay que no sea fácil? Es no sólo posible, sino tan fácil, que muchos hay que han pasado más allá de la meta, y no sólo rasgan toda escritura inicua, sino se desprenden hasta de sus propios bienes; no sólo admiten a su mesa y bajo su techo a los pobres, sino que les dan su propio sudor y trabajan para que ellos coman; y no sólo hacen beneficios a sus familiares, sino a sus mismos enemigos.
Las recompensas que se nos prometen hacen fácil lo que se nos manda
- ¿Qué hay en absoluto difícil en las palabras citadas? No nos dice el profeta: “Traspasa las montañas, atraviesa el mar, cava tantas y tantas yugadas de tierra, permanece sin comer, vístete de saco”. No. Lo que nos manda es que demos a nuestros familiares, que repartamos nuestro pan, que rompamos las escrituras injustamente hechas. ¿Hay algo, dime, más fácil que todo eso? Mas si aun así te parece difícil, considera, te ruego, los premios que se nos prometen, y todo se te hará fácil. Porque al modo como los emperadores, en las carreras de caballos, ponen delante de los que van a competir coronas, premios y vestidos, así también Cristo nos pone en medio del estadio sus premios, que Él extiende como con muchas manos, por medio de las palabras del profeta.
Ahora bien, los emperadores, por muy emperadores que sean, como hombres, al fin, cuya riqueza se consume y cuya liberalidad se acaba, tienen interés en que lo poco aparezca como mucho; de ahí que, poniendo sendos premios en manos de cada uno de sus servidores, los sacan así a la pública vista. Todo lo contrario nuestro emperador. Como es infinitamente rico y nada hace por ostentación, todo lo reúne juntamente y así lo presenta al público; bienes que, extendidos, no tendrían límite alguno y necesitarían de muchas manos para retenerlos. Y para que te des cuenta de ello, examina con diligencia cada uno de esos bienes: Entonces romperá matinal tu luz. ¿No es así que, a primera vista, no hay aquí más que un don único? Pues no es único, sino dentro de sí lleva muchas otras recompensas, coronas y premios. Y, si os place, vamos a desplegar y mostrar, en cuanto cabe, toda la riqueza que en sí encierra. Sólo quisiera que no os cansarais. Y, ante todo, sepamos qué quiere decir: Romperá. Porque no dijo “parecerá”, sino: Romperá. Es que quería el Señor dar a entender la rapidez y abundancia con que brotará la luz, y cuán ardientemente desea Él nuestra salvación, y cómo los mismos bienes sienten como dolor de parto y se dan prisa para salir, sin que haya nada capaz de detener su ímpetu inefable, Por todos estos modos nos da Él a entender su generosidad y la abundancia sin límites de su riqueza.
¿Y qué quiere decir matinal? Quiere decir que esos bienes no nos llegan después de haber pasado nosotros por las pruebas y tentaciones, no después de la acometida de los males, sino adelantándose a todo eso. Como un fruto que madura antes de tiempo, así sucede aquí, dándonos nuevamente a entender la rapidez, como anteriormente dijo: Cuando aún estés tú hablando, yo diré: Heme aquí. ¿Y de qué luz nos habla? ¿Qué especie de luz es ésa? No de esta sensible, sino de otra mucho mejor, la luz que nos hace ver el cielo y los ángeles y los arcángeles y los querubines y serafines, los principados, las potestades, los tronos, las dominaciones, todo el ejército entero, los regios palacios y las tiendas eternas. Si de aquella luz te hicieres digno, no sólo verás todo esto, sino que te librarás del infierno, y del gusano venenoso, y del rechinar de dientes y de las cadenas irrompibles, y de la angustia y de la tribulación y de las tinieblas sin luz y de ser partido por medio, y de los ríos de fuego y de la maldición y de los parajes del dolor. En cambio, irás a otros de donde huyó el dolor y la tristeza; donde reina alegría y paz inmensa y caridad y gozo y placer; donde la vida es eterna y la gloria inefable y la belleza inexplicable. Allí los eternos tabernáculos, allí la gloria inefable del rey y aquellos bienes que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre llegaron. Allí la espiritual cámara nupcial, los tálamos de los cielos, las vírgenes con sus lámparas encendidas y los convidados con su ropa de bodas. Allí las riquezas infinitas del Señor y sus tesoros regios. ¿Ves cuán grandes premios nos quiso mostrar en una sola palabra y cómo todo lo amontonó en uno? Por modo semejante, desplegando cada una de las otras expresiones, hallaríamos riqueza inmensa y un océano sin fondo.
Exhortación final: pasemos por todo a trueque de alcanzar tan grandes bienes
¿Todavía, pues, daremos largas; todavía, decidme, vacilaremos en socorrer a los necesitados? No, yo os lo suplico. Aun cuando hubiéramos de perderlo todo, aun cuando tuviéramos que arrojarnos al fuego y romper por entre espadas y saltar por encima de cuchillos y sufrir cualquier otra cosa, soportémoslo todo fácilmente, a fin de alcanzar la vestidura del reino de los cielos y su gloria inefable. La cual ojalá todos logremos, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
-En Santo Tomás de Aquino
Catena Áurea[4]
Teofilacto
Después que llevó a sus discípulos lejos de los judíos, les pregunta sobre sí mismo, para que sin temor a los judíos le respondan la verdad. “Desde allí -dice- partió Jesús con sus discípulos por las aldeas cercanas de Cesarea de Filipo”.
San Jerónimo super Mat. cap. 16
Este Filipo fue hermano de Herodes, del cual hablamos antes, y que en honor de Tiberio César, llamó Cesarea de Filipo al pueblo que lleva hoy el nombre de Paneas.
“Y en el camino les hizo esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?”
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Pregunta, aunque lo sabe, porque convenía que los discípulos en algún momento hablasen de El mejor que las gentes.
Beda, in Marcum, 2, 35
Les pregunta primeramente cómo pensaban los hombres para examinar luego la fe de los mismos discípulos, pues de otro modo, podía fundarse su confesión en la opinión de la gente.
“Respondiéronle: Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, y otros, en fin, que eres uno de los antiguos profetas”.
Teofilacto
Muchos creían que San Juan había resucitado de entre los muertos, entre ellos Herodes, y que después de su resurrección había obrado milagros. Después de haberles preguntado la opinión de los demás, les pregunta la suya, como se ve por las siguientes palabras: “Díceles entonces: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 54, 1
Por los mismos términos de la pregunta les induce a formar un concepto mejor y más elevado de Él, separándolos de las multitudes. La respuesta del jefe de los discípulos, autoridad de los apóstoles, fue en nombre de todos la siguiente: “Pedro, respondiendo, le dice: Tú eres el Cristo”.
Teofilacto
Confiesa que Él era Cristo, anunciado por los profetas. Pero San Marcos pasa por alto lo que contestó el Señor a la confesión de Pedro y los términos en que le declaró bienaventurado, porque así no parece que trata de adular a su maestro. San Mateo, sin embargo, lo refiere clara y llanamente.
Orígenes, in Matthaeum, tom. 12,15
O bien: San Marcos y San Lucas no concluyeron la respuesta de San Pedro Tú eres Cristo con las palabras que recogió San Mateo: Hijo de Dios vivo ( Mt 16,16), por lo que no escribieron la confesión completa.
“Y les prohibió rigurosamente el decir esto”, etc.
Teofilacto
Quería, pues, ocultar su gloria, para que los que pudieran escandalizarse por ello no mereciesen mayor pena.
San Juan Crisóstomo
O para infundir en ellos una fe pura después de realizado el escándalo de la cruz. Después de la Pasión, y poco antes de la Ascensión, les dijo: “Id y enseñad a todas las gentes” ( Mt 28,19).
Teofilacto
Después que aceptó el Señor la confesión de los discípulos, que le llamaban el verdadero Dios, les revela el misterio de la Cruz. “Y comenzó a declararles cómo convenía que el Hijo del hombre padeciese”, etc. Y les habla con toda claridad, es decir, de la futura pasión. No entendían todavía los discípulos el orden de la verdad, ni podían comprender la resurrección, juzgando que era mejor no padeciese.
San Juan Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Les habló así el Señor en esta ocasión, para hacerles ver que convenía hubiese testigos que después de su cruz y de su resurrección lo predicasen. De nuevo el fogoso Pedro se atreve solo entre todos a cuestionar. “Pedro entonces, tomándolo aparte, comenzó a reprenderle diciéndole: Sé propicio para ti, Señor; mas eso no sucederá”.
Beda
Dijo esto movido por su afecto y buen deseo, como si quisiera decir: Eso no puede ser, y mis oídos se resisten a oír que el Hijo de Dios ha de ser muerto.
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum. hom. 55, 1
¿Cómo es, pues, que gozando de una revelación de Dios, cayó tan pronto San Pedro y perdió su estabilidad? Pero diremos que no es de admirar que ignorase esto, no habiendo recibido revelación sobre la pasión. Sabía por revelación que Cristo era Hijo de Dios vivo pero aún no le había sido revelado el misterio de la cruz y de la resurrección. Para manifestar, pues, que convenía que El llegase a la pasión, increpó a Pedro. “Pero Jesús, vuelto contra él -prosigue-, y mirando a sus discípulos, respondió ásperamente a Pedro, diciendo: “Atrás, Satanás” etc.
Teofilacto
Queriendo manifestar el Señor que era necesaria su pasión para la salvación de los hombres, y que sólo Satanás se oponía a ella para que no se salvase el género humano, llamó Satanás a Pedro, conociendo la oposición de éste a su pasión, y que era su adversario, puesto que Satanás significa adversario.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
No dijo al demonio que lo tentaba: “Atrás”, sino a San Pedro, dándole a entender que lo siguiese y que no se opusiese al objeto de su voluntaria pasión. “Porque no sabes las cosas de Dios -dice- sino las de los hombres”.
Teofilacto
Pedro no conocía más que lo que es humano, puesto que sus afectos eran carnales, y por tanto quería el descanso para el Señor y no la crucifixión.
-En el Catecismo de la Iglesia Católica
Nº 472
Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar “en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en “la condición de esclavo” (Flp 2, 7).
Nº 557
“Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: “No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13, 33).
Nº 474
Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
Nº 572
La Iglesia permanece fiel a “la interpretación de todas las Escrituras” dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua ((Lc 24, 27. 44-45): “¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lc 24, 26). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido “reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas” (Mc 8, 31), que lo “entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle” (Mt 20, 19).
Nº 649
En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él afirma explícitamente: “Doy mi vida, para recobrarla de nuevo … Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo” (Jn 10, 17-18). “Creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Ts 4, 14).
Nº 459
El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … “(Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: “Escuchadle” (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
Nº 2544
Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
-En el Magisterio de los Papas:
Juan Pablo II, Papa
Homilía (16-09-2001). Misa en Frosinone (Italia). Domingo 16 de septiembre del 2001
- “Danos, Padre, la alegría del perdón” (cf. Salmo responsorial).
La alegría del perdón: esta es la “buena nueva” que hoy la liturgia hace resonar con vigor entre nosotros. El perdón es alegría de Dios, antes que alegría del hombre. Dios se alegra al acoger al pecador arrepentido; más aún, él mismo, que es Padre de infinita misericordia, “dives in misericordia”, suscita en el corazón humano la esperanza del perdón y la alegría de la reconciliación.
Con este anuncio de consolación y paz vengo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas…
- “Dios es más grande que nuestro corazón”. Así hemos cantado en el Aleluya. En la primera lectura Moisés demuestra conocer el corazón de Dios, invocando su perdón para el pueblo infiel (cf. Ex 32, 11-13), pero es la página evangélica de hoy la que nos introduce plenamente en el misterio de la misericordia de Dios: Jesús nos revela a todos el rostro de Dios, haciéndonos penetrar en su corazón de Padre, dispuesto a alegrarse por la vuelta del hijo perdido.
También es testigo privilegiado de la misericordia divina el apóstol san Pablo, que, como hemos proclamado en la segunda lectura, al escribir a su fiel colaborador Timoteo, aduce su propia conversión como prueba de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores (cf. 1 Tm 1, 15-16).
Esta es la verdad que la Iglesia no se cansa de proclamar: Dios nos ama con un amor infinito. Dio a la humanidad a su Hijo unigénito, muerto en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Así, creer en Jesús significa reconocer en él al Salvador, a quien podemos decir desde lo más profundo de nuestro corazón: “Tú eres mi esperanza” y, juntamente con todos nuestros hermanos, “tú eres nuestra esperanza”.
- Jesús, nuestra esperanza.
[…]¡El perdón de Dios! Que este anuncio de felicidad, que el mundo necesita hoy particularmente, esté de modo especial en el centro de vuestra vida, queridos sacerdotes, llamados a ser ministros de la misericordia divina, que se manifiesta en su grado supremo en el perdón de los pecados. Precisamente al sacramento de la reconciliación quise dedicar la Carta a los sacerdotes del pasado Jueves santo. Y por eso, queridos hermanos en el sacerdocio, hoy vuelvo a entregaros idealmente este mensaje, invocando para cada uno de vosotros y para todo el presbiterio la sobreabundancia de gracia de la que nos ha hablado el apóstol san Pablo (cf. 1 Tm 1, 14). Y vosotros, religiosos y religiosas, irradiad con vuestro ejemplo la alegría de quien ha experimentado el misterio del amor de Dios, expresado muy bien en el Aleluya: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16).
- En nuestro tiempo, es urgente proclamar a Cristo, Redentor del hombre, para que su amor sea conocido por todos y se difunda por doquier. El gran jubileo del año 2000 fue un vehículo providencial de este anuncio. Pero es preciso seguir recorriendo este camino. Por eso, en la clausura del Año santo, volví a dirigir a la Iglesia y al mundo la invitación que Cristo hizo a Pedro: “Duc in altum, Rema mar adentro” (Lc 5, 4).
Ojalá que se multipliquen en las comunidades parroquiales los momentos fuertes de estudio y reflexión sobre la palabra de Dios. Meditar, profundizar y amar la sagrada Escritura quiere decir ponerse a la escucha humilde y atenta del Señor, para que la comunidad crezca en torno a la mesa de esta Palabra: ella ilumina las orientaciones y las opciones, muestra los objetivos que hay que alcanzar, pero, ante todo, hace arder la fe en los corazones, alimenta la esperanza, y da vigor al deseo de anunciar a todos la buena nueva. Esta es la nueva evangelización, para la cual vuestra comunidad diocesana ha instituido un “Centro pastoral” específico.
- Amadísimos hermanos y hermanas, que la Eucaristía sea el centro y la guía de vuestro itinerario espiritual y apostólico. En efecto, la vida sacramental es fuente de gracia y salvación para la Iglesia. Todo parte de Cristo-Eucaristía y todo vuelve a Cristo vivo, corazón del mundo, corazón de la comunidad diocesana y parroquial. Si, como os deseo, lográis poner a Cristo en el centro de vuestra vida, descubriréis que no sólo os pide a cada uno acogerlo personalmente, sino también ofrecerlo, darlo, transmitirlo, comunicarlo a los demás. Así, en su nombre os convertiréis en “buenos samaritanos” para las personas necesitadas, para los pobres, para los últimos y para tantos inmigrantes que han venido a esta región desde países lejanos. Experimentaréis que toda la actividad pastoral de los centros diocesanos “para el culto y la santificación” y “para el servicio y el testimonio de la caridad” brota de la fuente sobreabundante de santidad que es el misterio eucarístico, y a todos llama a tender a la santidad.
Tras la huellas de los santos y santas de esta tierra de Ciociaria, también vosotros tened como objetivo fundamental llegar a ser santos, como es santo el Padre celestial, como es santo el Hijo Jesucristo y como es santo el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón. Y se llega a ser santo con la oración, con la participación en la Eucaristía, con las obras de caridad y con el testimonio de una vida humilde y generosa en el bien.
- Quiero dirigir ahora mi palabra en particular a los padres. Queridas madres y queridos padres, con vuestra entrega mostrad a vuestros hijos que Dios es bueno y grande en el amor. Indicadles con una vida honrada y laboriosa que la santidad es el camino “normal” de los cristianos.
[…] Que María, Madre de la Iglesia, te acompañe con su intercesión para que, así como has orado intensamente preparando mi visita pastoral, así también sigas siendo una comunidad viva, firme en la fe, unida en la esperanza y perseverante en la caridad. Amén.
[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa
[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.
[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.
[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468). La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.