Lectio 2 de septiembre

Tema: Lectio divina con el evangelio de la Misa del  domingo XXI del tiempo durante el año. 2 de septiembre de 2018 (san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23).

  • SEÑAL DE LA CRUZ.
  • INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo 
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu 
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.

  • LECTIO

Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de  la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.  

Del evangelio según  san Marcos (7, 1-8.14-15.21-23)

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?». Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». Palabra del Señor.

  • MEDITATIO 

Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.     

San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: Las tradiciones y la Ley. Homilía 51, sobre San Mateo

Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos, etc. (Mt 15,1).

ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando hizo infinitos milagros; cuando curó a los enfermos al contacto de la orla de su vestido. Declara el tiempo el evangelista para manifestar la enorme perversidad de aquellos hombres que por nada cedían. ¿Qué significa eso de fariseos y escribas venidos de Jerusalén? Lo dice porque aún cuando estaban dispersos entre todas las tribus y divididos en las doce partes, pero los de Jerusalén eran los más perversos, porque disfrutaban de más crecidos honores y eran muy arrogantes. Observa cómo por su mismo modo de preguntar quedan cogidos. Porque no dicen: ¿por qué traspasan la Ley de Moisés? sino: la tradición de los ancianos. Por aquí se ve que los sacerdotes habían metido muchas innovaciones, a pesar de que Moisés con terrores grandes y muchas amenazas había prohibido que algo se añadiera o quitara a la Ley: No añadirás nada a lo que yo os prescribo ni nada quitarás.” Sin embargo, ellos añadían novedades como era eso de no comer sin lavarse las manos y sin lavar las copas y vasos de bronce y purificarse. Y precisamente cuando ya era tiempo de eximirse de tales observancias fue cuando ellos más se ataron a ellas. Temían que alguien les arrebatara el principado y anhelaban hacerse más temibles con su papel de legisladores.

Llegó a tales términos la perversidad que sus preceptos se guardaban y en cambio se violaba la Ley de Dios. Y en tal manera se habían impuesto, que era pecado violar sus mandamientos. Había en esto una doble falta: que introducían innovaciones y que, sin tener en cuenta lo de Dios, vindicaban en forma tan rígida lo suyo. Ahora, haciendo a un lado lo de las medidas y lo de las copas de bronce, que eran cosas ridículas, traen al medio lo que les pareció de mayor importancia; y esto con el objeto, según me parece, de concitar contra Cristo la cólera del pueblo. Por lo mismo, trajeron a la memoria los ancianos, como si Cristo los despreciara, y tomar de aquí ocasión de acusarlo.

Nosotros debemos ante todo examinar por qué los discípulos comían sin lavarse las manos. ¿Por qué causa comían así? No lo hacían deliberadamente y con torcida intención, sino que para atender a lo necesario omitían lo superfluo. Tampoco tenían como ley el comer con las manos lavadas o sin lavar, sino que hacían lo uno y lo otro según se presentaba la ocasión. Si no se cuidaban del necesario sustento ¿por qué se iban a cuidar con diligencia de eso otro? Como esto aconteciera a los discípulos muchas veces en que de pronto y como fortuitamente tenían que hacerlo, por ejemplo cuando comían en el desierto y cuando arrancaron las espigas, los escribas y fariseos, que siempre descuidaban lo importante y en cambio cuidadosamente procuraban lo superfluo, tomaron ocasión de aquello como si fuera un pecado, para acusar a Cristo. ¿Qué hace Jesús? No atiende a eso ni rechaza la acusación, sino que al punto los recrimina, con el objeto de reprimir su audacia. Y para manifestar que quien cae en pecados mayores no debe tan cuidadosamente indagar las faltas pequeñas de otros Como si les dijera: Vosotros que debíais ser acusados, acusáis.

Quisiera yo que consideres cómo Jesús, cuando quiere abrogar alguna de las prescripciones legales, lo hace como si quisiera excusarse. Y así procede ahora. Porque no procede inmediatamente a tratar de las transgresiones, ni dice: Esto no tiene importancia, pues habría vuelto a los escribas y fariseos más feroces aún, sino que primero les humilla su audacia, trayendo al medio un crimen de ellos mucho mayor y echándoselo en cara. Tampoco dice de ellos que obren rectamente en las transgresiones para no darles agarradera, ni los reprende para no parecer que confirma la Ley, ni tampoco acusa a los ancianos como perversos y malos, pues lo habrían odiado como a querelloso; sino que haciendo a un lado todo eso, echa por otro camino Aparentemente parece redargüir a los que se le acercaron, pero en el fondo alude a los que semejante ley pusieron, sin nombrar para nada a los ancianos, aunque reprobándolos también a éstos en la acusación que pone contra aquéllos y pone de manifiesto que cometen un doble pecado: el no obedecer a Dios y el proceder así por agradar a los hombres.

Como si les dijera: precisamente esto es lo que os ha perdido, que en todo obedezcáis a los ancianos. No lo dice claramente, pero lo deja entender cuando les responde: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones? Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldijere a su padre o a su madre sea muerto? Pero vosotros decís: Si alguno dijere a su madre: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda, ése no tiene que honrar a su padre; y habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. No dice por la tradición de los ancianos, sino vuestra, y también: vosotros de–cís. No dice ancianos para que la contestación resultara menos molesta. Pues los escribas y fariseos intentaban demostrar que los discípulos eran transgresores de la Ley, Cristo les prueba que son ellos los trangresores verdaderos, y que los discípulos están libres de culpa. Ni es ley lo que los hombres establecen, y por eso la llama tradición, que es cosa propia de hombres en exceso perversos. Y como el mandato de lavarse las manos no era contrario a la Ley, Él les trae al medio otra tradición que sí era contraria a la Ley.

Lo que dice Jesús significa lo siguiente. Los escribas y fariseos enseñaron a los jóvenes, so capa de piedad, a despreciar a sus padres. ¿Cómo y por qué medio? Si algún padre decía a su hijo: dame esa oveja que tienes, o ese ternero u otra cosa cualquiera, el hijo respondía: Eso que quieres que te dé es don prometido a Dios y tú no puedes recibirlo De donde se seguía un doble mal. Pues ni lo daban a Dios y en cambio defraudaban a sus padres bajo la excusa de ser aquello oblación hecha a Dios; de manera que les hacían injusticia en nombre de Dios, y a Dios en nombre de los padres. Pero Jesús no les dice esto al punto, sino que primero les recuerda la Ley, por la que Dios manifiesta su voluntad absoluta de que se honre a los padres. Porque dice: Honra a padre y madre para que vivas largo tiempo sobre la tierra. Y también: Quien maldijere a su padre o a su madre, muera. Cristo, dejando a un lado el premio que recibirán los que honren a sus padres, enuncia lo que es más tremendo, o sea el castigo que recibirán los que no los honren. Y lo hace tanto para apartarlos de ese crimen como para atraer a los que sean prudentes. Además por aquí hace a los escribas y fariseos dignos de muerte. Porque si quien con palabras no honra a sus padres es castigado, mucho más lo seréis vosotros: como si les dijera -pues los deshonráis con obras. Y no sólo los deshonráis, sino que enseñáis lo mismo a otros.

Entonces ¿por qué vosotros, que ni aun debíais estar entre los vivos, acusáis a los discípulos? No es de maravillar que contra mí, a quien hasta ahora no conocíais, os mostréis tan rijosos cuando lo mismo hacéis respecto de vuestros padres. Porque por todas partes afirma y demuestra que de esta raíz les ha nacido toda su arrogancia. Hay algunos que interpretan este pasaje de otro modo, es decir, aquello de: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda. Es decir: No te debo honor alguno; si te honro lo hago sin obligación, puesto que todo podía yo convertirlo en oblación a Dios. Pero Cristo aquí no trató de esa forma de injuria. Marcos lo dice más claro: Corbán, esto es ofrenda, sea todo lo que de mí pudiera serle que propiamente no significa don o regalo, sino oblación en sentido estricto.

Una vez que Cristo les demostró que quienes pisoteaban la ley de Dios no tienen derecho a reprender a otros, por haber traspasado la tradición de los ancianos, luego aduce la prueba con las palabras del profeta. Y tras de haberlos redargüido con vehemencia, prosigue adelante, como lo hace siempre citando las Escrituras, para demostrar además que El está de acuerdo con la palabra de Dios. ¿Qué es lo que dice el profeta?: Este pueblo se me acerca sólo de palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí; y su temor de mí no es sino un mandamiento humano A ¿Ves cuan exactamente consuena la profecía con lo dicho, y cómo ya de antiguo predice la perversidad de ellos? Lo que ahora Cristo dice acusándolos eso mismo ya anteriormente lo había dicho Isaías, o sea que despreciaban los mandatos de Dios.

Porque dice: Sólo me honra con los labios, mientras que cuidan grandemente de sus propios preceptos, enseñando mandatos de hombres. Con razón, pues, los discípulos no los guardan. Dado este golpe mortal y reforzada su acusación por los hechos, las propias sentencias de ellos y lo del profeta, ya no se ocupa de aquellos escribas y fariseos, puesto que era imposible enmendarlos; sino que se vuelve con su discurso a las turbas para exponerles una verdad sublime, grande, llena de alta sabiduría. Y tomando pie de lo dicho, explicó algo más eximio aún y excluyó la diferencia de alimentos. Pero atiende a la ocasión. Habiendo limpiado al leproso, removió la ley del sábado, se declaró rey de tierras y mares, estableció leyes, perdonó pecados, resucitó muertos y dio infinitas pruebas de su divinidad; y finalmente ahora habla de los alimentos. Porque todo el judaismo a esto se había reducido; y si esto suprimes, a todo él lo habrás suprimido. Porque partiendo de aquí demuestra que también es necesario abrogar la circuncisión. Aunque esto último no lo aclaró por entonces, por ser un precepto más antiguo y que con mayor reverencia y piedad se guardaba. Más adelante lo abrogó por medio de sus discípulos. Era un precepto tan magno que cuando los discípulos quisieron abrogarlo, pasado ya mucho tiempo, comenzaron por practicarlo y hasta al fin lo abolieron.

Considera en qué forma Cristo induce la ley. Dice el evangelista: Y llamando en seguida a la multitud, les dijo: Oíd y entended. Porque no simplemente lo anuncia a las turbas, sino que primero procura, mediante el honor y la oficiosidad, ganar atención para sus palabras. Esto es lo que deja entender el evangelista cuando dice: Y llamando enseguida. Lo mismo procura aprovechando la oportunidad del tiempo. Una vez que había refutado victoriosamente a los escribas y fariseos y los había confundido con la autoridad del profeta, entonces comienza a legislar, o sea cuando más fácilmente podían captar lo que les decía. Y no sólo llama a las turbas, sino que las hace atentas diciendo: Entended, es decir, meditad, levantad vuestros ánimos, porque digna es de atención la ley que luego quedará escrita.

Porque si ellos, fuera de oportunidad, quebrantaron la ley por causa de su tradición y vosotros les habéis dado oídos, mucho más conviene que ahora me oigáis a mí que oportunamente os llevo a más alta sabiduría. No dijo: la distinción de alimentos nada es; ni tampoco: Moisés erróneamente mandó eso; ni tampoco: lo hizo para acomodarse a vosotros; sino que, entre amonestando y aconsejando y apoyándose en la naturaleza de las cosas, les dijo: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca. Atendiendo a la naturaleza de las cosas, profiere su ley y establece su parecer. Cuando esto oyeron no lo contradijeron ni le alegaron y objetaron: ¿Qué es lo que dices? Habiendo Dios dado innumerables preceptos acerca de la discriminación de alimentos ¿tú ahora estableces esta ley? Sino que, puesto que con vehemencia los había reprimido, no solamente refutándolos sino poniendo de manifiesto su dolo y revelando lo que ellos a ocultas tramaban y los secretos de sus corazones, se apartaron en silencio.

Pero tú considera cómo ni en público ni claramente había Cristo hablado de los alimentos. Por esto ni siquiera los nombró diciendo alimentos, sino: Lo que entra no mancha al hombre. Cosa que podían ellos suponer referirse a las manos no lavadas. Hablaba de los alimentos, pero podía entenderse de las manos no lavadas. Pues tan sagrada era la discriminación de alimentos, que aún después de la resurrección, Pedro decía: Señor, nunca he comido nada común o inmundo? Pues aun cuando esto lo decía por causa de otros y preparándose una defensa contra sus acusadores y mostrar así que se había resistido, sin embargo con esto demuestra la gran estima y cuidado que en la discriminación de animales se tenía.

Por eso Cristo a los comienzos no habló claramente acerca de los alimentos, sino que dijo: Lo que entra por la boca. Y también cuando luego más claramente parece haber hablado, no lo dio a entender sino hacia el fin, cuando dijo: Pero comer sin lavarse las manos eso no contamina al hombre; como si por aquí comenzara su discurso y que las otras cosas solamente las había intercalado. Por eso no dijo: la comida de los alimentos no contamina al hombre, sino que habló como si tratara de otra cosa, para que nada le pudieran objetar. Añade el evangelista que oyendo esto se escandalizaron, no ciertamente las turbas, sino los fariseos. Porque dice: Se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos al oírte se han escandalizado? Y sin embargo, Cristo nada había dicho contra ellos. Y ¿qué hace Cristo? No se pone a contradecir el escándalo, sino que los increpa diciendo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada. Porque sabía él muy bien cuándo se ha de despreciar el escándalo y cuándo no. Porque en otra parte dice: Mas, para no escandalizarlos, vete al mar y echa el anzuelo. Aquí, en cambio, dice: Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa.

Lo que dijeron los discípulos no fue tanto porque se condolieran de los fariseos, sino porque ellos mismos sentían un poco de turbación. Pero como no se atrevían a decirlo de sí mismos, querían aclarar la cosa contándola como de otros, Y que esto sea así, oye cómo el fervoroso Pedro, que siempre se adelantaba a los demás apóstoles, le dice: Explícanos esta parábola. Declaraba así la turbación de su ánimo, pero sin atreverse a decir abiertamente que aquello le molestaba, sino rogando que mediante la interpretación se le apaciguara su turbación. Pero entonces él a su vez fue reprendido. ¿Qué le dijo Cristo?: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada.

Los enfermos de maniqueísmo alegan este pasaje como dicho de la Ley; pero con lo que ya explicamos les quedan cerradas las bocas. Si de la ley lo decía ¿cómo es que poco antes la defendió y argumentó en su favor diciendo: Por qué traspasáis vosotros el mandato de Dios por vuestras tradiciones? ¿Cómo es que alega el testimonio del profeta que dice: Este pueblo me honra con los labios, etc.? ¡No! ¡esto lo afirma hablando de ellos y de sus tradiciones! Pues si Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre ¿cómo puede ser que lo que El dijo no sea implantación de Dios? También lo que sigue demuestra que Cristo hablaba de los fariseos y de sus tradiciones. Porque añade: Son ciegos y guías de ciegos. Si hubiera tratado de la Ley, habría dicho que ella es guía de ciegos. Pero no dijo así, sino: Son ciegos y guía de ciegos, vindicando así a la Ley de toda acusación y refiriéndolo todo a ellos. En seguida, para apartarles las turbas y que no las despeñaran al abismo, dice: Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya.

Gran mal es la ceguera. Pero ser ciego y no tener guía y además ofrecerse como guía es doble y triple crimen. Pues si es cosa peligrosísima que el ciego no tenga guía, es más peligroso aún que él se ofrezca como guía. Y ¿qué hace Pedro? No dijo: ¿por qué has dicho eso? Sino que pregunta como si le molestara la oscuridad de lo dicho. Ni dice ¿por qué has hablado en contra de la Ley? Pues temía que lo tuvieran por escandalizado. Tal es el motivo de que hable como si la cosa fuera oscura. Pero es cosa clara que no lo dijo por la oscuridad del dicho, sino por haberse escandalizado, ya que en lo dicho no había tal oscuridad.

Por esto Cristo lo increpa y dice: ¿Tampoco vosotros entendéis? Quizá las turbas no entendieran lo que Cristo decía, pero los discípulos sí se escandalizaron. Por lo cual al principio, como si preguntaran acerca de los fariseos, pedían una explicación. Pero cuando le oyeron que pesadamente conminando decía: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada; y luego: Son ciegos y guías de ciegos, se contuvieron. Por su parte Pedro, siempre ardoroso, ni aun así pudo callar, sino que dijo: Explícanos esta parábola. Cristo le responde con vehemencia: ¿Tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis? Lo dijo en tono de reprensión para quitarles el prejuicio y opinión preconcebida. Y no terminó aquí, sino que añadió: Todo lo que entra por la boca va al vientre y se expele en la letrina. Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no contamina al hombre.

¿Observas con cuánta vehemencia los increpa? Además toma sus argumentos de la naturaleza misma de las cosas, para de este modo rectificarles sus ideas. Pues cuando dice: Va al vientre y se expele en la letrina, todavía les habla en el bajo sentido de los judíos, pues dice que esas cosas no permanecen en el hombre, sino que se expelen. Pero aun cuando permanecieran, no manchan al hombre. Pero esto aún no podían entenderlo. Por esto el legislador le concede tanto tiempo cuanto el alimento permanece dentro; pero cuando ya ha salido, no, sino que ordena por la tarde lavarse y estar limpios, midiendo cuidadosamente el tiempo de la digestión y de la expulsión.

En cambio, lo del corazón, dice, permanece dentro, y cuando sale es cuando mancha y no mientras está dentro. Y pone en primer lugar los malos pensamientos, que era lo propio de los judíos. Y no argumenta aún por las leyes naturales, sino por lo que sale del vientre y del corazón, y de que unas cosas sale: y otras no. Pues unas cosas de fuera entran y salen de nuevo; otras, en cambio, nacidas dentro, cuando salen, manchan; y sobre todo al salir. Pero ellos no podían aún entender esto con la debida sabiduría, como ya dije. Marcos añade que Cristo lo dijo para declarar puros todos los alimentos. Pero Cristo no dijo abiertamente que comer tales alimentos no mancha al hombre; sin duda porque no le hubieran dado oídos si tan claramente les hablara.

Aprendamos, pues, qué cosas manchan al hombre: sepámoslo y apartémoslas. Porque veo que hay en la iglesia una costumbre de venir con los vestidos muy limpios y con las manos lavadas, pero en cambio, no se preocupan de presentar al Señor un alma limpia. Y no lo digo prohibiendo lavarse las manos o la boca, sino que yo prefiero que os lavéis no con agua, sino como debe ser con el baño de las virtudes. Las suciedades de la boca son las maldiciones, las blasfemias, las querellas, las palabras llenas de ira u obscenas, los chistes y payasadas. Si tienes conciencia de no haber dicho tales cosas y que no estás manchado con semejantes horruras, acércate confiadamente. Pero si en esto tienes innumerables manchas ¿para qué en vano te lavas con agua la lengua, mientras llevas en ella esas mugres dañinas y perniciosas?

Porque, dime: ¿Si tuvieras en tus manos estiércol y lodo te atreverías a orar? ¡De ningún modo! Y sin embargo, eso no causa daño alguno; mientras que lo otro es dañosísimo. Entonces ¿por qué en lo que es indiferente te muestras pío, mientras que eres negligente en lo que está prohibido? Dirás: ¿qué pues? Entonces: ¿no se ha de orar? En verdad que es necesario, pero no manchado con horruras, no cubierto de tanto lodo. Pero ¿y si por casualidad he caído? ¡Límpiate! ¿Cómo? Llora, gime, haz limosna, ponte de acuerdo con aquel a quien injuriaste, reconcíliate con él, limpia tu lengua, para que no irrites a Dios más gravemente.

Si alguien se te acercara como suplicante a tocar tus pies con las manos llenas de excremento, sin duda que no sólo no lo oirías, sino que a puntapiés lo rechazarías. Entonces ¿cómo te atreves a presentarte así a Dios? Porque manos del que suplica es la lengua y con ella toca las rodillas de Dios. ¡No la manches, para que no te diga: Cuanto multiplicáis las plegarias yo no escucho. Y también: La muerte y la vida están en el poder de la lengua. Y además: Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado. Guarda, pues, tu lengua más que la pupila de tus ojos. Corcel regio es la lengua. Si le pones freno y la enseñas a caminar rítmicamente, el rey se sentará en ella con quietud; pero si la dejas ir sin freno y que ande saltando, será cabalgadura del diablo y de los demonios. Cuando tú has dormido con tu mujer, cosa que no es pecado, no te atreves a orar; y en cambio, tras de la querella y las injurias, merecedoras de la gehena ¿te atreves a levantar en oración tus manos antes de purificarte?

Pero yo pregunto: ¿cómo es que no te horrorizas? ¿No oyes a Pablo que dice: El matrimonio sea tenido por todos en honor y la unión conyugal sea sin mancha? Pues si levantándote de esa unión que es sin mancha, no te atreves a orar, cuando lo haces de una unión diabólica ¿cómo te atreves a invocar aquel tremendo y venerando nombre? Porque lecho del demonio es querer lavarse con oprobios y querellas. La ira a la manera de un dañino adúltero, nos acomete con gran deleite y arroja en nosotros simientes perversas y engendra enemistades diabólicas y hace todo lo contrario del desposorio. Porque el desposorio hace que dos sean uno en una carne, mientras que la ira a los que estaban unidos los separa y aun rasga y hiere al alma misma. En consecuencia, para que te acerques confiadamente a Dios, no des cabida a la ira que te acomete, sino apártala como se hace con un can rabioso. Pues Pablo ordenó: Levantando las manos puras, sin ira ni discusiones.

No manches tu lengua, pues ¿rogará ella por ti no teniendo ya tú confianza? Adórnala con la modestia y la humildad en las palabras; hazla digna de Dios a quien ella ruega; llénala de bendiciones mediante la limosna Porque también con la lengua puedes hacer limosna. Pues dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don; y también: Responde al pobre con mansedumbre y con palabras amables. Y el resto del tiempo, adórnala con la narración de las leyes divinas. Tu conversación sea toda según la ley del Altísimo. Acerquémonos al Rey eterno adorándolo en esta forma y caigamos en sus rodillas no sólo corporalmente, sino también con la mente. Pensemos a quién nos acercamos y en favor de quiénes y con qué finalidad. Nos acercamos a Dios ante el cual los serafines apartan su rostro porque no pueden soportar su esplendor, y a quien la tierra al verlo tiembla. Nos acercamos a Dios que habita en una luz inaccesible. Nos acercamos para que nos libre de la gehena y para alcanzar perdón de nuestros pecados; para vernos libres de aquel intolerable suplicio; y para conseguir el Cielo con todos los bienes que allá están preparados.

Postrémonos, pues, ante El con el cuerpo y con la mente, para que El, a nosotros postrados, nos levante. Hablémosle con toda modestia y mansedumbre. Preguntarás: ¿quién hay tan miserable e infeliz que no sea humilde en su oración? El que al orar lanza maldiciones contra sus prójimos y está lleno de furor y clama contra sus enemigos. Si quieres acusar, acúsate a ti mismo. Si quieres aguzar la espada de tu lengua, agúzala contra ti mismo, contra tus pecados. No hables del mal que otro te ha causado, sino del mal que tú le has hecho: lo contrario sería el mayor de los males. Porque nadie puede dañarte si tú no te dañas a ti mismo. Si quieres, pues, levantarte contra los que te dañan, levántate primero contra ti mismo. Nadie te lo impide. Si acometes a otros saldrás con mayor daño.

Pero ¿qué injuria que se te haya hecho puedes alegar? Dirás que fulano me injurió, me arrebató mis bienes, me puso en peligro. Pero esto, si estamos vigilantes, no nos es dañoso, porque todo eso puede sernos de gran provecho. El dañado es aquel que causó esos males, no el que los sufre. Y esto sobre todo es causa de todos los males: que no caemos en la cuenta de quién es el que daña y quién el dañado. Si bien lo supiéramos, nunca nos vengaríamos, nunca pecaríamos contra otro, sabiendo ya que nadie puede dañarnos. Que no es daño ser robado, sino robar. Si robaste, acúsate a ti mismo; si otro robó lo tuyo, ora por el ladrón, pues en gran manera te ha aprovechado. Pues aun cuando él no pensara en aprovecharte, tú, si con fortaleza lo sufres, habrás logrado máximas utilidades. Al ladrón las leyes divinas y humanas lo llaman mísero, mientras que a ti, como a dañado, te celebran y te coronan.

Si uno que padece fiebre arrebata a otro un vaso lleno de agua y así satisface su dañoso deseo de beber, nunca diremos que ha sido dañado por aquel a quien arrebató el vaso, sino que se ha dañado a sí mismo aquel que lo arrebató, porque a sí mismo se aumentó el ardor de la fiebre e hizo más grave su enfermedad. Piensa tú lo mismo acerca del codicioso de dineros y riquezas. Porque éste, más aún que el enfermo de fiebre, con la rapiña enciende su propia llama. Si alguno furioso arrebata a otro la espada y con ella se atraviesa ¿quién es el que recibe daño? ¿aquel a quien arrebató la espada o aquel que la arrebató? Ciertamente éste. Pues pensemos lo mismo acerca del robo de las riquezas. Lo que es la espada para el loco, eso son las riquezas para el avaro.

Y aún son más dañosas. Porque el que está loco furioso y se traspasa con la espada, al fin queda libre de su locura y no recibe ya nuevas heridas. En cambio, el avaro, día por día recibe nuevas y más graves heridas, sin que se vea libre de semejante locura; antes bien, la aumenta cada día. Cuantas más son las heridas que recibe, tanto mayor ocasión presenta de recibir otras mayores. Considerando estas cosas, huyamos de semejante espada, de semejante locura; y aunque sea tardíamente, vigilemos. Razonablemente a tal virtud le damos el nombre de continencia, no menos que a la otra que así comúnmente se llama. Porque en ésta se lucha contra la tiranía de una sola concupiscencia; pero en aquélla otra se hace necesario vencer muchas y variadas concupiscencias. Nadie hay más necio ¡nadie! que quien es esclavo de la riqueza. Cree que reina y es súbdito; le parece que señorea y es siervo; cuando se ata con cadenas, se goza; mientras vuelve cada vez más feroz a la fiera, se alegra; mientras es llevado cautivo, salta de gozo; mientras ve al can atacado de rabia y que acomete a su alma, mientras convenía encadenarlo y domarlo por el hambre, él largamente lo alimenta, para que con mayor vehemencia lo acometa y se torne más feroz.

Pues bien: pensando todo esto, rompamos las ataduras, demos muerte a la fiera, echemos de nosotros semejante enfermedad, librémonos de esa locura, para que disfrutemos de tranquilidad y tengamos verdadera salud; y así con abundante placer lleguemos al puerto sereno y sin olas, y alcancemos los bienes eternos. Ojalá que todos los obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

  • ORATIO

La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.

Oración Colecta del  domingo XXII del tiempo durante el año

Oremos:

“Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo”. Amén

  • CONTEMPLATIO

EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.

«[…] es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino».