FUNDAMENTOS DE LA PREPARACIÓN REMOTA PARA UNA BUENA LECTIO
Enseña San Guido que “la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea[1]”.
“Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impreciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe ponerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita[2]”.
“Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios. Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina”[3] .
PARA PREPARAR LA LECTIO DIVINA DEL DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A – 10 DE SEPTIEMBRE (San Mateo 18, 15-20)
-En los Padres de la Iglesia
San Agustín, Sermón 82
La corrección fraterna (Mt 18, 15—18)
- Nuestro Señor nos exhorta a no desentendernos recíprocamente de nuestros pecados; a no buscar qué podemos reprochar, sino a ver qué podemos corregir. Efectivamente, dijo que solamente quien no tiene una viga en su ojo lo tiene capacitado para quitar la paja del de su hermano1. Qué sea esto lo voy a indicar brevemente a Vuestra Caridad. La paja en el ojo es la ira; la viga, el odio. Por tanto, cuando alguien dominado por el odio corrige a otro que está airado, quiere quitar la paja del ojo de su hermano, pero se lo impide la viga que lleva en el suyo2. La paja es el comienzo de la viga, pues, al formarse la viga, antes es una paja. Regando la paja, haces que se convierta en viga: nutriendo la ira con malas sospechas, haces que se convierta en odio.
- Grande es la diferencia entre el pecado del que se aíra y la crueldad del que odia. De hecho, nos airamos hasta con nuestros hijos, pero ¿dónde se encuentra uno que odie a los suyos? Hasta en las mismas bestias, a veces, una vaca, airada por cierta molestia que le causa su ternerillo al mamar, lo aparta de sí, pero lo envuelve en sus entrañas de madre. Da la impresión de que le molesta tenerlo a su lado cuando lo aparta; pero, si le falta, lo busca. Ni siquiera nosotros castigamos a nuestros hijos si no es airándonos en cierta medida y enfadándonos; pero no los castigaríamos si no los amáramos. No todo el que se aíra odia; hasta tal punto es cierto, que, a veces, el no airarse con una persona, aparece más bien como prueba de odio hacia ella. Suponte, en efecto, que un niño quiere jugar en el agua de un río, en cuya corriente puede perecer; si tú lo ves y lo toleras pacientemente, lo estás odiando; tu paciencia significa para él la muerte. ¡Cuán preferible sería que te airases y lo corrigieses antes de permitir que perezca por no enfadarte con él! Luego, ante todo, hay que evitar el odio: hay que de arrojar la viga del ojo. Una cosa es que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con el arrepentimiento, y otra el mantener insidias guardadas en el corazón. Por último, cosa muy distinta son estas palabras de la Escritura: Mi ojo está turbio a causa de la ira3. De lo otro, en cambio, ¿qué se ha dicho? Quien odia a su hermano es un homicida4. Grande es la diferencia entre el ojo turbio y el apagado. La paja enturbia; la viga apaga.
- Persuadámonos, pues, en primer lugar de esa diferencia para que podamos realizar bien y cumplir lo que se nos ha aconsejado hoy: evitar ante todo el odio. Pues sólo entonces, cuando en tu ojo no hay viga alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y te sientes incómodo hasta no arrojar de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu hermano. Pues, si le odias y le deseas corregir, ¿cómo corriges la luz tú que la has perdido? Pues esto lo ha dicho también claramente la Escritura misma, allí donde está escrito: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia —dice— a su hermano, está aún en las tinieblas5. El odio se identifica con las tinieblas. No puede suceder que quien odia a otro no se dañe a sí mismo antes. En efecto, intenta dañarle a él exteriormente, pero se asola en su interior. Cuanto nuestro espíritu es superior a nuestro cuerpo, tanto más debemos mirar por él para que no sufra daño. Daña a su espíritu quien odia a otro. ¿Y qué va a hacer al que odia? ¿Qué va a hacerle? Le quita el dinero; ¿acaso también la fe? Lesiona su fama, ¿acaso también su conciencia? Cualquier daño es exterior. Considera ahora el daño que se hace a sí mismo. Quien odia a otro en su interior es enemigo de sí mismo. Mas como no es consciente del mal que se hace, se ensaña contra la persona a la que odia, viviendo tanto más peligrosamente cuanto menos advierte el mal que se hace, pues con su crueldad perdió hasta la sensibilidad. Te ensañaste contra tu enemigo; con tu crueldad él quedó desnudo, pero tú te has vuelto un malvado. Grande es la diferencia entre una persona desnuda y una malvada. Él perdió el dinero, tú la inocencia. Investiga quién sufrió un daño mayor. Él perdió una cosa perecedera, tú te has puesto a punto de perecer.
- Por tanto, debemos corregir con amor: no deseando dañar, sino buscando la enmienda. Si somos así, cumplimos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas6. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor a ti mismo, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, tu acción es óptima. Advierte, además, en el mismo texto qué amor ha de impulsar tu acción: si el amor a ti mismo, o el amor al hermano. Si te escucha —dice— has ganado a tu hermano7. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si con tu acción lo ganas, en el caso de no haber actuado tú, habría perecido. ¿Cuál es la razón por la que la mayor parte de los hombres desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de extraordinario? [Solo] he pecado contra un hombre». No los desprecies. Has pecado contra un hombre; ¿quieres saber que, pecando contra un hombre, has perecido? Si aquel contra quien pecaste te hubiera corregido a solas y lo hubieras escuchado, te habría recuperado. ¿Qué quiere decir «te habría recuperado», sino que habrías perecido si no te hubiera recuperado? Pues, si no habías perecido, ¿cómo es que te recuperó? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el hermano. En efecto, dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y golpeáis su débil conciencia pecáis contra Cristo8, precisamente porque todos nos hemos convertido en miembros de Cristo. ¿Cómo no pecas contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?
- Así, pues, que nadie diga: «No he pecado contra Dios, sino contra un hermano; he pecado contra un hombre. Es pecado leve o inexistente». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Has pecado contra tu hermano; repara el mal y quedas sano. Pronto cometiste la acción mortífera, pero pronto has encontrado el remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el Evangelio: Quien llame a su hermano «imbécil» será reo del fuego de la gehenna?9¡Palabras que infunden pánico! Pero advierte ahí mismo el remedio: Si presentas tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar10. Dios no se aíra porque difieras presentar tu ofrenda; Dios te busca a ti más que a tu ofrenda. Pues si te presentas con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te responderá: «Tú has perecido, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda, pero tú mismo no eres ofrenda para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu granero. Por tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano, y así, al volver, presentas tu ofrenda11. Mira cuán pronto se eliminó la culpa que lleva a la gehenna. Antes de reconciliarte, eras reo de la gehenna; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.
- Los hombres tienen facilidad para injuriar a otros y dificultad para buscar la concordia. «Pide perdón —se le dice a alguien— al hombre que ofendiste, al hombre que heriste». Responde: «No me humillaré». Si desprecias a tu hermano, escucha al menos a tu Dios: Quien se humilla, será exaltado12. ¿No quieres humillarte tú que has caído? Hay gran diferencia entre el que se humilla y el que yace. Yaces ya en el suelo, ¿y no quieres humillarte? Dirías con razón: «No quiero abajarme», [solo] si no hubieras querido ya rodar por el suelo.
- Esto es, pues, lo que debe hacer quien injurió a alguien. ¿Qué debe hacer el que sufrió la injuria? Lo que hemos escuchado hoy: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas13. Si descuidas hacerlo, peor eres tú. Él te injurió y, al hacerlo, se produjo a sí mismo una grave herida; tú, ¿desprecias la herida de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te desentiendes? Peor eres tú callando que él injuriando. Por tanto, cuando alguien peca contra nosotros, sintamos gran preocupación, mas no por nosotros, pues es loable olvidar las injurias; pero olvida la injuria que sufriste, no la herida de tu hermano. Corrígele, pues, a solas, con la vista puesta en que se enmiende, sin dejarle avergonzado. Pues cabe que por vergüenza comience a defender su pecado y al que querías hacer más recto lo hagas peor. Corrígele, pues, a solas. Si te escucha, has recuperado a tu hermano, puesto que habría perecido de no haberlo hecho. Pero, si no te escucha, es decir, si defiende su pecado como acción justa, toma contigo a dos o tres, para que, por el testimonio de dos o tres testigos, sea válida toda palabra. Si ni a ellos escucha, comunícalo a la Iglesia; si ni a la Iglesia escucha, sea para ti como un pagano y un publicano14. No le incluyas ya en el número de tus hermanos. Mas no por eso hay que despreocuparse de su salvación. En efecto, tampoco incluimos entre los hermanos a los étnicos, es decir, a los gentiles y a los paganos y, no obstante, buscamos siempre su salvación. Esto lo hemos escuchado del Señor, que nos exhortaba aconsejaba y con tanto énfasis nos lo mandaba que, a continuación, añadió esto: En verdad os digo, todo lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo15. Comienzas a tener a tu hermano por un publicano: le atas en la tierra; pero atento a atarle con justicia, pues los lazos injustos los rompe la justicia. Una vez que te has corregido y te has puesto de acuerdo con tu hermano, le has desatado en la tierra. Una vez que le has desatado en la tierra, quedará desatado también en el cielo. Mucho concedes no a ti, sino a él, porque mucho fue el daño que causó, no a ti, sino a sí mismo.
- Estando así las cosas, ¿qué significa lo que dice Salomón, según hemos escuchado previamente en otra lectura: Quien dolosamente hace guiños acumula tristeza para los hombres; quien, en cambio, censura abiertamente, engendra paz?16Si, pues, quien censura abiertamente engendra la paz, ¿cómo manda: Corrígele a solas?17 Hay que temer que los preceptos divinos se contradigan. Pero advirtamos que ahí existe concordia plena; no juzguemos como ciertas personas vanas que erróneamente opinan que los dos Testamentos de la Escritura, el Antiguo y el Nuevo, están en contradicción entre sí, hasta el punto de pensar que hay contradicción entre ellos, dado que un texto pertenece a un libro de Salomón y otro al Evangelio. Pues, si alguien, ignorante y acusador de las divinas Escrituras, dijera: «He aquí un caso en que los dos Testamentos se oponen. El Señor dice: Corrígele a solas, [pero] Salomón dice: Quien censura abiertamente engendra paz»… Entonces, ¿no sabe el Señor lo que mandó? Salomón quiere golpear la frente del pecador; Cristo respeta el sonrojo del avergonzado. En el primer texto está escrito: Quien censura abiertamente, engendra paz; en el segundo, en cambio: Corrígele a solas; no en público, sino en privado y ocultamente. Tú que tales cosas piensas, ¿quieres conocer que no hay contradicción entre los dos Testamentos por el hecho de que en el libro de Salomón se encuentre aquello y en el Evangelio esto? Escucha al Apóstol. No hay duda de que el Apóstol es ministro del Nuevo Testamento18. Escucha, pues, al apóstol Pablo que manda y dice: Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor19. No es ya el libro de Salomón, sino la carta del apóstol Pablo la que parece entrar en conflicto con el Evangelio. Sin inferirle una afrenta, dejemos por el momento de lado a Salomón; escuchemos a Cristo el Señor y a su siervo Pablo. ¿Qué dices, Señor? Si un hermano tuyo peca contra ti, corrígele a solas. ¿Qué dices tú, oh Apóstol? Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. ¿Qué hacemos? ¿Asistimos a esta controversia en calidad de jueces? En ningún modo; es más, sometidos al juez, pidamos que nos abra; huyamos a refugiarnos bajo las alas del Señor Dios nuestro, pues nada dijo que contradiga a su Apóstol. El Señor mismo hablaba por boca de Pablo, según demuestran estas palabras: ¿O queréis tener una prueba de que Cristo habla en mí?20 Es Cristo quien habla en el Evangelio, es Cristo quien habla en el Apóstol; Cristo, pues, dijo lo uno y lo otro; una cosa por su propia boca, la otra por la de su portavoz. En efecto, cuando un portavoz proclama algo emanado de un tribunal, no se escribe en las actas: «Dijo el portavoz»; se escribe que lo dijo el que ordenó al portavoz que lo dijera.
- Por tanto, hermanos, escuchemos estos dos preceptos entendiéndolos y situándonos entre uno y otro en actitud de paz. Si hay concordia en nuestro corazón, la Escritura santa no muestra discordancia en ninguna de sus partes. Todo es absolutamente verdad; uno y otro texto son verdaderos, pero debemos discernir cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo la otra: unas veces hay que corregir al hermano a solas21, y otras veces hay que corregirlo en presencia de todos para que los demás sientan también temor22. Si en determinada circunstancia cumplimos lo primero y en otra, lo segundo, tendremos la concordia de las Escrituras y no caeremos en error si llevamos a la práctica y obedecemos ambos preceptos. Pero me dirá alguien: «¿Cuándo he de cumplir el primero y cuándo el segundo, no sea que corrija en privado cuando tenga que corregir en público, o corrija en público cuando deba corregir en privado?»
- Pronto verá Vuestra Caridad cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo otra; pero ¡ojalá no seamos perezosos para hacerlas! Poned atención y ved: Si un hermano tuyo —dice— peca contra ti, corrígele a solas23. ¿Por qué? Porque pecó contra ti. ¿Qué significa «pecó contra ti»? Sólo tú sabes que pecó; puesto que su pecado no fue público, busca el momento de corregirlo en privado. Pues si sólo tú sabes que pecó contra ti y quieres censurarle en presencia de todos, no lo corriges, sino que lo delatas. Advierte cómo un varón justo, José, sospechando en su mujer tan gran pecado de lujuria, lleno de benignidad, la perdonó, antes de saber de quién había concebido, pues había advertido su gravidez y sabía que personalmente no se había acercado a ella. Quedaba en pie cierta sospecha de adulterio y, sin embargo, dado que sólo él lo había advertido, que sólo él lo sabía, ¿qué dice de él el Evangelio? José, sin embargo, siendo varón justo y no queriendo delatarla24. Su dolor de marido no buscó venganza; quiso ser de provecho para la pecadora, no castigarla en cuanto tal. No queriendo —dijo— delatarla, quiso repudiarla en secreto25. Cuando estaba pensando estas cosas, se le apareció en sueños el ángel del Señor y le indicó de qué se trataba: que ella no había violado el lecho del marido, puesto que había concebido del Espíritu Santo al Señor de ambos26. Pecó, pues, tu hermano contra ti; si sólo tú lo sabes, entonces pecó verdaderamente sólo contra ti. Si te injurió en presencia de muchos, también pecó contra ellos, al hacerlos testigos de su maldad. Digo, pues, hermanos amadísimos, algo que podéis reconocer también vosotros en vosotros mismos. Si en mi presencia alguien injuria a un hermano mío, lejos de mí considerar ajena a mi persona esa injuria. Sin duda alguna, me la hizo también a mí; más aún, me la hizo particularmente a mí, al pensar que me agradaba lo que hizo. Por tanto, se han de corregir en presencia de los demás los pecados cometidos en presencia de los demás. Han de corregirse más en privado los que se cometen más en secreto. Diversificad los momentos y la Escritura se muestra concorde.
- Obremos de esa manera. De esa manera hay que obrar no sólo cuando alguien peca contra nosotros, sino también cuando peca sea quien sea, quedando su pecado desconocido a otra persona. Debemos corregir y censurar en privado, no sea que queriendo hacerlo en público delatemos al pecador. Nuestra intención es reprenderlo y que se enmienda; ¿y si un enemigo suyo desea escuchar algo contra él para castigarlo? Suponeos que el obispo, y sólo él, sabe que alguien es un homicida. Yo quiero corregirlo en público, pero lo que tú buscas es acusarlo ante el juez. Ni lo delato en absoluto, ni me desentiendo de él; lo corrijo en privado, le pongo ante sus ojos el juicio de Dios; amedrento su conciencia manchada de sangre; le convenzo de que tiene que arrepentirse. De esta caridad hemos de estar imbuidos. Por ello, a veces las personas me echan en cara que apenas corrijo; o juzgan que no sé lo que en realidad sé, o piensan que callo lo que sé. Pero quizás lo que tú sabes lo sé yo también, pero no le corrijo en tu presencia porque quiero sanarlo, no acusarlo. Hay hombres que se convierten en adúlteros en sus casas, pecan en privado; a veces los delatan ante mí sus esposas, la mayor parte de las veces por celos, pero a veces buscando la salvación de sus maridos. No los delato en público, pero se lo reprocho en privado. El mal debe desaparecer donde tuvo lugar. Pero no me desentiendo de la herida. Como primera medida hago saber al hombre enredado en ese pecado y cargado con una conciencia manchada que la herida es mortal; cosa que, a veces, llevados de no sé qué descarrío, desprecian quienes cometen ese pecado. E ignoro también de donde sacan testimonios nulos y sin consistencia, para decir: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Dónde queda lo que hemos escuchado hoy: Dios juzga a los fornicarios y adúlteros?27Mira, presta atención tú, quienquiera que seas y sufras tal enfermedad. Escucha lo que dice Dios, no lo que te dice tu alma poniéndose de parte de tus pecados, o tu amigo atado como tú con la misma cadena de la maldad o, mejor, enemigo tuyo y suyo. Escucha, pues, lo que dice el Apóstol: Tengan todos en honor el matrimonio, y el lecho sea inmaculado. Dios, a su vez, juzga a los fornicarios y adúlteros28.
- Ea, pues, hermano; corrígete. ¿Temes que te acuse tu enemigo y no temes el juicio de Dios? ¿Dónde queda la fe? Teme mientras hay tiempo para temer. El día del juicio está ciertamente lejano, pero el día último de cada hombre en concreto no puede estar muy distante, puesto que la vida es breve. Y como la incertidumbre llega hasta el alcance de esa brevedad, desconoces cuándo te ha de llegar tu último día. Pensando en el mañana, corrígete hoy. Séate de provecho, incluso para ahora, la corrección en privado. Pues yo hablo en público, pero censuro en privado. Llamo a los oídos de todos, pero cito a juicio las conciencias de algunos. Si dijera: «Tú, que eres adúltero, corrígete», para empezar quizá dijese algo que desconozco, o algo creído temerariamente, o algo que sospecho. No digo: «Tú, que eres adúltero, corrígete», sino: «Cualquiera que en esta comunidad sea adúltero corríjase». La reprensión es pública, pero la enmienda secreta. Estoy seguro de que quien haya sentido temor se corrige.
- No diga en su corazón: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Ignoráis —dice el Apóstol— que sois templos del Espíritu Santo y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? A quien viole su templo, Dios lo destruirá29. Que nadie se lleve a engaño. Pero quizá diga alguien: «Templo de Dios es mi alma, no mi cuerpo, pues añadió también este testimonio: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne, como flor del heno»30. ¡Lamentable interpretación! ¡Pensamiento digno de castigo! A la carne se le llama heno porque muere; pero ¡cuídese de resucitar manchado con crímenes lo que muere en el tiempo! ¿Quieres conocer una afirmación clara tomada también del pasaje anterior? ¿Ignoráis —dice el mismo Apóstol— que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que recibís de Dios?31(No despreciéis ya los pecados del cuerpo, pues he aquí que también vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que recibís de Dios). Despreciabas el pecado corporal; ¿desprecias el pecado contra el templo? Tu mismo cuerpo es el templo del Espíritu Santo en ti. Mira ya qué vas a hacer con el templo de Dios. Si eligieses cometer un adulterio en la iglesia, dentro de estas paredes, ¿quién habría más criminal que tú? Ahora bien, tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás en tu casa, cuando te levantas, eres templo. Mira lo que haces; procura no ofender al que mora en él, no sea que te abandone y acabes convirtiéndote en ruinas. ¿Ignoráis —dice— que vuestros cuerpos —y esto lo indicaba el Apóstol a propósito de la fornicación, para que no despreciasen los pecados corporales— son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que recibís de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio32. Si desprecias tu cuerpo, considera lo que has costado.
- Yo sé, y conmigo lo sabe toda persona que lo haya reflexionado con un poco más de atención, que, puesto ante sus palabras, nadie que tema a Dios dejará de corregirse, a no ser alguien que piense que aún ha de vivir más. Eso es lo que mata a muchos que dicen «Mañana, mañana», pero la puerta se les cierra repentinamente. Permaneció fuera con graznido de cuervo, porque careció del gemido de la paloma. «Cras, cras» (mañana, mañana), es el graznido del cuervo. Gime como una paloma y golpea tu pecho; pero, herido con esos golpes de pecho, corrígete para no dar la impresión de que no hieres tu conciencia, sino que con los puños apisonas tu mala conciencia haciéndola más dura, no más recta. Gime, pero no con un vano gemido. Quizá te digas a ti mismo: «Dios me ha prometido el perdón para cuando me corrija; estoy tranquilo; leo en la divina Escritura: En el día en que el malvado se convierta de todas sus maldades y obre justamente, yo olvidaré todas sus maldades33. Estoy tranquilo; cuando me corrija, Dios me perdonará todas mis malas acciones». ¿Y qué voy a decir yo? ¿Voy a reclamar contra Dios? ¿Voy a decirle: «No le concedas el perdón»? ¿Voy a decirle que en la Escritura no se halla escrito eso, que Dios no prometió el perdón? Si esto dijera, añadiría una falsedad a otra. Dices bien, dices la verdad; Dios te prometió el perdón para cuando te corrijas; no lo puedo negar. Pero dime, te lo suplico; ve que estoy de acuerdo contigo, que te lo concedo y que reconozco que Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana? En el texto en que lees que has de recibir el perdón si te corriges, léeme cuánto tiempo has de vivir. «No lo encuentro» —dices—. Ignoras, por tanto, cuánto has de vivir. Corrígete y estate siempre preparado. No temas al último día como a un ladrón que, mientras tú duermes, abre un boquete en tu pared; al contrario, estate en vela y corrígete ya hoy. ¿Por qué lo difieres para mañana? Supón que la vida sea larga; esa misma vida sea larga, aunque buena. Nadie difiere una comida larga y sabrosa, ¿y quieres que sea mala tu larga vida? Ciertamente, si la vida va a ser larga, mejor que sea buena; si va a ser breve, haces bien al procurar que sea buena el más tiempo posible. Sin embargo, los hombres desprecian su vida hasta tal punto que es lo único que quieren tener malo. Compras una quinta, la quieres buena; quieres tomar esposa, la eliges buena; quieres que te nazcan hijos, deseas que sean buenos; tomas prestadas unas botas, no las quieres malas; ¡y amas una vida mala! ¿En qué te ha ofendido tu vida para que sólo a ella la quieras mala, de forma que entre todos tus bienes sólo tú eres malo?
- Por tanto, hermanos míos, si quisiera corregir aparte a alguno de vosotros, quizá me hiciese caso. A muchos de vosotros los corrijo en público; todos me alaban, ¡que alguno me haga caso! No amo al que me alaba con su boca y me desprecia en su corazón. Pues si me alabas y no te corriges, te conviertes en testigo contra ti mismo. Si eres malo y te agrada lo que digo, halla desagrado en ti mismo, porque, si siendo malo hallas desagrado en ti, una vez corregido te agradarás a ti mismo, cosa que dije —si no me engaño— anteayer. En todas mis palabras presento un espejo. Pero estas palabras no son mías, sino que hablo por mandato del Señor. Por temor a él no callo. Pues ¿quién no elegiría callar y no dar cuenta de vosotros? Pero ya acepté la carga que ni puedo ni debo sacudir de mis hombros. Cuando se leía la carta a los Hebreos, escuchasteis, hermanos, lo siguiente: Obedeced a los que están al frente de vosotros y estadles sumisos, porque ellos vigilan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta de vosotros, para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros34. ¿Cuándo hacemos eso con gozo? Cuando vemos a los hombres avanzar en el camino de las palabras de Dios. ¿Cuándo se fatiga con gozo el labrador en su campo? Cuando mira al árbol y ve el fruto; cuando mira la cosecha y ve la abundancia de fruto en la era. No fue vana su fatiga, no dobló los riñones en vano, no trilló en vano sus manos; no soportó en vano el frío y el calor. Esto significan las palabras: Para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Dijo acaso: «No les conviene a ellos»? No, sino: No os conviene a vosotros. Pues a los que están al frente de vosotros les conviene entristecerse por vuestras maldades; la tristeza misma les resulta provechosa a ellos, pero no os conviene a vosotros. No quiero que me convenga nada a mí que no os convenga también a vosotros. Por tanto, hermanos, obremos juntos el bien en el campo del Señor, para disfrutar juntos de su recompensa.
-En Santo Tomás de Aquino
Catena Áurea[4]
San Agustín, sermones, 82,7-8
Pero dice el apóstol “Corrige delante de todos al que peca, para que los demás tengan también miedo” ( 1Tim 5,20); de donde resulta, que es necesario que sepáis que en unas ocasiones se debe corregir al hermano a solas y en otras en presencia de todos. Escuchad y ved lo que es preciso hacer antes: “Si pecare -dice el Señor- tu hermano contra ti, corrígele tú y él solos”. ¿Por qué? ¿Por qué pecó contra ti? ¿Cómo pecó contra ti? Tú sabes que pecó y porque fue secreto el pecar contra ti, debes buscar el secreto cuando corrijas las cosas en que pecó. Porque si sólo tú sabes que pecó contra ti, el corregirle delante de todos no es corregirle, sino delatarle. Pecó, pues, tu hermano contra ti y sólo tú lo sabes; entonces pecó realmente contra ti sólo; pero si te ha injuriado oyéndolo muchos, ha pecado también contra aquellos a quienes hizo testigos de su iniquidad. Es necesario, pues, corregir delante de todos a aquellos que han pecado delante de todos y en secreto a los que han pecado en secreto. Distinguid los tiempos y concordad las Escrituras. ¿Y por qué corriges al prójimo? ¿Por qué te dueles de que haya pecado contra ti? ¡No lo quiera Dios! Si lo haces por el amor que te tienes, nada haces; pero si lo haces por amor del prójimo, obras muy bien. Considera las palabras del texto, para ver si lo debes hacer por ti o por el prójimo; las palabras son éstas: “Si te oyere, ganado habrás a tu hermano”, etc.; luego, para ganar a tu hermano, hazlo por él; acuérdate de que tú has perecido pecando contra el hombre. Porque si no habías perecido, ¿cómo te hubiera él ganado a ti? Nadie desprecie, pues, la ofensa hecha a un hermano.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 60,1
Manifiesta el Señor en esas palabras que la enemistad es un perjuicio para los dos que se enemistan y por eso no dijo: “Que él se ganó a sí mismo, sino que tú le has ganado a él”. Por donde se ve que tanto tú como él habíais sufrido un perjuicio a causa de vuestra discordia.
San Jerónimo
Adquirimos nuestra propia salvación mediante la salvación de otro.
-En el Catecismo de la Iglesia Católica
1425 “Habéis sido lavados […] habéis sido santificados, […] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que “se ha revestido de Cristo” (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: “Perdona nuestras ofensas” (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho “santos e inmaculados ante Él” (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es “santa e inmaculada ante Él” (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40)
1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.
1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).
2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).
2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).
-En el Magisterio de la Iglesia:
Papa Francisco
La corrección fraterna y la liturgia
Recordando el Evangelio de hoy, del capítulo 18 de Mateo, en sus palabras previas al rezo del Ángelus el Papa Francisco reflexionó sobre la corrección fraterna, “un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros”.
“La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana” dijo Francisco, precisando que “corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor”.
El Santo Padre subrayó que “en realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar”.
“La misma consciencia que me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me he equivocado primero y que me equivoco tantas veces”.
El Santo Padre indicó que “Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra mí, me ofende, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno”.
“¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que ha cometido; si, no obstante esto, no acoge la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe”.
Francisco apuntó que las etapas del itinerario señalado por Jesús “indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda”.
“La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, ustedes saben, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal. Cuando hago una crítica injusta, cuando con mi lengua ‘saco el cuero’ a un hermano, esto es matar la reputación del otro. También las palabras matan. Estemos atentos a esto”.
Al mismo tiempo, dijo, “al mismo tiempo esta discreción tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador”.
“El objetivo es aquel de ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. Pero también ayudarnos a librarnos de la ira o del resentimiento, que sólo nos hacen mal: aquella amargura del corazón que trae la ira y el resentimiento y que nos llevan a insultar y a agredir”.
El Papa subrayó que “es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano ¿Entendido? Insultar no es cristiano”.
Francisco recordó que “al inicio de la Misa, estamos siempre invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabras y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón”.
“Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús que nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida”.
“Y entre las condiciones que acomunan a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a Misa: todos somos pecadores y a todos Dios dona su misericordia”.
Estas, dijo el Papa, “son dos condiciones que abren las puertas de par en par para entrar bien a Misa. Debemos recordar esto siempre antes de ir hacia el hermano para la corrección fraterna”.
“Pidamos todo esto por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos en la conmemoración litúrgica de su Natividad”, concluyó.
[1] Carta de Guido el cisterciense al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa
[2] García M. Colombás osb, La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina.
[3] José A. Marcone, I.V.E., Práctica de la Lectio Divia para principiantes.
[4] La Catena Aurea atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana (Catena Aurea, I, 468). La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.