- SEÑAL DE LA CRUZ.
- PÉSAME.
Pésame, Dios mío,
y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el Infierno que merecí y por el Cielo que perdí;
pero mucho más me pesa,
porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos.
Antes querría haber muerto que haberte ofendido,
y propongo firmemente no pecar más,
y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.
- En el primer Misterio Luminoso contemplamos:
EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL JORDÁN
El Bautista había recibido de Dios la revelación de que Él le indicaría quién era el Mesías. Los primos no se habían reunido nunca más desde el acontecimiento de la Visitación.
¿Quién era el Mesías? El Bautista sabía que él era su precursor, que detrás de él venía uno que iba a bautizar en el Espíritu Santo, pero ¿quién era? Y allí se hace presente Jesús en el Jordán.
El Bautista había recibido esta suerte de revelación del Padre: “al que veas que en el bautismo desciende sobre él el Espíritu Santo, ese es” (Jn 1, 31-34).
Pero de todos modos ¡qué presencia la de Jesús frente al Bautista! Qué fuerza, él estaba rodeado de las muchedumbres de pobres, enfermos, cojos, que venían detrás del Bautista para encontrar una salida al apetito de Dios, a este deseo de paz, a esta búsqueda de un sosiego interior, y el Bautista los recibía, pero se hace presente Jesús.
Es una presencia nueva, tan nueva, que dos de los discípulos de Juan se van detrás de él, y le dicen:
Andrés y Juan: “¿Maestro dónde vives?”
Contesta Jesús: -“Ven y ve” (Jn 1, 38-39).
El Bautista queda con la duda de que éste debe ser el Mesías, entonces Jesús se acerca y le pide ser bautizado. Cuando lo está bautizando aparece el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del Padre que dice en el cielo: este es mi hijo amado escúchenlo (Lc 1, 32-34). Ya no tiene dudas que Este es. Él es el Mesías, El que quita el pecado del mundo. Por eso se atrevió a presentarlo de esa manera. “He ahí el Cordero Dios, el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,35-36).
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 28-29.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el segundo Misterio Luminoso contemplamos:
LAS BODAS DE CANÁ
Jesús y sus discípulos son invitados a las Bodas de Caná y allí se produce el milagro. Nuestro Señor empieza a investir a sus discípulos de los recursos y poderes que van a necesitar para poder fundar el Reino de los Cielos. Jesús viene a cumplir esta misión, viene a instaurar el Reino de los Cielos, que después tendrá que quedar en manos de sus discípulos hasta que Él vuelva. El Señor los va a ir preparando con su Palabra. Pero no sólo con su Palabra, porque el Reino de los Cielos no se instituye solo con palabras, no es una ideología, no es solo una doctrina, es también un hecho concreto donde se tiene que insertar el misterio de la vida divina en la historia de los hombres.
Lo que hace Jesús con el milagro de las bodas de Caná es investir a sus discípulos del carisma de la fe. No hablo de la fe teologal, porque los dones de la fe teologal vendrán con el llamado a la vocación. Aquí se trata de otra realidad de fe, de la que habla el Apóstol (1 Co 12, 4-9). La fe que forma parte de un carisma, que es algo así como una certidumbre inamovible, interior del espíritu, que muestra que quién está delante de ellos es el Hijo de Dios. (…)
El cambio del agua en vino está mostrando que este Cristo que los ha llamado, que los ha asombrado, que los ha reunido alrededor de Él, es el Hijo de Dios y es omnipotente. Tiene poder para hacer lo que está predicando. (…)
Tenemos que estar siempre dispuestos a abrir el corazón, para que los dones de Dios vengan a nuestra alma. En primer lugar los dones que nos santifican, los dones de la gracia. En segundo lugar los carismas con los cuales podemos trabajar para el bien de los demás, y ahí se ensancha y se agranda, y se expresa el Reino de los Cielos.
Pidamos a la Virgen ser fieles a su llamado de hacer lo que “Él nos diga”.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Juan-Volumen I, Buenos Aires, MDA, 2015, página 80-83.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el tercer Misterio Luminoso contemplamos:
EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS
Toda la predicación de Jesús apuntará a mostrar el misterio del Reino que viene a instaurar. Es también en esas circunstancias de su bautismo, cuando congrega a sus primeros discípulos que serán después sus apóstoles: Andrés, Pedro, Juan, Felipe (Mc 1, 16-20). Está comenzando a gestarse el Reino de Dios, Jesús lo empieza a anunciar.
Es difícil de entender y comprender el misterio del Reino de los cielos, por eso Él lo anunciará a través de parábolas. El Reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza; a una parte de levadura que se coloca junto a la harina y fermenta toda la masa; el Reino de los cielos es semejante a una perla preciosa que un hombre encuentra y vende todo lo que tiene para quedarse con ella; el Reino de los cielos es semejante a un campo y alguien vende todo lo que tiene para quedarse con él; el Reino de los cielos es semejante a una red barredera que el pescador la saca a la orilla y separa a la peces buenos de los peces malos; el Reino de los cielos es semejante a un sembrador que salió a sembrar su semillas; el Reino de los cielos es semejante a una cizaña sembrada en medio del trigo (Mt 13, 1-52). Es imposible poder comprender, con un solo acto de la inteligencia, qué es lo que el Señor está anunciando. El Señor sin embargo, sigue con su predicación y su anuncio, y va diciendo cómo tendrá que ser la conducta de aquel que quiera pertenecer al Reino de justicia, de verdad, de amor y de paz que Él viene a instaurar.
Quien quiera pertenecer al Reino de los cielos tendrá que ser justo, tendrá que ser manso, tendrá que ser limpio de corazón. Este es el reino de los que sufren persecución por la justicia, es el reino de los hacedores de la paz, es el reino del amor de la verdad (Lc 6,20-23). Habrá que amar a Dios sobre todas las cosas, con toda la mente, con toda el alma, con todo el espíritu y habrá que amar al prójimo como a uno mismo (Lc 10,25-28). Habrá que tener cuidado de no caer en ninguna idolatría, amando las cosas creadas más que Dios (Lc 12, 13-21). No habrá que mentir, no habrá que robar, no habrá que matar, no habrá que adulterar, ni fornicar, no habrá que desear la mujer del prójimo, no habrá que desear los bienes ajenos (Mt 5, 17-48).
El Reino de los cielos es para los limpios, para los rectos de corazón, para los puros. San Pablo dirá después “no queráis equivocaros hermanos míos, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los fornicarios, ni los borrachos, ni los avaros, que es una forma de idolatría, poseerán el reino de los cielos. Vosotros habéis sido uno de estos, pero fuisteis lavados, fuisteis reconciliados, fuisteis redimidos por la sangre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 6, 9-11).
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 211-212.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el cuarto Misterio Luminoso contemplamos:
LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
Jesús invita a Pedro, Santiago y Juan a subir al monte. En el lugar, el Señor se puso sólo a rezar. De repente su rostro se transformó, irradiante de sol y sus vestiduras tenían el blanco de la nieve. Se aparecieron Moisés y Elías, la ley y los profetas. Moisés, que cuando hablaba con el Señor, salía con el rostro radiante y lo tapaba con un velo (Ex 34,29-35), para que no lo vieran los israelitas. Elías (Ml 3, 22-24), que fue arrebatado de los cielos. Estos dos, profeta y patriarca, dialogan con el Señor. Hasta que una nube los tapa, y se escucha frente al asombro de los discípulos de Cristo, la palabra del Padre que decía desde el Cielo “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo”. Esta transfiguración de Cristo frente a sus discípulos y a la ley y los profetas, está expresando el misterio profundo de la vida que Cristo va a traernos. Él va a hacer nuevas todas las cosas (Ap 21, 1-4). Jesús será el Señor de la vida y vida quiere traer y quiere que la tengamos, en abundancia (Jn 10, 10). Pero la abundancia de esta vida, ¿cuál es? Dice el Evangelista: “Hijito: míos, queridos míos. Qué hermoso es que nos llamemos y seamos hijos de Dios. Pero todavía no ha aparecido lo que vamos a ser. Cuando aparezca, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es” (1 Jn 3, 1-2).
El Apóstol Pablo señala que nuestras vidas están escondidas en Cristo Jesús. Cuando aparezca Cristo en nuestra vida y se manifieste en su gloria, también nosotros nos vamos a manifestar en su gloria, con Él (Col 3, 1-4). Quiere decir que la abundancia de vida es la que trae Cristo con su resurrección. Su encarnación y su muerte, expresaban su modo de humillación, su resurrección será su triunfo definitivo y su victoria. Y desde ahí, nosotros seremos capaces de participar de esa abundancia de vida. Porque donde hay vida, hay luz y donde hay luz, hay vida (Jn 1, 4-5). Cuando desaparece la vida, desaparece la luz y todo es tiniebla y muerte. Por eso el Cristo, en la transfiguración del Horeb, aparece resplandeciente, su rostro como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve. Es todo luz y es todo vida, es plenitud de vida. ¿Acaso no tenemos ya vida, acaso no podemos pensar que el mundo es una expresión de vida? Es cierto que el mundo es una expresión de vida. Es cierto que detrás de esta expresión de vida, esta Dios el creador. Pero aquí no está la sobreabundancia de vida, no está esa abundancia de vida que Cristo quiere tener para nosotros. Esa es una dimensión de la vida que responde al Dios creador, pero todavía tiene que venir el Dios redentor y transfigurar esta vida nuestra con la abundancia de vida que es su resurrección, que es gloria, que es eternidad, que es luz, que es magnificencia. Aguardamos la venida de Cristo el Señor, esperamos que él venga. Porque Él es el Señor de la vida y Él nos tiene que introducir en el misterio de la abundancia de vida.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 165-166.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el quinto Misterio Luminoso contemplamos:
LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
¿Quién tiene Palabras de vida eterna? ¿Quién nos puede ofrecer el alimento que quebranta las fronteras mismas de la muerte y nos dispone a la inmortalidad? ¿Quién nos ofrece esto?
Claro, el día de la última cena, los Apóstoles ya estaban preparados para que se produjera el milagro, ¿por qué iban a escandalizarse? ¿Porque no iban a entender lo que el Señor haría en esa última cena con ellos? y repitiendo el viejo rito de la cena pascual de los judíos, tomó el pan, dio gracias, lo bendijo, y lo partió diciendo: tomad y comed este es mi cuerpo. Y tomó el cáliz y dio gracias, lo distribuyó y dijo: tomad y bebed esta es mi sangre del Antiguo y Nuevo Testamento, que ha sido derramada para salvación de muchos (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-20). En ese instante, los Apóstoles reciben el más misterioso mandato que a nadie jamás se le haya ocurrido dar: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11,23-25). A partir de allí, y hasta que Jesús vuelva, los Apóstoles del Señor, los elegidos del Señor, los llamados por el Señor para participar de los poderes misteriosos que harán posible la instauración del Reino de Dios en medio nuestro, hasta que el Señor vuelva, tendrán que decir todos los días: “tomad y comed este es mi cuerpo. Tomad y bebed esta es mi sangre”, y cumplir de este modo el mandato del Señor. Toda la Iglesia estará recibiendo el cuerpo entregado y la sangre derramada del Señor. Toda la Iglesia estará comulgando con su sangre. Todos los bautizados recibirán su cuerpo y su sangre hasta que el Señor vuelva. No hay otra misión más excelente, más egregia, más profunda, más religiosamente honda, más teológicamente importante, que esta función que la Iglesia hace en cada celebración eucarística consagrando el pan y el vino, en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del Señor Jesús. Hasta que Él vuelva. Toda la Iglesia recibe con la presencia viva del Señor eucarístico, la fuerza de una tensión que va de abajo hacia arriba, porque el cuerpo del Señor se vuelve a ofrecer, de modo incruento, como ofrenda, hostia y holocausto al Padre para salvación de todos. Se hace sacrificio, “sacrum facere“, acción sacrificial por antonomasia de la Iglesia. Cada Eucaristía del domingo es la celebración maravillosa de esta multiplicación de los panes, donde ya no hay simplemente la figura de algo que va a suceder, sino de algo que está sucediendo: el cuerpo, la sangre, el alma, y la divinidad de Cristo presentes en la Iglesia, el cuerpo ofrecido como hostia, como alabanza, como holocausto al Padre para la remisión de los pecados.
San Agustín dice “yo soy el pan del cielo, sé valiente y cómeme, pero no me voy a convertir yo en ti, sino que tú te convertirás en mí”. Porque este es el efecto que la Eucaristía causa en nuestro corazón y en nuestra alma, nos hace cristiformes, nos asimila al cuerpo inmaculado del Cordero Degollado, participamos de la misión mediadora y cultual del Cristo, y este contacto con la carne inmaculada del Cordero, es la que va quitando de nuestra carne todo el reato que deja el pecado que esclaviza, y que corrompe. Así como el pecado va signando la carne con la fuerza de la muerte y la corrupción, así también la Eucaristía va como limpiando, purificando, disponiendo para la resurrección. “Yo soy el pan bajado del cielo, y el que come este pan -querido mío, escucha bien, el que come este pan- no morirá eternamente, porque el Señor Jesús lo resucitará en el último día”.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Juan, Vol. III Buenos Aires, MDA, 2016, página 40-42.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 3 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA POR LAS INTENCIONES DEL SANTO PADRE.