- SEÑAL DE LA CRUZ.
- PÉSAME.
Pésame, Dios mío,
y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el Infierno que merecí y por el Cielo que perdí;
pero mucho más me pesa,
porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos.
Antes querría haber muerto que haberte ofendido,
y propongo firmemente no pecar más,
y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.
- En el primer Misterio Glorioso contemplamos:
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
No hay otra noticia, no puede haberla hasta la consumación de los tiempos. Nadie podrá anunciar otra cosa que pueda llegar a darnos mayor gozo. Ningún anuncio podrá llegar a nuestro espíritu y achicar la fuerza misteriosa de este anuncio: ¡Cristo ha resucitado!, ¡Aleluya!
Y no hay más. Todo lo demás desaparece ante este anuncio providencial de la resurrección del Señor, porque si Cristo ha resucitado, con la resurrección de Cristo muere el pecado, muere la muerte, y aparece con todo su esplendor y su fuerza: la Vida.
Hermano mío: esta es la realidad que nosotros vivimos en la noche de Pascua. Cristo ha pasado en medio de nosotros, y su paso es paso del Dios resucitado. Detrás de su resurrección lo acompañamos nosotros con la fuerza de nuestra fe, con el fervor de nuestro corazón, y con la esperanza mutilada de nuestras miserias. Ahora: ¿qué más da mi pecado?; ¿qué más da mi corrupción?; ¿qué más da mi muerte?: Cristo ha resucitado, y con Él voy a resucitar. Y con Él quiero resucitar.
Hay muchas razones para estar en Fasta. Muchos motivos responden a las necesidades de nuestro corazón, de nuestros afectos, de nuestros deseos; ideales profundos que motivan una dirección a nuestra vida. Pero desde el punto de vista personal, quizá haya una sola razón, la más profunda, la más teológica, desde la cual sea posible responder a la vocación de Fasta. La razón más profunda Y más teológica es que estamos en Fasta, porque queremos resucitar. La resurrección es el último motivo. La razón revelada que mueve nuestro corazón para decirle a Dios que sí cuando Él aparece y nos llama. Estamos en Fasta, porque somos hombres de fe que no nos echamos atrás para la perdición, sino que marchamos hacia adelante para nuestra salvación y nuestra salvación en definitiva, no es otra cosa que nuestra resurrección final.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a dejar que la tensión interior de la gracia de Resurrección obre en nuestro corazón. A dejar que empuje desde dentro la atracción misteriosa de la Cruz. Que la atracción misteriosa de la Cruz, nos lleve a centrar nuestra vida espiritual en el misterio eucarístico. Y desde la Eucaristía crezcamos, a través de estos signos que Dios va dejando en el corazón, crezcamos misteriosamente hacia la glorificación final. Ese es nuestro destino. Ahí se centra el misterio de la fe. No olvidemos, los Milicianos somos hombres de fe que marchamos cantando airosos y esperanzados al encuentro de nuestra salvación.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 245 y Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Juan -Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2016,página 182.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el segundo Misterio Glorioso contemplamos:
LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
Jesús está reunido con sus apóstoles. Allí les dice que tienen que prepararse, porque van a ser revestidos por el Espíritu Santo [Lc24, 49). Ellos se dan cuenta que va a ocurrir alguna cosa especial en ese día. El tono con que el Señor les estaba hablando al decirles que se “preparen para ser revestidos del poder de lo alto”, les hace a ellos pensar que algo importante esta por suceder. Se les ocurre pensar que a lo mejor se va a instaurar el reino político de los judíos. Ellos, como buenos judíos siempre creían que el reino del que hablaba Jesús era la instauración del poder político, y se equivocan. Jesús les dice que no es así, que el reino que él proclama no es un reino político, que los tiempos los maneja Dios, los tiempos son de Dios, y Dios Padre es el que maneja estas cosas. Ellos se tienen que preparar no para ganar el mundo con poder militar y económico, sino para ganar el mundo con el poder misterioso de la fuerza del Espíritu Santo que van a recibir. Van a ser revestidos del poder, de la fuerza del Espíritu Santo, “y seréis mis testigos en Jerusalén, en Samaria, y en todo el mundo” (Hch 1,4-8).
Terminado este discurso el Señor da por culminada su reunión con los apóstoles, sale y los lleva caminando hacia Betania, camino que él había hecho muchas veces con sus apóstoles, y al llegar a la cima del monte de los olivos ahí se detiene, empieza a bendecir, y mientras los está bendiciendo es elevado en alto, una nube lo tapa. No nos olvidemos que en el Antiguo Testamento las nubes siempre tapaban el lugar donde aparecía Dios. Se quedan los apóstoles asombrados, boquiabiertas mirando hacia arriba, se le aparecen los dos ángeles, “varones de Galilea, qué estáis mirando, no sabéis que este Jesús que ahora es elevado al cielo volverá” (Hch 1,9-11). He aquí la promesa. Los apóstoles a partir de ese momento se quedan en el templo rezando, y esperando que se cumpla la primera promesa del Señor, la llegada del Espíritu Santo. Aún aguardamos el cumplimiento de la segunda: el retorno triunfal de Cristo.
En la Ascensión, Cristo pasa a estar sentado a la derecha del Padre, es el triunfo de Cristo. Pero no es solamente el triunfo de Cristo, es nuestro triunfo, porque como dice la Escritura, Él llevó consigo cautiva a la cautividad. Nosotros cautivos del pecado y de la muerte somos arrancados por Cristo: “cuando yo sea elevado en alto atraeré hacia mí todas las cosas” (Jn 12,32). Todas las cosas. Soy un atraído por Cristo cuando fue elevado en alto, con su elevación en la Cruz, primero, y después con la Ascensión, yo he sido atraído. El bautismo me ha inserto en la Cruz, y desde la Cruz ahora voy a ser atraído para arriba, para la Ascensión, para la resurrección. Es el triunfo de Cristo glorioso. y se va a manifestar ese triunfo cuando Él vuelva, y vuelva ya como juez, a juzgar a los vivos y a los muertos.
La Ascensión, es la fiesta de nuestra esperanza, y de nuestro corazón elevemos humildemente esa plegaria apocalíptica: Esperamos y aguardamos que Cristo vuelva, Ven Señor Jesús no tardes.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 286 a 289.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el tercer Misterio Glorioso contemplamos:
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
En los albores de la creación el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas (Gn 1,2). Es el Espíritu de Dios el que se posa sobre algunos hombres elegidos que van a profetizar en su nombre, mostrando los caminos de la salvación (Is 11,2-3; 42, 1; 62, 1; Jc 6, 34; Ez 11, 19).
El Profeta Isaías manifiesta claramente que este Espíritu de Dios y sus dones, sabiduría, consejo, inteligencia, ciencia, piedad, temor de Dios, van a ser dones particular y netamente mesiánicos, porque cuando profetiza la venida de Jesús, el Hijo de Dios, dice: sobre Él se posará el Espíritu de Dios, espíritu de sabiduría, de ciencia, espíritu de piedad, de temor de Dios. Estos dones van a ser dones estrictamente mesiánicos.
No llama la atención que cuando Jesús empieza a proclamar el reino, empiece a acercar su palabra y su predicación al misterio del Espíritu Santo, hasta que finalmente declara con toda precisión que es necesario que Él se vaya para que venga ese Espíritu, que Él lo llama Paráclito, espíritu de verdad (Jn 16, 5-15).
La vocación bautismal nos transforma en testigos de la resurrección. ¿Cómo podemos cumplir esta vocación de dar testimonio de la resurrección en cualquier momento en cualquier circunstancia? Por la fuerza del Espíritu Santo.
De ahí la importancia que tiene el vivir nuestra vocación de laicos o sacerdotes, como hombres espirituales, como hombres que están asistidos y sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo. Sin la fuerza del Espíritu Santo es imposible sostener la vocación. Ni siquiera alcanza el vivir en gracia de Dios. Se necesita esta fuerza interior del Espíritu, que nos va haciendo crecer en la contemplación del misterio de Dios, en la vida de la Iglesia que nos hace participar cada vez con mayor profundidad de la verdad revelada de Dios, que nos hace vivir cada vez con mayor alegría y simpatía espiritual el misterio de la vida de Dios, a través de la dimensión cultual, sacramental, de la plegaria que nos va haciendo percibir y discernir con mayor fidelidad y profundidad lo que es de Dios, y lo que no es de Dios, y lo que el Señor nos va pidiendo en orden al sostenimiento y acrecentamiento de nuestra propia vocación, y de nuestra misión.
Pidámosle al Señor que nos envíe el Espíritu: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, ilumina, purifica, sostiene, hazme abrir a tus fuerzas, a tu motivación, a tu iluminación. Que mis ojos de carne se vayan haciendo cada vez más espirituales. Que mis apetitos se vayan enriqueciendo con tu Palabra. Que mi sensibilidad se espiritualice, Ven Espíritu Santo, que pueda crecer en la santidad, en la gracia, en la luz de Dios. Y acercarme a mi glorificación final que también será obra de tu Espíritu. Que la gracia de santificación, de espiritualización, glorificación, que es gracia que está viva en la Iglesia a través del Espíritu, se haga presente también en nuestros corazones en cada nuevo Pentecostés de la Iglesia.
ANÍBAL FOSBERY O.P, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Lucas-Volumen III, Buenos Aires, MDA, 2015, página 273, 293,299.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el cuarto Misterio Glorioso contemplamos:
LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
En el año 1950 el Papa Pío XII transformó en dogma de fe esta verdad que estaba viva en la comunidad cristiana desde siempre. Digo desde siempre, porque me imagino que los Apóstoles y alguno de los primeros cristianos, pudieron llegar a ser testigos de este milagro extraordinario que fue la Asunción de la Virgen a los cielos. La Virgen se durmió, decían los Santos Padres, se durmió y cuando despertó su cuerpo ya no era el de siempre. El cuerpo suyo estaba de tal manera transfigurado, que era otra realidad, tenía impasibilidad, no tenía la pasión que tiene la carne del hombre con las cosas que la impactan, era un cuerpo impasible. No estaba dominado por las categorías de espacio y de tiempo, era un cuerpo ágil. Estaba rutilante de luz, como aparece en el Apocalipsis, una mujer vestida de sol. Era un cuerpo transfigurado, como el de la transfiguración del Señor en el Tabor. Era un cuerpo, que tenía toda la sutileza del espíritu, de las cosas del espíritu y no el agobio pesado de la carne. Era un cuerpo glorificado, un cuerpo glorioso. El cuerpo de la Virgen además ponía en acto todas sus virtudes, todas sus facultades. La Virgen estaba para siempre y definitivamente, en contemplación perfecta del misterio de Dios como verdad. La Virgen estaba instalada desde siempre y para siempre, en el misterio de la caridad y del amor de Dios. Su voluntad estaba ya fija en el bien de Dios. Su inteligencia estaba fija en la verdad de Dios. Sus apetitos y afectos estaban entregados, estaban asumidos por esta realidad de verdad y de bien, estaban insertos en el misterio de alabanza y de glorificación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Era el cuerpo glorioso de la Virgen.
¿Y porque nos va a asombrar este milagro? ¿Acaso no era Ella la elegida para ser la Madre de Dios? ¿Acaso esa carne que ella aportaba desde siempre, desde pequeña, no había sido purificada por la gracia d Dios y se le habían aplicado a la Virgen todos los méritos, de antemano, todos los méritos de la Pasión de Cristo? Y por eso ella era la llena de gracia, la inmaculada. ¿Acaso esta carne no iba a estar en contacto con la carne del Cordero Degollado? ¿No iba a ser la custodia del misterio? ¿No iba a acompañarlo al Señor hasta que comenzara su vida pública? ¿No iba a estar de pie junto a la Cruz? ¿No iba a recibir a Juan y en Juan a nosotros? ¿No iba a recibir Ella en su corazón de Madre a toda la Iglesia? Porque nos va a asombrar el misterio de la Asunción de la Virgen a los Cielos. Es como el final, el complemento final de este proceso de elección privilegiada que hizo el Señor de la Virgen, para que sea la Madre de Dios. A partir de la Maternidad divina, todos los privilegios que podamos decir de la Virgen son pocos, porque fue nada más y nada menos que la Madre del Verbo Encarnado.
Hermoso misterio este de la Asunción, que nos da esperanza. La Virgen es el modelo de lo que Dios quiere hacer con nosotros, que también somos hijos de la Virgen. Hagamos una plegaria a la Virgen. Con humildad de corazón, con pequeñez de niños, como quien se toma de la mano de la madre, aprender a decirle de nuevo: “Dios te salve, Reina y Señora nuestra. Dios te salve, a Ti llamamos nosotros, los desterrados hijos de Eva. A Ti, suspiramos gimiendo y llorando en medio del agobio de las cosas y de la vida, en este valle de lágrimas. Vuelve a nosotros querida Madre, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos. Míranos de nuevo Virgen Santísima, como nos miraste cuando nos bautizaron, como nos miraste cuando tomamos la primera comunión, como nos miras y nos sigues mirando en cada situación difícil de la vida. Vuelve a nosotros esos, tus ojos misericordiosos y después de esta peregrinación, de este destierro, de este agobio, de esta prueba que tenemos en la itinerancia cristiana, después de todo este destierro muéstranos a Jesús. Muéstranos al Señor, al que es Cabeza del Cuerpo Místico, al Cristo Glorioso, muéstranos. Oh bendita, Santísima Virgen María, muéstranos a Jesús y que el Cristo nos participe de su gloria”.
ANÍBAL FOSBERY O.P, María, Madre de Dios y Madre nuestra, Buenos Aires, MDA, 2016, página 189-191, 197-198.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- En el quinto Misterio Glorioso contemplamos:
LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA Y SEÑORA DE TODO LO CREADO
La festividad de María Reina muestra la potestad que tiene la Virgen en el Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia nos presenta a la Madre de Dios como reina, es decir, como ejerciendo un poder y una potestad en orden a la gracia y a la salvación, que no tiene ninguna otra creatura. Esta potestad de la Virgen, viene del hecho inusitado de ser la Madre de Dios. De esta prerrogativa fundamental de la Virgen, la Maternidad divina, vienen todos los privilegios de la Virgen. La Virgen como Madre de Dios, es la creatura elegida entre todas, para albergar en su seno al Hijo de Dios, al Verbo de Dios. No hay ninguna otra creatura que haya podido tener como Ella este contacto, esta intimidad, esta cercanía con el Verbo salvífico de Dios. Y por eso recibe como ninguna, los efectos de la gracia salvífica del Verbo. Aquí aparece su primer gran privilegio, la de ser engendrada sin pecado original, aplicándosele, -previstos los méritos de su Hijo-, aplicándosele por anticipación los méritos de la redención y la salvación que vendrían después por la muerte de la Cruz y la Resurrección de Cristo.
También de la Maternidad divina se va a derivar el privilegio de la Asunción de la Santísima Virgen, y de su Maternidad divina se va a derivar el privilegio de tener una cierta potestad sobre la aplicación de los méritos de Cristo. La potestad que la Virgen tiene sobre la aplicación de los méritos de Cristo, tal como la ejerció en las bodas de Caná: “haced lo que Él os diga”. Esa potestad la coloca a la Virgen como la principal intercesora ante el Hijo, para recibir de Cristo las gracias que necesitamos para convertirnos a Dios. Para perseverar en el camino de la salvación, para salir del pecado, para alcanzar finalmente la gracia definitiva de nuestra salvación. En todas estas gracias, -sin las cuales no nos salvamos-, la Virgen tiene una especial potestad de intercesión que viene del privilegio de ser llena de gracia, de ser la única creatura que alcanza a tener, -en cuanto creatura-, la plenitud de la gracia. Por eso la Iglesia nos la presenta como la que reina, es decir, como ejerciendo en el Cuerpo Místico d« Cristo, donde Cristo es la Cabeza e influye como Cabeza sobre todos sus miembros en orden la salvación, nos la presenta junto al Hijo, ejerciendo el privilegio, la potestad que la coloca como intercesora ante el Hijo en el camino de nuestra salvación.
Con humildad de corazón, con pequeñez de hijo, le recemos siempre y todos los días con la Iglesia: “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora, en lo cotidiano de cada día, en la realidad presente de cada momento de nuestra vida, y en el crucial momento de nuestra muerte.”
ANÍBAL FOSBERY O.P, María, Madre de Dios y Madre nuestra, Buenos Aires, MDA, 2016, página 235-236.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 10 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA.
Oh Jesús mio, perdona nuestras culpas, libranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de Tu Misericordia.
- REZAMOS 1 PADRENUESTRO, 3 AVE MARÍAS Y 1 GLORIA POR LAS INTENCIONES DEL SANTO PADRE.