TEMA: Navidad del Señor.
- SEÑAL DE LA CRUZ.
- INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
- LECTIO
Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (1,1-18)
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo». De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre”. Palabra del Señor.
- MEDITATIO
Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.
OPCIÓN 1
Fr. Aníbal Fosbery OP, María, Madre de Dios y Madre nuestra, primera parte Cap. VIII, La maternidad Divina de María. Pág. 77
Fr. Aníbal Fosbery OP, Reflexiones sobre textos del Evangelio de san Lucas Vol. III, pág. 53-84.
Fr. Aníbal Fosbery OP, Reflexiones sobre textos del Evangelio de san Mateo Vol. III, pág. 25-28.
OPCIÓN 2
San Agustín, obispo.
Sermón: La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo
Sermón 185: PL 38, 997-999.
«El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).
“Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.
Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.
Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así –como dice la Escritura–: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.
Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.
La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.
Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.
Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.
San León Magno, Papa
Sermón: Reconoce, cristiano, tu dignidad.
Sermón 1 en la Navidad del Señor 13: PL 54,190193.
«Hoy nos ha nacido el Salvador» (Lc 2,11).
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
San Bernardo. Sermón 1 de Navidad: Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.
- Sonó una voz de alegría en nuestra tierra, sonó una voz de gozo y de salud en los tabernáculos de los pecadores. Se ha oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una expresión llena de suavidad, digna de todo aprecio. Elevad, montes, la voz de la alabanza y aplaudid con las manos, árboles todos de las selvas, a la presencia de Dios, porque viene. Escuchadlo, cielos, y tú, tierra, está atenta; asómbrate y prorrumpe en alabanzas del Señor, universo de las criaturas; pero tú, hombre, mucho más. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién hay de corazón tan empedernido cuya alma no se derrita a esta palabra? ¿Qué cosa más dulce se podía anunciar? ¿Qué cosa más deleitable se podía decir? ¿Qué cosa igual a ésta se oyó jamás o qué cosa semejante escuchó el mundo alguna vez? Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh palabra breve de la palabra abreviada, pero llena de suavidad celestial! Trabaja el afecto intentando derramar en más amplios discursos la copia de esta suavísima dulzura, pero no halla palabras con que explicarlas. Tanta es la gracia de estas solas palabras, que al punto hallo menos sabor si mudo una sola letra. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento! , puro por su santidad; digno del respeto del mundo y del amor de los hombres por la grandeza del beneficio que les comunica, impenetrable a los ángeles por la profundidad del sagrado misterio que encierra; y en todo admirable por la singular excelencia de la novedad; pues ni ha tenido otro semejante ni tendrá otro que se le siga. ¡Oh parto sólo sin dolor, sólo sin pudor, sólo sin corrupción, que no abre, sino que consagra el templo del seno virginal! ¡Oh nacimiento sobre la naturaleza, pero para favorecer a la naturaleza, y que al mismo tiempo que la sobrepasa por la excelencia del milagro, la restaura por la virtud del misterio! ¿Quién podrá, hermanos míos, contar esta generación? Un ángel trae la embajada, la virtud del Altísimo cubre con su sombra, el Espíritu Santo sobreviene, cree la virgen, con la fe concibe virgen, da a luz virgen, permanece virgen; ¿quién no se admirará? Nace el Hijo del Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de los siglos; nace el Verbo infante, ¿quién podrá admirarse, como es razón?
- Ni es sin utilidad el nacimiento, ni infructuosa la dignación de la majestad. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Vosotros, que estáis abatidos entre el polvo, despertad y dad alabanzas a Dios. Ved que viene el Señor con la salud, viene con perfumes, viene con gloria; porque ni sin la salud puede venir Jesús, ni sin unción Cristo, ni sin gloria el Hijo de Dios, siendo Él salud, siendo unción, siendo gloria, según está escrito: El hijo sabio es gloria del padre. Dichosa el alma que, habiendo gustado el fruto de su salud, es traída y corre al olor de sus perfumes para llegar a ver su gloria; gloria como de quien es hijo único del Padre. Perdidos, respirad; Jesús viene a buscar y salvar lo que había perecido. Enfermos, convaleced; viene Cristo, que sana a los que tienen quebrantado el corazón, con la unción de su misericordia. Alegraos todos los que anheláis conseguir cosas grandes: el hijo de Dios desciende a vosotros para haceros coherederos de su reino: Así, así te lo pido, Señor, sáname y seré sanado; sálvame y seré salvo; glorifícame y seré glorioso. Así te bendecirá mi alma, Señor, y todo lo que haya en mi interior tu santo nombre cuando perdones todas mis iniquidades, sanes todas las enfermedades mías y llenes mi deseo colmándome de tus bienes. Como que percibo ya, amadísimos, el suave gusto de estas tres cosas cuando oigo pronunciar que nace Jesucristo. Hijo de Dios. Pues ¿por qué le llamamos Jesús, sino Él hará salvo a su pueblo de sus pecados? ¿Por qué quiso llamarse Cristo, sino porque hará que se pudra el yugo a la abundancia del aceite? ¿Por qué se hizo hombre el Hijo de Dios, sino para hacer hijos de Dios a los hombres? ¿Y quién hay que resista a su voluntad? Jesús es quien justifica, ¿quién podrá condenar? Cristo es quien sana, ¿quién podrá herir? El Hijo de Dios ensalza, ¿quién podrá humillar?
- Nace, pues, Jesús; alégrese, cualquiera que sea, a quien la conciencia de sus pecados le sentencie a muerte eterna; porque excede la piedad de Jesús, no sólo toda la enormidad, sino todo el número de los delitos. Nace Cristo; alégrese, cualquiera que sea, el que era combatido de los antiguos vicios; porque a la presencia de la unción de Cristo no puede perseverar en modo alguno enfermedad del alma, por más envejecida que sea. Nace el Hijo de Dios; alégrese el que acostumbra desear cosas grandes, porque ha venido un dadivoso grande. Este es, hermanos míos, el heredero; recibámosle devotamente, porque de este modo será Él también nuestra herencia. Quien nos dio a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará juntamente con Él todas las cosas? Ninguno desconfíe, ninguno dude; tenemos un testimonio sobremanera digno de fe: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Quiso el Hijo de Dios tener hermanos para ser Él el primogénito entre muchos hermanos. Y, para que en nada vacile la pusilanimidad de la humana flaqueza, primero se hizo Él hermano de los hombres, se hizo hijo del hombre, se hizo hombre. Si el hombre juzga esto increíble, los ojos mismos ya no lo permiten dudar.
- Jesucristo nació en Belén de Judá. Advierte qué indignación tan grande; no nació en Jerusalén, ciudad real, sino en Belén, que es la más pequeña entre las principales ciudades de Judá. ¡Oh Belén!; pequeña, pero engrandecida por el Señor, te engrandeció el que de grande se hizo pequeño en ti. Alégrate, Belén, y cántese hoy por todas tus calles el festivo aleluya. ¿Qué ciudad, en oyéndolo, no te envidiará aquel preciosísimo establo y la gloria de aquel pesebre? Verdaderamente en toda la tierra es celebrado tu nombre y te llaman bienaventurada todas las generaciones. En todas partes se dicen cosas gloriosas de ti, ciudad de Dios; en todas partes se canta que un hombre nació aquí y que el Altísimo la fundó. En todas partes, vuelvo a decir, se predica, en todas partes se anuncia que Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Ni sin causa se añade de Judá, pues esto nos trae a la memoria la promesa que se hizo a los antiguos Padres. El cetro, dice, no será quitado de Judá, ni príncipe de su posteridad, hasta que el que debe ser enviado haya venido; y él será la esperanza de las gentes. Viene, pues, la salud por los judíos, pero esta salud se dilata hasta los últimos términos de la tierra. ¡Oh Judá!, dice, tus hermanos te alabarán. Tus manos pondrán bajo del yugo la cerviz de tus enemigos, y las demás cosas que nunca leemos cumplidas en la persona de Judá, sino que las vemos verificadas en Cristo. Porque Él es el león de la tribu de Judá, de quien se añade: Un león joven es Judá; te levantaste, hijo mío, para tomar la presa. Grande apresador Cristo, pues, antes que sepa llamar al padre o a la madre, saquea los despojos de Samaria. Grande apresador Cristo, que subiendo al cielo llevó en triunfo una numerosa multitud de cautivos; ni con todo eso quitó cosa alguna, sino que antes bien distribuyó dones a los hombres. Estas, pues, y otras semejantes profecías, que se han cumplido en Cristo, como de Él se habían preanunciado, nos trae a la memoria el decirse en Belén de Judá; ni es ya necesario en manera alguna preguntar si de Belén puede salir algo bueno.
- En lo que a nosotros toca, por esto debemos aprender de qué modo quiere ser recibido el que quiso nacer en Belén. Había acaso quien pensase que se debían buscar palacios sublimes en que fuese recibido con gloria el Rey de la gloria; pero no vino por eso de aquellas reales sillas. En su siniestra están las riquezas y la gloria; en su diestra la longitud de la vida. De todas estas cosas había eterna afluencia en el cielo, pero no se encontraba en él la pobreza. Abundaba la tierra y sobreabundaba en esta especie, aunque el hombre no conocía su precio. Deseándola, pues, el Hijo de Dios descendió del cielo para escogerla para sí y hacerla preciosa con su estimación para nosotros también. Adorna tu tálamo, Sión, pero con la pobreza, con la humildad; porque en estos paños se complace el Señor y, asegurándolo María con su testimonio, éstas son las sedas en que gusta ser envuelto. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.
- Finalmente, considera que Jesús nace en Belén de Judá, y pon cuidado en cómo podrás hacerte Belén de Judá; y ya no se desdeñará de ser recibido en ti. Belén, pues, significa casa de pan. Judá significa confesión. Conque si llenas tu alma de la palabra divina, y fielmente, aunque no sea con toda la devoción debida, pero a lo menos con cuanta puedas tener, recibes aquel pan que bajó del cielo y da la vida al mundo, esto es, el cuerpo del Señor Jesús; para que aquella nueva carne de la resurrección recree y conforte la vieja piel de tu cuerpo, a fin de que, fortalecida con esta liga, pueda contener el nuevo vino que está dentro; si, por último, vives también de la fe, y de ningún modo sea preciso gemir que te has olvidado de comer tu pan, te habrás hecho entonces Belén, digno ciertamente de recibir en ti al Señor, con tal que no falte la confesión. Sea, por tanto, Judá tu santificación, vístete de la confesión y de la hermosura, que es la estola que agrada a Cristo principalísimamente en sus ministros. En fin, ambas cosas te las recomienda el Apóstol brevemente: Con el corazón se debe creer para alcanzar la justicia, y con la boca se debe hacer la confesión para obtener la salud. El que tiene, pues, en su corazón la justicia, tiene pan en su casa; porque es pan la justicia; y bienaventurados los que han hambre y sed de la justicia, porque ellos serán hartos. Así esté en tu corazón la justicia, que viene por la fe en Jesucristo, pues sólo ésta tiene gloria delante de Dios. Esté también en la boca la confesión para obtener la salud, y de esta suerte seguro ya recibirás a aquel Señor que nace en Belén de Judá, Jesucristo, Hijo de Dios.
- ORATIO
La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
(Oración colecta de la misa)
“Dios nuestro, que admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste; concédenos compartir la vida divina de tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos”.
- CONTEMPLATIO
EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.
“El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”.