TEMA: Domingo 34º del Tiempo Ordinario – Ciclo A. 26 de noviembre. Nuestro Señor Jesucristo, Rey Del Universo (S) (fin del año litúrgico)
- SEÑAL DE LA CRUZ.
- INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Ven Espíritu Santo
Llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía señor tu espíritu y todo será creado
Y renovaras la faz de la tierra
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo
Danos gustar de todo lo que es recto según Tu mismo espíritu
Y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
- LECTIO
Primer paso de la Lectio Divina: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto al menos en su sentido literal. Se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de Alguien. Es escuchar la voz de Dios hoy.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (25,31-46)
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Luego dirá a los de la izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron. Estos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido? Y él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». Palabra del Señor.
- MEDITATIO
Estando siempre en la presencia de Dios, el segundo paso de la Lectio Divina o Meditatio consiste en reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido. “Es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice… al modo de Dios”.
OPCIÓN 1
Fr. Aníbal Fosbery OP, Reflexiones sobre textos del Evangelio de san Mateo Vol. II, pág. 330.
OPCIÓN 2
Pío XI: Carta Encíclica Quas Primas sobre la Fiesta de Cristo Rey (11-12-1925)
http://w2.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_11121925_quas-primas.html
Congregación para el Clero
La Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, al finalizar el año litúrgico, tiene el valor de una verdadera sinfonía con la que celebramos en su totalidad el misterio de Dios.
Las Lecturas litúrgicas anuncian la realeza de Dios y su pleno señorío sobre la realidad y nos introducen en la naturaleza impactante de su potestad salvadora: “Yo mismo buscaré mis ovejas y las cuidaré (…) Yo mismo las conduciré a los prados y las haré descansar”. Por medio de las palabras del profeta Ezequiel somos introducidos en el corazón de la fe, colocados delante del Acontecimiento central mediante el cual Dios manifiesta la propia realeza.
El Señor habla al hombre y le muestra su señorío, en primer lugar a través de la Creación: “Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles pueden ser contempladas con la inteligencia en las obras realizadas por Él, como su eterno poder y divinidad” (Rm 1,20). Además, el Padre viene al encuentro del hombre mediante sus profetas: “Muchas veces y de distintas maneras”, Él ha dirigido su palabra a su pueblo “por medio de los profetas” (Hebr 1, 1). Pero toda la creación y toda la actividad profética estaba orientada a cumplirse en la promesa de Dios: “Yo mismo buscaré (…) yo mismo conduciré a mis ovejas”. Esta promesa se realiza cuando, llegada la plenitud de los tiempos, Dios envía en la carne a su propio Hijo unigénito.
Él no es más “uno” que busca a las ovejas y las cuida “en nombre de Dios”, como los profetas; Jesucristo es Dios mismo hecho hombre. El Padre, en su Hijo, se encuentra “en medio” de sus ovejas que estaban dispersas.
En la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, del Beato Juan Pablo II, leemos: « Encontramos aquí el punto esencial. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo” (n. 6). Cristo, Verbo eterno hecho hombre, es la plena manifestación de la gloria de Dios y el definitivo cumplimiento del proyecto del Padre para el hombre.
El profeta Ezequiel revela que la condescendencia divina para con el hombre se manifiesta en la búsqueda de la criatura por parte del Señor: “Iré a buscar a la oveja perdida y devolveré la perdida al rebaño”. En Cristo Jesús, el Padre Dios no solo habla al hombre sino que lo busca. ¡Qué misterio profundo este comportamiento de Dios para con el hombre!
Todo el Cristianismo es el Padre que, en Jesucristo y en el Espíritu, busca al hombre. Esta búsqueda tiene su origen en la inescrutable intimidad de la Santísima Trinidad. Tiene su origen en la decisión del Padre de elegir a cada uno de nosotros, antes de la creación del mundo, para que fuésemos “santos e inmaculados en su presencia en el amor, predestinándonos a ser hijos adoptivos” (Ef. 1,4-5). «Por tanto Dios busca al hombre, que es su propiedad particular de un modo diverso de como lo es cada una de las otras criaturas. Es propiedad de Dios por una elección de amor: Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre». (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n. 7).
¿Por qué el hombre es buscado por el Padre? Porque, como enseña el profeta, los hombres estaban dispersos en los días nublados y oscuros”; y el Señor quiere hacerlos partícipes de la “suerte de los santos en la luz” (Col 1,12).
Afirma San Pablo en la lectura de hoy: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que mueren”. La búsqueda que Dios Padre hace del hombre alcanza su cúlmen en la muerte y resurrección de Jesucristo.
En Jesús de Nazaret, el hombre tantas veces buscado y finalmente encontrado, el hombre perdido desde hace tanto tiempo y finalmente traído a casa, el hombre tan herido y enfermo desde hace tanto tiempo, finalmente es curado. Y todo sucede en la muerte y resurrección de Cristo: “Porque si por causa de un hombre vino la muerte, por medio de un hombre vendrá también la resurrección de los muertos”, desde el momento en que “como todos mueren en Adán, así todos recibirán la vida en Cristo”. En efecto, Cristo, muriendo ha destruido al verdadero enemigo, la muerte.. Resucitando, Él nos ha donado la verdadera vida, y ha reconstituido en los hombres la dignidad de su primer origen. En Jesucristo, Dios ha obrado la liberación de la muerte eterna “nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo predilecto, por obra del cual tenemos la redención” (Col 1, 13-14 ), haciendo de nosotros un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas.
¿Adónde apunta todo esto? A que “Dios sea todo en todos”, afirma también el Apóstol. La finalidad de todo es que permanezca Dios en lo íntimo del hombre y que el hombre pueda permanecer en la intimidad de Dios. La encarnación del Hijo de Dios tiene como fin la participación, por parte del hombre, de la misma vida de Dios. Esto es lo que celebra la liturgia de la Iglesia en este día solemne: el misterio del Padre que crea cada cosa y que, en el Hijo, busca incansablemente a cada uno, para que, liberados mediante la pasión redentora de Cristo y el don del Espíritu, cada hombre llegue a ser partícipe, en el Hijo, de la misma vida del Padre.
La realeza de Cristo consiste en el poder presentar al Padre al hombre redimido y hecho hijo de Dios, y a la humanidad reunida en la única Iglesia, su Esposa y su Cuerpo. El señorío real de Cristo es el cumplimiento de este plan admirable. Estamos llamados, ya desde ahora, a participar en él, pareciéndonos siempre más a Él, cooperando en la Iglesia a su mayor gloria y reconociéndolo realmente presente en cada hombre.
Para que esto suceda, es necesario que también las estructuras temporales, en su legítima autonomía, estén orientadas por los cristianos hacia la visibilidad de la realeza de Cristo en el mundo. No se da el señorío únicamente de una forma “íntima o espiritual”, sin un concreto y real señorío sobre y en la historia, visible también en la sociedad, en sus leyes y en la conciencia de que cada uno será llamado a dar cuenta de cada uno de sus actos al único verdadero Señor.
Que María Santísima y todos los santos, en los cuales el poder Real de Cristo ha obrado maravillas, sostengan a la Iglesia en la difícil y permanente obra de instaurare omnia in Christo!
- ORATIO
La oratio es el tercer momento de la Lectio Divina, consiste en la oración que viene de la meditatio. “Es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina Palabra”. Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
(Oración colecta de la misa)
“Despierta, Padre, la voluntad de tus fieles para que, buscando con fervor los frutos de la gracia divina, recibamos con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.”
- CONTEMPLATIO
EL último paso de la Lectio Divina: la contemplatio, consiste en la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencia delante de Dios que se está comunicando conmigo.
“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo”.